Capítulo 17 | Parte 1.

Capítulo 17.

Había regresado a mi hogar cuando Jimmy me recibió con mucha prisa...

—Nere, al fin puedo encontrarte aquí en la casa. Ven... —tira de mi mano y nos sentamos en el sillón de la sala de estar.

Mis padres dormían y casi todas las luces estaban apagadas, excepto la que alumbraba el pasillo desde la habitación de Jimmy. Me di cuenta de que él me había estado esperando con mucha insistencia.

—Nere, escucha... Tengo que decirte algo —sujetó mi mano con una expresión llena de preocupación—. Verás... No sé cómo decirlo. No sé cómo explicarte, porque no pensé verme en esta posición y...

—Jim, ¿qué sucede? Me estás asustando.

Sentía cómo mi corazón latía con rapidez gracias a los nervios que afloraron en mi sistema. La expresión que denotaba el rostro de mi hermano me causaba un miedo desconocido e inexplicable.

—Hermana, no sé cómo comenzar. La realidad del asunto es que yo me...

—Jimmy, dime de una puta vez qué es lo que te sucede... —mi voz resonó con desesperación.

—Nere, vi a Jesse con otra mujer.

—¿¡Qué!? —chillé.

—Bueno, supongo que era otra mujer. No pude reconocerla, porque el lugar donde yo me encontraba no era completamente visible por lo cargado que estaba el ambiente. Solo pude reconocerlo a él, pero vi la silueta de una mujer. Nere, yo...

Elevé una de mis manos para que no continuara hablando. Un sentimiento de profunda decepción inundó mi corazón y mis pensamientos.

Me costaba asimilar que eso fuese cierto cuando Jesse y yo hemos luchado por llegar lejos con la relación. A pesar de los contratiempos y de las tentaciones, siempre lo había elegido a él.

—¿Por qué estás tan seguro de que era él? —le pregunté con cierto escepticismo.

Una parte de mí no quería aceptarlo. Era el instante en el que mi corazón me castigaba con unos fuertes latidos, como si me clavaran un puñal.

—Nere, ¿me estás escuchando? ¿Sigues aquí? —Jimmy elevó su mano, moviéndola de izquierda a derecha para atraer mi atención.

—Sí...

—Tienes que mirarme a mí. Tienes que escuchar lo que realmente te estoy diciendo —sus ojos continuaban mirándome con una fuerza que ni él mismo ya tenía—. Te preguntaba que... ¿Cómo voy a decirte una cosa como esta sin estar seguro? Sé lo que vi. Y lo vi, Nere. Yo estaba en el «Club Universitario» tomándome unos tragos con los chicos de la universidad. Casualmente, lo vi por el área.

«¿Por qué Jesse asistiría a un bar de universitarios para eso? ¿Por qué en nuestro propio pueblo? Eso estaba siendo muy evidente...».

Aunque nada estaba encajando, mi corazón comenzaba a sentir una angustia y una inseguridad que podría ser irreparable.

—¿Por qué crees que Jesse iría a un bar de universitarios? Jimmy, no lo entiendo... —mi voz era casi inaudible.

Mi hermano suspiró profundamente antes de proseguir.

—Nere, no fue en el «Club Universitario» donde lo vi —confesó—. Lo vi en el área. No lo sé, no estoy seguro si estaba en el bar que yo me encontraba.

—¿A qué te refieres? —pregunté.

—Yo estaba saliendo del bar cuando lo vi. Jesse le abría la puerta del carro a una mujer que no llegué a reconocer, porque ya se subía al mismo y claramente no era el BMW azul. Al lado del «Club Universitario» hay otro bar que es de un ámbito más...

—¿Más qué? —me sentía desesperada y perdida. No tenía ni la menor idea de qué pensar.

—Más lujoso. Es un bar para gente de mucho dinero, Nere. Entonces, ¿ahora entiendes por qué creo estar seguro?

Mi cabeza era un torbellino de pensamientos. Mi cuerpo continuaba presente, pero otra parte de mí nos observaba desde afuera, como si yo fuese una espectadora más. Como si yo no fuera la que estaba pasando por una traición de tal grado.

—Nere... —me llamó en un susurro mientras agitaba mis hombros con suavidad—. Hermana, por favor, regresa. Escucha, lo siento... —me abrazó con sumo desespero—. Todavía no sabemos lo suficiente. No hasta que tú misma lo averigües. Yo te puedo ayudar si quieres. Créeme... Estoy igual de sorprendido que tú. Aprecio a Jesse. Bueno, lo apreciaba... John es mi amigo. Puedo averigüar más detalles y...

—No, Jimmy —logré articular—. Si es así, lo averigüaré yo misma. Al fin y al cabo, a quien le han visto la cara de estúpida fue a mí.

—Nere, por favor... No digas mierderías. Lo resolveremos.

