94. Preparando todo.
18 de junio
Narra Paul
Después de una maravillosa sesión de amor con mi esposa por motivo de mi cumpleaños, decidimos tomar una ducha compartida. Mary seguía dormida y Martha la cuidaba, así que no teníamos nada de qué preocuparnos.
Entramos al baño y mi esposa se encargó de regular la temperatura del agua. Su cuerpo me parecía bellísimo e imaginar cómo mi bebé se desarrollaba en su interior no hacía otra cosa que no fuera hacerme amarla más. Ella me miró y sonrió al ver la cara de tonto hipnotizado que había puesto.
— ¿De verdad te parezco atractiva así?—me preguntó—. He escuchado que a muchos hombres no les gusta ver a sus mujeres gordas por el embarazo.
—A mí me fascina verte así, preciosa—contesté—, pero no te llames mujer gorda porque mi bebé no es grasa sino un nuevo ser formado gracias a nuestro amor. Pero...contestando a tu pregunta, para mí eres la mujer más sexy del universo.
Entramos a la ducha y no pude resistir más, comencé a besar su cuello mientras la sujetaba por detrás para friccionar mi creciente erección con ella. Ella giró su cabeza y unimos nuestras lenguas en una danza apasionada, mi esposa me deseaba tanto como yo a ella.
Bajé mi mano izquierda y comencé a estimularla. (TN) sólo soltaba quejidos de placer, lo cual hacía que mi erección se volviera más rígida y mi deseo por ella se elevara a los cielos. Sentía que ya estaba lista para mí, pero de todos modos le pregunté antes de ingresar en su interior lentamente.
— ¡Ah! Se siente muy bien, Paulie—musitó ella de forma seductora.
—Mi dulce y sexy esposa—jadeé en su cuello sin dejar de embestirla—, la madre de mis hermosos hijos. ¡Te amo, (TN)!
Aceleré el paso de mis embestidas y de mis movimientos sobre su clítoris, haciéndola gritar mi nombre varias veces por el placer. Tenía mi otra mano sobre su pancita, esperaba que nuestro chiquito no se enterara de lo que papi y mami estaban haciendo.
— ¡Ah!—exclamé, sintiendo que estaba a punto de alcanzar la cima, no tardé mucho—. ¡(TN)!
Me retiré de ella y nos dimos un beso lleno de dulzura para proseguir a tomar nuestra ducha.
——————————
— ¿Ya estás lista, mi amor?
—Un segundo, Paul.
— ¿A dónde van?—me preguntó mi pequeña princesa.
Teníamos que asistir a las clases de preparación para el parto a las que nos habíamos inscrito, ya faltaban únicamente dos meses para que nuestro bebé naciera. Yo estaba emocionado porque ahí me enseñarían cómo actuar al momento del parto y cómo cuidar al recién nacido.
—Vamos a una escuelita para papás, nos van a enseñar a cuidar a tu hermanito.
— ¿Puedo ir? Yo también quiero aprender cómo cuidar a mi hermanito.
—No, nena—le dije sonriendo—. Sólo es para papás. Tú te quedarás con Maggie, Martha y Mozart, ¿de acuerdo?
Mi hija asintió.
(TN) bajó las escaleras corriendo y yo la reprendí, podría resbalarse y caer... ¡podría lastimar a mi bebé! Mary tiró de la manga de mi saco y yo la miré con curiosidad. Ella tenía una cara de preocupación, incluso se podría decir que era miedo lo que su expresión denotaba.
— ¿Ya no quieres a mami?
— ¿Por qué dices eso?—cuestioné, frunciendo el ceño.
—La regañaste—respondió—. Y en la mañana le pegaste muchas veces. Madtha y yo estábamos muy asustadas, ¿por qué le pegaste a mami?
—Yo no le pegué a mami, Mary—le aclaré—. Quizá sólo fue una pesadilla que tuviste, le diré a mamá que no te dé azúcar antes de dormir, te hace daño.
—Pero mami gritaba: ¡Paul! ¡Ay! ¡Paulie! ¡Ah!
