Capítulo 12 | Parte 2.
Capítulo 12.
(Adrián).
Volver a verla había sido una jodida impresión para mí, a pesar de que intentó verme como si yo fuera un pendejo. Estaba tan furioso y mi mente no me dejaba pensar con claridad cuando se trataba de ella. Lo cierto de la situación de mierda era que estaba confundido y frustrado.
"¿Por qué me tengo qué sentir así por una llamada? Y para acabar de joder las cosas, ¿por qué intento poner en duda lo qué comprobé con esa llamada? ¿Por qué una parte de mi quería darle la oportunidad de qué se explicara?" Mi mente no estaba transando con mis emociones, porque una parte de mi quería ser el imbécil que escuchara su explicación.
Quería que este sentir se borrara de mi jodido sistema, pero mi oscuro ángel se negaba a ser el idiota de antes, de confiar en ella cuando siempre lo prefirió a él. Desde que la conozco, siempre había sido mi maldita debilidad y yo estaba siendo completamente inseguro sobre ella. No entendía mi temor y frustración, pero no quería volver a pasar por lo mismo.
Estaba tan embrollado en mis tormentosas emociones y pensamientos, que por un momento había olvidado que Bárbara me estaba abrazando. Ni siquiera pude mostrarle interés a sus acciones, pero ya que había pasado los minutos, me di cuenta de que le había gritado a Alysha y que en serio se había marchado.
La intranquilidad volvió a resurgir en mí mucho más fuerte al ser partícipe de mis emociones no claras hacia ella.
"Maldita sea, me había pasado."
— Adrián, ¿ya estás mejor? — Aunque Bárbara me abrazaba, su voz fue cómo un eco a lo lejos. Mi parte más débil comenzó a castigarme emocionalmente por haberle dicho todo eso a Alysha. Maldita sea, ella es mía. Y aunque para mi es ridículo, ella misma me había dicho que estaba enamorada de mi.
"Eres un cabrón egoísta, y todo por un enojo incomprensible."
— Discúlpame, Bárbara. — Me alejo rápidamente de su abrazo. Los únicos abrazos que yo quería, eran los que rechacé por el enojo que me causó el tema de la llamada. No entiendo porque tengo ese extraño miedo, y eso era lo que más me enojaba.
"¡Maldita sea, carajo! ¡Es qué ella tiene un poder sobre mi y odiaba admitirlo!"
—No te preocupes, y no dejes que ella te moleste —inquirió Bárbara, pero eso me puso más furioso y la ignoré.
Sin pensarlo ni un minuto más, yo, el imbécil llamado "Adrián Wayne Milán", comencé a largarme desesperadamente para buscar a la chica que me tenía completamente en su poder.
—Adrián, ¿a dónde vas? El director quiere que vayas a su oficina. Ha pedido e insistido en verte —Bárbara volvió a informarme una vez que crucé la puerta hacia mi oficina de guardia, pero para acabar de completar, ella me siguió.
—Iré en unos minutos.
— ¿¡Irás a buscarla!? — Preguntó ofendida.
—Bárbara, por favor —le advertí al buscar mi negro estetoscopio Littmann en uno de los cajones de mi escritorio.
Procedí a marcharme de la zona.
— No. — Reclamó y puse los ojos en blanco por el desespero que me estaba causando. — "Por favor" te digo yo a ti. ¿A caso no te bastó ver a qué condiciones ella te llevó?
—Ella no lo entiende aún. Además, ella no me llevó a ese estado. Sabes que lo he padecido en muchas ocasiones. Sólo no quería mostrarme así ante ella —le dije con seriedad y sin tener que esconder que, de alguna forma, Alysha era lo único que me estaba importando.
Sabía que a Bárbara no le agradaba la idea de que yo estuviera detrás de esa jovencita, pero no me importaba lo que pensara.
—¡Por favor, estás perdiendo la dirección por esa niña! —Bárbara comenzó a susurrar entre dientes—. No olvides que eres el futuro...