—¿Y según tú, cómo se resuelve esto?

—Bueno, no lo sé. Pero no cometas una tontería. Piensa las cosas fríamente —sujetó mi mano nuevamente—. Sé que te duele, y lo comprendo. Pero piensa las cosas bien, hermana. Eres casi una profesional, y no puedes dejar que estas situaciones te coman por dentro. Podemos hacer algo...

Me sentía perdida. Mis ojos estaban llorosos. No podía disimular el disgusto y el dolor frente a la persona con quien había convivido y compartido mis vivencias por casi dieciocho años. Confiaba mucho en Jimmy al igual que lo hacía con mis padres.

La cara de mi hermano estaba más pálida de lo normal. Sus grandes ojos marrones estaban reflejando mi decepción y mi tristeza.

—No sé qué hacer en estos casos. Sé enfrentar casos clínicos, pero esto no sé cómo enfrentarlo —mis lágrimas rodaban por mis mejillas.

—Nere... Coño, no —me abrazó fuertemente con sus delgados brazos.

Recosté mi cabeza sobre su pecho. Como su cuerpo era más ancho que el mío, pude protegerme por unos minutos en los brazos de mi pequeño hermano que ya no era tan pequeño.

—Créeme, había tenido algunas ideas planeadas en mente, pero estaba esperando el momento para decírtelo. Necesito que estés preparada —sujetó mis mejillas y me miró serio, con tristeza—. Nadie hace sufrir a un Doménech.

🔹

Me había duchado como pude antes de irme a la cama. Mi mente ya no bastaba para más. Caminaba por el pasillo y sin dirección mental hacia mi habitación.

Sin embargo, me asomé en el marco de la puerta de la habitación de Jimmy. Él se encontraba estudiando.

—Jim...

—Nere, ¿qué pasa? —se giró desde su silla al observarme con preocupación.

—¿Cómo se llama el bar que se localiza al lado del «Club Universitario»?

Su expresión era de puro desconcierto.

«Louren Galed Pub».

—Bien —asentí cuando estaba a punto de proseguir hacia mi habitación.

—Nere... —Jimmy insistió—. Te ayudaré. Saldremos de esto. Lo prometo.

Cerré su puerta con suavidad mientras aguantaba las ganas de estallar en puro llanto.

Cuando entré a mi habitación, me dejé caer detrás de la puerta. Mi llanto no cesaba. Lloraba con fuerza y con un extremo silencio para no despertar a mis padres ni preocupar a Jimmy.

No era que yo fuese la persona más correcta, como había dicho Adrián, pero me esforcé y traté de serlo por Jesse, por el respeto que le tenía a la relación, a pesar de las altas y bajas que conllevaba. Y aunque no quería aceptar ciertas cosas de la situación, lo más probable era que se veía venir.

«¿Quién espera a una chica en estos tiempos para casarse y luego concebir en lo sexual? Nadie, Nere».

Seguramente, Adrián sabía todo esto. A pesar de que le gusto, estuvo advirtiéndolo todo el maldito tiempo.

«Sé inteligente».

Creí que lo estaba siendo. Creí que mi dirección era la correcta...

«¿Por qué no se molestó en dejarme si le gustaba otra mujer?»

Seguía dándole vueltas a la situación sin ningún sentido...

Fui de rodillas hasta mi cama y tiré de la manta con la que dormía todas las noches. Solo podía agarrarme de ella y seguir llorando en el suelo. Sentía rabia, dolor, decepción.

«Claro, tonta... La única mujer en este maldito planeta que pensaba llegar virgen al altar estaba en el suelo, llorando por un engaño más que seguro».

🔹

Al cabo de un par de horas en el suelo, aún sin que el sueño llegara a mí, pensaba en todas las veces que Jesse había tenido suficientes excusas. Excusas que, hasta el momento, quizá hayan sido para su beneficio. No podía saberlo con exactitud. Tampoco sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que comenzó a hacer lo que hacía, si es que era así.

No me había dado cuenta del tiempo que llevaba tirada en el mismo lugar. Solo podía recordar todo lo que Jimmy me había dicho y cómo las punzadas en mi corazón lleno de decepción me atacaban sin pena.

«¿Cómo enfrentaría este acontecimiento mañana? ¿Cómo serían las cosas de ahora en adelante cuando te enterabas de una posible verdad decepcionante? ¿Cómo miraría a todas las personas que apreciaba?».

Obviamente, ya no me importaba mirar a Adrián con vergüenza de mañana en adelante, si es que lo llegaba a ver. Porque es evidente que él ya sabía todo esto...

🔹

Cumplía mis horas de turno, sin ganas de hacer absolutamente nada. Damián comenzaba a preocuparse...

