Capítulo 25 | Parte 2.

Medicine - Daughter

Capítulo 25.

Permanecí en el despacho de Adrián por largas horas, investigando sobre los temas básicos que se supone que comiencen el lunes en las rondas de cirugía. Me había acabado el desayuno, y también se me había calmado un poco la frustración por mis rebeldes hormonas.

Mi Cura Prohibida se había aprovechado de la situación. Ahora que estaba más consciente, él sabía que yo apenas comencé mi sexualidad con él, y por ende, mis hormonas veinteañeras estaban revolucionadas cuando se trataba de continuar probándolo en sus 31 años.

Luego de haber terminado con una cargada lectura sobre las técnicas básicas en cirugía general y haber marcado algunos temas que leería más tarde, comencé a mecer mis pies con cierto aburrimiento. Miré la pequeña caja con la etiqueta de Apple como nombre y achiqué los ojos al acercar mi mano con curiosidad.

Me importaba un bledo su dinero o las cosas materiales que se le antojara regalarme, pero sí que adoraba sus intenciones. Aunque claro, aún no sabe cómo expresarlas del todo.

Al colocar la pequeña caja con el artefacto sobre mis piernas, la abro con desinterés y recuerdo que había recuperado la tarjeta sim cuando Jesse había destruido el teléfono anterior. Decido entrar al apartamento e ir por mi bolso, porque allí la había guardado.

Francamente, lo más que me emociona de esto es que podré comunicarme con normalidad con mis seres queridos y mis amigos.

Cuando vuelvo al despacho, coloco la tarjeta sim en el i Phone. Al encenderlo, compruebo que funciona perfectamente. Ya había hablado con mis padres desde el teléfono de mi madre, así que intentaría llamar a la primera persona que se me había ocurrido... a Amanda.

Hola. — Responde.

— ¡Hola, Amy! ¿¡Cómo has estado!? — Me emociono al instante.

Bien... — Su tono de voz es extraño, raposo. — Aunque... al parecer, a ti te está yendo muy bien. ¿No es así?

— ¿Por qué lo dices? — Le pregunto con un poco de intranquilidad. No quiero que piense que me olvido de ella.

Por nada en especial... Sólo que desde hace una buena temporada has estado... ocupada. Prácticamente, distanciada...

— Bueno...

Ya, Nere... Dime la verdad. — Me advierte disgustada. — ¿Estás saliendo con otro hombre? — Amanda estaba siendo directa con su pregunta.

Estoy completamente segura que mi expresión debe reflejar rubor e impresión. Me sentía un poco mal por no haberle hablado antes de Adrián.

— Sí... — Acepté al sentirme un poco culpable por haberlo callado bastante tiempo. — Pero... era un tema que siempre quise contarte. Por eso siempre insistí para vernos. — Mi voz es patética, desesperada.

Claro...

— ¿Estás... enojada por eso?

No contaste conmigo para nada, Nere. Al menos, en ese aspecto.

— Lo siento. — Cierro mis ojos al presionarlos un poco. — Pero prometo que te diré lo que haga falta, como siempre hemos hecho, Amy.

Un silencio sepulcrar reina al otro lado del teléfono, para luego escucharla suspirar un poco más asimilada con lo que he dicho.

Está bien, Nere...

— Gracias, amiga. De verdad que lo siento mucho, pero es que no me encontraba preparada para decírtelo tan pronto, y menos cuando se trata de quién es él.

¿Sí? — Carraspea. — Déjame adivinar... Lo conozco, ¿no?

— Sí. Es... Andy. ¿Lo... recuerdas? El... mejor amigo de Jesse.

Vuelve ese silencio martirizador por su parte.

— Sé que quizá no esté bien, pero...

¿Dónde estás? — Interrumpe mi explicación.

— ¿Yo? Bueno... no estoy en mi hogar si pensabas ir a visitarme.

¿Estás con... él? — Pregunta fríamente.

Sé que no le agrada que esté con el mejor amigo de Jesse, y mucho menos después de la mala experiencia que sufrí con el engaño de mi ex-novio.

— Sí. — Acepto diligentemente. — Me quedaré con él hasta el domingo, pero si quieres... puedes ir a visitarme a la casa de mis padres ésta próxima semana. Si te parece bien... Una vez me dijiste que también tenías que hablar conmigo de muchas cosas, y eso incluía el tema de que habías conocido el hombre ideal para ti.

Ya lo he dejado pasar. No funcionó.

— ¿¡Qué!? Pero...

No tiene importancia, Nere.

— Amy, yo... Lo siento, cariño. — Me disculpo con un pinchazo en mi corazón.

Deseo con todas mis fuerzas que le vaya bien en todos los aspectos de su vida.

Ya no es necesario hablar de eso. Créeme... — Espeta con indiferencia.

— Amy, lo siento... De verdad... Yo... — Sus palabras me hicieron sentir confundida. — Eres mi mejor amiga de toda la vida, y lo sabes, cariño. No fue mi intención hacerte sentir como si me hubiera olvidado de ti. Sólo estaba esperando el momento para decirte.

¿Qué "momento," Nere? ¿Después de varios meses es que vienes a decirme que te acuestas con el mejor amigo de tu ex-novio? Qué inteligente han sido tus soluciones para tus males de amores.

— ¿¡Qué!? — Niego, sorprendida de sus palabras que están siendo duras para mí.

Sí. ¿Tú qué crees que sucederá si Jesse lo supiera? ¿Cómo quedará tu reputación ante todos los que te conocen.

