Capítulo 13 | Parte 1.
Capítulo 13.
Estaba molesta y desesperada, dándole leves golpes a la puerta de la sala de operaciones donde le realizaban la cirugía a mi mamá.
«¿Por qué todavía nadie había salido para avisar? ¿Habrán tenido algunos problemas en la cirugía?».
Esperaba que no. Había prometido mantener la calma, pero no es sencillo cuando se trata de un ser que amas, y más si es mi madre.
—Hija, no te desesperes —dijo mi padre, tratando de encontrar un tono conciliador.
—¿Cómo quieres que no me desespere, papá? —le reproché, dándole la espalda a la puerta de la sala de operaciones—. Hace un buen rato que ya he acabado mis horas de prácticas y aún nadie ha salido a informarnos, ni siquiera para decirnos si todo ha acabado y se encuentra en recuperación.
—Ya vendrá alguien que nos informe, Nere —insistió Gloria con una gota de preocupación.
Mi papá estaba recostado sobre la pared, esperando poder tener noticias de su amada. Gloria estaba sentada en una de las sillas. Jimmy también se encontraba sentado en una de las sillas, esperando pacientemente mientras leía un libro de biología.
Nuevamente, le di un leve golpe a la puerta con la esperanza de que alguien saliera a decirnos algo.
—Hermana, tranquila —comentó Jimmy sin alzar la vista de su libro—. La veremos salir y hablando de su sexta luna de miel más contenta de lo que imaginas. Eso te lo aseguro —entonces, alzó la mirada y me regaló una guiño.
El comentario de Jimmy me había hecho sonreír, mientras que mi padre se había ruborizado de una manera graciosa.
En ese instante, veo que Damián se dirigía hacia nosotros. Tenía su ropa habitual de trabajo, el uniforme azul y la bata blanca. Su corto pelo rizado ahora estaba un poco más largo.
«¿Qué querría?».
Miraba su teléfono, como si quisiera disimular su acción de venir hacia nosotros.
—¿Doctor Del Valle, qué hace aquí? —pregunté con una evidente sorpresa.
—Sí, bueno... —se rascó la cabeza con su mano desocupada y sus rizos se movían graciosamente—. Vine a... Vine a verificar que todo estuviese bajo estricto control aquí —recuperó su postura seria, como si de verdad le creyera su excusa.
«¡Vino a darme su apoyo!»
Sabía que Damián era una buena persona y que realmente tenía más corazón de lo que se creía en el hospital. Gloria lo miraba igual de petrificada que yo, mientras que mi padre y mi hermano estaban enajenados de lo que sucedía con él. Ellos lo veían como un doctor más.
Rápidamente, fui hacia Damián con un gesto cariñoso. Sin pensarlo, lo abracé y luego le estreché la mano.
—¡Gracias por venir! —coloco mis manos sobre sus hombros—. ¡Sabía que eras una buena persona y que el papel de ogro malvado solo es por diversión!
—Bueno, yo...
—¡No importa! Ven... —tiré de su bata para que se uniera al grupo—. Papá, Jimmy... Él es el doctor Del Valle, un amigo y compañero de trabajo —lo presenté con naturalidad.
Damián les estrecha la mano con gestos dudosos por lo que yo decía, mientras que ellos aceptaban el saludo cordialmente.
Jimmy observaba al arrogante residente con una pequeña expresión de admiración. Mi hermano también había decidido que en algún futuro estudiaría medicina. Sin embargo, yo estaba orgullosa y feliz de ese gran paso por el cual había decidido encaminarse.
Mientras Damián tomaba asiento, miró por unos segundos a Gloria, quien se encontraba extremadamente callada.
🔹
Transcurrió un buen rato desde que Damián había decidido venir a mostrar su apoyo de la manera que sea que lo demostrara.
Mi papá se encontraba sentado a mi lado, mientras que Gloria parecía muy entretenida con una aplicación de mascotas en su teléfono. El arrogante residente la observaba con una expresión despectiva.
—Nere, pienso que tenías razón cuando me dijiste que las plantas hacen funciones extremadamente complicadas —comentó Jimmy mientras continuaba con su libro de biología—. Entonces, ¿crees que el humano sigue siendo un organismo más complejo a pesar de toda esta información que se sabe sobre las plantas y su proceso de fotosíntesis? —siempre me preguntaba y se dejaba llevar por mi criterio.
