Capítulo 1 | Parte 1.
♪ You & Me feat. Eliza Doolittle (Flume Remix) ♪
Capítulo 1.
En la actualidad...
Era uno de esos días en el que me despertaba con ánimos para continuar con la carrera que me había llevado a mi locura personal, que era ser médica. Estudié arduamente para poder estar en una de las mejores escuelas médicas del país, la «Escuela General de Medicina de Puerto Rico».
La realidad era que para mí no hubiera sido de mucho agrado estudiar fuera del país, lejos de mi gente y del calor de mi familia. Continuaría el internado en el «Hospital General de Puerto Rico». Me sentía muy ilusionada. Por suerte y para mi propio beneficio, era el hospital que estaba afiliado con la escuela donde estudiaba.
A las 6:00 de la mañana recibí a mi madre en la cocina con un beso y un abrazo extremadamente exagerado. Eso la hizo reír y emocionarse. Yo estaba a punto de preparar el desayuno para todos, pero ella me apartó del área de la cocina.
—¡Alysha Nerea, muévete! ¡Yo les preparo el desayuno! ¡Hoy soy la que va más tarde a trabajar! Además... ¡Hoy es tu día, mi futura doctora! ¡Estoy tan orgullosa de ti! —me abrazó fuertemente, casi llorando por la emoción.
Así era la señora Nery Losada; una mujer dulce, pero con carácter. Una mujer que amaba inmensamente a su familia y que se preocupaba por cada uno de nosotros —incluyendo a mi padre—, aunque a veces discutían como dos adolescentes.
—Mamá, todavía me faltan algunos meses para poder tomar el examen de revalidación. Hasta entonces, cuando llegue ese momento, es que podré ser médica de forma oficial. Aún queda un poco de tiempo para eso —le dije en modo de explicación.
—¡Algunos meses no son nada! ¡Apuesto que se irán volando! En un abrir y cerrar de ojos serás mi bella doctora... —suspiró.
A veces mi madre podía exagerar las cosas, pero la amaba más que a mi vida. También al hombre que acababa de despertarse por los escándalos de ella.
—Buenos días, papá. Quería preparar el desayuno para todos, pero mamá ha insistido.
—Tu madre es muy escandalosa. Felicidades, hija. Debes estar emocionada por este nuevo día. Podrás con ello. Estoy seguro de que los impresionarás a todos —me dio un abrazo al bostezar.
Siempre había podido contar con el apoyo de ambos. Les podía confiar la mayoría de las cosas sin reservas. Además de que eran mis padres, tenía una relación de amistad muy estrecha con ellos.
—¿Jimmy aún duerme? —pregunté.
—Sí, hoy no tiene clases —confirmó mi madre—. Desde que ingresó a la universidad el semestre pasado, ya no tengo idea de qué días tiene y no tiene clases. Me acuerdo de ti cuando ingresaste por primera vez. Y mírate... Estás en la escuela de medicina, a punto de continuar tu internado en el hospital —se cubrió la boca muy emocionada mientras las lágrimas rodaban por su rostro.
—Mamá, entiendo que estés emocionada, pero cálmate. ¿Sí? —me causó ternura verla así.
—Cariño, será un internado. No irá a la guerra —mi padre se rio con despreocupación.
—¿Es que no te das cuenta de lo que esto significa, Juan Antonio? ¡Tu hija pronto será una doctora y tú lo tomas como si fuera una taza de café! —mi madre le reprochó mientras colocó sobre la encimera una taza llena de café cargado para él. Casi se lo salpicaba.
—Nery, cariño... ¡No exageres! ¡Claro que estoy muy feliz por nuestra pequeña! Aunque ya no es nuestra pequeña científicamente, pero sí metafóricamente —mi padre me sonrió y me guiñó el ojo.
Juan Antonio Doménech era un científico retirado que se dedicó a trabajar en una base militar para el gobierno estadounidense. Luego de llevar muchísimos años en aquel lugar, decidió dejarlo y comenzó a trabajar como oficinista en el mismo hospital donde yo culminaría el internado, aunque él estaba ubicado en otra área bastante alejada, lo que me decepcionaba un poco, ya que me hacía ilusión verlo más seguido.
