Capítulo 18 | Parte 1.
Capítulo 18.
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Salí de mi hogar con la mochila y mis libros hacia la parada del bus escolar. Tenía mucha prisa por llegar a mi destino.
—¡Oye, espera! —escuché una desesperada y dulce voz—. ¡Alysha! Eh... ¡Señorita!
El chico tímido bajó las escaleras del balcón de la casa de los padres de Jesse. Se dirigió hacia mi dirección con pasos agitados.
—¿Cómo estás? Ve... Veo que te diriges hacia la escuela —comentó casi sin aire por la prisa que estaba cargando.
—Cálmate, ¿sí? —le sonreí con despreocupación—. ¡Oye, qué hermoso te ves! ¿A dónde vas? ¿Una chica? —le pregunté con curiosidad.
—"¿Una chica?" —reflexionó por unos segundos—. Bueno, yo...
—Ah, ya sé... ¡Tendrás una cita! —posé mis manos sobre sus hombros con calidez.
El chico tímido se tocó su sedoso cabello con algo de nerviosismo.
—Bueno, te había dicho que obtuve una beca con la que pude adelantar ciertas materias y...
—¿Sí? —lo interrumpí.
—Sí. La última vez que te vi. Hoy es mi graduación...
—¿¡Qué!? ¡Felicidades! ¿¡Sabes!? Apenas me falta un mundo para terminar la escuela, pero me gustaría poder ingresar en una universidad y graduarme de igual forma que tú. Quiero estudiar medicina.
—¿De verdad? —su expresión se iluminó.
—¡Sí! ¡Una de mis mayores metas es ser médico! ¿¡De qué te graduaste tú!?
—La verdad es que hace un tiempo que ya me gradué de la universidad —me sonrió—. Estaba en la etapa de estudios graduados...
—Un chico genio. ¡Muy bien!
Ambos sonreímos.
—¿A qué te dedicarás? —le pregunté con extrema curiosidad.
—Te sorprenderá saber que obtuve una beca para realizar un internado en medici...
—¡Amigo! —gritó Jesse desde la puerta de su casa—. ¿¡Qué haces!? ¡Ven! ¡Nuestros padres esperan por las jodidas fotos familiares!
—Sí, iré en un minuto.
—¡Date prisa o llegaremos tarde!
—Ho... Hola, Jesse... —lo saludé con un gesto de mano mientras los nervios me atacaban.
El chico tímido de ojos claros me observaba con una mirada profunda...
—Hola, vecina —Jesse me saludó cortante y volvió al interior de su casa.
Mi vista se perdió por unos segundos en la dirección que se había encontrado Jesse.
—Aly... —el chico tímido volvió a captar mi atención.
—¿Me decías? —le sonreí.
—¿Leíste el libro que te regalé? —preguntó.
Sus verdes y claros ojos me observaron con una preocupación inquisitiva. Sin embargo, no logré entender a qué se refería.
—"El Amor En Los Tiempos Del Cólera" de Gabriel García Márquez —me recordó con un tono lleno de desilusión.
—Ah... Aún no, pero lo leeré. Lo prometo.
Suspiró, colocando las manos en los bolsillos de su pantalón.
—Claro... —me sonrió sin ganas de hacerlo—. Tengo que irme.
Se retiró, aún sin yo entender sus últimas reacciones.
🪶
Abrí los ojos con insistencia. Desperté de golpe y bastante desorientada.
«¿Dónde estaba? Sí, ya recordé... Continuaba en el hospital, pero... ¿Qué hacía sedada en una camilla? ¿Y mi uniforme de trabajo?».
Me senté como pude. Tenía mucha sed y la cabeza me dolía. Sentía que el dolor era cada vez más fuerte. Mi sistema nervioso solo pedía dormir y dormir.
El ambiente se tornaba silencioso y pulcro. La habitación se me hacía muy reconocida, tan reconocida como que había estado un par de veces.
«Claro, Nere, porque era la oficina de guardia de Adrián».