Me puse pálido al escuchar a mi hija imitar los gemidos de mi mujer. ¿Qué se supone debía hacer ahora? Era muy pequeña como para saber qué estaba haciendo con su mami.
— ¡Mary!—la reprendió (TN), muy sonrojada—. Tu papi no me pegó, yo...yo estaba teniendo una pesadilla muy fea.
Mi pequeña formó una "o" con sus labios, asintió y después se fue a jugar con Martha. Sonreí y suspiré aliviado, me había casado con la mujer más inteligente de todas. Nos despedimos de Maggie y subimos al auto.
—Tenemos que ser más discretos, Paul—me sugirió mi esposa—. No está bien que Mary nos escuche teniendo relaciones sexuales, es muy pequeña como para que pierda su inocencia por nuestra culpa.
—Tienes razón, linda. Aunque...no se hubiera dado cuenta si fueras más callada.
—Tú haces que grite, tonto.
—Claro, yo siempre tengo la culpa de todo—me reí.
Llegamos al lugar donde se impartía el curso de preparación prenatal y estacioné el auto, le abrí la puerta a mi esposa y entramos al lugar tomados de las mano. La mujer que impartiría el curso me miró de pies a cabeza, antes de dejarnos entrar. Miré alrededor y fruncí el ceño, sólo había mujeres embarazadas y yo.
— ¿Cómo hizo para que su esposo quisiera acompañarla?—le preguntó una de las mujeres a mi mujer.
—En realidad, venir al curso fue su idea...
—Ojalá mi esposo fuera como usted, señor McCartney—me dijo una de las primeras mujeres que vimos al entrar al recinto—. Él no ha querido involucrarse en nada relacionado a nuestro bebé.
—Yo quiero aprender todo lo relacionado al mío—le comenté, colocando mi mano sobre la barriga de mi esposa.
(TN) me indicó que fuéramos a sentarnos sobre alguna de las colchonetas que había en el suelo y así lo hicimos. Poco antes de la hora, llegó otro hombre con su mujer al curso. Me sentí más relajado, al menos no sería el único varón en el recinto.
Al principio fue un tanto extraño que las mujeres me vieran con ojos lujuriosos, especialmente porque ellas esperaban un bebé y yo también; pero poco a poco fueron calmándose e ignoraron el hecho de que yo era el bajista del cuarteto de Liverpool.
Fue un curso intensivo, por lo que se abarcaron muchos temas, desde cómo identificar que ya había iniciado el trabajo de parto hasta los cuidados que debíamos tener. Hubo un apartado sobre los cuidados de la madre y cómo las sustancias nocivas también afectaban al bebé. Agradecía no haber fumado ni un segundo junto a mi esposa embarazada. Las otras futuras madres compartieron sus experiencias y nosotros también lo hicimos.
—Yo quería comer tierra—contó mi esposa con una sonrisa—, y Paul se puso de rodillas y me rogó que no lo hiciera.
—Bien hecho, señor McCartney—me felicitó la instructora—. Siempre hay que pensar en lo que podría pasarle al bebé si se cumpliera el antojo de la esposa.
La especialista nos elogió mucho al otro hombre, quien se llamaba Andrew, y a mí; dijo que no todos los hombres admitían sus inquietudes respecto al nuevo bebé, aunque deberían hacerlo.
Muchas cosas ya las había aprendido por los libros que había comprado sobre el tema, pero otras cosas me ayudaron muchísimo, especialmente cómo debía actuar al momento de los dolores del parto y cómo tenía que cargar a mi bebé cuando estuviera recién nacido.
Generalmente, al padre no se le permite la entrada al parto, pero esperaba que Aaron, quien asistiría a (TN) en el parto, hiciera una excepción conmigo. Sentía que me había preparado lo suficiente como para estar ahí junto a (TN) en el gran momento, no me gustaría perdérmelo por nada del mundo.
Al salir del curso, (TN) y yo nos apresuramos a subir al auto. Le di un rápido beso y ella me sonrió.
—Gracias por haberme acompañado al curso, cariño—me dijo.
—Gracias a ti por todo, preciosa.
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