— Amy, estás dando por hecho que acostarme con Andy es por despecho. No es así. — Corrijo su error. — Yo... — Me quedo en silencio, asustada por lo que estaba a punto de decirle.

¿Tú... qué? — Pregunta con extrema curiosidad.

— Yo... Yo lo amo. — Le confieso sinceramente.

¿¡Qué estás diciendo!? ¡Pero tú querías a Jesse!

— Amar y querer son contextos muy diferentes, Amy. Yo sé lo que siento por Andy. Yo lo amo sinceramente, y te puedo asegurar que es así.

No... — Escuché que susurró, sin poder aceptar lo que he dicho. — Lo mejor será que hablemos de esto luego, Nere. No sabes lo que estás diciendo.

— Amy, escucha. Por favor...

No es el momento para hablar sobre tus tonterías. Debo dejarte en éste momento.

— Amy. — Intento que permanezca al otro lado del teléfono. — Amy, no...

Cuando Amanda colgó la llamada al instante, fruncí el ceño, preocupada de que permaneciera enojada conmigo por esto. No lo había hecho con intención, y si de algo yo estaba segura, era que en ocasiones intenté reunirme con ella para decirle y contar con ella. Suspiro un poco frustrada al saber que las cosas no estaban saliendo como yo pensaba. Ya le explicaría con más calma. Sé que de alguna manera lo terminará entendiendo.

Es decir, no estaba con cualquier hombre. Estaba con mi amigo de la infancia, con el que siempre fue mi protector. Ella sabía perfectamente como Adrián me cuidaba cuando era una niña. Y aunque él y Jesse sean amigos, su cariño y su lealtad hacia mí siempre ha permanecido a pesar de todo. Aunque ahora lo demuestre mucho más exagerado que antes...

— Para mí, sigue siendo mi niño... — Vocifero para mí misma.

[...]

Durante un rato más, continué preocupada por la actitud tan fría de mi mejor amiga. Estaba observando por la única ventana del rústico despacho, inventando palabras claves para que, de alguna manera, entendiera mi situación. Tenía la esperanza de que su enojo se le pasara en algún momento.

Le había dejado un mensaje a mis otros amigos, incluyendo a Damián, para que supieran que ya tenía teléfono propio y que podían contactarme en cualquier momento con más comodidad.

¡Carajo, mi reina! — Exclamó Kenneth al otro lado del teléfono cuando respondí su llamada. — ¡Pensé que me dejarías en la jodida incertidumbre hasta el lunes!

— ¿Cómo estás, lindura? — Le pregunto con cariño y una sonrisa se forma en mis labios mientras mis mejillas se inflan con diversión.

¡Muy bien, hermosa! ¡Aunque no mejor de lo que estás tú! No es gracioso que te hayas marchado con esa suerte de: "Me voy a tener sexo salvaje con El Príncipe del Bisturí de viernes a domingo sin descanso," mientras yo sólo podía envidiar tu jodida vida sexual.

— Kenneth, apenas mi vida sexual la he comenzado con él.

Con más razón, mi reina. — Ríe maliciosamente y hace escándalos, como si fuera una quinceañera.

Tengo que apartar un poco el teléfono mientras forma sus teatritos estrambóticos.

¡Pero cuéntame! ¡Mierda! ¡Dime que lo han hecho! ¡Dime que te lo has comido hasta con pan y yo moriré en paz cuando llegue mi hora!

— Kenneth, por favor...

A mí no me vengas con ese tonito de la chica inocente e ingenua. En el fondo, estoy seguro que sabes lo que haces. Lo amas hasta más no poder y disfrutas lo que esté a tu alcance.

A pesar de que aún sonreía, bajé un poco la cabeza, sin negar lo que ha dicho. Es cierto, estoy metida en esto porque no puedo evitar amarlo y entregarme a él. Aún así, tenía miedo de que todo esto saliera mal. Le estoy haciendo caso a mi estúpido corazón y al deseo que siento por él.

Miro a mi alrededor, como si alguien pudiera estar escuchando o espiando. Aún tenía miedo de que Adrián pudiera enterarse de lo que siento realmente.

— Es... cierto. Lo amo con locura, Kenneth. — Río bajito, nerviosa. — Me he entregado a él de maneras que... no puedo arrepentirme.

¡Ay, madre de Dios! ¡Coño! ¡Me vas a matar de la emoción! — Sigue gritando al otro lado del teléfono, y ya puedo imaginarlo cómo posa su mano sobre su pecho. — ¿Es bueno? — Susurra comedido, pero con una voz traviesa.

— ¿Bueno?

Sí, bueno. Ya sabes... moviendo esas caderas y ese culo elegante.

Bien, admito que tuve que soltar carcajadas con ese comentario.

— ¿Por qué tienes que ser tan impropio? — Río escandalosamente al mirar por la ventana la calle Ashford Avenue.

¿¡Yo soy el impropio!? Mi reina, eres tú la que sabe como funciona su otro bisturí... — Carraspea. — El principal.

Niego al continuar riendo, observando los vehículos pasar y las personas caminar.

— Es bueno. — Confieso secamente, mordiéndome la lengua e intentando que no me escuchara risueña.

Se le ve de raíz que es mandón. — Suspira exageradamente y yo me ruborizo.

"¿Cómo coño lo intuye?"

¿Estás segura que no es gay, mi reina? — Su pregunta se escucha como una lamentación. — Ya sabes lo que dicen de los hombres exageradamente guapos, y El Príncipe del Bisturí es jodidamente sexy.

Pongo los ojos en blanco y vuelvo a soltar carcajadas por culpa de sus comentarios tan directos e inoportunos.

