Capítulo 16 | Parte 1.

Capítulo 16.

Era mediodía cuando desperté. Había tenido una larga y atareada noche en el piso de emergencias. Tenía el cabello revuelto por el largo descanso que me permití.

Al levantarme con los pocos residuos de sueño que aún cargaba, me dirigí hacia el estrecho pasillo donde se encontraba el baño y la habitación de Jimmy. Sin embargo, me percaté de que no se encontraba en la suya.

«Seguramente, hoy en la mañana tenía clases en la universidad».

Luego de haber terminado de cepillarme los dientes, me percaté de que mi padre se encontraba en la sala viendo la televisión.

—Hola, cariño. Hasta que al fin despiertas —me dijo sonriente—. No quería molestarte. Disculpa si el televisor hace demasiado ruido.

—Papá, claro que no me molesta —me senté sobre el sillón y junto a él mientras posé mi cabeza en su hombro, suspirando.

—¿Estás bien, Aly? —mi padre me conocía muy bien.

—Sí, claro —afirmé insegura mientras mis ojos se perdían por unos instantes en la televisión.

—¿Estás segura? —su mirada era más cuidadosa—. Tu madre nos dejó el almuerzo preparado. Le dije que todavía no era el momento de que comenzara a trabajar, pero ya sabes cómo es ella de testaruda —me dio un beso en la cabeza.

Confiaba muchísimo en mis padres. Siempre han sido tremendos amigos conmigo.

«Pero ¿qué podrían pensar sobre todo lo que me ocurría con Adrián? ¿Qué pensaría mi padre sobre todo eso?».

—Papá... —lo llamé insegura.

—¿Qué, amor?

—Bueno, quería preguntarte algo. Más bien, comentarte y luego preguntarte.

Toda su atención me la dedicó a mí.

—Verás... —estaba nerviosa al hablar—. ¿Por qué a veces es difícil hacer lo correcto? ¿Es normal que a una persona le puedan atraer las cosas imposibles? Quiero decir, si quieres a una persona que le entregas tu lealtad por encima de todo... ¿Es normal que otra persona te guste fuertemente? Digo, no siempre hay que dejarse llevar por esas cosas, ¿no?

Mi padre reflexionaba todo lo que le decía en menos de veinte segundos.

—Esas son varias preguntas, no una... —se reía—. Así que... —lo pensó por un momento antes de soltármelo de golpe—. ¿Te atrae otro chico?

—Hombre, y sí —mi cara era como un poema mal escrito.

—Hombre. Claro... —mi padre carraspeó—. Bueno, a tu edad puede ser normal que otra persona te guste en ese aspecto al que te refieres. ¿Por qué no? Eso no quita por nada del mundo que quieras a la otra persona. Pero también son cosas que se deben pensar con cierta calma, hija. Son cosas que tú debes reflexionar sobre ti misma.

—¿A qué te refieres? —lo miré con toda la atención que pude al achicar los ojos.

—De cierta manera, te puede atraer una persona. Eso está claro, pero... ¿De qué manera? —me acariciaba la cabeza con familiaridad—. ¿Atracción física? ¿Atracción sentimental o profunda?

»Lo que quiero decir es que cuando una persona ama con el corazón las atracciones pasan a segundo plano. Entonces, quieres a este muchacho... A Jesse. ¿No es así? ¿Pero cúal es tu tipo de querer hacia él?

Las palabras de mi padre me hacían pensar al respecto. Tenía que disponer de lo que realmente importaba, pero no podía decirle que quien me atraía de una manera desconocida era el mejor amigo de Jesse.

Al menos no por el momento.

—Cariño, de todas formas ya sabrás lo que posiblemente pienso respecto a Jesse.

—Papá...

—Lo sé, cariño. Y respeto tu decisión —dejó de observarme directamente por unos segundos para mirarme de reojo—. Solo decía...

Amaba compartir con mi padre. Juan Antonio Doménech tenía un gran sentido del humor y un talento impresionante para entender a sus hijos.