Los Doménech-Losada teníamos un gran sentido del humor. Además de carácter, claro estaba. No éramos una familia adinerada, pero sí trabajadora y luchadora. Nunca nos había faltado nada.
Cuando mi madre comenzó a preparar el desayuno, decidí ducharme y vestirme antes de que estuviese listo. Sin embargo, mi teléfono no dejó de sonar por las llamadas y llegadas de mensajes.
«Seguramente, tenía que ser de alguno de mis amigos o compañeros de estudio». Anoté mentalmente devolverle la llamada a quien haya estado procurando por mí.
Gracias al reproductor de música en mi habitación, se escuchaba el tema You & Me de Flume & Eliza Doolittle mientras me vestía. Me puse un jean negro, unas clásicas Converse y una blusa blanca que iba abotonada. Mi vestimenta me tuvo que bastar, ya que de todas formas tendría que volver a cambiarme de ropa en el hospital. Me gustaba andar con el cabello suelto, pero por las circunstancias tenía que mantenerlo recogido, así que con una coleta alta me tuve que conformar.
Cuando terminé de prepararme y arreglarme, miré la pantalla de mi teléfono y comprobé que no acerté cuando intenté adivinar quien me había estado llamando tan temprano. Sin embargo, le devolví la llamada.
—¿Cómo estás, Nere? —me respondió Jesse—. No he tenido una respuesta aún. ¿Me acompañarás el sábado?
—Lo sé, Jesse. En estos últimos días he estado muy estresada y ocupada con el internado, pero lo he tenido en mucha consideración —hacía casi un año que habíamos estado saliendo.
«¿Quién diría que después de unos cuantos años, Jesse se dirigiría a mí intentando una relación seria?». Se había convertido en abogado y hasta obtuvo su propio bufete. «Así que, ¿por qué no podía intentarlo?». Yo había madurado unos años y él buscaba estabilidad. Al fin y al cabo, siempre fue el hombre que me gustó desde que era más chica.
—Está bien, pero no me niegues esa maravillosa cena. Quiero presentarte a unas personas que han sido mis amigos, colegas y pasados compañeros de estudio cuando estaba en la universidad.
—Está bien, iré. Gracias por la invitación, Jesse. Te lo agradezco —le confirmé despreocupada y feliz.
—Nos veremos el sábado, Nere. No olvides llamarme cuando salgas del hospital. Me gustaría saber cómo te fue en tu primer día —me dijo en un tono sugerente y orgulloso.
—Te llamaré. Besos... —suspiré y colgué la llamada.
No me había fijado en lo mucho que habíamos estado avanzando desde entonces. Todavía podía recordar el disgusto que sentí aquel día en la fiesta de su graduación universitaria. Nunca le mencioné lo que vi, ya que fue una situación pasada y aún yo no estaba en su vida.
Cuando desayuné una buena porción de avena con canela y un buen jugo natural de naranjas, estuve lista para irme. Recogí las cosas que me harían falta: las llaves de mi carro, la mochila con el equipo médico que utilizaría, los libros, el ordenador portátil y la merienda.
A veinte minutos del hospital, manejaba mi linda carcacha —un Honda Civic del año 2002—. Escuchaba las noticias en mi emisora de radio favorita y me distraje un poco del tráfico pesado de la mañana.
Al parecer, informaban que la epidemia se había expandido en el Medio Oriente. Eso había dado mucho de qué hablar, ya que el MERS, una enfermedad que estaba controlada desde hacía mucho, se reforzó y desencadenó una nueva cepa más resistente.
Había estado estudiando sobre el virus, el cual era denominado por su nombre completo como «Síndrome Respiratorio Coronavirus de Medio Oriente». Era un tema que me encantaba y que investigaba independientemente, a diferencia de los estudios habituales en la escuela médica.
Cuando llegué al hospital, saqué mi teléfono y llamé a una querida amiga que conocía desde la escuela médica. Ella también sería parte del programa de prácticas, ya que realizaba el internado de igual forma que yo.