— Te puedo asegurar que no es gay. — Me río como una chica mala y calculadora.

Maldita.

— Envidioso.

Ríe a carcajadas. Se divierte y sé que está feliz de escucharme risueña y segura de mí misma.

Ya me contarás el lunes, hermosa.

— Dentro de lo límites específicos, está bien.

No, no. Para nada eso de: "Dentro de los límites específicos, está bien." A mí me lo cuentas con todo el erotismo y morbo posible.

— Eso no sucederá.

Lástima. Quería imaginarme al Príncipe del Bisturí en otras... facetas.

— Puedes recurrir a la imaginación sin los detalles más escabrosos.

¿"Escabrosos"? ¿O querrás decir... "morbosos"?

— Hablando de estos temas, pero excluyéndome... — Le comento con curiosidad. — ¿Sabes que ha sucedido con Gloria y Damián?

¡Esos dos sí que están locos, Nere!

— ¿Cómo? ¿Por qué usas ese tono? — Fruncí el ceño, ávida de información por los nuevos acontecimientos de ese par de locos.

La llamé ésta mañana y...

— ¿Y? — Lo ánimo a proseguir, pero un silencio reinó en él. — Kenneth, ¿qué pasa? ¿Ella está bien? — Me preocupo. — ¿Ambos están... bien?

Sí, tranquila... Lo están.

— ¿Entonces?

Bueno... cuando la llamé, respondió mi dirigente, así que ya te imaginarás lo que sucedió. Lo más probable es que estuvieron rezando el ave María mientras ella le daba toda la gloria a ese Doctor Diablo. — Su sarcasmo fue ingenioso.

— Entiendo...

Mierda. Esa información no me da buena espina. ¿Qué carajo sucede entre esos dos? ¿Y qué habrá pasado con la ex-prometida de Damián?

— Ustedes dos tienen mucho que contarme. — Le advierto con cariño.

Ya nos reuniremos.

Después de la divertida conversación que había tenido con Kenneth, nos despedimos. Él también había estado estudiando para otros temas médicos y su día libre lo había apartado para ir de compras con su madre.

[...]

Ya eran más de las 5:00 de la tarde y aún Adrián no había regresado al apartamento. Suponía que tenía mucho trabajo acumulado, y más aún cuando tuvo que hacer aquel viaje repentino no sé a dónde.

"No estaría mal preguntarle, Nere..." Mi subconsciente volvió a estar ávida de información.

Me había quedado en su despacho, estudiando por largas horas y esperando que volviera. Sentía que mis ojos se cerraban automáticamente. Pensé que una pequeña siesta no estaría mal, cerrar los ojos un par de minutos no hacía la diferencia.

"Sí... sólo serán unos minutos." Con ese pensamiento, coloco mis brazos sobre todos los libros amontonados que había dejado sobre el escritorio de Adrián, para luego apoyar mi cabeza sobre los mismos.

Había tenido el atrevimiento de usar su escritorio, ya que me resultaba más cómodo y acogedor que el sofá. Definitivamente, si Adrián no me gastaba mentalmente, lo haría mi carrera médica.

Poco a poco, me voy relajando. Me dejo llevar por mi constante y calmada respiración, y por el suave movimiento de mi pecho al subir y bajar. De esa manera, logré tomar una necesitada siesta.

[...]

Un leve cosquilleo familiar me rozaba la mejilla. Presiono mis ojos con pesadez y remuevo mi cuerpo un poco. Cuando dejé de sentir el cosquilleo, volví hacerle caso a mi cansancio, intentando acomodarme inútilmente en el frío escritorio de madera.

Ésta vez, siento que ese leve roce se convierte en una dulce y suave caricia. Una mano de dedos largos aparta mi coleta hacia un lado, dejando al descubierto parte de mi mejilla. Presiono los labios y los ojos ligeramente, y al recomponer mi postura, me encuentro con los ojos claros de Adrián, mirándome con cierta ternura.

— ¿Qué haces aquí? — Le pregunto en un susurro mientras estiro mi cuerpo levemente.

— Éste es mi apartamento. — Inquiere con cierta gracia.

— Sabes a qué me refiero.

— Mi trabajo ha terminado por hoy. — Sonríe como un niño bueno al colocar sus manos en los bolsillos de su bata blanca. — Al menos, eso pensé... Qué había terminado...

Lo miro con curiosidad al levantarme de su asiento tan prodigioso, ignorando que le gustaba verme tan cómoda en su ambiente.

— ¿Todavía tienes trabajos que realizar?

— En mi vida, el trabajo que realizo cada día, nunca termina. — Se encoge de hombros, mirándome con dulzura. — Pero me refiero a otro tipo de trabajo... Tus estudios para ésta semana.

— Ya he leído lo suficiente como para poder comenzar el lunes con bastante conocimiento de lo que se estará hablando.

Me rodea al reír en voz baja y niega con diversión, como si mi actitud optimista no tuviera remedio.

— Estoy seguro de tu capacidad. — Se sienta junto a su escritorio y se recuesta sobre el respaldar de su asiento al pasear su mirada por todo mi cuerpo, de arriba hacia abajo. — Por la misma razón, repasaremos las lecciones de ésta semana. ¿De acuerdo?

Mis ojos se engrandecen con lo que me acaba de decir. ¿Qué si estoy de acuerdo? ¿Estudiar mis primeros conocimientos básicos de cirugía general con el próximo Director del Departamento de Cirugía? Esto tenía que vivirlo, definitivamente.

