Capítulo 24 | Parte 2.

Capítulo 24.

La luz de la claridad del día azota directamente por las acristaladas ventanas del apartamento. Me arqueo en la cómoda cama y me estiro vagamente. Reconozco el aroma que me rodea. Huelo a él... a Mi Cura Prohibida. Puedo sentir como la felicidad toca levemente mi corazón.

Éste no era el típico silencio al cuál estaba acostumbrada, porque definitivamente, en ésta planta era muy difícil distraerse de cualquier mínimo sonido urbano.

Miro a mi alrededor, estudiando mi ambiente. Achico los ojos al darme cuenta que Adrián ya no está en la cama. Todavía recuerdo que me acurrucó en sus brazos en la madrugada. Llegó tarde del hospital, pero eso no me impidió verlo y tocarlo.

Acaricio las suaves sábanas dónde él había estado. Sí... Durmió conmigo, a mi lado. Comprobarlo me hizo sentir llena. Mordí mi labio con una vaga sonrisa.

Escucho algunos ecos que provienen del lujoso baño y mi cuerpo reacciona de manera exaltante. Me pongo nerviosa al instante. Siento los latidos de mi corazón en mis oídos.

Un aroma extremadamente exquisito comienza a inundar todo el lugar. Su carísima y distinguible fragancia era muy difícil de olvidar.

Qué extraño... Me siento relajada, más de lo normal. Siento que mi cuerpo se tambalea como una gelatina en proceso. Al moverme de la cama, siento mis piernas un poco débiles.

Cuando intento levantarme, la repentina presencia del precioso espécimen me distrae. Camina hacia mi dirección al terminar de abotonar su camisa azul cielo de vestir. Está radiante y guapísimo como siempre. Ésta vez, combina su elegante camisa con un pantalón de vestir color gris oscuro y sus carísimos zapatos negros que brillan como el charol lustroso.

Me mira serio para esquivar mi mirada instantáneamente. Prosigue hacia la mesa de noche de su lado de la cama. Achico los ojos por su extraño comportamiento que, evidentemente, percibo.

Acaricio algunos revueltos mechones de mi lacio cabello, el cuál debe estar hecho un desastre.

— ¿Qué hora es? — Pregunté con timidez al ver que realmente estaba muy serio.

Permanece en silencio por unos segundos más, mientras recoge sus teléfonos y su cartera. Al guardarlos en el bolsillo de su pantalón, comienza a ponerse el reloj de muñeca.

"¿Qué coño le sucede?" Mi subconsciente está lista para su mentecita tan obstinada.

— Las 10:30 de la mañana. — Responde con frialdad.

— Qué excelente manera de dar los "Buenos días," Doctor Wayne. — Le digo mi primer sarcasmo del día.

Pone los ojos en blanco inconscientemente y me da la espalda al terminar de ajustar su reloj.

— ¿Te sucede algo? — Vuelvo a preguntar al levantarme de la cama con una extraña sensación entre mis piernas. Me tambaleo un poco y me siento en el borde de la misma con una satisfacción realmente genial.

"Uf... Siento como si me hubiera ejercitado arduamente."

— Será mejor que te quedes en la cama. Ya he ordenado que te traigan el desayuno aquí. — Me informa comedido, en un susurro extraño y frío.

— Gracias... — Le digo dudosa al fruncir mi entrecejo. — Pero yo me podía preparar algo en la cocina. No tenías que molestarte en ordenar eso. — Me encojo de hombros.

Vuelve a girarse y me estudia con seriedad al caminar de un lado a otro. De repente, va hacia lo que supongo que será la cocina y vuelve con unas pastillas y un vaso lleno de jugo de naranja. Viene hacia mí y estira la mano para que las tome.

— ¿Vitaminas? — Lo miro con la boca reseca. Me sentía sonrojada y nerviosa por sus hermosos ojos.

— Debes beberlas. Todas. — Me dice mordaz.

— ¿"Debo"? — Enarco las cejas por su carácter tan mandón.

— Debes.

— Claro, pero... — Me quedo en silencio cuando me doy cuenta que mis muslos están húmedos. Más bien, estoy completamente húmeda en mi entrepierna.