Estaba en su cuarto de descanso.
«¿Qué carajo hacía aquí?».
Por momentos, algunos recuerdos comenzaron a vagar por mi mente.
—Despertó en el momento indicado, señorita.
Miré hacia la persona que se había dirigido a mí. Todavía me sentía algo desorientada.
—¿Tiene sed? —preguntó.
Asentí con la cabeza mientras intentaba levantarme por completo de la camilla.
—Oh, no —me detuvo con amabilidad—. No, señorita. El doctor Wayne me ha dado órdenes para cuidarla mientras usted esté en reposo.
«Claro, era una de las enfermeras que trabajaba para él», pensé al intentar asimilar mi situación actual.
—Enfermera...
—Garret —me informa rápidamente.
—Enfermera Garret, estoy bien. Además, tengo que continuar trabajando. Tengo mucho por hacer y muchos casos que debo estudiar e investigar.
Ella era una mujer madura, de unos cuarenta y tantos años. Se notaba a leguas que era eficiente e insistente.
—Puedo entender eso, señorita. Pero sabe perfectamente que lo volverá a retomar, ¿sí? Entienda mi trabajo también —me riñó cariñosamente.
Lo cierto es que continuaba sintiéndome cansada y abatida...
—Iré por su agua —me avisó al cruzar la habitación para abrir la puerta que conducía hacia la oficina de guardia.
No podía creer que Adrián haya decidido responsabilizarse de mi cuidado. Ni siquiera me sentía lista para enfrentarlo después de lo ocurrido.
La puerta se abrió nuevamente, pero en mi expresión reflejé alivio al ver que volvió a tratarse de la enfermera Garret, quien me trajo una pequeña botella de agua con un vaso desechable.
—Aquí tiene, señorita —me sirvió el agua con amabilidad.
Sin embargo, no pude evitar beber el refrescante líquido con rapidez.
—¿Y el doctor Wayne? ¿Dónde están mis cosas? ¿Y mi uniforme? —pregunté intranquila y bostecé.
Sentía que volvía a ser dominada por un pesado sueño.
—Todas sus cosas están en orden y guardadas en esta área de guardia —me informó.
Cuando terminé de tomar agua, me recosté nuevamente. Esperaba hidratarme bastante bien, ya que me sentía sin las mínimas energías.
La enfermera Garret se había marchado para dejarme descansar un poco más.
De repente, alguien volvió a abrir la puerta con suavidad y calma. Rápidamente, me cambié de posición, dándole la espalda a quien sea que haya decidido entrar.
Percibí unos suaves pasos, pero por unos leves segundos se detuvieron. Podía reconocer ese aroma a kilómetros.
Adrián había venido a verme. Sin embargo, no me sentía lista para hablar de la jodida relación que tenía con Jesse. Sentía que se acercaba un poco más hacia mi dirección, aunque continuaba respetando el espacio necesario.
Cerré y apreté los párpados con fuerza, luchando conmigo misma para no decirle que se quedara a mi lado haciéndome compañía. No quería recoger lástima ni pena por su parte.
Cuando notó que no me moví de mi posición, pensó que yo había vuelto a quedarme dormida y se marchó con la calma que lo caracterizaba.
🔹
Un par de horas habían transcurrido cuando mis ojos volvieron a abrirse. El cuarto de descanso estaba a oscuras. Los murmullos al otro lado de la puerta fueron los responsables de que mi descanso terminara. Me sentía totalmente desorientada. Ni siquiera sabía la hora.
«Mierda, quizá le hayan avisado a mis padres y estaban preocupados. Tenía que salir de aquí».
Me dirigí con pasos sigilosos hacia la puerta que conducía hasta la oficina de guardia de Adrián, ya que continuaba escuchando murmullos.
—Bárbara, ya hemos hablado de esto —escuché la voz de Adrián.
—Me parece injusto que ni siquiera me hayas ofrecido una explicación —le dijo la enfermera Bosch.
