Capítulo 19 | Parte 1.
Capítulo 19.
—¿¡Qué!? ¡Maldita basura! —exclamó Gloria con indignación.
Cuando terminé de ducharme y cambiarme de ropa en el baño del cuarto de descanso de Adrián, volví al piso de emergencias para avisarle a Gloria que me encontraba bien. Le conté sin lujos ni detalles la razón por la que había sufrido una crisis emocional en la tarde.
Le conté sin mucho lujo de detalles la razón por la que había sufrido una crisis emocional en la tarde.
—Pues, sí... —suspiré llena de decepción—. Mi hermano lo vio, y lo confirmó con seguridad —dejé caer mis hombros.
—Es un imbécil, Nere, pero estoy segura de que lo superarás —me dijo mientras me reconfortó con un fuerte y cálido abrazo.
—Sí... No sé cómo comenzar, pero claro que lo haré. Además, tengo una idea en mente. Esto no se quedará así.
—Nere, no sé si sea buena idea...
—No tomaré venganza, pero pienso desenmascararlo con todas las mentiras que me ha hecho creer. Terminaré con él, claro está. Pero cuando tenga todas las pruebas para restregárselas en la cara y no tenga ninguna excusa que le dé alguna esperanza.
—¿Estás segura? —preguntó con preocupación y curiosidad—. Sabes que puedes terminar con él y ya. Estará de él saber su fallo contigo, aunque pienso que no es mala idea lo que propones.
Tenía ciertas y nuevas razones que me llevaban a hacerlo de esa manera. Aún no estaba absolutamente segura de las locuras que me habían ocurrido con Adrián Wayne, pero prefería mantener todo como estaba. Al menos hasta que resolviera completamente las mierdas con Jesse. Mientras menos implicado estuviese Adrián, sería más fácil para mí terminar con la situación como se debía
Gloria aún desconocía los acontecimientos que últimamente había vivido con el hijo de nuestro director. Sin embargo, estaba consciente de que tendría que explicarle ciertas cosas.
—Gloria, aparte de todo, hay un pequeñito detalle que hace todo esto más complicado —mi expresión reflejaba preocupación.
Gloria me observó con más curiosidad. Quizá pensaba que me estaba volviendo loca en el momento que esperaba la nueva información que iba a brindarle.
—Verás... Jesse es el mejor amigo del doctor Wayne Milán —le confesé.
—¿Qué? —abrió la boca con exageración, petrificada.
Gloria trataba de asimilar la nueva información como podía, pero aun así no dejaba de mirarme perpleja.
—Sí, verás... Lo que sucede es que por mis despistes no lo sabía. Realmente, ese pequeñito detalle se me fue de las manos.
—"¿Pequeñito detalle?" —su pregunta fue sarcástica.
—Está bien, no es un pequeñito detalle —me rendí—. Gloria, yo conozco al doctor Wayne Milán desde que éramos mucho más jóvenes que ahora. Y no fue hasta hace unas cuantas semanas que toda esta maldita locura ha cobrado sentido. ¿Me entiendes?
Gloria negó con la cabeza mientras sus ojos no parpadeaban ni una sola vez.
—Bueno, lo conocí más o menos a los... —cerré los ojos por unos milisegundos para calcular exactamente—. Sí... Mmm... A los ocho años. ¡Y él pretendía que yo lo reconociera después de tantos años! Aunque, claro... No fue como hasta mis dieciséis o diecisiete años que lo dejé de ver.
—Entonces, ¿quiere decir que por esa razón se conocen desde jóvenes? ¿Por el tal Jesse?
—Así es —afirmé al asentir con los ojos engrandecidos.
—Eso significa que conoces a Jesse desde hace un buen tiempo —confirmó mientras ataba cabos.
—Prácticamente, el mismo tiempo que conozco al doctor Wayne Milán, sí —rasqué mi nuca levemente.
—Al menos esa parte la tienes clara. Jesse aún es tu imbécil novio, y el doctor Wayne Milán es el hijo de nuestro director —asintió al reflexionarlo—. Y probablemente sea tu jefe en una futura residencia.
—Sí —afirmé entre dientes.
—Bien. Eso no tiene mucha importancia, Nere —su tono fue más despreocupado—. El doctor Wayne Milán es un compañero de trabajo, y Jesse sigue siendo el imbécil que es. ¿Cuál es el problema? Lo único que se te fue de las manos es no arrancarle la cabeza al novio que te cargas.
Me acerqué más a ella, mirando a nuestro alrededor, asegurándome de que nadie nos estuviese observando en el pasillo.
—El doctor Wayne y yo nos besamos.