Esquivo su mirada e ignoro su mano con las vitaminas, buscando rastros en la cama de lo que estoy suponiendo que sucedió. ¿Y cómo no? La evidencia en mi lugar de la cama era clara. Había mojado una porción del colchón, como si un vaso de agua se hubiera derramado. La piel se me eriza completamente y vuelvo a mirar al ojiverde con los ojos engrandecidos.

— ¿¡Pero que...

— ¿Podrías comenzar la mañana un poco obediente? — Agita un poco la mano con las vitaminas.

— ¿Qué es eso? — Señalo estupefacta la porción mojada del colchón.

— Vas a ser médico muy pronto. Dudo mucho que desconozcas los fluidos del sistema anatómico humano.

— No me hace ninguna gracia. — Le digo con la voz ahogada, ruborizada.

— No estoy bromeando. — Sus ojos me fulminan pausadamente.

— ¿Bebiste agua? — Pregunté estúpidamente, con la esperanza de escuchar otra cosa distinta a lo que estaba asumiendo.

— Bastante... — Enarca las cejas.

Insiste en entregarme las vitaminas. Las tomo y me las bebo con el jugo de naranja. Asiente permisivo, aprobando mi actitud al hacerle caso.

— Supongo que no estás sediento... — Le digo con sarcasmo al enarcar las cejas, para darle otro sorbo a mi jugo.

Suspira exasperado y con fastidio, lo cuál no entiendo. Está bien, me realizó el sexo oral mientras estuve inconsciente... pero no estaba molesta. Más bien, estaba sorprendida. Aunque admito que me hubiera gustado disfrutarlo consciente...

"Nere, éste hombre ya te tiene pervertida..."

Adrián recoge su maletín, sin una muestra de cariño desde que desperté. Eso, me inquieta en lo absoluto. Él no es así, o al menos cuando está de buen humor.

— Debo trabajar. Estaré abajo realizando las consultas. Tengo que recibir al menos más de treinta pacientes el día de hoy.

Había olvidado por completo que los sábados trabaja en su consultorio independiente.

— ¿Y yo? — Niego. — Necesito ropa, Andy.

— Allí. — Señala una puerta de cristal corrediza. — Todo es tuyo.

— ¿Qué? — Lo miro estupefacta.

Asiente.

— Además, desde aquí no puedo hacer nada. ¿Cómo voy a estudiar para mis rondas en cirugía?

— Usa el despacho de aquí. — Se encoge de hombros. — Te vienes placenteramente con tu director...

— Futuro director. — Lo interrumpí al corregirlo.

Frunce el ceño. No le gusta que lo corrija. Aún de mal humor era irresistible.

— ¿Y qué? No importa la cronología. Te vienes igual. — Espeta con descaro. — ¿Te atreves a preguntar cómo vas estudiar para tus rondas en cirugía, cuando precisamente hablas con un cirujano?

— ¿Y? — Lo reto. — Lo menos que quiero es aprovecharme de esto. No quiero atenerme al hecho de que tengo sexo con uno de los mejores cirujanos del país y de Estados Unidos. Yo quiero hacer todo esto con normalidad y esfuerzo. Espero que lo entiendas... — Le advierto al enfrentar sus claros ojos.

Ahora su mirada es un poco más pasiva y suplicante. En el fondo, sé que lo entiende. Pero yo tenía que lidiar con su mandona actitud.

— Recuerda que eres toda mía hasta el domingo. — Me advierte. — No me iré a ningún lado, Aly. Estaré aquí mismo.

Al verme pensarlo un poco, suspira exasperado. Decide acercarse a mí. Trago saliva, sin saber que carajo hará. Coloca el maletín sobre la cama y tira de mi mano para subirme a sus brazos.

— ¡Oye! ¿¡Qué te sucede!? ¡No puedes hacer esto cuando te de la gana! — Pataleo un poco molesta por su frialdad.

Sólo quería un beso o un jodido "Buenos días."

— Me pones las cosas difíciles, jovencita. — Me dice al caminar conmigo en brazos.