—Por cierto, ¿Jimmy está en la universidad? —cambié de tema rotundamente.

—Sí, muy temprano ya se había ido. Anoche estuvo aquí, esperándote bastante rato antes de irse a dormir. Parecía desconcertado. ¿De qué se trata, Nere? —preguntó con curiosidad.

—Pues... La verdad es que no lo sé. Anoche muy tarde me envió un mensaje que decía que necesitaba hablar conmigo. Quizá le guste una chica, quien sabe... —le sonreí.

—Puede ser —asintió mientras aún continuaba reflexionándolo.

En la televisión pasaban las noticias del mediodía, como todos los días. Cada vez el tema de la epidemia sobre el virus MERS Recov-2 tomaba más importancia que antes. La enfermedad ya no era un rumor internacional y tampoco nacional. Era una realidad que los países del Medio Oriente estaban enfrentando.

El MERS Recov-2 se había expandido por todas esas áreas, afectando a miles y miles de personas con una tasa de mortalidad de un ochenta y cinco por ciento. La mayoría de los que se contagiaban con la enfermedad estaban muriendo.

🦠

»No sólo Arabia, Turquía y Egipto estaban siendo afectados por esta crisis sanitaria que parecía salirse de control. Los investigadores dicen que ya se han reportado casos en Rusia. Según fuentes muy fidedignas que siguen este brote epidemiológico, nos han informado que hay nuevos casos del brote en algunos centros hospitalarios del mencionado país.

»Los investigadores continúan analizando el por qué el contagio avanza a grandes escalas en las diferentes áreas donde, evidentemente, los climas son totalmente diferentes.

»Los científicos pensaban que el MERS Recov-2 solo podía recrearse en lugares de extremo calor o climas un poco más frescos y tropicales. Pero en el momento en el que se reportaron varios casos en Rusia, los investigadores confirmaron lo resistente que está surgiendo la cepa regenerada.

»Aunque en Rusia el invierno está en su etapa de culminación, el extremo frío continua sosteniéndose en bajas temperaturas. Todavía este virus está siendo toda una novedad para los expertos...

🦠

Eran alarmantes y preocupantes las situaciones que se estaban presentando en los mencionados países.

«Me pregunto si la OMS tendrá avances sobre alguna posible vacuna...»

—Eso se está poniendo muy feo, cariño —comentó mi padre mientras recostó su espalda sobre el sillón.

—Sí, bastante feo... —sujeté su mano—. Por cierto, papá... Creo que mamá y tú deberían tener un poco de precaución en cuanto al viaje. Sé que ya lo han hecho otras veces y que todo ha ido bien, pero esta vez será diferente —no encontraba las palabras para expresar mi temor—. No lo sé... Creo que no es muy seguro. No tengo el mejor de los presentimientos con esto, ¿entiendes? Solo... Tengan precaución a la hora de escoger el lugar hacia donde se irán de viaje.

—Cariño, no haremos nada que pueda preocuparlos a tu hermano y a ti —me dijo en un tono condescendiente al posar un beso en mi frente.

Sabía que estos casos podrían empeorar, pero no me esperaba que la cepa regenerada pudiese ser aún más resistente a diferentes cambios de clima.

«No sé por qué últimamente no tenía buenos presentimientos sobre eso. Quizás estudiar tanto, más las rondas de prácticas médicas me estaban causando un estrés tremendo».

Siempre había tenido un mal presentimiento sobre eso. Pequeño, sí, pero uno bastante malo. Debía estudiar e investigar un poco más de cerca sobre el virus. No había nada de malo en hacerlo un poco más a fondo en mis horas libres. Al fin y al cabo, era lo que hacía. Tener más preparación para cualquier posibilidad de presencia virológica de esa índole en el país era algo totalmente necesario.

🔹

Después de una buena charla con mi padre, había decidido ir hacia la cocina para almorzar antes de volver al hospital.