—¿¡Qué!? —se cubrió la boca para no gritar.
—Prácticamente, dos veces.
—¡Carajo, Nere!
—Bueno, esas dos veces cuentan en la boca. En otras ocasiones me ha besado en otros lugares.
—¿¡Qué "otros lugares"!? —preguntó con sorpresa.
—Gloria...
—Así que el doctorcito jode hormonas contiene de las suyas... —comentó en tono sugerente.
—Gloria, esto es serio —le susurré.
—Bueno, sí. Pero ahora que lo pienso, no debes sentir ningún tipo de remordimiento, Nere. Jesse hizo mal y...
—Muchos de los encuentros con Adrián ocurrieron...
—¿"Adrián"? Vaya... —me interrumpió.
—Como te decía —proseguí entre dientes—, algunos de esos encuentros ocurrieron cuando aún yo no sabía lo de Jesse. ¿Entiendes? ¿Cómo quedo yo?
—Quedas como la afortunada de todo esto —reiteró con seguridad.
—Claro que no, Gloria.
—Vamos, Nere... No te tortures por eso, ¿sí? Además, es comprensible que eso te suceda y no te resistas.
—Estás loca...
—No más que tú, amiga.
Estaba a punto de marcharme para mi hogar.
—Nere, por cierto, necesito un favor —me avisó con timidez—. Aún mi carro está en proceso de reparación y necesito que alguien me lleve de vuelta a mi casa el viernes cuando acabe mi turno. Pensé que tú...
—Claro, Gloria. No tienes que darme tantas explicaciones para algo tan necesario. Te llevaré a tu casa —le sonreí un poco agotada.
🔹
Estaba manejando hacia mi hogar mientras reflexionaba todos los acontecimientos, incluyendo los de Jesse. Aún sentía una rabia que me consumía por dentro.
«¿Cuánto tiempo me habrá estado engañando?»
Todavía había ciertos detalles que no lograba comprender, pero antes de continuar dándole vueltas a las situaciones, el teléfono me sacó de donde quiera que hayan estado mis pensamientos.
«Hablando del rey de Roma...».
Era Jesse...
—Hola —respondí cortante.
—Hola, cariño. ¿Cómo has estado, preciosa?
—He tenido mejores días.
—¿Un mal día, cariño? —su voz parecía llena de preocupación.
«Así que este hombre sabe cómo y cuándo mentir. Genial... Era todo un experto en el teatrito que armaba», pensé entre dientes.
Mi rabia aumentaba mucho más al darme cuenta de que él se creía que continuaría viéndome la cara de estúpida.
«Esta vez no sería así».
—Lo siento, Jesse. ¿Estás bien? —le pregunté al mantenerme en su nivel.
—Sí, amor. Verás... Quería avisarte que mañana no podremos salir. Tengo una reunión muy importante sobre un divorcio legal. Creo que tomará un par de horas —su tono de voz cambió con sospechas.
«¿Tan estúpida fui para no darme cuenta antes de su maldito comportamiento? No puedo creerlo».
—Claro —continué con la voz cortante.
—Pero este fin de semana será de nosotros y para nosotros. Lo prometo, amor. ¿Qué tal una cena este sábado en mi casa o en la playa en pleno atardecer?
—Me parece perfecto —le dije sin sentir ni una pizca de emoción.
Sin embargo, una idea se me ocurrió.
—Oye, Jesse... ¿Estás en tu casa? Debes estar cansado. Quizá te gustaría que pase por allí hoy. ¿Qué te parece?
Sabía perfectamente que su respuesta sería una excusa barata, pero no podía dejar de castigarme y torturarme por haber sido una idiota. Quería seguir comprobando cada faceta de este engaño.
—Cariño, ¿puedes creer que aún no he llegado a la casa?
—Ah, ¿sí? ¿Por qué? —disimulé mi disgusto al continuar con la patética conversación.
—Terminaba de redactar unos documentos que tenía pendientes. Dentro de unas horas salgo para mi casa.
—¿Estás seguro, Jesse?
—Sí, ¿por qué?
—Solo me preocupo —le dije al tratar de contener mi ira.
Tenía que arreglar la conversación si quería descubrir las mentiras como eran.
—Jesse, comprendo que estés cargado de trabajo. Sé que tenemos una semana difícil. El sábado será.
—El sábado es todo para ti, Nere. Lo prometo.
«Eso lo veremos, Jesse Montenegro».
🔹
Era viernes. Me encontraba en el piso de emergencias cumpliendo mis horas de turno. Era una tarde pesada.