— ¿¡A dónde me llevas!? — Le pregunto en alerta.

¡Confío en él, por el amor de Dios! Pero su cerrada actitud me estaba dificultando las cosas.

— Debes confiar en mí y obedecer.

— ¡Confío en ti, pero eres muy mandón! ¡Carajo!

— Hoy no estoy de humor.

— ¡Ah, no me digas! ¡Casi lo descubro, blanquito! ¡Bájame, coño! — Me remuevo y él intenta mantenerme hasta llegar al lujoso baño.

— ¿¡Podrías dejar de cuestionar y replicar!? ¡Intento llevarte a la jodida ducha!

— Pues... ¡Puedo ir sola! ¡No cuadro con tu humor! ¿¡Me oyes!? — Continúo replicando, subiendo el tono de voz.

Se tensa y frunce el ceño.

— Intento cuidarte.

— ¿¡Con ese temperamento!? — Recalco con sarcasmo. — ¡No, gracias!

Descontrolado, me coloca sobre el doble lavabo de mármol, pegándome a la pared de los espejos. Me asesina con la mirada, como si luchara consigo mismo para contenerse.

— ¡Basta, Andy! ¡No puedes hacer conmigo lo que te da la gana! ¿¡Entiendes!?

Me mira enfadado mientras sujeto sus brazos con un poco de esfuerzo. Respira con dificultad y siento sus músculos tensos. Mi corazón late despiadadamente. Quería calmarlo y a la vez no. Odio ésta adicción por él.

— No estoy de humor, pero sólo intento cuidarte.

— ¿No estás de humor por lo que ocurrió en tu cama? — Inquiero al intentar dar por hecho que es eso. — Porque si es por eso, estás perdiendo el tiempo.

Engrandece sus verdes ojos y me aprisiona más aún.

— ¿Cuál es tu mierda, Adrián? — Lo reto. — Más vale que calmes ese temperamento, porque yo entiendo tus padecimientos. No tienes que enfadarte por eso. Ni siquiera estaba molesta.

— Intento atenerme. No quiero hacerte sentir mal con mis mierdas de trastornos.

— Me hace sentir mal que tú te sientas así de frustrado. Yo te lo he permitido. — Le recuerdo. Intento hacerlo entrar en razón. — Es lo que me enfada... — Recalco. — Qué tomes una cortante actitud porque intentas contenerte. Si acepté todo esto fue para que no estuvieras estresado y mal humorado. ¡Eres médico, por Dios Santo! ¡No quiero ser la causante de tus tormentos! ¡Quiero mantenerlos a raya!

Tira de mis piernas al pegarme a su cuerpo, aprisionándome contra la pared de espejos como si fuera una presa. Me besa furioso, comiéndome la boca, como si mis palabras lo reconfortaran. Esconde sus ojos en mi cuello y se mece levemente sobre mí. Por unos instantes me congelo, pero antes de que se diera cuenta de mi impresión, acaricio su cabello que aún se encontraba húmedo.

— Ya... Ojitos Bonitos... — Le digo segura para calmarlo.

Pasea su nariz por mi cuello, desesperado, como un niño cuando quiere que su madre lo mime.

— ¿Cómo te atreves a decir que yo hago contigo lo que me da la gana? — Susurra en una voz ronca y aterciopelada. — Cuando es más que evidente para mí que eres tú quién está haciendo conmigo lo que quiere... — Acaricia mis mejillas y luego sus manos se dirigen hacia los botones de la camisa que yo me había puesto para dormir.

Nos miramos fijamente mientras me desnuda sobre el doble lavabo de mármol. Luego, roza su pulgar en mis labios.

— Espera un segundo. — Me deja en el mismo lugar para abrir la ducha a una temperatura tibia. Comprueba el agua con su mano.

Cuando se dirige nuevamente hacia mí, me carga en sus brazos, desnuda, como una niña pequeña. Roza levemente su nariz con la mía y me da un casto beso para ponerme en pie cerca de la ducha. Abre la puerta de cristal y me dirige con su mano hasta la misma. Al entrar, lo miro muy coqueta.