Me acerqué lentamente hasta la puerta, sin abrirla.
—Bárbara.
—¡No, Adrián! —la enfermera Bosch subió el tono de voz—. ¿¡Qué te sucede!? Desde hace unos meses que ya no me tocas...
—¿Al menos podrías bajar un poco la voz? —solicitó en un tono preocupado.
—¿¡Por qué!? —preguntó indignada—. ¿¡Es por esa chica!?
—Bárbara...
—¡Adrián, es una estudiante! ¡Es muy joven para ti!
—Lo sé, pero no vayas por ahí —respondió exasperado.
—¡Eres el futuro director del departamento de cirugía, y dirigirás a residentes en cirugía general! ¿¡Qué pensarán de ti respecto a tu puesto si te ven con una estudiante!? ¿¡Qué pensará tu padre, Adrián!? ¡Trabajaste muy duro para obtener el puesto y ahora que está prácticamente en tus manos actúas de manera impropia!
—Eso es lo de menos —respondió.
—Aun así es muy joven para ti. Necesitas una mujer madura que te entienda y sepa lo que necesitas —le dijo en tono sugerente—. Adrián, por favor... Volvamos a revivir lo que hemos dejado hace unos meses. El sexo era maravilloso.
«¿Por qué tengo que escuchar estas chorradas?»
Desde mi lugar podía percibir cómo la enfermera Bosch le ponía las manos encima. Presioné mis puños en cada lado de mis caderas.
—Bárbara, no es el momento y...
Abrí la puerta de golpe, sin que me importara el hecho de que estaba en bragas y cubierta hasta los muslos de mis piernas con una camisa de botones de Adrián.
«Un momento... ¿Cómo es que tengo puesta su camisa? Maldita sea, no me había dado cuenta».
La primera expresión que noté fue la de la enfermera Bosch, quien se mostraba disgustada, mirándome de arriba hacia abajo.
Adrián se giró con rapidez para observarme, pero sus ojos claros se engrandecieron.
—¿Qué hace ella aquí? ¿Por qué está vestida así? —preguntó indignada.
—Ah, lo siento —mentí—. Es que el doctor Wayne está a cargo de mi cuidado.
»Por cierto, doctor Wayne, necesito que me revise unos minutos.
Iba a salir completamente, pero Adrián se detuvo en el marco de la puerta, dándome la espalda, sin dejarme pasar.
—Adrián, no sabes lo que estás haciendo. ¿¡Te has vuelto loco!?
—Tengo que revisar a mi paciente para que...
—¿¡Desde cuándo vistes a tus pacientes con tu ropa!? —la enfermera Bosch se detuvo con firmeza y con las manos sobre la cintura.
—¡Bárbara, basta! —Adrián subió el tono de voz—. Lo que yo haga o deje de hacer es de mi incumbencia.
La expresión de la enfermera Bosch fue catártica.
—Ahora, por favor, si ya ha terminado con su labor, puede irse a casa a descansar —el tono de su voz fue demandante.
La enfermera Bosch se marchó furiosa de la oficina de guardia, mientras que él suspiró y se giró con más calma para dirigirse a mí.
—Así que el doctorcito niño bonito hace las cosas a su conveniencia, ¿no es así? —le comenté sarcásticamente mientras me crucé de brazos.
Adrián achicó sus ojos claros, fulminándome con ellos.
—No me mires así —le dije—. Yo no soy la que se acuesta con los empleados de este hospital.
Sus ojos continuaban observándome con curiosidad desde su altura.
—Hace un momento hablabas sin ningún tipo de remordimiento. ¿Qué? ¿Ahora no dirás nada? —lo reté.
—Casi me muero de la preocupación, pero me alegra que te hayas derrumbado en mis brazos —recobró la compostura.
—Claro... —suspiré al dejar caer mis brazos, dándole la espalda.
Volví a dirigirme hacia el cuarto de descanso para buscar mis cosas donde las había puesto.
Él siguió cada uno de mis pasos en silencio. Presentía que yo estaba disgustada.