Empleados técnicos colocaban y pegaban con cinta adhesiva en cada lugar disponible y sobre las paredes de los pasillos muchas copias de un comunicado.
Caminé hacia el área de recepción del piso de emergencias. Estudiantes internos como yo estaban reunidos, observando y comentando sobre una de las tantas copias.
—Kenneth, ¿qué sucede? —le pregunté con curiosidad a uno de mis compañeros.
—Tienes que verlo por ti misma, Nere —me exhortó con una pizca de emoción.
Me abrí paso entre los demás y leí:
📄
Estimados internos y residentes:
Se ha pautado una reunión educativa e importante. Por lo tanto, sus presencias serán indispensables. Deberán asistir con suma responsabilidad.
Lugar: Segundo piso, puerta A-18.
Día y hora: lunes, 7:30 am.
Motivo: Educativo, pautado para un seminario virológico.
Firmado:
Dr. Andrés Wayne
(Director de internos y residentes)
Dr. Jaime Bachéeles
(Director del Hospital General De Puerto Rico).
📄
«¿Un seminario virológico? ¿De qué se tratará con exactitud?»
—Kenneth —llamé a mi compañero sin despegar la vista del pequeño comunicado—. ¿Tienes idea de qué se trata con exactitud?
—No lo sé —suspiró mientras dejó caer sus hombros con despreocupación—. Ya sabes que en este hospital no faltan las sorpresas para los internos y residentes. Especialmente, para nosotros los internos.
—Eso es seguro... —comenté a regañadientes, aunque calmada.
Damián se acercó hacia nuestra dirección mientras se colocaba la bata blanca sobre su uniforme azul.
—Buenas tardes, doctor Del Valle. ¿Cómo se encuentra hoy, colega? —le pregunté con una vaga sonrisa.
—He estado en mejores momentos —me responde con sarcasmo—. No comprendo el por qué debo asistir a una reunión educativa y rodeado de internos —terminaba de ajustar su bata médica—. Trabajé y estudié muy duro para tener que asistir a seminarios de principiantes.
—Doctor, no sea tan pesimista con estas situaciones. Además, es un seminario de virología —Le comenté tranquilamente.
—Ya viví todas esas experiencias y situaciones en los seminarios de novatos. Esta vez no entiendo el por qué debo asistir a uno de esos. Ya trabajé con insectos y parásitos —me informó entre dientes.
La enfermera Holán le trajo un documento y él lo firmó con aburrimiento y arrogancia.
—Y créame, interna, no es nada agradable ni placentero —vociferó.
Su enfermera nos miraba con suma diversión.
—Señorita Doménech, el doctor Del Valle detesta los insectos y los parásitos —me informó riéndose.
Damián carraspeó ruborizado.
—No los detesto. No son... agradables. Por cierto, enfermera Holán... ¿Usted sabe cuál es mi propósito en ese seminario educativo? Acabo de enterarme exactamente hace diez minutos —Damián le informó mientras observó la hora en su reloj de muñeca.
—¿Cuál es su problema, doctor Del Valle? —le pregunté con normalidad —. Es una simple reunión.
—Tengo otras cosas que hacer. Mi vehículo está... —pensó lo que iba a decir—. Bien... Se ha jodido la maldita pintura de mi nuevo vehículo por culpa de una loca psicópata. No estará listo hasta la próxima semana, y el domingo trabajo un turno extra en el centro clínico de emergencias hasta la madrugada.
»¿Crees que es maravilloso para mí llegar aquí un lunes a las 7:30 de la mañana para escuchar y observar cómo le colocan el condón a una banana mientras la que explica todo el proceso tiene arrugas con vellos y voz de leñador? Disculpen, pero... ¿Quién carajo no sabe colocar un jodido profiláctico a estas alturas?
La enfermera Holán, Kenneth, y yo nos reíamos de las expresiones de Damián.
—¿Y usted de qué se ríe, interno? —Damián le preguntó con seriedad al asesinarlo con la mirada.
—Doctor, yo... Debo trabajar —su sonrisa se borró y salió disparado hacia el pasillo de emergencias.
La enfermera Holán y yo nos quedamos petrificadas por unos instantes, mientras los demás internos que también se encontraban cerca guardaban silencio.
«Ahora que lo pensaba bien... Jamás he puesto un jodido profiláctico. ¿Comenzaba a preocuparme ese hecho? ¡Pues claro qué comenzaba a preocuparme! ¿Veintidós para casi veintitrés años y aún no sabía colocarle el profiláctico a un hombre? Nere, no pienses en esas cosas...»
Damián no aguantó su cara de seriedad y estalló en carcajadas.
