11

Las tres habían estudiado medicina juntas: misma universidad, misma clase, mismo hospital de prácticas, mismo viaje de fin de carrera y mismos fines de semana de excursión. Se conocían muy bien.

A diferencia de Irene, ni Ana ni Cristina se habían aislado del mundo para estudiar el Mir, así que ellas estaban mucho más puestas en la actualidad que la pelirroja.

De ahí las diversas reacciones.

—Te has acostado con un maldito facha —dijo Cristina negando con la cabeza como si Irene hubiese cometido un crimen imperdonable.

—Tampoco te pases, que yo soy de derechas y este tío deja mucho que desear —argumentó Ana—. Te recuerdo que pretende bajarle las cuotas a los autónomos.

—Os suplico que no empecéis como mis padres—interrumpió Irene.

Las tres estaban sentadas en el suelo, sobre la alfombra de la habitación de Cristina, comiendo palomitas de microondas y bebiendo Sprite.

—Vale, ya nos callamos. Pero que sepas que ese tío no me mola nada —dijo Cristina.

—Intentad verle como un hombre normal, ignorad su lado político. Os voy a resumir un poco lo que ha ocurrido, ¿de acuerdo?

—Bueno, lo que ha ocurrido es que has echado un polvo con un político buenorro que no quiere una sanidad universal —dijo Cristina—. Pero si estaba muy bueno, te lo perdono.

—¡Chsss! A callar —dijo Irene—. A ver, lo que ha pasado ha sido muy simple: un anciano se desplomó a la hora del desayuno el cuarto día que yo estaba en el hotel, entonces me levanté para hacerle la reanimación y Marc estaba allí.

—Y adivino, como eres una empanada y pasas de todo, no le reconociste —dijo Ana muerta de la risa.

—No, no le reconocí.

—¿Y qué pasó después? —preguntó Cristina.

—Pues Marc me ayudó a ponerle el desfibrilador y luego desayunamos juntos.

—¿Y el pobre hombre? —dijeron las dos a la vez.

—Ah, estaba muy mayor... Creo que falleció en el hospital.

—Vaya, lo siento mucho —dijo Cris—. Bueno, sigue. ¿Cómo acabaste en su cama? Me muero de curiosidad.

Irene respiró hondo para no soltarles a sus amigas un par de bofetadas a cada una. Y después, habló.

—Pues al día siguiente yo fui a la piscina... Ya sabéis el miedo que le tenía a la piscina.

—¿Tenías?

—Marc me ha ayudado con eso... Ahora soy capaz de meterme hasta la cintura sin tener una crisis de ansiedad —dijo Irene contenta.

Ana y Cristina se miraron, alucinadas.

—¿Y cómo ha conseguido ayudarte? Ya sabes que nosotras lo intentamos todo y no fuimos capaces.

Irene enrojeció de repente y desvió la mirada hacia el suelo.

—Joder, menudo tratamiento psicológico —dijo Ana con los ojos muy abiertos.

—Pero esa no es la cuestión... —intentó reconducir la conversación la pelirroja.

—Uy, que no... Es el mismísimo centro de la cuestión... Pero a ver, cuéntanos tu versión que también parece divertida —animó Cristina.

—Vale, pues me metí en la piscina al día siguiente y tuve una crisis de ansiedad, por suerte Marc estaba cerca y me sacó de allí en brazos. Entonces... Hicimos un trato y él salió ganando así que me fui con él a hacer senderismo al parque rural de Anaga... Y luego comimos en un pueblo frente al mar... Y luego cenamos juntos... Y al día siguiente fuimos a hacer kayak....

—Espera, espera, espera... ¿Tú? ¿En un kayak? ¿En el mar? —preguntaba Cristina extrañadísima—. ¿Qué hizo para que lo soportaras?

—Abrazarme, todo el rato —dijo Irene en un susurro.

Ana y Cristina se miraron, pero no dijeron nada. Así que la pelirroja continuó hablando.

—Y después fuimos en barco a ver delfines y esa noche... Esa noche decidí que tenía un calentón tal que necesitaba salir y ligar... ¡Ya sabéis que no soy así! Pero llevaba con Marc todo el día.

—Y te volvía loca, vamos —resumió Ana con una sonrisa traviesa—. No pasa nada, lo entendemos.

—Vale, pues salí y mientras hablaba con un chico apareció él allí y... ¡Me echó la bronca!

—¿Cómo? ¿Por qué? —preguntaron las dos.

—Porque decía que me podía pasar cualquier cosa a mí sola con chicos que no conocía... O yo que sé... El caso es que le grité y luego se disculpó y me dijo que estaba celoso y que yo le gustaba... Y bueno, acabamos en su cama. Y al día siguiente más o menos igual.... Y bueno, el caso es que me dio su teléfono, lo grabó en mi móvil y ahora mi móvil está dentro de un saco de arroz porque mi hermana lo ha tirado a nadar con las puñeteras y jodidas carpas —terminó Irene.

Pero sus amigas se reían a carcajadas.

—Es una historia de novela, tía —decía Cris—. Bueno, y ahora viene lo importante, ¿él te gusta? ¿crees que sientes algo?

Irene se quedó callada y volvió a dirigir sus bonitos ojos verdes hacia la alfombra peluda de su amiga.

Ana contuvo un respingo.

—Dios, estás hasta las trancas —concluyó su amiga con cara de horror—. ¿Y crees que él también siente algo por ti?

—Me dijo que me quería... La última noche —contestó Irene con un hilo de voz—. Pero bueno... Es muy relativo... Un "te quiero" lo puede decir cualquiera. Además, los políticos mienten muy bien: es su especialidad.

Sus amigas sonrieron de medio lado. Aquello era una broma seria. Pues Irene tenía razón: si no te puedes fiar de un hombre, ¿cómo te vas a fiar de un hombre que además es político?

—No lo sé... Quizá si que sienta algo... Pero está claro que no lo vas a averiguar si no recuperas su número de teléfono —dijo Ana tratando de animar a su amiga—. ¿Y si investigamos sus redes sociales? A lo mejor si le manda un mensaje directo por Twitter...

—No, ni se os ocurra —dijo entonces Cristina—. Marc es un tío muy importante, seguramente sus redes sociales las lleve otra persona y le lleguen miles de mensajes directos al día... Miles de tuits... No me parece una manera fácil de contactar con él.

—¿Y qué hago? ¿Me presento en el congreso de los diputados? —preguntó Irene—. No puedo hacer eso. Me moriría de vergüenza... No sé, chicas... Veré a ver si mi móvil funciona y tengo el teléfono y si no... Creo que lo daré por perdido... Cuando las cosas no están de salir... Es mejor no forzarlas.

Sus dos amigas la miraron con pena. No habían visto tan mal a la pelirroja ni siquiera cuando rompió con su ex. Ni cuando se enteró de que éste se había liado con Rosa (la que había sido amiga de las tres hasta que decidió enrollarse con el novio de Irene en la misma fiesta de graduación).

—Si necesitas cualquier cosa, sabes que estamos aquí —dijo Ana.

—De todas maneras voy a investigar en Internet, a ver si encuentro algún email de contacto o algo que pueda solucionar esto —dijo Cristina.

Después hablaron de hospitales. La idea era ir las tres al Gregorio Marañón. Estaba cerca si cogían un autobús y podían alquilar un piso entre ellas con sus sueldos de residente.

Más tarde charlaron sobre algunos compañeros de clase y después vieron una película de terror. Al final, se despidieron e Irene regresó a su casa sintiendo una presión en el pecho un tanto desagradable.

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