Estaba a punto de ofrecerle una explicación extremadamente profesional por todo lo que había aprendido hacía varios años atrás en la universidad, pero Damián se adelantó:
—En mi opinión, sí. Las plantas tienen muchos procesos complejos, procesos que mayormente conocemos, como el propósito de su función. Por ejemplo, ya sabemos que la fotosíntesis es la función más importante y principal de las plantas.
»Sabemos que sin ese proceso quizá la vida humana no estuviera en funcionamiento ahora mismo —Damián suspiró pasivamente, más inspirado que antes—. Sin embargo, los seres humanos aún tenemos procesos desconocidos, funciones que, para nuestro mismo conocimiento, se nos hace difícil de comprender y entender —dejó caer los hombros de manera despreocupada—. Las plantas ya vienen con un propósito fijo. Los seres humanos escogemos nuestros propósitos por elección propia, porque tenemos esa capacidad.
«¿Después de tantos años el doctor Del Valle podía recordar temas básicos de biología?»
Debía admitir que, prácticamente, era cierto. Podíamos hacer nuestra elección. Solo nuestra.
Gloria lo miró con cierto aire de asombro, y no la culpaba. La forma de haber dado su opinión era... ¿Reflexiva? Ambos a veces cruzaban sus miradas.
«¿Qué habrá pasado el día de sus clases en emergencias médicas?»
🔹
Transcurrió otro largo rato. Damián nos había traído café, incluyendo a Gloria. Para mi sorpresa, ella lo había aceptado sin problemas. Era una buena mujer y sabía comportarse para cada momento. Sin embargo, yo sentía que ya no tenía mucha paciencia para esperar cuando se trataba de mi mamá.
Nuevamente, me levanté de la silla, caminando directamente hacia la puerta de la sala de operaciones para darle un golpe. Esta vez, fuerte.
—Nere, ¿¡qué estás haciendo!? —preguntó Damián más alarmado.
—Está desesperada. ¿No la ves? —le recalcó Gloria, tratando de justificarme.
—Hija, ven... Siéntate junto a tu padre —solicitó mi progenitor con cierta angustia.
—Hazle caso a tu padre, interna —remarcó Damián—. Entiendo esos sentimientos de desespero, pero...
—¿Qué lo entiende? —preguntó Gloria en un tono sarcástico.
—Novata, no vayas por ahí. Lo hago por ella, porque el que está a cargo...
—Usted no sabe lo que es un sentimiento de desespero por un ser querido, doctor Del Valle —se cruzó de brazos y cerró los ojos.
»Nere, amiga... Ven y siéntate con nosotros. Te entiendo perfectamente, pero por primera vez solo estoy de acuerdo en que te calmes. Quiero que estés bien.
Mi hermano nos observaba a todos. Estaba muy tranquilo, como si presintiera que todo estaría bien. Él más que nadie sabía lo teatral que yo podía llegar a ser.
—Créame... Tuve mucha consideración para llevarla a su casa después de que su carcacha de vehículo no funcionara, pero no pensé encontrarme en las condiciones de estar toda la maldita noche en una clínica veterinaria por un... gato.
—No es solo un gato, ¿entiende? Bola De Queso es de la familia.
—¿De qué familia? ¿La de usted y sus otros siete gatos? —Damián suspiró con extremo sarcasmo mientras se levantaba de una de las sillas.
Tenía un vaso de café mientras continuaba discutiendo con Gloria. Yo, sin embargo, había perdido la paciencia y tuve que volver a golpear la puerta de la sala de operaciones.
«Mi mamá había luchado con esto desde hace un tiempo, maldita sea».
—¿¡Alguien podría salir y tener un poco de consideración para informarnos!? ¡Después de varias horas de espera se supone que al menos nos lo digan! —exclamé con fastidio.
Continué golpeando la puerta constantemente con mi pequeña mano. Gloria se levantó para ir hacia mí, pero Damián se adelantó por unos cuantos pasos. Mi papá decidió hacer lo mismo para calmarme. Sin embargo, la puerta principal de la sala de operaciones se abrió.
El anestesiólogo de turno salió con una sonrisa llena de calma junto a la enfermera Figueroa y al que se estaba quitando la mascarilla blanca.
Pude escuchar cómo a Damián se le cayó el café al verlos. Los tres vestían del mismo modo, con negros.