—Sí, ya lo sé. ¿Y qué? Aún ella no está en su residencia médica. Es una interna.
— ¡Con más razón!
—Bárbara —me giré al llamarla con más atención—. Agradezco tu preocupación, pero quiero que entiendas que para mí ella no es solamente una interna o una de mis futuras residentes. Ella es más que eso.
—¿Qué estás queriendo decir? —preguntó, pero vi temor en sus ojos.
— Ella es a quién yo imaginaba cuando te pedía las situaciones que ya sabes. — Le confesé tranquilamente.
— ¿¡Qué!? ¿¡Esa estúpida niña!?
— Sí. Y no le digas así. Te pido discreción en cuánto a ella, porque no lo sabe. No quiero que nadie le haga daño. ¿Entendido? — Le advertí. — Ni tú ni nadie.
—De todas formas, sabes que no podría arremeter contra ti en ese aspecto cuando se trata de ella y de ti —me dijo con desprecio—. Sabes perfectamente que nadie te quitará tu futuro puesto. Eres el "típico" médico ejemplar del jefe de este hospital.
—Aun si él lo supiera, sé que no me pasaría nada, pero no quiero que nadie interfiera en su carrera. Hablo en serio, no quisiera tomar medidas más drásticas si alguien le hiciera daño en lo que más ama —al advertirle, me giré y le di la espalda.
La observé de reojo, porque aunque la advertencia era indirecta, quería estar seguro de que la entendió. Luego comencé a caminar, porque iba a buscarla directamente. Cuando estaba a punto de salir hacia el pasillo, Bárbara volvió a hablar a mis espaldas.
—Es muy joven para entender tus mierdas, Adrián. Ella no tiene nada de experiencia en cuanto a tus necesidades y padecimientos. Es muy jovencita para entenderlo. ¿Estás consciente de lo que estás haciendo? —aunque ella me dijo todo eso en modo de advertencia, suspiré un poco más asimilado con la situación entre Alysha y yo.
— Es mi jovencita. — Le dije sin más y salí rapidamente de la oficina al guardar mi estetoscopio en uno de los bolsillos de mi bata médica. Miré hacia ambos extremos del frío pasillo, pero lo único que percibía en el momento era a diferentes personales del hospital que caminaban de un lado a otro para sus respectivos deberes. Cuando me dirigí hacia la recepción de cirugía, le pregunté a la jefa del piso si de casualidad la había visto, sólo que disfracé un poco la pregunta.
—Buenos días, enfermera Figueroa —fui breve con ella al observar la hora en mi reloj de muñeca.
—Oh, vaya... —bromeaba con sarcasmo.
Sin ella darse cuenta, llamó la atención de ciertas empleadas con su actitud. No me sentía para bromas, así que me mostré lo más serio posible.
—¿Así que ya su malhumor ha desaparecido?
Volví a poner los ojos en blanco con cierto fastidio.
—Supe que llegó furioso, doctor Wayne. No me culpe, porque aquí los rumores corren y más si tiene la desdicha de llamar la atención —me observó con diversión y enarcó una de sus cejas al observarme.
—Eso parece —fruncí el ceño al percibir que ciertas empleadas me observaban—. ¿De casualidad ha visto a los internos de mi padre? —intenté disimular mi extremo interés, aunque gracias a lo estúpido que había sido con mi Aly, no estaba funcionando.
—Sí, de hecho, sé dónde se encuentran ahora mismo, pero... —me observó con más dudas y achicó sus ojos.
Ya estaba acostumbrado a la irritante jefa del piso, pero en el momento, si no transaba, juraría que me mostraría con autoridad para que recordara quien era yo en el piso de cirugía general.
—Tengo entendido que usted comienza a hacerse cargo de los internos la semana próxima —miró los documentos oficiales—. Sí —afirmó segura al leerlos—, en este momento deben de estar en los vestidores, preparándose para sus rondas con uno de los residentes de cirugía.