—Necesito un maldito café cargado —mostró una sonrisa de total arrogancia.
Todos volvíamos a actuar con normalidad, aunque Damián decidió marcharse para atender a sus pacientes.
—Está desesperado —le comenté sorprendida a la enfermera Holán, mientras observábamos a Damián desaparecer del pasillo.
—Últimamente, ha tenido una mala racha —su voz era sorpresiva al igual que la mía mientras miraba hacia la nada.
—Señorita Doménech —me llamó mi dirigente al asomarse en el marco de una puerta al final del pasillo—. Por favor, sígame. Un caso clínico de trauma cerca de la zona mastoidea.
Me despedí de la enfermera Holán con un gesto amistoso para seguir mi camino hacia la puerta donde me esperaba el doctor Luciano Santiago.
🔹
Eran casi las 10:00 de la noche cuando había terminado de atender al paciente por el cual mi dirigente me llamó. Al final nos dejó trabajar con normalidad.
Salí por la misma puerta que había entrado, pero con manchas de sangre sobre el uniforme. Algunas pequeñas gotitas cayeron sobre mis clásicas Converse.
Sentí mi teléfono vibrar en uno de los bolsillos de mi uniforme y lo saqué al instante. Al mirar la pantalla, me di cuenta de que tenía un mensaje. Abrí la bandeja de mensajes mientras me di cuenta de que el número no estaba registrado en mis contactos:
|¿Cansada? Supongo que sí. A veces son muy exigentes con los internos.
Dr. AWM|
«Esas iniciales en la parte inferior de la bandeja textos recibidos las conozco. ¿Cómo obtuvo mi número de teléfono?»
|Así es, doctor Wayne. Son muy exigentes.
Al parecer, los futuros directores de cirugía no son tan "exigentes" cuando se trata de coquetear y conseguir números ajenos...|
|No estamos entrelazados profesionalmente en la rama de la especialidad, así que no cuenta como una situación antiética.
Aún...
Dr. AWM|
Puse los ojos en blanco al volver a responderle:
|Debe conocer muy bien el tema de la "antiética" junto a la enfermera Bosch.
Todo un experto en el tema...
¿No es así?|
Su respuesta tardó:
|Aly, ¿dónde estás?
Dr. AWM|
«¿Ignoraba mi comentario? ¿En serio?»
|¿Cómo conseguiste mi número, Adrián?|
|No respondió mi pregunta.
Dr. AWM|
|Y usted no respondió la mía, doctor Wayne.|
Estaba terminando de limpiar las gotas de sangre que yacían secas sobre mis Converse, hasta que el teléfono vibró nuevamente:
|Últimamente soy el dueño y responsable de sus besos, jovencita.
¿Cómo creyó que no sería capaz de conseguir el número de teléfono de la que lleva mis besos en sus labios y en el diez por ciento de su piel?
Dr. AWM|
No podía evitar leer sin que la respiración se me entrecortara al suspirar. Instantáneamente, recibí otro mensaje:
|La estoy esperando, jovencita.
Dr. AWM|
Leía su mensaje cuando estaba a punto de salir del vestidor para dirigirme hacia el pasillo.
"Usted es el hijo del director de internos y residentes, el hijo de mi jefe. Sin contar que también será el director del departamento de cirugía. Y si apruebo para una futura residencia, será mi jodido jefe, mi director. ¿Está consciente de todo eso, doctor Wayne?".
Por un par de segundos, me quedo observando el mensaje que ya le había enviado, comprobando que todo estuviese bien redactado.
«Bien, con esto le bastaría».
Abrí la puerta tranquilamente, con el propósito de volver a mi hogar.
—Perfectamente consciente, jovencita —afirma Adrián al sonreír.
Estaba recostado sobre la pared que se ubicaba frente a la puerta por la que yo acababa de salir.
Tenía su vestimenta habitual; una camisa abotonada de vestir azul oscuro remangada sobre sus delgados y fibrosos brazos, y un elegante pantalón negro que le hacía juego con sus carísimos zapatos.
Guardó su iPhone en el bolsillo del pantalón mientras sus ojos claros me observaban destellantes.
Mientras lo observaba embobada con una pequeña y profunda felicidad que solo yo sabía, toqué mis brazos y mis hombros para darme cuenta de que había olvidado mi mochila. Rodé los ojos al darle la espalda para volver hacia el vestidor.
—Me distrae constantemente —le dije mientras volví a entrar.
Adrián me siguió con mucha cautela y calma.
—Tengo mucho trabajo, mucho que estudiar y... —abrí el pequeño armario donde se encontraba mi mochila y mis llaves—. Tengo muchas cosas que hacer —tragué hondo.