—Nere, ¿me estás oyendo? —escuché de fondo, como si él se encontrase lejos—. Oye, novata. ¿Qué le sucede a tu amiga? —le preguntó a Gloria muy preocupado.

—No lo sé. Ha estado toda la mañana así.

»Nere, amiga... ¿Has dormido bien?

Continuaba escuchando las voces de fondo...

—¿"Amiga" dice? —preguntó Damián indignado—. ¿Qué clase de amistad es si no sabe lo que le sucede?

—¡Usted no es nadie para reprochar mi tipo de amistad! ¡He tratado de sacarle algunas palabras!

—¿Y? —Damián bufó fastidiado.

—Solo "sí" y "no". Eso es lo que ha dicho —Gloria sujetó mi mano con preocupación.

Estábamos en el piso de emergencias. Me encontraba sentada en una camilla junto a Gloria. Damián estaba delante de ambas con un semblante lleno de desesperación.

—Eso es decir nada, novata —él le comentó con extremo sarcasmo mientras colocó una de sus manos en el bolsillo. Sin embargo, con la desocupada, miró la hora en su reloj de muñeca.

—Le he dicho que deje de llamarme así.

—Usted me llama doctor diablo y yo tengo que soportarlo todo el tiempo —suspiró con exasperación—. Haz que hable...

—Usted no está ayudando mucho en este momento, doctor —reiteró Gloria en un tono asesino.

—Eso trato de hacer —rodó los ojos, mientras que yo los observaba sin mediar palabras—. Es evidente que no está en condiciones para continuar trabajando hoy en el hospital. Ella es la que necesita un hospital, creo... Al parecer... —masculló dudoso mientras me alumbró los ojos y los examinó—. Ni siquiera está aquí en este momento...

—Nere, amiga, por favor... —Gloria posó su cabeza sobre mi hombro.

—Novata, lo mejor será que le informemos al doctor Santiago que ella no puede proseguir sus horas de hoy.

Podía percibir por leves instantes a algunos de mis compañeros que pasaban por el pasillo, observando la escena con curiosidad y hasta con preocupación.

—Kenneth... —Damián llamó a uno de los internos que se había asomado—. Busque al doctor Santiago. Infórmele que la señorita Doménech no se encuentra en buen estado para proseguir con sus horas de prácticas. Dígale que se comunique conmigo.

—Sí, doctor —Kenneth salió disparado.

—¿Qué cree que hace? —le preguntó Gloria—. No la suspenderán ni nada de eso, ¿verdad?

—Claro que no, mujer —Damián volvió a rodar los ojos—. ¿No ve que también trato de ayudarla? No está bien. Parece estar en una profunda crisis. ¿No será por el doctor Wayne Milán?

—¿¡Pero cómo se atreve!? —exclamó Gloria, dándole un leve golpe en el hombro mientras se levantaba de la camilla.

—¡Ay! ¿¡Qué dije!? —Damián chilló con exageración mientras se tocó el hombro golpeado.

—Nere tiene novio, ¿bien? Eso que usted haya visto con el doctor Wayne Milán es producto de su imaginación.

—Claro... Producto de una imaginación bastante real, ¿eh? No soy un idiota. Compréndalo de una vez. Podré ser un imbécil y un cabronzote, pero no un idiota —la expresión de Damián cambió en un milisegundo—. Espere, novata...

—No siga, doctor diablo.

—No, no, no. Esto es serio —susurró Damián—. Nere... —tocó mi hombro.

—Ya déjela en paz.

—Escuche, novata —sujetó su brazo con elegancia mientras la acercó a su cuerpo—. Puede que ella tenga una relación de "novios" o lo que sea como llamen a esas cursilerías. Eso lo comprendo, aunque es patético. Pero lo que acabo de preguntar no es un atrevimiento, créame —le dijo casi en un susurro.

Mi compañera se ruborizó por unos instantes.

—Doctor Del Valle, no entiendo lo que quiere decir.

—Qué quizá yo sepa el por qué está así, ¿entiende? —murmuró entre dientes mientras soltó su brazo con suavidad—. Quizá me equivoque esta vez, pero debo hablar con ella cuando se recupere.

—Está diciendo que el doctor Wayne Milán tiene que...

—¿Y bien? ¿Qué sucede? —los interrumpió el doctor Santiago, apartándolos de su camino—. ¿Señorita Doménech? —también examinó mis ojos—. Entonces, Kenneth no exageraba. ¿Está bien, señorita Doménech?

Asentí.

—¿Quiere hablar?

Negué al mover la cabeza.

—¿¡No entienden lo peligroso que puede ser esto!? —reiteró Damián mientras caminó y se ubicó al lado del doctor Santiago—. Si está en una profunda crisis, cuando estalle será alarmante. Ese es el problema.

—Y lo sé, doctor Del Valle. Ya le accedí un permiso de indisponibilidad que el doctor Andrés Wayne aprobó.