Lo miro expectante al sentarme al otro lado, ansiosa de cómo enfrentaría mis conocimientos.

— Veamos que tenemos aquí... — Mira los libros amontonados que yo había dejado sobre su escritorio. Enarca las cejas al ver el desorden de papelería que no ayudaba en nada a su trastorno de obsesión por la organización. — Eres una jovencita inteligente, pero bastante desordenada... — Me riñe dulcemente al intentar recoger un poco su área.

El silencio entre ambos fue un poco inquietante para mí, porque se estaba tomando ésta situación muy en serio, y lo estaba demostrando con su habitual porte profesional.

— Esto será muy divertido, Andy. — Río dulcemente y con ansias. — Es decir, ¿quién diría que algún día tú serías mi jefe? — Niego divertida. — Aún no puedo creer que nos decantamos por la misma profesión.

— Comienza a creerlo, porque seré objetivo. — Cruza sus manos sobre el escritorio al mirarme. — Quiero que entiendas una cosa. — Me advierte. — Eres mía, y lo sabes. Pero en mi territorio laboral, seré justo en la medida de lo posible. Por más ganas que tenga de poseerte y de hacértelo en algún cuarto desocupado del hospital, debemos estar conscientes de que allí seré tu superior. Quiero que tengas éxito y lo hagas bien por tus propios méritos. No quiero que vinculen los avances de tus clases de cirugía general porque piensen o crean que tú y yo tenemos algo. Además, te conozco casi a la perfección para saber que tú no me permitirás interferir de manera positiva en tu carrera.

— Y no te equivocas. — Me cruzo de brazos al observarlo con atención.

Sólo se limita a asentir para sonreír y morder su labio.

— Bien. Entonces, comencemos con algo... — Chasquea la lengua al mostrar un brillo en sus ojos. — Sencillo...

— Cuando quieras... — Le digo con aire retante, aunque mi corazón late nervioso.

— ¿Qué puedes decirme de la apendicitis aguda? — Enarca las cejas al dejar su sensual boca levemente abierta.

Trago saliva al dejarme llevar por su natural sensualidad. Intenta distraerme de primera.

— ¿En serio?

Asiente.

— Es la afección quirúrgica que se presenta con más frecuencia en los hospitales, mayormente en el área de emergencias. — Muerdo mi labio y él asiente al mirarme a los ojos.

— ¿Cuántas túnicas tiene el apéndice, jovencita?

— Cuatro, Andy. — Le sonrío coqueta. — De diferentes tipos; la serosa, la muscular, la mucosa, y la submucosa.

Asiente.

— Tu sonrisita no logrará que no incremente tus preguntas. — Me amenaza con una sensual sonrisa.

— Lo sé.

— Supongo que sabes de la irrigación de dicho órgano... — Asume al alzar la mirada, observándome con arrogancia.

— Sí. De hecho, el apéndice está irrigado por la arteria apendicular, y la vena apendicular también la acompaña. Si no me equivoco... — Poso mi dedo índice en mi barbilla al pensarlo con más calma. — Al final, creo que se unen a las venas del ciego. ¿Correcto?

Sus ojos claros me miran con diversión.

— Correcto. — Posa su dedo índice sobre sus labios, ocultando una sonrisa juguetona.

Cruzo mis piernas, provocándolo una vez más. Con su mirada me advierte que me contenga, y al parecer, va muy en serio.

— La apendicitis es un padecimiento que evoluciona a fases de estadías. ¿Qué me puedes decir sobre eso, jovencita?

— Muchas cosas, Doctor. A ver... — Reflexiono al elevar la mirada, haciendo trabajar a mi cerebro. — Las anatomopatologías de esa enfermedad se deben a lo secuencial y evolutivo que pueden ser los cambios. Por eso, cuando un cirujano encuentra dicha anomalía, al ver en qué fase está la enfermedad, se puede identificar cuál tipo de estadía aborda la apendicitis.

Mi Cura Prohibida se arquea en su asiento y suspira con cierto disimulo. Le estoy afectando, y siento que puedo aprovecharme de ésta situación tan divertida e interesante entre nosotros.

— ¿Qué tal si mencionas los tipos de fase en que se puede identificar la apendicitis?

— Claro... — Le sonrío y le guiño el ojo.

Adrián traga saliva e intenta mantener su postura.

— Las fases son; la perforada, necrótica, congestiva o catarral, y supurativa o flemonosa.

Así nos mantuvimos por un largo rato que nos pareció corto, ya que ambos hablábamos de un tema que a los dos nos interesaba en lo absoluto. Entre sus preguntas, no pudieron faltar algunas sobre las técnicas quirúrgicas, complicaciones en el quirófano como: el neumotórax, isquemia mesentérica, neumoperitoneo, obstrucción intestinal, y algunos tipos de hernias que podías encontrarte con frecuencia en la sala de operaciones.

Está bien, quizá Adrián fue un poco más allá de las preguntas básicas para una simple interna como yo, pero no me hacía ningún mal aprender más sobre cirugía general. Al fin y al cabo, en unos meses más me graduaré y podré continuar con mi soñada especialidad. Lástima que en el internado sólo se exige cumplir ciertas horas específicas en cirugía general, podría estar todo el día admirando a mi futuro Director, y aprendiendo temas nuevos que seguramente no veré hasta que llegue el momento, y para eso, aún faltaba bastante tiempo.

[...]

— ¿Alguna otra pregunta que usted quiera hacerme? — Le comento muy coqueta al ver su fascinada expresión hacia mí.

Se remueve en su asiento y baja la mirada un poco. Sé que intenta contenerse.