—Y por lo tanto, es mi deber estar al pendiente y echarles un ojo. No olvide lo meticuloso que soy en este piso —le volví a informar sin ningún tipo de humor, descargando mi frialdad.
Continué mi camino hacia los vestidores del piso de cirugía, pero al llegar sólo había un par de estudiantes, incluyendo a sus amigos. No podía negarlo, me gustaba conocer cada detalle de ella, por más mínimo que fuese. Esa exageración de mi parte la utilizaría a mi favor.
— ¡Es que te juro que tiene unas nalgotas exquisitas, querida! — Al acercarme a sus amigos por la espalda, escucho al amigo de Aly comentar tonterías entre dientes. — Imagínate... aún yo no pensaba ni siquiera en una cita, pero creo que sólo por tener esas masas de carne bien formadas, merece aunque sea un par de horas de mi parte para escuchar sus interéses. Claro, además de que es gay, por supuesto. — Sus dos amigos hablaban con tanta familiaridad, pero al encontrármelos de espaldas, y hablando sin ningún tipo de prisa, me resultó extraño. Alysha debería estar con ellos, o al menos eso creía. Me di cuenta que ningúno de los dos se habían cambiado de vestimenta, así que supuse que aún no comenzarían.
«¿Dónde se habría metido?», pensé tan ajeno a la conversación tan tonta de sus dos amigos.
Fruncí el ceño al frotar los dedos de mi mano sobre mi barbilla. Su amiga, al cambiar por un momento su mirada, se dio cuenta de mi presencia y se congeló. Aún observándome, lo único que mostré fue fastidio.
"Necesito volver a ver a mi bebé."
— ¿¡Qué!? ¿¡Qué pasa!? ¿Aún no me crees lo de las nalgotas, verdad? — Cuando el amigo de Alysha se dio cuenta que la otra interna no hacía ni una mueca, él se giró repentinamente. Al verme, suspiré con suma preocupación y seriedad por el asunto de mi jovencita. — ¡Ay, carajo! ¡Es el jodido Príncipe del Bisturí! — Se asustó y colocó una mano en su pecho al vociferar y avisarle a la otra interna, cómo si no me hubiera visto. Continué neutral. Ambos se giraron completamente y sus posturas eran exageradamente firmes.
— ¿No falta una en su grupito? — Enarqué una ceja al preguntar con seriedad. Ambos me observaban confusos. — Sí, ella... — Al afirmar en pocas palabras, ambos entendieron.
—Se supone que ya esté aquí, ¿no? —su amiga me informó y formuló la pregunta para mí.
"Posiblemente los había dejado para verme." Al pensarlo con fastidio, siento cómo presiono mi mandíbula.
—No pensé que tardaría en venir hacia acá —respondí con suma brevedad al fruncir el ceño con preocupación.
Los amigos de Alysha parecían cohibidos.
— Yo no pensé que los ángeles caían del cielo y aquí estoy mirándo uno. — Su amigo era más que extrovertido e irritante, pero la otra interna intenta calmarlo al darle en un brazo con el codo. — ¡Ay, perdón! — Se retracta rápidamente y carraspea. — Digo, Doctor Wayne... — Suspira de forma extraña y tonta. — No debe tardar. No lo sé... — Se encogió de hombros. — Quizá está en el baño o en la cafetería. La contactaría de inmediato, pero desde que no tiene su teléfono ha sido un...
—Espere, ¿dijo que no tiene teléfono? ¿Qué sucedió con su teléfono? —mi pregunta fue más insistente.
Ambos intercambiaron miradas, pero él tragó hondo cuando volvió a dirigirse a mí.
—¿Ella no le dijo?
—¿Decirme qué? —los fulminé con la mirada, demostrando control.
—Su teléfono no funciona —me informó su amiga—. Está descompuesto —intentó decorar la información cuando ya era inevitable—. Mmm, ¿por qué mejor no se lo pregunta usted mismo cuando la vea? —suspiró un poco nerviosa, pero sabía que intentaba no entrar en detalles.