La enfermera Figueroa me mostró una sonrisa glacial mientras tocó mi hombro con un cálido gesto. Para mí fue casi imposible notar que la jefa del piso de cirugía estaba siendo gentil por el simple hecho de que no dejaba de mirar los ojos claros del hombre que operó a mi madre.
—Todo ha salido muy bien, señorita Doménech. Está en el cuarto de recuperación —la enfermera Figueroa fue la primera que me informó.
—Así es. Aunque todavía no despierta —comentó el anestesiólogo, dirigiéndose a mi padre y a mí—. Continúa bajo los últimos efectos de la anestesia que le adjudiqué. Hubo una pequeña intervención de último momento y tuve que aumentar la dosis para evitar ciertos conflictos. El doctor Wayne Milán hizo un buen trabajo, como siempre. Él les explicará lo que necesiten —le estrecha la mano a su colega.
El anestesiólogo y la enfermera Figueroa siguieron su camino por el pasillo, mientras que Adrián y yo no dejábamos de mirarnos.
—¡Doctor Del Valle! ¡Interna! —exclamó la enfermera Figueroa—. ¡Quiero ver este piso limpio antes de pasar nuevamente por aquí! Estos internos y residentes de ahora... ¡Jah!
Ciertamente, se parecía a Cruella de Vil. Damián tenía razón. Podía percibir que las caras de ambos parecían un poema mal escrito.
—Señor Doménech, su esposa está estable —informó Adrián, dirigiéndose a mi padre y esquivando mi mirada—. Me aseguré de remover completamente el tumor y le he hecho un pequeño drenaje para que la herida no adquiera ninguna infección que la exponga a un riesgo mucho mayor. La receta de los medicamentos para el dolor se la darán con el papel del alta médica. Entiendo que no hay ningún riesgo que altere todo el proceso. Necesita otra consulta más adelante para observar el resultado final. Quiero darle el visto bueno y poder realizarle una pequeña reconstrucción de la mama.
—No tengo cómo agradecerle lo que ha hecho por mi esposa. Gracias por intervenir con... con esa cosa que estaba torturando a mi familia y a mí —los ojos de mi padre se humedecen al instante—. Gracias, nuevamente. Doctor, que Dios lo bendiga —colocó una de sus manos sobre el hombro de Adrián. Lo agitó suave y cálidamente, mientras que el ojiverde le dedicaba una dulce sonrisa que me estaba matando.
Todavía no salía de mi asombro, gracias al hombre que había operado a mi madre. Sin embargo, él decidió marcharse sin tan siquiera mostrarme un gesto de interés.
«¿Estará enojado conmigo?»
No tuve tiempo para volver a la realidad y agradecerle. Tenía que hablar con él. No podía dejar que se marchara así.
—Papá, ya vuelvo, ¿sí? —toqué sus hombros, posando un beso en su mejilla.
Caminé con prisa detrás de Adrián, mientras que Damián secaba las losas donde había derramado el café. Gloria limpiaba su uniforme con una servilleta. Aún discutían cuando crucé por el lado de ambos.
—Además de parlanchina, también tiene un zoológico en su casa —escuché como Damián le reprochaba a mi compañera en un tono despectivo y burlón mientras movía la servilleta sobre el suelo con fastidio.
—Prefiero tener un maldito zoológico que tener el corazón lleno de tela de araña. ¡Ogro! ¡Lucifer!
—Lo que diga.
Se percataron de que continué mi camino disparada.
—Nere, ¿¡adónde vas!? ¡No me dejes con este señor aquí!
—¡Ya vuelvo! ¡Gracias a ambos por venir! —grité desde el final del pasillo y los dejé para que continuaran discutiendo.
Adrián caminaba solo por el pasillo de cirugía ambulatoria. Probablemente, hacia su oficina de guardia. Con mucha más prisa que antes intenté alcanzarlo.
—¡Doctor Wayne! —lo llamé, pero optó por seguir su paso, como si no me hubiese escuchado.
Me acerqué aún más.
—¡Doctor Wayne, espere! —subo mi tono de voz, pero ignora mi desesperada petición.
—Jovencita, tengo cosas que hacer —continuó caminando a pasos rápidos, sin tan siquiera girar su rostro.
«Mierda, estaba enojado conmigo. Pero ¿por qué?».
—¡Adrián! —grité su nombre.
Y, entonces, capté su atención.
—¿Qué quiere, jovencita? —se giró decidido. Estaba disgustado y serio.