—¿Escuchaste todo? —preguntó con cuidado, dudoso.
—No escuché nada de gran importancia —continué rebuscando.
—Aly.
—¿Dónde están mis cosas?
—Alysha Nerea, ¿esas son formas de dirigirte a un superior?
«¿Qué? Pero ¿cómo podía ser tan injusto?».
Me giré de golpe y lo miré. Tenía las manos colocadas en los bolsillos de su pantalón. Su mirada verde era de sumo disgusto.
—Es muy ético utilizar el nivel de su profesión en este lugar para su conveniencia, ¿no? —parpadeo más veces de lo normal al sentirme nerviosa.
Por alguna razón, me sentía enojada y disgustada...
—A veces debemos utilizar de manera inteligente el nivel que se nos otorga para ocasiones que lo ameriten. Y para mí, esta ocasión es importante.
—¿Por qué? —le pregunté instantáneamente.
—Porque te implica a ti. ¿Escuchaste bastante? —estudiaba mis expresiones con curiosidad y preocupación.
—Nada que pueda afectar tu vida sexual con la enfermera Bosch —volví a darle la espalda.
Nuevamente, me senté sobre la camilla al columpiar mis piernas.
—Aly, sabes que no me refiero a eso.
—No diré nada. Lo prometo —lo miré con una sonrisa llena de fastidio.
—Tampoco me refiero a eso. Lo sabes —se acercó a mí con más decisión.
—Adrián, bastante mierda tengo con saber que tu mejor amigo se acuesta con otra mujer. ¿Por qué también debo escuchar sobre tus acostadas? —mi expresión reflejaba tristeza y decepción.
—El punto es que no soy como Jesse — sacó su mano derecha del bolsillo y posó su palma sobre mi mejilla—. Además, desde que volví a encontrarte hace unos meses en la entrada del hospital, no tengo la sensación de acostarme con otra que no seas tú —su ronca y aterciopelada voz se tornó dulce.
Mi vientre volvió a contraerse involuntariamente. Mi respiración se agitó con cada caricia de su preciosa y perfecta mano.
«Tenía que hacer algo. Caí en las mentiras de Jesse y no podía caer en las de su mejor amigo. Pero... ¡Maldita sea! Me encantaban las caricias y los pequeños gestos de Adrián Wayne».
—¿Qué te hace pensar que caeré contigo cuándo con Jesse no lo hice? —alejé mi rostro de su palma.
Adrián se acercó mucho más, mientras me mantuve sentada enfrentando su altura.
Acercó su precioso rostro angelical a unos milímetros del mío. Su nariz rozaba la mía, mientras que ambos podíamos sentir nuestros respectivos y cálidos suspiros.
—Yo no soy él. Yo sé exactamente cómo puedo y debo hacerte sentir.
Cerré los párpados, mientras él me torturaba con sus palabras...
—Desde que llegaste a este hospital tienes mi mente jodidamente distraída —su dulce e irresistible presencia causó que yo abriera los ojos y lo mirara fijamente.
Su mirada clara se tornaba oscura mientras acariciaba mi mejilla con su pulgar.
Acerqué mis labios a unos milímetros de los suyos, sin llegar a tocarlos...
—Siempre has sido la chica y ahora mujer que he deseado con todas mis ansias —su nariz jugaba con la mía—. No sabes cuánto he deseado tenerte así, solo para mí.
—Adri...
—Atrévete a decirme que mis besos y mis caricias no te gustan —me interrumpió y me retó en un susurro.
Me besó la comisura de los labios. Luego, dirigió su boca hacia el final de mi mejilla. Sus besos descendieron hasta mi cuello, mientras escuchaba sus tentadoras palabras susurradas.
—Te demostraré quien realmente debe gustarte —saboreaba mi cuello con sus sensuales labios.
Mis dedos se enredaron en su suave y lacio cabello, mientras sentía su boca y su nariz paseándose por mi piel.