—¡Buenos días, colega! ¿¡Lista para la batalla!? ¿¡A que sí!? —respondió el teléfono con suma ilusión, a punto de gritar.
—Vaya... —sonreí, porque me sentía igual que ella—. Tú sí que estás emocionada, Gloria. Bueno, ambas lo estamos. Hemos soñado con este momento y al fin lo tenemos en nuestras manos.
—Estoy emocionada con esta nueva etapa. Tú mejor que nadie lo dices: "hemos soñado con este momento". Y déjame corregir... ¡Soñar con trabajar en un hospital! Y para completar, ¡lo haremos en uno de los mejores del país! —exclamó al borde de la risa—. Pero no sueño con ser esclavizada por los superiores que nos dirigirán. Ya sabes como tratan a los internos y a los residentes. La diferencia es que nosotras estamos en la cadena más baja del triángulo.
—Es cierto, pero no será para toda la vida. Será temporal. Además, sabes que no se trata de estar en la cadena más baja de un jodido triángulo, sino de lo que traemos en nuestros cerebros —le dije con rotunda seguridad.
«¿Es que me creía una sabia reflexiva?».
—Lo sé. Pero los residentes y los superiores no pueden ver nuestros cerebros hasta que demostremos como funcionan de verdad, Nere. Creo que ya estoy hablando mucha babosada por los nervios —me dijo exasperada.
La estaba escuchando en todo el trayecto mientras salía de mi carro. Caminé desde el estacionamiento múltiple hacia la entrada principal del edificio. Era un hospital grande y moderno. Lo habían remodelado, dándole un toque avanzado y universal. Tenía ventanas acristaladas y amplias que se extendían desde un extremo a otro. Su pintura era blanca y gris. La entrada principal era espaciosa y lujosa. También adquiría una entrada especializada para las ambulancias y el helicóptero de emergencias aéreas.
Sin duda, se veía muy cuidado y limpio. Me quedé embelesada y admiré las vistas del monumental edificio para el cual estaría trabajando y estudiando por largas horas.
—Nere, ¿me estás escuchando? Espero que entiendas mi sarcasmo y mi frustración con la cadena más baja del triángulo —me dijo en un tono preocupado, interrumpiendo mi leve ensoñación de admiración.
—Sí que te escucho, Glory. No te preocupes de momento, ¿sí? —intentaba calmarla mientras caminaba hacia la puerta principal del hospital.
Mi mochila colgaba sobre uno de mis hombros mientras que en el brazo cargaba mis libros y mi merienda. Aun así y como podía, sostenía el teléfono contra mi oreja.
—Escucha, será difícil al principio y durante el proceso de conocer el ambiente e ir a sus ritmos. Lo haremos bien, como lo hemos hecho en la escuela médica. Somos de las más sobresalientes, pero no permitiremos que un residente abrumado por hacer su especialidad o un jefe superior gruñón nos amargue la existencia —mientras continué con la charla animada para mi amiga, me percaté de que caminaba con más prisa de la que acostumbraba.
Sin embargo, percibí como alguien se acercó por mi lado izquierdo con un café y un maletín. Tenía la misma prisa que yo por entrar al edificio.
—Además... —mis palabras fueron interrumpidas al sentir un golpe en mi brazo izquierdo.
Mis cosas se habían caído al suelo: los libros, mi mochila con el equipo médico y la merienda. Cuando observé lo sucedido con más detenimiento, me di cuenta de que el hombre que sujetaba el maletín no tenía el café, ya que se le había caído al suelo y parte del líquido se derramó sobre su vestimenta. Tenía puesta una camisa azul oscuro, muy elegante y de mangas largas que estaban abotonadas. También se ajustaban en sus muñecas por unos gemelos con la letra «A» en diamantes. A mí me salpicó las Converse, las nuevas y clásicas zapatillas que mi padre me había regalado.
—¡Carajo! ¡Acabo de tropezar con un tonto! ¡Glory, te veo adentro! —colgué la llamada.