Dejé calentando la comida en el microondas con un tiempo exacto para dirigirme hacia mi habitación y buscar el teléfono.

Llamé a Jesse...

—Hola, Nere —respondió.

—Hola, Jesse. Quería preguntarte... ¿Mañana tendrás algo importante en tu agenda? —mi voz era de total desespero—. Mañana termino mi turno temprano y pensaba que tal vez te gustaría que saliéramos a dar un paseo. ¿Qué te parece?

—Cariño, me parece bien. Hoy miraré en mi agenda y cancelaré lo que sea que esté programado para mañana.

—¡Gracias, Jesse! ¡De verdad!

—No hay de qué, cariño —sonrió al otro lado del teléfono, mientras ambos colgábamos la llamada a la par.

—Aly, cariño —mi padre se asomó en el marco de la puerta—. Se enfría tu comida.

—Enseguida voy, papá.

Me sonrió tranquilamente y se marchó, dándome mi espacio.

🔹

El ambiente en el hospital estaba calmado. De momento, no tenía que salir corriendo para algún caso clínico. Me encontraba en el segundo piso de los internos, donde todo había comenzado. Estaba sentada en el suelo del pasillo, leyendo y buscando información en mi ordenador portátil sobre el MERS originalmente y luego sobre el MERS Recov-2. Quería reconocer ambas cepas y familiarizarme con sus diferencias estructurales y sus reacciones químicas en el ser humano.

El residente que me dirigía se acercó hacia mí. Tenía unos cuarenta y tantos. Era rubio, de ojos claros y estatura baja.

—Señorita Doménech, ya puede irse a casa. Debe descansar un poco. Ha trabajado junto a los demás internos toda la noche —me informó el doctor Santiago, sorprendido de haberme encontrado en el hospital todavía.

El doctor Santiago resultó ser un buen dirigente y compañero de trabajo. Ya que avanzaba un poco más al adquirir conocimientos médicos y experiencias clínicas, ciertas situaciones se me hacían más sencillas de sobrellevar, como el hecho de llevarme mucho mejor con él y otros residentes.

—Gracias, doctor. Enseguida me marcho a descansar —le sonreí amablemente.

El doctor Santiago se marchó, mientras que yo volví a fijar mi vista en el ordenador portátil.

«Era preocupante saber que el MERS originalmente podía tener un cuarenta por ciento de mortandad mientras que la nueva cepa tenía casi un ochenta y cinco por ciento».

Tenía una pequeña libreta de apuntes, y en ella escribía las comparaciones de la cepa original y la reforzada. Diferenciaba los síntomas y las señales que ambas causaban. Estaba tan entregada en lo que leía e investigaba, que no me había fijado en que alguien se presentó delante de mí.

Me fijé en unos caros y negros zapatos elegantes. Obviamente, reconocí al instante que era Adrián Wayne. Cuando miré hacia su rostro, sus ojos se fijaron en los míos desde su altura hasta el suelo donde yo me encontraba sentada.

Estaba elegante como siempre, con una camisa abotonada azul oscuro y remangada sobre sus brazos. Tenía un pantalón de vestir negro.

Adrián se dio cuenta de que yo le daba un repaso inconscientemente y sonrió.

Observar esos ojos claros y esa sonrisa manipuladora me estaba dejando sin palabras y sin aire.

—¿Todavía aquí? Su turno ya culminó, jovencita —me dijo muy convencido mientras colocaba las manos en los bolsillos de su pantalón.

Sin embargo, yo continuaba sin palabras. Me causaba una jodida alegría verle...

Adrián se agachó con delicadeza y sin dejar de mirarme. Su aroma a perfume caro invadió mi nariz.

—Está estudiando. Vaya...

Solo asentí, mientras ambos nos mirábamos a los ojos. Luego, observó por leves instantes lo que yo leía y anotaba. Su semblante se tornó curioso. Se sentó a mi lado, recostando la espalda sobre la pared.