Evidentemente, ambos me estaban ocultando toda la información.
«¿Por qué tenía un mal presentimiento sobre esto?».
—Claro —afirmé y los observé detenidamente con curiosidad por si me brindaban más información—. Entonces, gracias —salí de allí inmediatamente y volví a dirigirme hacia los pasillos de cirugía.
Caminé por varios de ellos con la esperanza de encontrarla como si fuera mera casualidad, pero no logré localizarla. Sin embargo, no pude quedarme tranquilo con la nueva información que había recibido por parte de sus amigos. Por eso, cuando volví hacia el pasillo donde estaba localizada mi oficina, saqué mi teléfono personal y decidí hacer una llamada.
—Hasta que por fin te dignas en aparecer, amigo —me dijo Jesse al otro lado del teléfono, y como ya era una mera costumbre, ni siquiera nos saludamos al responder—. ¿Dónde carajo estabas metido? ¿Ya estás en el país?
—Sí, volví anoche —respondí con brevedad.
—Oye, te llamé un par de veces y te envié muchos mensajes sin respuestas. Sé que eres un médico ocupado, pero supongo que si tienes tiempo para los culos que se te presentan, también debes tener tiempo para tu amigo —hablaba fríamente de las típicas conversaciones que ya me aburrían.
Puse los ojos en blanco con fastidio.
—No he podido responder ninguna llamada, Jesse —mentí deliberadamente—. He estado en asuntos muy importantes de vida o muerte —eso sí que era cierto, pero como a él no le interesaba nada de eso en lo absoluto, continué con la conversación que se me hacía molesta, sólo por querer sacarle algún tipo de información.
«Mierda, parecía un jodido adolescente que iba tras una chica». Mentalmente, mi oscuro ángel se sentía disgustado con esa idea, pero más disgustado me sentía yo con el hecho de que ella estuviera disgustada por culpa de mis jodidas emociones y mis malditas locuras.
— Sí, sí. Ya sé en qué consiste tu vida. Tanto que fastidié contigo y ahora eres uno de los médicos más reconocidos del país. A quién le llueve el dinero y las mujeres... — Jesse siempre intentó restregarme en la cara cada cosa que yo hacía, pero ahora sólo le queda asimilar una realidad que ya me daba igual.
—Eso parece —afirmé con todo el ego del mundo al recordar que él volvió a estar cerca de mi jovencita—. ¿Y para qué me habías llamado antes? ¿Hay algo importante que quieras decirme? —fui directo y bastante cortante al recordar mi frustración de no encontrar a Alysha.
—Al parecer estoy jodido con mi ex novia. No quiere arreglar las cosas ni darme una oportunidad. Eso me tiene hasta los cojones.
—Todavía estás con esa mierda... —susurré, pero mi mandíbula se tensó.
— Andy, ya te dije que ella es la mujer que quiero. No me importan las putas que van y vienen. Tiene que ser mía, y aunque esté tan enojada conmigo, en algún momento tendrá que disculparme.
«Ni en tus sueños será tuya».
—No la mereces y lo sabes —presioné mis dientes con ganas de matarlo.
—Cierto, pero yo la necesito. Es mía, Andy.
—No es tuya, Jesse —solté fríamente—. Y mucho menos cuando sabe que la has engañado.
— Está resentida, pero en algún momento tendrá que aceptar que con quién ella debe estar es conmigo. Hace unos días fui a buscarla, para reclamarle por esos resentimientos. Está con otro imbécil, y hasta le ha dado con ignorarme cómo si yo fuera una cosa cualquiera. Inclusive, ése tipo la llamó cuando discutíamos. Me ignoró, cómo si no existiera en su vida, sólo por intentar responderle a su... creo que acostada. — Su voz era de indignación, pero más indignado me sentía yo conmigo mismo por no haberla escuchado. — En ése momento no soporté la idea y le... le... quité su teléfono y se lo destruí. — Aunque me contaba las cosas con suma normalidad, sentí que mi presión en la sangre estaba alterándose por completo. Una fuerte presión en el hueco de mi estómago fue incrementando al igual que mi furia.