— Por hoy, no te haré más preguntas sobre esto. Pero sí tengo un comentario importante...

Lo miro con curiosidad, seria, y asimilada de aceptar cualquier corrección por su parte.

— Tienes a tu superior muy excitado. Te aseguro que la sangre se me irrigó con dureza en otro lugar.

Suelto varias carcajadas por sus típicos comentarios tan directos.

— Siempre has sido tan sincero, Andy... Desde que eras un chico. Aunque claro, no de ésta forma.

— ¿Lo... recuerdas? — Traga saliva y veo un poco de impresión en sus ojos.

Asiento al sentirme un poco mal de que pueda dar por hecho que había olvidado todo de él.

— Sí. — Acepto. — También recuerdo que eras muy brillante, y por rumores de otros estudiantes mayores, supe que siempre eras el primero en las clases.

Asiente. No me dice mucho al respecto con sus expresiones, pero continué con el tema por el cuál nos desviamos.

— Nunca dudé de tu inteligencia, créeme. — Le confieso con sinceridad. — Sé que hay situaciones difíciles que han marcado tu vida y crees que no hay nada bueno en ti.

Se tensa e intenta no frenarme al hablar. Está incómodo, pero si no insisto un poco, no lograré que continúe abriéndose conmigo.

— Yo... — Me encojo de hombros con timidez. — Envidio tu brillante cerebro, en el buen aspecto, quiero decir. Actúas de manera brillante por instinto, sin equivocarte, sin fallar en los mínimos detalles que se te presentan...

— No. — Me interrumpe. — Tú sí eres muy inteligente y brillante, Aly. No lo dudes ni un segundo. Eres apta y capacitada para enfrentar cualquier obstáculo o situación que se te presente en el camino. Eres capaz de aceptar los errores y, aún así, lo resuelves con esa sonrisa que me descompone por completo. Apenas yo soy capaz de enfrentar mi pasado y de aceptar mis errores. — Me mira fijamente con sus ojos verdes oscurecidos. — Aún no soy capaz de aceptar abiertamente que soy un error en ésta vida.

Me levanto del asiento y le doy la espalda al cruzarme de brazos. Me abruma cada vez que dice ese tipo de cosas, como si él fuera un error o alguien inservible. Se me arruga el corazón, y hasta siento que me duele mucho más que a él cuando piensa así sobre su vida.

— Estoy odiando que digas esas cosas. — Presiono mis labios y mi pecho se contrae más aún.

— ¿Por decir algo que es completamente cierto? — Lo escucho, pero para mí es como un pitillo ensordecedor y doloroso.

— No... es... cierto. — Contengo mi enojo y mi frustración. — No es cierto. — Vuelvo a decir más contundente al pasar saliva con dificultad por mi comprimida garganta.

— No me conoces del todo. — Me dice, mientras escucho que se levanta de su asiento. — Aún no sabes nada de mí... — Me advierte.

Siento que se detiene a mis espaldas, aún manteniéndose un poco distante.

— No necesito saber todo de ti para corregir tu equivocación. — Le digo en un susurro. — No eres un error para la vida. Nadie lo es. Debes entender eso, Andy.

— Para ti es tan fácil decirlo cuando desconoces mis limitaciones con ésta vida.

— ¿Podrías dejar de comparar nuestras vidas de esa manera? — Me giro y lo miro con frustración. — Y no te lo reprocho porque haya sido más beneficiada que tú en aquel entonces, lo digo porque no puedes comparar mi vida con la tuya para solventar lo que has dicho. Qué hayas pasado por difíciles situaciones y que tu vida no haya sido la mejor, no significa que tenga menos importancia que la mía o la de cualquier otro ser.

— Aly, sólo lo dices porque no me conoces completamente. No sabes ni una cuarta parte de mi vida y de lo que ha sido de ella en todos estos años.

— ¡Ya basta, Andy! — Freno sus palabras y prosigo hacia el interior del apartamento con disgusto.

Él me sigue, insistente, sin estar dispuesto a aceptar lo positivo que he dicho sobre dicho asunto.

— ¿Qué es lo que te sucede, Alysha? — Sus palabras me detienen en medio de la habitación. — Dijiste que me aceptarías tal cuál soy.

— Y es eso lo que estoy haciendo. — Recalco. — No tengo que aceptar tus palabrerías hechas sandeces.

Me rodea rápidamente para enfrentarme directamente.

— ¿Eso crees?

— Sí.

— ¿¡Crees qué lo que te comento en base a mí son sandeces!? Soy sincero al recordarte que hay muchas cosas negativas en mí, cosas que aún desconoces. ¿¡Cómo te atreves a insinuar que son sandeces!? — Me observa impresionado, buscando respuestas en mis ojos. — No pienso ocultar lo que soy y cómo me siento.

— Bien. — Lo dejo con las palabras en el aire y lo esquivo al seguir mi camino. No se me había ocurrido nada mejor que ir a la azotea de éste edificio.

— Espera. — Sujeta mi mano y me hace girar sobre mis pies. Estaba estupefacto con mi evidente indignación, gracias a sus palabras. Niega al mirarme, sin entender el por qué actuaba de esa manera con él. — ¿Qué pasa, Aly? ¿Qué sucede contigo? ¿Por qué coño esto tiene que afectarte? No tiene nada que ver con nosotros.

— ¡Claro que sí! — Vocifero abrumada al tragar saliva. — ¡Cuando vas a entender que para mí eres... — Me detengo al hablar al ver que me miraba atónito. — ¡Para mí eres especial! ¡Mucho, Andy! ¡Así que deja de decir ese tipo de cosas que me afectan! — Esquivo su mirada al bajar la cabeza.