— Es una lástima que vaya a tomar éste baño sola.

— Es una lástima que ahora mismo hayan más de treinta pacientes esperando por una consulta, sí.

Sonrío y él me guiña el ojo. Aún no podía creer que había vuelto a enfrentar su difícil temperamento.

"Dios... esto podía ser agotador."

Adrián se marcha y yo procedo a disfrutar de otro relajante baño en éste lugar.

[...]

Aún me sabe mal que Adrián crea que puedo salir corriendo por cuenta de sus parafilias. Todavía tiene miedo de que yo pueda salir huyendo, pero ya le he demostrado en muchas ocasiones que no me apartaría de su lado. Estoy casi segura que su mal humor se debe a que no pudo contenerse al experimentar la Somnofilia. Quizá debe sentirse culpable, pero francamente, yo me sentía más que aliviada y relajada. No estaba teniendo ningún problema de ese tipo con él. Aunque, también quizá su mal humor pueda deberse a otros temas altenos a nosotros. Aún no podía descifrar con facilidad a qué se pueden llevar sus cambios de temperamento.

Fui hacia la puerta corrediza que Adrián me había señalado cuando dijo que todo lo que estaba detrás de la misma era mío. ¿A qué demonios se refería con eso? Lo descubriría en éste momento.

Al abrirla, me di cuenta que era un estrecho y alargado armario, y que en el mismo, habían todo tipo de prendas. Piezas de todo tipo de ropas; zapatos, bolsos... reinaban en éste espacio. Al entrar con la boca estúpidamente abierta, me doy cuenta que todo está etiquetado con altos precios. Todo es absolutamente nuevo. A éste hombre no se le escapa nada.

Paseo por el estrecho pasillo del armario buscando qué ponerme. Me inquieta que la mayoría de las cosas en éste lugar sean exactamente de mi talla y de mi estilo. Trago saliva con los ojos como platos al rozar mis dedos por las piezas de ropa, decidiéndome por unos cortos jeans de un desgastado azul, una blusa blanca con escote entre los pechos, y mis zapatillas Converse color crema que había calzado anoche. Por alguna razón, estaban en éste escandaloso armario con todas éstas cosas.

Al terminar de vestirme, me hago una coleta alta y algunos de mis flequillos resaltaban entre mis orejas y mis sienes. Esto tenía que funcionar, tampoco me quería sentir incómoda con tantas cosas de alto costo. No estaba muy acostumbrada a ello. Siempre había preferido comprar libros por encima de las costosas ropas o accesorios.

Busqué en mi bolso algunos de mis productos para maquillarme: labios rosados, delineador para los ojos, un poco de rímel para darle vida a las pestañas y colorete para las mejillas. Estaba más que arreglada para pasar horas muertas en el apartamento de Adrián Wayne.

[...]

Después de explorar el lujoso apartamento de Adrián y descubrir que había una maravillosa azotea que permitía observar una maravillosa vista de la capital de San Juan, decidí que era el momento de volver a mis deberes. Aún dudaba que él terminara muy pronto con sus consultas, así que aprovecharía el tiempo.

En el despacho, observo todo a mi alrededor. Me sorprendía sobremanera que las paredes estuvieran llenas de diferentes tipos de libros. Todos en estricto orden alfabético y por secciones. Me acerqué a los de medicina. Increíblemente, en la sección habían muchos de los libros que yo había utilizado a lo largo de mi carrera. De hecho, habían libros que utilizaba actualmente.

Tomé el que necesitaba y me senté en un acojinado sofá que se ubica en la esquina lateral, junto a una mesita caoba.

Escucho las puertas del ascensor abrirse y rápidamente me pongo en alerta. Una señora con aspecto maternal trae una bandeja con el desayuno. Achico los ojos cuando se acerca sonriente. Tiene aspecto de ser una señora de más de cuarenta años, aunque se veía bien y presentable.

— Usted debe ser la señorita Doménech. — Ríe con suavidad y coloca la bandeja justo a mi lado, en la pequeña mesita de caoba.