—¿Le destruiste su teléfono? —mi voz era un frío susurro ensordecedor.
La pregunta con obvia respuesta fue más como un hecho que yo no asumía de buena forma.
— Así es. Lo tiré contra la calle, y aunque me sorprendió mi jodido impulso, no me arrepiento. Sé que yo no he hecho las cosas bien con ella, pero detesto creer que pueda estar con otro tipo. Yo la amo, ¿entiendes?
— Claro que no la amas. — Tragué hondo por la furia que estaba conteniendo sin éxito. — ¿Cómo te atreviste a hacer semejante estupidez? Eres un cabrón. — Le hice saber sin ninguna pena, aunque, eso mismo es gracias a mi. — Tienes que controlar tus mierdas, Jesse. No puedes ir por ahí formándole cada drama. Además, ¿qué cabronería es esa? No vuelvas a hacerlo. Eres abogado, hombre.
—Lo sé —me dijo con normalidad—. Me exageré un poco, pero estaba enojado. No me gusta que se comporte como una cualquiera conmigo.
—Tú eres el primer perro, Jesse. No estás siendo justo —mis palabras salían sin control.
—Nunca he sido justo y lo sabes —comentó extrañado—. Además, no entiendo por qué la defiendes tanto. Tú ni la recuerdas mucho, y me está cambiando por otro imbécil.
—No me gusta que trates a las mujeres de esa forma tan...
— ¿En serio, Andy? ¿Tú quién eres para decirme eso? Eres el primero que buscaba cierto tipos de mujeres con un fin en específico. — Jesse sabía perfectamente de mis movidas, más no sabía el porqué siempre lo he hecho. Él siempre ha creído que es porque lo veo como un estilo para pasar el rato. De esa misma forma, lo veían las mujeres que me tiraba. Pero Jesse siempre ha sido muy violento, y de eso no quedan excluidas las mujeres que él se tira, las cuáles han sido víctimas de su asquerosa violencia. Lo peor de todo es que siempre lo aceptan con el simple hecho de tener una noche de sexo o dinero.
— Sólo... — Cerré los ojos por unos segundos. En éste punto, ya no me estaba importando perder su amistad por mi niña. Ya no me importaría decirle que ella es mía y que no permitiría que le pusiera ni un dedo encima. Al abrir mis ojos, ya me encontraba más decidido. — Jesse... — La vista de una chica con él cabello negro-azulado llamó mi atención. Salía de uno de los baños que se ubica a unos cuántos metros de mi oficina de guardia y del ascensor. Parecía secar sus lágrimas con las mangas de su blanco abrigo. Mi caja torácica está a punto de desencajarse al verla. La necesito. Esto tendrá que esperar, no puedo permitir que mi malestar dure en cada cirugía si no sé que estoy bien con ella. — Debo dejarte. Sé me ha presentado un asunto sumamente importante. Hablamos luego. — Ni siquiera lo dejé terminar. Las mierdas de Jesse me daban completamente lo mismo, pero ella me podía más, carajo. Sin pensarlo, la sigo. Necesito detenerla y pedirle disculpas de alguna forma.
"Eres un cabrón egoísta. Ni siquiera sabes si te disculpará, Adrián. Y si no lo hace, la has cagado. Bien que te lo buscas por no controlar tus manías." Hablo conmigo mismo mentalmente, regañándome en mi interior.
Al alcanzarla, la llamé con mi patética voz ahogada por la ansiedad.
— Aly. — Al escucharme, se gira y me observa con esos ojos tristes e inocentes. Sin esperarlo, algo en lo más profundo de mi ser se descompone y no sé que me está pasando.
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