—Pero... ¿Qué dice? "¿Tonto?" —intentó limpiar su elegante y carísima camisa con un pañuelo que sacó del bolsillo de su pantalón gris—. Usted no estaba atenta por donde iba caminando. Ni siquiera tenía la vista hacia el frente cuando hablaba por teléfono.
—¡Salpicó mis Converse! ¡Son nuevas! —le reproché mientras terminaba de recoger mis cosas del suelo. Luego me levanté y me giré para mirarlo directamente.
—¿En serio? ¿Me llama "tonto", pero está alterada por unas Converse? Eso sí que es tonto. Mire mi ropa. Voy directo al trabajo —musitó al tratar de no parecer alterado, pero sí ofendido.
—Ya veo... —murmuré con la voz entrecortada al observar lo inevitable, pero la verdad era que dejé de escuchar sus reclamos cuando me quedé mirándolo embobada.
«Maldita sea, estaba a punto de comprarle miles de café si me lo pedía. Parecía un ángel caído del cielo», pensé de manera inconsciente.
Era alto; bastante alto, me atrevía a calcular casi 1'90 de estatura. Su cabello era lacio y castaño con destellos naturales color miel. En la parte superior de este tenía abundantes mechones bien cuidados y algo largos sin llegar a lo extremo.
Su gel o crema le jugaba con mucho favor a su peinado hacia un lado con mechones que casi estaban secos y que le caían de una forma muy sensual. Tenía los ojos claros y brillosos de un precioso color verde. Eran tan destellantes y expresivos que podían cambiar de tono con facilidad. Sus cejas castañas —aunque estaban un poco desaliñadas—, eran perfectas en su rostro.
Su boca era carnosa en su medida, sin exagerar la finura de sus labios en la división. Tenía una nariz perfilada y envidiable. Su piel tan blanquecina me recordaba a los ángeles de las pinturas artísticas. Sin contar que portaba una elegancia fascinante.
«Santo Dios».
—¿Y bien? —me miró dudoso.
«¿Estaba esperando una disculpa de mi parte?». Pensé al achicar los ojos. «¡Yo no tenía la culpa de que se cruzara en mi camino!».
—Bueno, le ofrezco una disculpa por el café. Pero usted intervino en mi camino —espeté.
—¿Qué? —sus ojos verdes se achicaron levemente—. Usted se interpuso en mi camino hacia el trabajo —suspiró con un aire de arrogancia—. Pero acepto su disculpa. Gracias —asintió educadamente y se retiró.
«¿¡Qué!? ¿¡Y él no se disculparía!? Se creía listo al irse con las manos limpias como: "aquí no pasó nada"».
—¡Oiga, usted! —le grité a lo lejos, mientras que él estaba a punto de entrar al edificio—. ¡Qué falta de educación! ¿¡Me oyó!?
—¡He sido muy condescendiente! ¡Créame! —dijo en un tono forzado, pero educado—. ¡Además, usted me debe dos camisas nuevas!
«"¿Dos camisas nuevas?" ¿Qué quiso decir con eso?». Cuando iba a preguntarle, ya se había marchado. «¿Qué carajo le sucedía?». Pensé con extrañeza y luego intenté calmarme.
Cuando entré al edificio, me dirigí hacia la recepción principal del hospital para identificarme. Necesitaba que me asignaran las instrucciones de lo que debía hacer para estar con los demás internos.
—Buenos días —saludé a la secretaria con una sonrisa sincera—. Soy una nueva estudiante, una practicante. Me habían dado instrucciones para identificarme aquí antes de acceder a los pisos correspondientes a mis prácticas.
—Claro —asintió muy animada y sonriente—. Y buenos días, por cierto. Es la mañana. Ya sabe, algo cargada. Puede decirme su nombre con sus dos apellidos. También dígame su número de estudiante y concédame una tarjeta de identificación, por favor —solicitó. Hacía un trabajo eficiente desde su ordenador.
—Sí, mi nombre es Alysha Nerea Doménech Losada y aquí están los demás datos —saqué un papel arrugado del bolsillo derecho de mi jean con toda la información correspondiente.
—Muy bien, aparece en el sistema. Aquí está su tarjeta como estudiante interna, señorita Doménech —me entregó una tarjeta con una foto reciente de mi rostro—. Concédame unos minutos para hacer una llamada de confirmación.