— Eh... Sí, soy yo. — Sonrío tímidamente y me levanto del sofá con gesto de cortesía al dejar el libro sobre el mismo. Me abrazo a mi misma con extrañeza y ella lo nota.

— Oh, no se preocupe. No vine a incomodarla. Mi jefe, el Doctor Wayne... me envió a traerle el desayuno. — Se acerca y me abraza fugazmente, con una esperanzadora familiaridad. — Soy su ama de llave y una de las principales cocineras en la mansión.

— ¿En... serio? — Me sorprendo del nivel a dónde ha llegado Adrián con su profesión escandalosamente bien pagada.

— Sí. — Posa su mano sobre su rostro, como si fuera a vociferar un secreto. — Aunque debo admitir que tenía mucha curiosidad por conocerla. El Doctor se ha mostrado muy entusiasmado al mencionarla a usted. Es la primera vez que me envía para éste tipo de favores. — Me guiña el ojo muy pícara.

Achico los ojos y carraspeo ruborizada, como si alguien pudiera estar espiándonos.

— ¿Qué tipo de favores?

— Para atender personalmente a una mujer que le guste. Ya sabe...

Bajo la mirada, sonrojada y con las mejillas encendidas. Esto es nuevo para mí. Entonces, ¿realmente él tenía un trato distinto conmigo? Me muerdo el labio levemente, conteniendo una tonta sonrisita de niña enamorada.

— Yo... Eh...

— Ay, señorita... No se preocupe. — Me interrumpe deliberadamente. — Es muy... pero muy guapa. Puedo entender por qué el Doctor se lo toma muy personal.

"Sí supiera que prácticamente nos conocemos de hace una vida..."

Asiento tímidamente, sin palabras y sin saber que más decir al respecto.

— Bueno, tengo que volver a la mansión. Cualquier cosa que usted necesite, estaré a la orden. Ya el Doctor me puso al corriente de los tratos correspondientes de mi parte hacia usted.

— Señora...

— Margarita. — Me informa rápidamente. — Puedes llamarme Margarita.

— Señora Margarita... No tiene que molest...

— Oh, no. No, no, no. A mí no me molesta para nada hacer mi trabajo, y menos si le sirvo a mi Doctor. — Ríe dulcemente al preparar un vaso con hielo y vertir el jugo de frutas que había traído en una pequeña jarra sobre la bandeja. — Le he traído avena, yogur, y frutos secos. Espero que sea de su agrado, señorita. El Doctor me ha dicho que sería un desayuno ideal para usted, y más si se dedica a una carrera tan agotadora.

Mentalmente, pongo los ojos en blanco, pensando en todo lo que Adrián estaba haciendo.

— Puedo... suponerlo. — Digo abrumada y sorprendida. — Y, dígame... ¿Usted vive cerca de aquí?

— Oh, sí. — Acepta con sinceridad. — Vivo en la mansión del Doctor. La mayoría de sus empleados viven en el lugar. ¿Aún no ha ido? — Pregunta con curiosidad al achicar sus ojos.

— Bueno...

Es cierto... Jamás me ha llevado o invitado a su casa. Y estoy suponiendo que debe ser por lo que me había dicho una vez; sobre que la dependencia no iba con él. Quizá mantenga éste tipo de relación fuera de su vida privada. Un pequeño apretón en mi corazón me alarma.

El sonido del ascensor vuelve a tener mi atención al ver que se abren sus puertas. Adrián entra con su habitual expresión despreocupada. Su bata blanca luce reluciente e impoluta sobre él y su elegante vestimenta, su nombre con sus dos apellidos acompañados de las habituales siglas doctorales estaban grabadas en un color azul oscuro sobre la parte superior izquierda.

Se acerca hacia el área dónde ambas estábamos. Me estudia con la mirada, observándome de abajo hacia arriba y viceversa. Él nota que estaba cómoda y ambientada en su lujoso imperio personal, así que percibí alivio en sus ojos. Luego, mira a Margarita más familiarizado.

— Doctor... — Lo llama con impresión. Al parecer, no esperaba verlo precisamente en éste lugar en horas de trabajo.

"Ni yo tampoco..."