—Hablar. Quiero hablarle, doctor Wayne —estaba nerviosa con esa mirada verde y misteriosa.
—Ya le informé sobre el estado de su madre. Estará bien.
—Sabías que era mi madre. ¿Por eso aceptaste realizar una intervención rápida con su tumor? —le pregunté al dedicarle una mirada desesperada, buscando una respuesta por su parte—. No dices nada...
—Es mi trabajo.
—Por favor... —supliqué por una respuesta más convincente.
—Jovencita...
—¡Sé quién eres! Bueno, pude recordarlo... —sentía que cada vez que hablaba, jodía más la situación—. Eh... Bueno, algunas cosas... Yo... Bueno, casi me había olvidado de esas situaciones por completo y...
—Claro. La afectada no fue usted. Tengo trabajo que hacer —volvió a darme la espalda para seguir su marcha.
«Maldita sea, no podía irse así».
Lo seguí.
—¿Estás enojado?
—No.
—¿Qué hice? ¿Por qué piensas que es mi culpa? Realmente, había olvidado todo eso. ¿Te afecta esa parte de tu niñez todavía?
Entonces, se detuvo.
—Créeme, no —no me daba la cara.
—¿Entonces? No tenía ni siquiera la menor idea de que trabajabas en este hospital, ni que te convertiste en médico.
—Ese es el punto. ¿Ahora entiende lo que me afecta realmente, jovencita? —se giró y me miró con desaprobación—. Todas esas situaciones las conocería si hubiese tomado en cuenta mi amistad en aquellos tiempos. No se preocupe, porque ya lo superé.
«¿Yo no tomé su amistad en consideración?».
🪶
Habían cerrado la calle como de costumbre, para celebrar la fiesta de navidad con todos los vecinos, amigos, y familiares. Estaba en una de las mesas de los exteriores con Amanda.
El chico tímido, amigo de Jesse, se sentó junto a nosotras. Estaba totalmente ruborizado.
—¡Gracias! ¡Lo leeré! —le dije cuando me regaló un libro: "El Amor En Los Tiempos Del Cólera", escrito por "Gabriel García Márquez".
—No... No hay de qué, Aly —me sonreía preocupado.
—¡Nerd! —Jesse lo llamó en un tono burlón y despectivo junto a sus otros amigos—. ¿¡Qué haces con las chiquillas!? ¡Ven, amigo! ¡Encontramos algo con qué divertirnos esta noche!
—Oye, no dejes que te hable así. Qué te respete como se debe y te llame por tu nombre si ese chico malo quiere ser merecedor de tu amistad —le exhorté al chico tímido.
—Sí, sí... Ya voy... —se levantó nervioso del asiento, regalándome una tímida sonrisa.
Se dirigió hacia donde se encontraba Jesse.
🪶
—Adrián, era una joven despreocupada en aquel tiempo, ¿entiendes? ¿Por qué me culpas por la inmadurez de una chica joven?
—No te culpo y jamás lo hice —dejó caer sus hombros, dándose por vencido—. Solo que no me esperaba que en este tiempo continuaras pensando como una chica despreocupada en cuanto a Jesse.
«¿¡Qué!? ¿¡Piensa que soy una inmadura!? Jesse es adulto y eso ha cambiado».
—Entonces... ¿Estaría pensando como una mujer de veintidós años si miro con deseo al mejor amigo de mi novio? —lo reté con sarcasmo.
La mirada enojada que me estaba dedicando el ojiverde me carcomía de tentación, causando que tragara hondo.
Sin embargo, él iba a responderme, pero la enfermera Bárbara Bosch apareció y lo saludó con un abrazo extremadamente exagerado.
—Hola, compañero —le sonrió con un evidente coqueteo.
«¿Por qué sentía que me hervía la sangre?»
—Señorita Bosch, le he dicho que esas no son formas de saludarme en los pasillos. ¿Bien? —él le sonrió mientras volvió a dirigirse a mí.
»Tengo que irme, jovencita. Mi tiempo es limitado a estas horas. Su madre estará bien.
La enfermera Bosch me miraba con una sonrisa llena de desprecio.
—Señorita Bosch, dentro de un rato tengo otra cirugía programada. Necesito que vaya a preparar mi equipo —Adrián me dio la espalda mientras comenzó a explicarle y a ordenarle.
Ella le sonreía de manera exagerada y jugaba con su mano, como si estuviese columpiándose a gusto.