En ese instante, percibí que Adrián venía hacia nuestra dirección muy deprisa y con extrema preocupación. Se abrió paso entre la gente y se ubicó junto a mis compañeros, sin despegar su clara mirada de la mía. Mis ojos solo podían observar el miedo en los suyos.

—¿No responde a nada? —la voz de Adrián era preocupante.

»Jovencita... —me llamó, mientras que yo le sonreí con pesadez.

—Usted tenía razón —logré articular.

Sus ojos preocupados se engrandecieron y su expresión parecía perdida.

—¿Razón? —tragó hondo.

—Tenía que ser más inteligente —mi vaga sonrisa se desvaneció.

Damián y Gloria me observaban perplejos. Sin embargo, el arrogante residente decidió cambiar su mirada hacia mi compañera, como queriendo decir: "te lo dije".

—¿Quiere irse a casa? —Adrián preguntó con cierta calma.

Asentí.

—Bien. Venga conmigo —me levantó de la camilla con extremo cuidado.

El doctor Santiago no sabía si proceder en cuanto a las acciones y decisiones que Adrián estaba tomando. Parecía igual de perplejo que Damián, Gloria, y los demás internos que observaban detrás de nosotros como espectadores.

—Un momento... —Gloria sujeta con elegancia la mano de Adrián, mostrando respeto—. ¿Qué hace doctor Wayne?

Al parecer, Gloria estaba alarmada y preocupada por las advertencias que Damián le había mencionado sobre él.

—La llevaré conmigo. Estará bien. Yo la cuidaré —su tono sonó arrogante y desesperado.

—¿Qué? —preguntó el doctor Santiago lleno de escepticismo.

Hubo un silencio sepulcral...

—Así es, yo me encargo. Ahora es una paciente. Mi paciente. Y estoy a cargo.

—¿Seguro qué...

—Claro que puedo hacerlo —Adrián interrumpió al doctor Santiago—. Si quiere, puede informarle al doctor Andrés Wayne —su psicología inversa fue un reto.

—No, no, doctor Wayne —mi dirigente vociferó desesperado—. Claro, estará en buenas manos.

Adrián sujetó mi brazo con elegancia y suavidad, dirigiéndome junto a su cuerpo. Caminábamos y dejábamos a todos atrás mientras observaban el espectáculo.

—Doctor Wayne, yo...

El ojiverde me miró con total atención cuando comencé a sentir ganas de llorar y vomitar.

—Yo no estoy bien... —articulé.

—No te derrumbes aún, pequeña. Todavía no —miró de reojo a todo el personal que estaba presente, mientras nos alejábamos aún más y los perdíamos de vista—. Un poco más... Solo un poco más... —seguíamos caminando hacia donde sea que me llevara.

Cuando nos quedamos solos en el pasillo, me dirigió hacia el ascensor de carga.

—Yo no fui inteligente —comencé a llorar como una niña perdida—. Solo quise hacer las cosas correctamente, ¿entiendes? Sólo quería ser una buena chica —mi llanto era ensordecedor.

Los ojos de Adrián me observaban con dolor, como si le fastidiara verme en el actual estado que me encontraba.

—¡Me siento como una estúpida! ¡Tú lo sabías y no me dijiste nada, maldita sea! ¿¡Disfrutaste ver cómo me seguían viendo la cara de idiota!?

—¿Qué? No digas eso —sujetó mi muñeca y tiró de esta mientras adhería mi cuerpo contra el suyo con desesperación. Luego, me abrazó.

—Suéltame...

—No digas eso. No te atrevas a decir más. Jamás he querido verte así. ¡¿Me oyes?! —sujetó mis mejillas con sus perfectas manos mientras intentaba secar mis lágrimas en vano—. No es así. No es como estás pensando... —posó su nariz sobre la mía al cerrar sus ojos—. ¿Me hubieses creído si te lo hubiera dicho?

Mis lágrimas continuaban descendiendo sin parar.

—Tenías que...

—Ven —sin dejar que yo terminara de emitir palabras entre el llanto, me elevó y me cargó con sus delgados y fibrosos brazos, como si fuese una pequeña bebé.

Adrián esperó el ascensor de carga, mientras que yo continué llorando desconsoladamente entre sus brazos, ocultando mi rostro entre su pecho y la camisa que tenía puesta.

Portaba su habitual y elegante ropa de vestir, mientras que yo utilizaba el usual uniforme azul de interna.

—¿A dónde me llevas?

—No quiero que te vean derrotada, Aly. Subiremos a mi oficina de guardia por el ascensor de carga. No te preocupes, conozco el... ¿Aly?

Mis ojos se abrían y cerraban.

—¿¡Aly, pequeña!?

Hasta que todo lo que comencé a ver borroso entre los brazos de Adrián Wayne Milán se tornó oscuro...

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