— He venido a traer el desayuno de la señorita Doménech, como usted ha dicho. También dejé preparado el suyo en la sala de descanso.

— Lo sé. Gracias, Margarita. — Le guiña el ojo de esa forma tan dulce y sensual que sólo él sabe hacer. Coloca sus manos en los bolsillos de la bata blanca y nos mira a ambas muy comedido. — Sólo vine a comprobar que todo estuviera bien por aquí... — Clava su mirada verde en mis ojos, sin apartarlos, aún con su ama de llaves presente.

Mierda. ¿Por qué tiene que presentarse en éste preciso momento en el cuál iba a recibir un poco de más información sobre su vida privada?

— Oh, yo los dejaré sólos... — Margarita nos avisa con un tono de voz demasiado pícaro. — Regresaré a la mansión. — Le avisa a Adrián. — Si necesita algo más sólo avíseme.

Adrián asiente sin dejar de mirarme y sin parpadear ni una sola vez. ¿Ahora que le sucede? Sólo espero que esté de mejor humor...

Margarita tomó el ascensor, y cuando sonó avisando que las puertas del mismo iban a cerrarse, Adrián me sonrió levemente. Algo se traía entre manos y yo lo podía presentir.

Verlo así, tan elegante, sensual, y con esa chispa de dulzura maliciosa, me enloquecía de una manera abrupta.

— ¿Cómo le va allá abajo, Doctor Wayne? — Me cruzo de brazos, aún abrumada por el arrebato que tuvo hace un rato conmigo

— Aburrido, pero bien. — Camina lentamente al rodearme por completo para darme un repaso muy descarado. — ¿Ya te has familiarizado con el lugar?

— Un poco.

Siento su mirada paseándose por mis nalgas mientras continúa rodeándome como una presa sin escapatoria. Rasco mi nuca un poco nerviosa.

— Ya veo que estabas a punto de estudiar... No quería interrumpir tu labor tan temprano, pero tengo algo para ti. — A diferencia de mencionarlo como si fuera una sorpresa, se escuchaba como si me lo advirtiera.

Fruncí el ceño y él volvió a enfrentarme directamente a los ojos.

— ¿Ah... sí? ¿Algo así cómo un armario con piezas de ropas y accesorios con precios exorbitantes?

— Asumí que aceptarías pasar el fin de semana conmigo, así que he mandado a prepararlo sólo para tu uso.

Engrandecí los ojos al negar sin entenderlo.

— ¿Cómo? ¿No es el armario que han usado tus acostada anteriores?

— ¿Para qué carajo me iba a molestar en preparar algo tan serio para mí en una de mis propiedades? Es tuyo.

— No te lo...

— No me lo has pedido, pero por mis cojones decidí hacerlo, jovencita.

Enarqué las cejas, retante, y asintiendo con una sarcástica expresión en mi rostro.

— ¿Y ahora qué crees tú que me darás por tus cojones?

Sonríe, divirtiéndose con mi sarcasmo y con mi asesina mirada hacia su cuestionable actitud.

Él remueve una de sus manos en el bolsillo de su bata blanca al sacar una pequeña caja con la etiqueta Apple de nombre. Soy capaz de reconocer el i Phone último modelo que ha salido en los mercados.

— ¿¡Qué!? ¡No! — Inquiero al instante. — Había preparado un presupuesto con un dinero que pretendí guardar de mi beca prestamista para comprar un teléfono el próximo mes.

— Pues ya no lo tienes que hacer. Problema resuelto.

— Pero...

— Jovencita...

— Pero... — Balbuceo al ver que eleva la mano para detener mi queja.

— Me siento culpable de lo que pasó entre Jesse y tú. Intento reparar mi daño.

— No es tu culpa.

— Lo es.

— No.

— Sí.

— No es tu culpa, y no me gusta que gastes dinero en mí.

— Lo hago con sumo gusto y me place gastar en ti. No importa cuántas veces vengas a joderme con tu modestia, siempre gastaré en ti lo que me de la gana.

— Ay, por Dios... — Me quejo al poner los ojos en blanco.