Sabía perfectamente que él estaba detrás de mí esperando que lo enfrentara y lo mirara al rostro.
«No podía mirar esos hermosos ojos en estos momentos. No cuando desde mi posición podía oler su exquisito aroma».
—Soy una mujer muy ocupada, doctor Wayne.
Su suave y bonita carcajada me interrumpió.
Me giré para enfrentarlo mientras colgué la mochila sobre uno de mis hombros. Tragué hondo con disimulo.
El ojiverde me cargó la mirada y se mordió el labio inferior levemente.
«Típico de él», pensé.
—De hecho, también tengo mucho trabajo, mucho que investigar y muchas cosas por hacer —me informó con tranquilidad.
Elevé un poco el brazo donde colgaba mi mochila y rasqué mi nuca con un gesto de nerviosismo.
—Pero eso no me impide querer verte, aunque sea para disfrutar tus gestos nerviosos cuando me ves —sujetó mi mano con suavidad, interrumpiendo mi tonta acción—. Vine por otra dosis de esto... —rozó su pulgar sobre mis labios mientras bajó mi brazo con suavidad.
—No me ha dicho cómo consiguió mi número de teléfono. Además, yo no tengo tiempo para estas cosas, doctor Wayne. Tengo asuntos que resolver.
—Lo sé. Pero yo no soy ese asunto —acarició mis labios con dulzura, mientras que yo tragué saliva—. Debes permitirme otra dosis de esta boquita... —susurró mientras acercó su perfecta boca hasta la mía.
Mi teléfono comenzó a vibrar en mi mano desocupada. Adrián se dio cuenta y me lo quitó para volver a acercar su boca.
Al sentir sus labios tocar los míos, coloqué mis dedos entre nuestras bocas para evitar caer en la tentación. Sin embargo, Adrián los besó y los mordió con suavidad y dulzura. Luego, apartó mi mano y me besó con fervor.
Me apoyé de su nuca con suavidad, mientras el teléfono volvió a vibrar en su mano. Pero a él no le importó y continuó besándome con dulzura al aprisionarme contra la puerta del armario.
—No sigamos besándonos —traté de insistir con suma debilidad, mientras que él continuó adueñándose de mis labios—. Nos pueden ver.
—Lo sé... —posó su mano desocupada sobre mi mejilla mientras su mirada clara fue destellante—. Pero ya que no eres capaz de decirme con palabras que te gustan mis besos, hago que me lo demuestres con tus acciones —su voz fue entrecortada como la mía cuando volvió a robarme otro apasionado beso.
Comencé a gemir casi en un susurro mientras sentí como su boca cruzó hacia mi mejilla y mi oreja.
—Ético o no, siempre te he deseado —podía inundarme de su aroma mientras me lo susurraba al oído con la voz ronca y aterciopelada—. Me gusta una estudiante, una interna... — besó el lóbulo de mi oreja y volvió a dirigir su boca hacia mi mejilla—. Pero no me importa, Aly. Porque siempre te deseé, antes de que fueras lo que eres. Antes que Jesse... —me miró fijamente a los ojos al decir la última frase.
—Sé que...
Posó su dedo índice sobre mis labios, sonriendo.
—Shh... Tendrá que ser hasta aquí nuestra conversación de hoy —enarcó las cejas mientras miró hacia la dirección que se encontraba la puerta—. Debemos salir.
Una vez que recobramos la compostura, Adrián me devolvió el teléfono. Con normalidad y frescura, colocó las manos en los bolsillos de su pantalón. No sabía cómo reaccionar ni cómo dirigirme a él en el momento.
«¿Tenía que dirigirme a él como una interna o como una amiga que estaba llenándose de sus privilegios? Maldita sea, estaba confundida».
Caminó junto a mí con despreocupación. Sujeté mi mochila con insistencia y rubor.
Al abrir la puerta, noté cómo Gloria casi se tropezó con el vaso de café vacío que tenía pegado sobre la puerta, mientras que Damián se apartó de esta con disimulo, mirando hacia el techo.
—Interna, gracias por los datos y por entregarme los análisis. La herida en el área mastoidea no califica para una intervención quirúrgica. Con las suturas que trabajaron, entiendo que bastará. Gracias por el informe —Adrián sacó la mano del bolsillo con normalidad y me la extendió con suma profesionalidad.
«¿Cómo sabe sobre los casos en los cuáles participo? Este hombre es más inteligente de lo que pensé...»
Dudosa, le extendí mi mano mientras sentí cómo mis mejillas se calentaron. Sin embargo, él decidió marcharse con serenidad.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top