Eleva mi cabeza al posar su pulgar en mi barbilla. Me hace mirarlo a los ojos. Extrañamente, percibo un tipo de dolor en ellos que no logro comprender.

— Ojalá sintieras lo que me sucede cuando siento que sufres en silencio, cuando te restas importancia, aún cuando te admiro tanto. — Lo miro con tristeza, asimilada de que no intentaría creerme. — Ni siquiera fuiste capaz de responder la pregunta que te hice días atrás, sobre por qué me comparabas con tus talentosa técnicas quirúrgicas. Una... simple pregunta. ¿Crees qué es justo? ¿Es justo qué yo acepte todo de ti, pero que tú no seas capaz de aceptar mi condición de abrirte conmigo?

Acaricia mi barbilla con su pulgar al luchar consigo mismo mentalmente, sin despegar sus ojos de los míos. Con letanía, acerca su boca a la mía. Estaba completamente embelesado en mis ojos, en mis labios, y en mis palabras que comenzaban a causarle algún tipo de efecto.

— No. — Rechazo su beso al bajar mi cabeza otra vez. — Ya entendí tu juego de haberme dejado deseosa.

— No quie...

— Ya he tenido suficiente por hoy de tus cambios tan complejos de temperamento, y no soportaré que vuelvas a dejarme con las ganas. Al menos, hoy no.

— ¿Qué quieres decir con eso? — Me pregunta confundido al fruncir el ceño con frustración.

— Qué hoy no quiero hacer las cosas sólo a tu modo. Sé lo que acepté, y lo entiendo perfectamente. Pero ahora soy yo la que no está de humor.

Engrandece sus ojos al ver que niego con mi cabeza, cansada, y agotada de éste vaivén que tiene conmigo para la intimidad. Al ver que iba a dejarlo allí, sujeta mis mejillas, desesperado por tener respuestas de mi parte que lo guiaran.

— ¿Qué más quieres de mí, Aly? ¿Esto no es suficiente para ti? — Me preguntó refiriéndose al sexo.

— Claro que es suficiente para mí el sexo contigo, pero con él no resolvemos el hecho de que no te abras a mí. Quieres que yo confíe en ti, pero, al parecer, tú no quieres intentarlo.

— Lo intento.

— ¿Sí? ¿Eso crees? — Lo fulmino con mi agotada mirada, aún con sus manos sobre mis mejillas. — Eso no es lo que me has demostrado cuando se trata de ti y de mí en temas más profundos. Creo que por más que me disculpe por aquella indiferencia sin intención, como la llamas tú, seguirás mirándome con ese temor de que yo vuelva a olvidarme de ti. ¿Crees qué no me doy cuenta? Mentalmente y en silencio, continúas resentido conmigo por eso, aún cuando ya me disculpé sinceramente.

— No es... sencillo para mí.

— Por esa misma razón no lo resolveremos con sexo.

— Sé que tienes muchas dudas sobre mí. Las lagunas aún evaden tu cabeza, pero te puedo asegurar que eres diferente para mí. — Traga hondo. — Eres especial.

— Sabes que es igual que antes, sólo que ésta vez me tienes. — Achico mis ojos, dolida de aceparlo. — Conmigo o sin mí, continuarás distanciado. ¿Verdad?

Pega su nariz a la mía al cerrar sus ojos con dificultad por su frustración.

— No asumas lo que no puedes ver en mí. Por ti he hecho cosas que no haría por otra, coño. — Susurra dolido por mis palabras. — No sabes lo que causas en mí, porque obviamente tú no eres yo. Así que no des por hecho que me comporto contigo como lo hacía con las demás.

Suspiro frustrada al intentar dejar caer un poco mi cabeza, pero él no lo permite al posar su frente sobre la mía.

— Dime que coño quieres de mí. — Ésta vez, sujeta mis mejillas con más firmeza y acerca su boca a la mía. — ¿Quieres que te demuestre que es cierto lo que digo? — Besa mi labio inferior con fervor y desespero. — Dímelo, carajo, porque si estás siendo justa conmigo al aceptar mis mierdas, yo también podré aceptar tus condiciones.

Mi respiración se acelera con su aliento mentolado y cálido. Coloco mis manos sobre sus fibrosos brazos con gesto de alejarlo un poco, pero él no cede.

— Yo sé lo que quieres, pero prefiero que tú me lo pidas, que estos dulces ojos y ésta boquita me lo pida, porque no soy bueno para las cursilerías.

— Yo... Yo...

— ¿Qué no te das cuenta? — Susurra con la voz entrecortada. — Hemos disfrutado teniendo sexo y haciendo... el amor. — Le cuesta decirlo. — Pero ésta última, yo no la concilio si no tomas la iniciativa, como has hecho en las pocas ocasiones que lo hemos hecho de esa manera.

— Es que yo no quiero que te sientas obligado para hacerlo de esa maner...

Adrián me pega a su cuerpo al sujetar mi cintura con sus manos.

— Te había dicho que si ibas a joderme mentalmente, sería contigo perteneciéndome. — Estampa sus labios contra los míos, adueñándose de mi boca al sentir su respiración entrecortada. Estaba frustrado de deseo y pasión.

Me apoyo con más firmeza de sus fibrosos y duros brazos. Él siente mis ansiosos deseos de ser suya, de que me haga el amor.