Mientras esperé, observé lo grande y lujoso que era el hospital. Todo estaba muy limpio e inmaculado. Cuando miré hacia la parte superior desde mi posición, noté que el lugar estaba abarrotado de pisos y pasillos. Al lado de la puerta principal había una fuente de agua con piedras y figuras rústicas de ángeles. El suelo estaba cubierto por losetas de mármol entre blancas y grises. Sin duda, era un edificio moderno y a la altura.
—Bien, gracias —la secretaria colgó la llamada y volvió a tener mi atención—. Listo, ya puede subir, señorita Doménech. Es en el segundo piso, puerta «A-18». Allí tendrá que esperar con los demás estudiantes para que los dividan por grupos y secciones. Puede tomar cualquier ascensor.
—Gracias, señora...
—Lourdes López, a sus servicios —contestó educadamente.
Le sonreí y me dirigí hacia el primer ascensor que vi. Estaba muy emocionada, pero a la vez algo nerviosa. Era mi primer día y quería hacer las cosas bien. Para mí lo importante era ser una buena interna y aprender de los mejores médicos y especialistas.
Cuando llegué al segundo piso, localicé la puerta «A-18». Al entrar, observé a un grupo de internos que charlaban muy animados, mientras que otros estaban sentados en sus respectivos asientos junto a una mesa alargada y ancha. Rápidamente, encontré a mi amiga Gloria y me senté a su lado.
—¿Ves? Te dije que te relajaras. Todo saldrá bien. Hemos estado juntas estos últimos años, así que aquí no será la excepción —le dije en tono conciliador.
—"Juntas", hasta que decidan dividir los grupos. No te preocupes. Si nos separan, podré sobrevivir sin ti. ¿Sobrevivirás tú? —su sarcasmo muy elocuente me hizo sonreír.
Gloria Moreno Campos no solo me entendía y aceptaba mi forma de ser, sino que también era una estudiante muy aplicada, inteligente y sarcástica. Sin embargo, aunque me divertía mucho su sarcasmo, me parecía de lo más graciosa.
Sus padres murieron cuando ella era muy pequeña, así que su tía —la señora Lola Moreno—, la crió desde entonces. Aunque en la actualidad tenía veintisiete años, amaba a los animales como si fuese una niña pequeña, tanto como para tener ocho gatos y un perro. Yo le había tomado mucho cariño, así como quería a mi mejor amiga Amanda.
—Bien, escuchen... Buenos días —un hombre mayor y muy elegante que vestía de médico llamó la atención de todos los internos presentes, incluyéndome—. Soy el doctor Andrés Wayne, director en el área de prácticas de internos y residentes.
Con rapidez y eficiencia, todos los que todavía se encontraban levantados tomaron sus respectivos asientos en la gran mesa para escuchar atentamente. Era obvio que en la reunión estaban muy emocionados. Y eso me incluía.
—En este hospital, como la mayoría sabe, hay que trabajar duro. Entiendo el sentimiento de ustedes por haber llegado hasta aquí después de tantas batallas que desconozco, pero en este lugar se viene a trabajar fuerte —el tono del director de internos y residentes era firme—. Aquí no solo hay internos que serán médicos generales. Como todo, también están los que continuarán su especialidad. Así que luego de obtener las licencias como médicos generales, algunos de ustedes me seguirán viendo.
»Me especializo en medicina preventiva, salud pública, sanitaria y epidemiología. Además de esas áreas, también estarán observando y rotando por las distintas especialidades y sus ramas. Para cada rotación los ayudará un residente asignado. Ellos tienen muchas experiencias y un sinnúmero de conocimientos que obtuvieron cuando fueron internos. En unos minutos los tendremos por aquí. Ellos les explicarán lo que tienen que hacer.
Medicina preventiva, epidemiología y todo lo que tenga que ver con esa área era muy interesante. Pero mi sueño siempre había sido graduarme como médica general para poder especializarme en cirugía general.