Me mira con impresión y una extraña curiosidad se desborda en sus ojos.

— ¿Qué? — Vuelvo a preguntar, estupefacta con todas sus acciones.

— Me resulta extraño y excitante no impresionarte tan fácilmente con cualquier cosa. Sabía que esto sucedería. Eres tan terca, y por eso disfruto tanto cuando te hago gritar y gemir.

Abrí la boca con un gesto disimulado de mujer ofendida. Niego con una sonrisa. Mis mejillas estaban calientes, y eso, le divertía totalmente. Estira la mano para entregarme la pequeña caja con el artefacto.

— La nena sólo tiene que sonreír y darle las gracias a su papi. — Bromea al dejar la boca un poco entreabierta con sensualidad.

Tomo la pequeña caja sin despegar mis ojos de los suyos tan verdes y juguetones. Me giro con ademán de ignorarlo. Coloco la pequeña caja al lado de la bandeja con el desayuno.

"¿Quieres jugar conmigo? Entonces, juguemos..."

— Gracias, papi... — Muerdo mi labio inferior al contener una sonrisa.

Siento como sus firmes y preciosas manos me sujetan la cintura para adherir mi espalda a su cuerpo. Percibo una sonrisa maliciosa cuando asoma sus labios al lóbulo de mi oreja.

— Me queda claro tu gran afán de provocarme. — Su erección sobre mis nalgas era evidente y quería dejármelo saber. Con descaro, presiona su bulto más prominente, causando que yo me mueva al compás de su provocativo acto. — No me hagas esto ahora, Aly. — Inquiere, aunque su voz sonaba como una súplica. Besa mi hombro al apartar mi coleta hacia un lado. — Me gustas en... todas... y... cada... una... de tus facetas. — Plasma repetidos besos desde mi hombro hasta mi nuca. — Pero ésta, es la más que me gusta... Qué te dejes llevar por mí y el deseo de que yo te posea. — Sus manos se cuelan bajo mi blusa, paseándose por mi abdomen y ascendiendo hasta mi torso. Eleva mi blusa hasta el nivel de mi sujetador y mis pechos, masajeándolos aún con ellos puestos.

Cierro mis ojos, complacida, ansiosa de sus perfeccionistas y pulcras manos. Inclino mi cabeza en su hombro y me encuentro con sus ojos desde mi posición.

— ¿Quieres un beso? — Pregunta engreído, seguro de sí mismo y de lo que me estaba causando.

— Ujum.

— Sabes lo que pienso de tus "Ujum."

— Sí. — Corrijo.

Él sonríe complacido.

— ¿Quieres que te lo haga y te joda aquí mismo? — Ésta vez, susurra cerca de mi oreja, con su apetecible boca entreabierta y en una media sonrisa engreída.

Gimo ante sus insistentes caricias en mis pechos. Sin quitarlos, baja el sujetador, haciendo que mis pechos se eleven más para poder darle acceso a sus dedos y tener contacto con mis pezones. Me arqueo en el bulto de su entrepierna y él ríe dulcemente.

— Si no respondes, no iré más alla. — Me advierte contundente.

Me relamo y presiono mis labios con frustración. Intentando contenerme de su juego mental y controlador.

— ¿Quieres que me detenga? — Me amenaza.

Continúo conteniéndome y presiona mis pezones con dureza.

— Responde.

— N... No.

— ¿No, qué?

— No te detengas. — Respondo con la voz ahogada, excitada, ansiosa por todo de él.

Me da un beso fugaz en la mejilla al sonreír con lujuria.

— Vamos a ver hasta dónde puede llegar tu sinceridad... — Bromea, amenazante, jugando con mi placer y con mis ganas de tenerlo.

Sus manos descienden lentamente hacia mi vientre, acariciando con sus dedos y sus uñas mi piel erizada. Me hace cosquillas al rozar sus dedos por mi ombligo, y antes de predecirlo, ya sus manos estaban en el botón de mis cortos jeans desgastados.

— Esto... — Desabotona mis jeans. — Me gusta... — Muerde mi hombro con descaro y ahogo un gemido ensordecedor.