De repente, nuestras ropas comenzaron a estorbar nuestros deseos reprimidos y carnales. Adrián no dudó ni un segundo en quitarse su bata blanca sin despegar su boca de la mía. Con desespero, comienzo a desabotonar su camisa de vestir azul cielo y luego él me quita la blusa sin mucho esfuerzo. Desabrocho el único botón de mis cortos jeans y él hace lo mismo con su carísimo pantalón y sus zapatos. Rápidamente coloca sobre su miembro el condón que había sacado de uno de los bolsillos. La mayoría de nuestras piezas de ropa caen al suelo y quedan atrás cuando él me pega a su cuerpo, piel con piel.

Su boca baila al compás de la mía, saboreandonos con dulzura y candidez, disfrutando de la torturante adicción que teníamos el uno por el otro.

Adrián me eleva hasta que mis piernas se recargan en su cintura. Aún tenía mis zapatillas Converse, cuando decidió quitarmelas con agilidad en esa posición. Me apoyo de su cuello y cierro los ojos entre sus brazos cuando me acuesta sobre la cama y presiona su erección contra la tela de mis bragas. Gimo ante ese contacto indirecto, y él no puede evitar sentir la misma sensación, combinada con la desesperación de unirnos en uno.

Como puede, y en la posición que nos encontrábamos, me quita las bragas. Su miembro presiona mi vagina, haciendo que el contacto sea dulce y doloroso. Sus ojos verdes me miran con excitación y una furia abrazadora que no lograba comprender totalmente.

Apoyo mis piernas mucho mejor a sus caderas mientras termina de quitar mi sujetador con prisa. Besa mis pechos de manera hambrienta, ansioso de mi piel y dejándose llevar por el cosquilloso contacto de nuestros sexos húmedos.

— ¿Esto es lo que quieres de mí? — Me susurra excitado y frustrado al besar mi barbilla y mi quijada al presionar mis brazos y mis manos contra el colchón.

Sus fibrosos brazos me cubren por completo y yo me arqueo bajo su tonificado cuerpo. Le robo un desesperado beso desde mi aprisionada posición y él me lo devuelve con más dureza y furia.

— Sí... — Le confieso entre nuestros apasionados besos. — Andy, por favor... — Le suplico mientras nos comemos con pasión.

Acaricio su ancha y suave espalda con dulzura y necesidad de todo su ser. Tenerlo así, es muy parecido a estar en el paraíso. Su cuerpo se acopla al mío y nuestras pieles experimentan esa sensación de fusión entre ambos. Un escalofrío magistral me recorre de pies a cabeza al entregarme a él sin escrúpulos.

Adrián se remueve encima de mí, con ternura, pasión, loco de deseo. Suelta mi cabello con vehemencia al tirar de mi coleta, observando cómo mis mechones se revuelven entre sus dedos y sus sábanas. Me agrada su mirada adoradora, y se lo dejo saber al apoyar mis manos sobre su nuca para besar su boca una y otra vez, sin poder saciar por completo mi sed.

Al proseguir nuestro apasionado y dulce acto, él besa mi mejilla con calidez, luego mi barbilla. Su respiración se acompasa con la mía al calmar nuestros suspiros. Ambos queríamos saborear el momento sin precedentes, y sin medir lo que podía suceder después de esto.

Adrián sujeta su erección bajo nuestras entrepiernas al ejercer presión contra mi apertura. Un leve gemido se escapa de su apetecible boca y soy capaz de acariciar su rostro con amor. No deja de mirarme al introducirse en mí con una agónica lentitud.

Mi desinteresado amor es evidente al posar desesperadamente una mano sobre su hombro mientras que con la otra acaricio su mejilla. Mi corazón late con rudeza al sentir su miembro mucho más profundo. Gimo ante ese contacto electrizante y percibo como él sujeta con ímpetu las sábanas del colchón, arrugándolas alrededor de nuestros desnudos cuerpos.

— ¿Así de jodido quieres verme? — Me reta con un gemido ensordecedor al comenzar sus lentas penetraciones. — ¿Esto es lo que quieres de mí? — Corta mi poca respiración al besarme, perdido de deseo.

Gimo dulcemente al mover con suavidad mis piernas sobre su cintura y sus caderas, disfrutando nuestro contacto y nuestra erótica posición tan vulnerable. Siento sus lentas penetraciones llenando mi necesidad de él, llenando mis ganas de amarlo abiertamente.

— ¿Cómo te atreves a ponerme en ésta situación? — Susurra al dejar su sensual boca entreabierta sobre la mía mientras su ritmo es constante sobre mi entrepierna.

Cierro los ojos, muerta del placer, extasiada por sus dulces penetraciones, y porque él había vuelto a mi terreno. Roza su nariz con la mía mientras nuestros gemidos se mezclan de forma determinada y descarada.

— Te... quiero... — Susurro apasionadamente mientras su nariz continúa rozando la mía.

Esas simples palabras me hacen pagar su precio al sentir cómo sus penetraciones eran más profundas e insaciables.

— Yo también te quiero, carajo... — Gruñe de placer al besarme con un tierno desespero por su parte. — Te necesito... — Cierra sus ojos al dejar su boca levemente abierta sobre la mía.

Aún así, con mis ojos levemente abiertos, y mi boca rozando la suya, soy capaz de disfrutar de su extasiado rostro. Acaricio su cabello con suma dulzura y él se deleita de ese simple tacto cuando tiro de sus mechones para besar su mandíbula y su mejilla.

[...]

Los minutos jamás son en vano cuando se está así con él. Los mismos se convirtieron en casi una hora de placer chispeante.