Me quedé en la misma posición como una estúpida, observando la escena. Adrián no parecía cómodo con la acción de la enfermera Bosch.
Mientras yo presionaba mis puños por la imagen que desaparecía a lo lejos del pasillo, él me regaló una mirada preocupada y disgustada.
🔹
Después de que transcurrieron un par de horas, mi madre se encontraba despierta. Ya le habían dado el alta médica, justo como Adrián lo había informado.
—Mamá, te veo en casa. ¿Sí? —le dije mientras la ayudaba a abrigarse.
Ella estaba sentada en una silla de ruedas con una sonrisa radiante.
—Claro, hija. No te demores tanto. ¡Ahora sí que podré irme de luna de miel con tu padre! ¡Después de tanto tiempo! —exclamó muy emocionada.
Puse los ojos en blanco, mientras que mi padre sujetaba el bolso y la mantita de mi madre.
Jimmy también rodó los ojos. Él tenía razón. Mi madre saldría ilesa y hablando de su luna de miel número seis.
—Mamá, que solo han pasado seis meses —comentó Jimmy, sonriendo muy picarón.
—Vamos, cariño. No demoremos en salir —le avisó mi padre muy enamorado, mientras que un enfermero conducía su silla de ruedas hacia el exterior del hospital.
Al fin ella había terminado con ese malestar. Ahora yo tendría unas noches más tranquilas para dormir, sabiendo que mi madre estaba completamente saludable.
«¿Realmente tendría unas noches más tranquilas?»
Comenzaba a disgustarme el hecho de que me importara que Adrián me ignorase como si nada.
«Maldita sea, no es mi culpa».
🔹
Estaba en uno de los vestidores buscando mi mochila, mis llaves, y mi teléfono. Tenía cinco llamadas perdidas de Jesse. Al darme cuenta, suspiré con una expresión más asimilada. Nunca podíamos concordar y ya me estaba acostumbrando a eso.
Al salir y cruzar el largo pasillo, lo llamé, pero este no respondió. Eso también me estaba disgustando.
«¿Cómo es posible que tu pareja no te responda en un momento así?»
—¡Interna! ¡Tú! —gritó la enfermera Figueroa, mientras que yo estaba a punto de presionar el botón del ascensor para descender hacia el primer piso.
—Ho... Hola, enfermera Figueroa. ¿Sucede algo? —pregunté un poco ruborizada. La respetaba demasiado en el ámbito laboral.
—¡Claro que sucede algo! —recalcó casi sin respiración, como si hubiese corrido un maratón—. La he estado buscando en los pasillos de aquí y de los internos en el segundo piso. El doctor Wayne la está buscando y es de suma importancia. No me gusta que mis superiores en este hospital me cuelguen de una pared por internos. Vaya ahora.
La miraba dudosa, porque no sabía de cuál doctor Wayne me estaba hablando.
—¿El doctor Andrés Wayne? —pregunté.
—No, joven. Su hijo, el cirujano.
«Maldita sea».
—Gracias por avisarme, enfermera Figueroa —le agradecí antes de que se marchara con un gesto de exasperación, como si llevara trabajando toda su vida en el hospital.
«¿Qué quiere ahora? ¿No estaba con su enfermera favorita? Estoy agradecida con él por lo que hizo por mi madre, pero si creía que podía venir a humillarme por cosas del pasado estaba equivocado».
Fui con pasos firmes hacia la oficina de guardia de Adrián. Toqué la puerta para avisar que entraría, pero la enfermera Bosch salió exageradamente teatral y se marchó con gestos llenos de fastidio.
«Mierda, quizá el doctor Wayne Milán estaba de muy mal humor y renegando a los demás. Nere, prepárate».
Entré con seguridad y crucé los brazos. Adrián estaba parado detrás de su escritorio, mirándome. Sin embargo, también se encontraba con los brazos cruzados. Su expresión parecía llena de frustración.
Estaba duchado y fresco. Su cabello lacio aún estaba húmedo. Vestía con un traje azul oscuro sin corbata, elegantemente casual, como siempre.
—Doctor Wayne, estoy muy agradecida de lo que hizo por mi madre. Y mucho, de verdad —mi voz era como un pitillo por los nervios que sentía.
Él caminó con pasos lentos y seguros hacia donde yo me encontraba.
—Es cierto que antes no me di cuenta de muchas cosas, pero no fue intencional. Has cambiado mucho y...