—Así que investiga la enfermedad actual que se ha presentado en el Medio Oriente —se acercó mucho más a mi cuerpo y a mi ordenador portátil—. Le mostraré un artículo científico muy bueno. Es de un médico que investiga a fondo este virus —su pecho y su torso me rozaron levemente el brazo y el muslo mientras escribía la dirección de la página—. Es un colega de mi padre. Créame, es información fidedigna de estudios que se han realizado.

Me quedé mirando su precioso perfil, mientras él continuaba concentrado.

—Espere... —agachó un poco su cabeza y tomó mi libretita de apuntes. Sus lacios y suaves mechones me rozaron levemente el hombro—. ¿Usted utiliza esta técnica tan... anticuada? —sonrió levemente.

—¿Qué dijo? "¿Anticuada?" —lo miré a los ojos sorprendida—. Disculpe que no todos seamos iguales, ¿sí? Yo... Yo...

Adrián observaba fijamente mis gestos expresivos, sin parpadear en el acto.

—¿Usted qué?

—¿Me deja terminar lo que iba a decir?

—Claro.

—Yo aprendo ciertas cosas así, ¿bien? Es mi método. Y si he llegado lejos, es por mis técnicas de estudio.

Adrián me cargó la mirada, mientras que yo la bajé por los nervios que me estaba causando.

—Solo fue un comentario intencional —posó su pulgar en mi barbilla y elevó mi cabeza para que lo mirara a los ojos—. No hablaba. Ni un poco.

—Es que usted nunca me...

—¿Es que yo no la dejo hablar? —terminó lo que iba a decirle—. Pero es que yo siempre la dejo hablar. Aún cuando me hace enojar —continuó con su pulgar sobre mi barbilla, acercándose a mi rostro—. ¿Me equivoco? —susurró muy cerca de mis labios.

Mi corazón estaba latiendo de forma desenfrenada.

—Me hace enojar, porque todo lo que le he dicho es real —su nariz estaba a unos milímetros de la mía mientras su ronca voz aterciopelada me calmaba.

De repente, escuché la voz de una mujer carraspear.

Era la enfermera Bosch...

—Doctor, su padre lo está esperando —se cruzó de brazos disgustada—. Está preguntando por usted desde hace rato.

«¡Mierda! Claro, Nere. Era el hijo del director de internos del jodido piso. Por eso apareció».

—Puedes decirle que voy en un minuto —Adrián se quedó en la misma posición, con su pulgar sobre mi barbilla. Al darse cuenta de que la enfermera Bosch seguía sin marcharse, su imponente mirada fue dirigida hacia ella—. Voy en un minuto —recalcó—. Gracias, enfermera Bosch.

Bárbara se marchó con exasperación. Sin embargo, Adrián no se percató, porque sus ojos volvieron a los míos con suavidad.

—Escucha... Sé que precisamente esto no es como lo imaginaste. Sé también que eres el tipo de mujer que le gusta hacer las cosas correctamente —me acarició la mejilla con los otros dedos que apoyaban a su pulgar—. Pero eso debe acabarse ya cuando se trata de mí, porque tu forma correcta de llevar las cosas está acabando conmigo.

Acerqué mi nariz hacia la suya, tentada por volver a sentir sus labios.

—Y contigo también... —remarcó—. Quizá, lo correcto sea otro camino. Quizá, lo que parece incorrecto es lo correcto —me susurró.

Adrián alejó su precioso y angelical rostro mientras se levantó con toda la elegancia que lo caracterizaba. Me miró por unos segundos más antes de irse. Ninguno de los dos fuimos capaces de seguir hablando. Solo nos observábamos con un extremo silencio, con la incógnita que al menos yo sentía. Después de varias semanas, ya se le había pasado el enojo y su carácter reacio hacia mí.

«¿Por qué este hombre seguía confundiendome aún más?»

Cada vez que nos encontrábamos, para mí era un desconcierto total. Como lo estaba siendo justo en el momento...

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