— Por favor... — Le permito seguir, perdida de excitación y ansiosa por ser suya.

— ¿Por favor? — Su mano derecha se dirige al interior de mis jeans. — ¿Vamos avanzando con que aprendas a responder cuando yo pregunte lo que quiera?

— S... Sí.

— Yo sé que sí... — Baja completamente la cremallera de mis jeans. — Eres muy inteligente, y sabes que debes obedecerme. Di que lo harás. — Me ordena. — Di que me obedecerás y te doblegarás a mí placenteramente.

— Andy...

— Dilo. — Su mano se cuela en el interior de mis bragas, comprobando mi humedad. Sonríe en mi oreja al sentir que su mano resbala en mi sexo. — Tienes que decirle a papi... — Me advierte en un susurro, cobrando mi broma.

— Sí... Sí... por favor...

— Tienes que decir que me obedecerás y te doblegarás a mí placenteramente. — Pega su nariz a mi mejilla mientras aún juega con mi sexo, rozando sus dedos de arriba hacia abajo y viceversa.

Adrián se da cuenta que me tiene perdida, casi tocando las estrellas. Con su mano desocupada, sujeta mi quijada firmemente, mordiendo mi barbilla, y sin detener sus dedos sobre mi sexo.

— Estoy esperando.

"¡Maldición, Nere! ¡Sólo déjate llevar por ésta vez! ¡Mierda!" Mi subconsciente también quiere esto.

— Te obedeceré y... — Gimo al sentir cómo su dedo índice se introduce en mi vagina.

— Continúa. — Me susurra muy cerca de mi mejilla, incitándome a proseguir.

— Te obedeceré y me... doblegaré a ti placenteramente. — Mis mejillas arden por el jodido rubor de esas palabras que parecen reconfortarlo a él.

— Entonces... — Introduce su dedo una y otra vez, constante, lentamente. — ¿Lo tendrás en cuenta?

— Sí... — Gimo.

— ¿La niña obedecerá cómo su Andy se lo pide? — Pregunta con lujuria, coqueto, ahogando un ronco y dulce gemido de satisfacción.

— Sí...

Sonríe, perdido en la piel de mi mejilla. En ese instante, detiene sus dedos, justamente cuando comencé a perderme por completo en su juego adictivo. Parpadeo repetidas veces al ver que se aleja pasivamente, escrutándome con sus hermosos ojos claros. Carraspea suavemente al alzar la mirada con una expresión de satisfacción arrogante.

— Dicho eso, resuelves mis dudas en cuánto a tu placer que es mío. — Vocifera inteligentemente.

— Pero...

— Debo volver a mis deberes. — Contiene una sonrisa maliciosa al morder su labio inferior.

"¡No puede ser! ¡Maldita sea!"

— No... No puedes... hacerme esto... — Le advierto con las hormonas rebeldes.

— De hecho, ya lo hice. — Mira su reloj de muñeca y luego vuelve a posar sus ojos en los míos. — Te veré más tarde, Aly.

Niego, indignada, furiosa por la frustración con la que me deja parada como una idiota en el despacho mientras vuelve a tomar el ascensor hacia la primera planta. Cuando las puertas del mismo se cierran, pongo mis manos en mi cabeza, con ganas de revolverme el cabello desesperadamente por acceder a sus preguntas.

"Mierda, mierda, y mil veces... mierda."

Tenía que calmarme. Definitivamente, tenía que hacerlo, porque estaba a punto de estallar en un berrinche, y era lo menos que quería demostrarle a él. En éste juego que yo había comenzado, pensé que saldría ganadora ésta vez, pero no fue así. Mi Cura Prohibida era inteligente y brillante en tantos ámbitos, que aún no entiendo cómo pude dudar en éste aspecto sobre su obvia inteligencia calculadora y mandona.

Cuando al fin me di cuenta que continuaba parada como una estúpida con la ropa desaliñada y entre abierta, me la arreglo bruscamente y apretando los dientes.

"Muy bien, Andy... Has desempatado nuestro juego..." Hasta mi subconsciente admitía que habíamos perdido ésta vez.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top