Suspiró con fastidio y pasó por mi lado mientras me dejó hablando sola. Entonces, escuché que cerró el pestillo de la puerta...
—¿Qué... hace? —pregunté extremadamente nerviosa y ruborizada.
Se detuvo delante de mí con las manos colocadas en los bolsillos de su pantalón. Su expresión denotaba arrogancia y sarcasmo.
—La escucho. Eso hago... —continuaba mirándome con esos claros ojos que me estaban haciendo reaccionar con más nerviosismo.
—Le decía que ha cambiado mucho y... Soy adulta, ¿sí?
Se acercó mucho más...
—Sí, ya veo que es adulta —sus ojos se posaron sobre mis labios desde su altura. Su voz era casi un ronco susurro.
—Entonces, no me culpe. Lo ayudé en lo que pude... —tragué hondo, porque se mordía el labio inferior levemente—. En aquel entonces, me refiero... —susurré al sentir cómo adhirió su frente contra la mía, mientras que él me arrinconaba en la esquina de la pared, al lado de la puerta que yacía cerrada.
—Y le estoy agradecido, jovencita... —susurró.
Su delicioso aroma me estaba consumiendo viva. Las cosquillas en mi vientre eran imparables. Mi mochila cayó al suelo junto con mis llaves.
—A... Adrián, ¿qué quieres? —cerré los párpados, con mi cabeza contra la esquina de la pared. No podía respirar con esos preciosos ojos, mientras me miraban sin parpadear ni una sola vez—. Soy la novia de tu amigo...
—Y la mujer que he deseado probar desde mi puta juventud... —me susurró sensualmente mientras sus labios estaban muy cerca de los míos—. ¿Crees que puedas permitirme mostrar mi gesto de agradecimiento? —preguntó de manera provocativa y movió su rostro hacia mi hombro.
Rozó su perfecta boca y su barbilla sobre mi piel expuesta, aspirando mi aroma. Pude sentir cómo se mordía el labio inferior levemente sobre mi cuello.
—Andy...
—¿Ahora soy Andy? —me susurró al oído con dulzura mientras rozó su nariz por mi oreja.
Cerré los párpados nuevamente. Esta vez, perdida por él. Colocó sus delicadas y grandes manos sobre la pared, mientras que yo, inconscientemente, disfrutaba del roce de su boca y de su nariz.
—Andy como quiera te va a besar, jovencita... —remarcó al susurrarlo con ardiente tensión.
Me mordí el labio mientras disfrutaba del pecado de sus palabras.
—No me besarás... —lo reté sin fuerza de voluntad—. Además, estás muy...
Antes de decir la palabra "alto", me sujetó por la cintura y me elevó, causando que me quedara prisionera entre él y la esquina de la pared.
Mi visión se tornó borrosa cuando comenzó a besarme el cuello y la barbilla con mucho fervor.
Automáticamente, mis manos se posaron sobre sus fibrosos brazos, mientras que él continuaba comiéndome a besos la piel de mi cuello. Apreté la tela del traje sobre sus hombros por el placer que me causaba en lugares prohibidos.
—Andy... —le susurré al oído con los ojos entrecerrados.
Decidió mover su rostro hacia el mío para poseer mi boca.
Comenzó a besarme con tanta pasión que no pude evitar devolverle el beso, sin pensar en nada más en el acto. Acaricié sus suaves mechones mientras saboreaba su mentolada boca. La pasión entre él y yo sé había encendido.
Adrián dirigió su boca hacia mi cuello y lo mordió con suma delicadeza. La alarma de su teléfono se escuchaba como un vago sonido de fondo, aunque en realidad lo tenía en el bolsillo de su traje. Estábamos conscientes de que sonaba, pero continuó besándome la piel con voracidad.
—Siempre serás mi dulce y despistada Aly... —posó los últimos besos en la base de mi hombro, mientras que yo era incapaz de detenerlo—. Carajo... —se quejó en un leve y ronco susurro mientras sus labios se encontraban sobre la piel de mi cuello—. Tengo que irme. Sé inteligente —dijo finalmente, antes de volver a ponerme en pie sobre el suelo con elegancia.
Adrián Wayne Milán se arregló su elegante traje y se marchó con prisa, mientras que yo estaba petrificada, sin poder asimilar lo que estaba haciendo.
Estaba pecando con el mejor amigo de mi novio, pecando con el ángel que me estaba arrastrando al mismísimo infierno...
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