Sus estocadas comienzan a ser más conduntentes, aunque intentaba mantener el placer constante con la intención de que esto durara. Por muy fastidioso que esté siendo esto para él a nivel emocional, sé que lo disfruta con ansias.

— Es tu culpa que yo me sienta de ésta manera... — Jodido por el desespero; besa mi mejilla, mi cuello, mis pechos, mis pezones. Saboreaba mi piel con dulzura y dolor. — No me repliques, coño. — Gime en mi piel mientras él siente cómo inundo su miembro con mi humedad. — Detesto cuando te enojas conmigo. — Presiona su cuerpo contra el mío, hundiéndome sobre el colchón de su cama.

Nuestros cuerpos estaban húmedos por el sudor forzoso y placentero que apenas percibimos por la excitación arrebatadora. Los mechones de su frente me causaban cosquillas en mis pechos. Presioné su espalda con más necesidad, con el deseo de que esto durara para siempre.

— ¿Quién... — Detiene sus palabras al formar en sus labios una O en señal de perdición hacia un orgasmo. — ¿Quién te crees qué soy para que quieras hacer conmigo lo que te de la gana? — Sus palabras apenas fueron un roce en mis labios en forma de susurros casi inaudibles.

Beso su boca con más frenesí al sentir que él estallaría, extasiado en el dulce y sereno placer.

— Eres... mi niño... — Chillo ardiente sobre su boca, con mis ojos casi cerrados.

Mis palabras y el deseo lo traicionan inconscientemente. Siento su miembro más insistente al hacer presión entre mis pliegues.

— Deja de decir eso. — Empuja con dureza y con sus manos arruga aún más las sábanas del colchón.

— ¿Por qué? — Dejo que continúe besándome la boca y la mandíbula con gran afán y deleite. — Siempre has sido mi niño, mi Andy...

Se estremece encima de mí mientras ambos estábamos extasiados por el íntimo contacto de nuestros sexos.

— Soy... toda tuya... — Lo mimo con amor al hacerle cosquillas con mis uñas en la piel de su espalda. Le gusta. Está dejándose vencer por la comodidad de mi íntima presencia al hacer el amor.

— Mía. — Me dice con suma dificultad por la excitación.

— Tuya, mi niño... — Acaricio su cabello y luego sujeto sus mejillas para mirar sus extasiados ojos verdes. — Eres especial para mí... Vales mucho para mí... — Mi corazón late con fuerza y mi piel se eriza al abrirle mi alma. — Desde el principio siempre debiste ser tú... Lo siento, Andy... Lo siento tanto... — Lo beso con dulzura y algunos de sus húmedos mechones se mezclan con los míos sobre mi frente.  Se revuelven con mis caricias, y aún así, despeinado, era de lo más sensual.

Entre cada beso que nos dábamos, más perdido y excitado sentía a Mi Cura Prohibida. Rozaba sus labios entreabiertos por mi barbilla y toda mi mandíbula, disfrutando sentirme adentro.

— Quiero venirme adentro de ti, Aly. — Me avisa, aunque sé que se está protegiendo.

Reajusto mis piernas mucho mejor en sus caderas mientras el sujeta uno de mis muslos con deleite y pasión, sin dejar de mirarme a los ojos. Acaricio sus húmedos mechones pegados a la piel de su frente y los aparto hacia un lado al besarlo con deleite, haciéndole entender que yo quería que lo hiciera.

Perdida, lo miro con mis ojos llenos de éxtasis, drogada de sus penetraciones.

— Maldita sea, te vas a venir conmigo. — Asume con la respiración agitada al sentir que yo estaba a punto de llegar al clímax con él.

De repente, sus embestidas eran duras, firmes, ansiosas, aniquiladoras. Grito con descaro, y más se alimenta de mi obvia reacción.

— Mi amor... — Gimo sin pensar.

Él, casi sin aliento, me calla a besos, y entre los mismos, se derrama en mi interior mientras llego a la par cuando su miembro ejerce una fuerte presión en mi sexo. Adrián gime descontrolado mientras yo sentía que aún continuaba derramándose.

En ese desesperado instante, acurruqué su rostro en mi cuello, escondiendo sus ojos, sin despegar mis piernas de sus caderas. Comencé a mimarlo con el corazón acelerado, acariciando su cabello y su húmeda espalda que se elevaba y bajaba por la nula respiración causada por el maravilloso orgasmo de ambos.

Al calmarse, vuelve a mirarme directamente a los ojos. Tenía miedo de que me reprochara o riñera por decirle: "Mi amor." Maldita sea, se me había escapado por la intensidad del momento. Parpadeo muchas veces y con timidez, pero su semblante parece relajado y calmado. El humor de Mi Cura Prohibida había vuelto a estabilizarse y yo podía sentirlo.

Roza su nariz con la mía al sentir y escuchar un tierno suspiro desde lo más profundo de su ser.

— Considero que eres tan mía como lo son mis técnicas quirúrgicas, porque poder tenerte siempre fue un sueño para mí, como el hecho de haberme convertido en médico. — Besa repetidas veces mis labios y restrega su rostro en mi cuello, como un niño mimado. — Licenciarme en medicina y convertirme en cirujano es la segunda cosa más importante que he hecho en mi jodida vida. — Acaricia mi cintura, dibujando mis curvas con una de sus perfectas manos. — La primera fue conocerte. — Confiesa y posa su frente sobre la mía. — No sabes lo bien que me hace saber que, con éstas manos, que han salvado innumerables vidas, también son las responsables de haber convertido éste hermoso cuerpo de niña a mujer.

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