Mientras el doctor Andrés Wayne continuaba hablando de las indicaciones, entraron tres personas, tres médicos más.
—Oh, aquí están. Los dividirán en dos grupos, internos —informó el doctor Andrés Wayne con mucho agrado, mientras que yo no podía creer lo que veía—. Ellos son el doctor Damián Del Valle y el doctor Luciano Santiago, los residentes que estarán al pendiente de sus rondas —miró al tercer médico con mucho más agrado, pero yo quería que la tierra me tragara—. Y él es el doctor Adrián Wayne Milán, uno de los mejores médicos cirujanos de este hospital y del país. Dentro de su especialidad está realizando una subespecialización en cirugías reconstructivas. En esta temporada trabaja con malformaciones congénitas y cirugías oncoplásticas.
»Los interesados en la rama de cirugía podrán apreciar de cerca los trabajos que él realiza en el quirófano. El doctor Adrián Wayne Milán siempre acostumbra a saludar a los nuevos internos. Pronto estará a cargo de muchos residentes en cirugía general, a cargo de los que aquí opten por esa especialidad.
«¡Maldita sea, y yo le había derramado su café en la camisa! ¡Le grité como una loca sin la mitad de mis neuronas!». Mentalmente, me puse en extrema alerta. Sin embargo, él no tenía la misma del incidente, ya que se había puesto otra.
«Seguramente, se cambió aquí. Quizá la tuvo que buscar». Intentaba sacar conclusiones mentales al ser consciente de lo que estaba sucediendo. «¡No podía ser posible! ¡Le dije tonto! ¡Le grité que le faltaba educación! ¿¡Y resultaba que era uno de los mejores médicos cirujanos del hospital y del país!?».
No sabía en qué momento estaría más jodida; si en mi tiempo restante como interna o en una futura residencia que esperaba obtener.
«¿¡Cirujano!? ¿¡Realizaba una subespecialidad!?». No era que fuera demasiado joven, pero tampoco parecía tener más de treinta y cinco años. «Tenía que ser familia del doctor Andrés Wayne si se apellidaban igual. Lo más seguro era su padre».
—Internos, será un placer poder brindarles mis conocimientos y mi labor en sus rondas de turno. Cuando pasen por el piso de cirugía, pueden acudir a mí —el impresionante hombre de ojos verdes nos dedicó una sonrisa sincera, sin mostrar sus dientes—. Felicidades a todos los presentes por haber logrado llegar hasta aquí. Esperamos que sus programas de prácticas sean de mucha utilidad...
Mientras el doctor Adrián Wayne hablaba, yo me hacía mucho más pequeña junto a la mesa. Gloria me miraba como si me hubiese salido un tercer ojo, pero la verdad era que estaba prefiriendo eso.
Por más que intentaba disimular mi existencia, hubo un momento en el que el doctor Adrián Wayne me miró. Sus ojos verdes se cruzaron con los míos color café, cargándome la mirada por casi cinco segundos. Si no fuera porque fui la del incidente, no sabría identificar su pequeña expresión de asombro.
«¡Pero claro que no se podía petrificar frente a medio internado!».
—¿Quiénes aquí están interesados en continuar más adelante con alguna especialidad? —preguntó el doctor Adrián Wayne.
Más de la mitad de los que estábamos presentes levantamos la mano.
—¿Quiénes están interesados en cirugía general? —volvió a preguntar al alzar su verde y clara mirada con cierta suficiencia.
Levanté la mano al igual que un par de compañeros más.
—Muy bien... —casi esbozó un susurro que me resultó inquietante—. Les exhorto a continuar trabajando duro, para que se expandan en sus futuras especialidades —zanjó mientras su teléfono sonó discretamente. Nos mostró una leve sonrisa y fue el primero que se retiró con cierta prisa. No parecía que quería estar presente en la reunión de internos.
Sin embargo, yo sabía que no estaba tan lejos en cuanto a la comparación con un ángel. Ese hombre, quien resultó ser un médico cirujano prestigioso llamado Adrián Wayne Milán, parecía tener unas cualidades profundas y misteriosas.
«¿Realmente así era el médico cirujano con cara de ángel?».
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