Era el mejor amigo de Jesse, el hijo del director de internos y algunos residentes, como posiblemente será el director del departamento de cirugía general. Pero en el momento, solo quería sentir sus besos y sus caricias, olvidando por unos instantes que él era toda esa lista, olvidando que Jesse se acostaba con otra mujer.
Con mis dedos enredados en su cabello, lo guie hacia mis labios. Sin embargo, me besó lentamente, mientras que yo le permití con timidez enredar su lengua con la mía.
Su respiración comenzó a ser cortante, de la misma forma que me estaba sucediendo. Sujetó mis piernas con suavidad para acercarme mucho más a sus caderas y a todo su cuerpo mezclado con su delicioso aroma.
—Vas... a... ser... mía —me decía entre intensos besos.
Sujeté su cabello con más ímpetu, conduciendo su boca desde mi cuello hasta la entrada de mis pechos, donde continuó besando mi piel descubierta gracias a su camisa abotonada azul oscuro.
—No sé por qué estoy haciendo esto. Tengo miedo —le dije, casi sin lograr mediar palabras.
—No tengas miedo, Aly —detuvo sus besos y me miró fijamente, colocando su pulgar en mis labios—. Hoy no será, porque entiendo de cierta forma tu situación —volvió a adherir su nariz contra la mía—. Pero sí muy pronto, porque no aguantaré ni un jodido minuto más el no tenerte —me dio un último y casto beso antes de separarse.
Nos miramos con profundidad. Coloqué mi mano en mi mejilla y en los labios que él había besado. No disimulé mi expresión de asombro mientras me quedaba congelada.
Adrián sonrió mientras se mordió levemente el labio inferior. Su mirada era una mezcla de intensidad y dulzura cuando volvió a colocar las manos en los bolsillos.
—Tu uniforme está en el armario junto al pequeño baño. También tus otras cosas —me informó con naturalidad mientras observó su reloj de muñeca—. Tengo una cirugía exactamente dentro de veinticinco minutos.
—Espera un momento... ¿Tú mismo me desnudaste y me vestiste? —le pregunté, aún asombrada por los acontecimientos.
—Sí. Quería que descansaras cómodamente —sus ojos claros me observaban con diversión—. ¿Por qué?
—¿Cómo qué "por qué"? ¡Me viste casi desnuda! —me sentía perpleja.
—Y esta vez lo iba a hacer completamente. ¿Cuál es el problema? —me dio la espalda para buscar su uniforme quirúrgico.
»¿Dónde lo habré puesto? Tendré que pedir que envíen más... —murmuró por lo bajo, refiriéndose a su uniforme.
—Adrián, me viste casi desnuda, en ropa interior.
—Así es. Y estoy muy encantado con lo que vi —continuó rebuscando, mientras dejó caer sus hombros con despreocupación.
«Seguramente, está acostumbrado a esto. Debe estar hasta la coronilla de trabajar con cuerpos y cuerpos», pensé.
Adrián volvió a dirigirse a mí.
—Puedes ducharte si así lo deseas. Y... —reflexionó nuestra situación—. Bueno, realmente puedes hacer lo que te dé la gana en esta oficina. Debo irme —cruzó la puerta del cuarto de descanso y se detuvo en el marco de esta para mirarme—. Y, Aly... Pronto —me recalcó con una seria expresión.
—Adrián, espera —lo llamé, y sus ojos claros volvieron a darme toda su atención—. Nunca leí el libro El Amor En Los Tiempos Del Cólera, pero aún lo conservo.
Reflexionó lo que le había dicho por unos segundos. Sin embargo, solo se limitó a sonreír.
—Pronto... —me guiñó el ojo y se marchó.
«¿Pronto?»
Cada vez que estaba cerca de Adrián todo era más complicado. Me estaba dejando llevar por él sin medir las consecuencias.
Estaba dispuesta a seguir los consejos de mi hermano Jimmy. Tendría que pensar las cosas fríamente y resolver toda la mierda con Jesse como sea posible.
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