71. Arte y amor.

*Publicando originalmente el 7 de julio de 2016*


Noviembre 7

Narra John

— ¿No me acompañarás?—le pregunté otra vez a Paul por el teléfono.

—Estoy ocupado, John—contestó—. Tengo que cambiar el pañal de Mary y luego darle de comer. Además, le dije al veterinario que hoy lo visitaría para que le ponga las vacunas a Martha.

—Por favor, Paul. Deja a mi sobrinita con Maggie y habla con el veterinario, dile que surgió un contratiempo y que no podrás llevar a Martha hoy, anda, McCa. Me interesa mucho ver esa exposición, tú apoyaste esa galería por mucho tiempo, ven conmigo.

—De verdad no puedo, John—contestó—. La exposición debe ser fabulosa, igual que todas las que se presentan ahí, pero recuerda que las obligaciones están primero. Ve tú solo, te aseguro que disfrutarás más la exposición que con la compañía de un aburrido amo de casa.

—De acuerdo, McCa—resoplé—. Iré yo solo, esperando que no me secuestren ni me asalten a medio camino. Y si me pasa algo, lamentarás no haberme acompañado, cara de bebé.

—No juegues, sabes defenderte muy bien—dijo—. Háblame cuando llegues, para que me cuentes cómo te fue, ¿sí?

—Claro.

Colgué el teléfono y fui a darme un baño para ir a la exposición. El co-propietario del lugar me había dicho que algo iba a tener lugar ese día, me había contado que habría una mujer japonesa, que venía de Nueva York, dentro de una bolsa negra. En lo primero que pensé fue que se trataría de una especie de orgía artística.

Y no quería perdérmela.

Cuando llegué al lugar me di cuenta que, efectivamente había una mujer japonesa, pero no estaba dentro de una bolsa como me habían dicho sino caminando por ahí, arreglando algunos de los objetos que formarían parte de la inauguración del día siguiente. Iba a ser una exposición de vanguardia, que trataba de arte progresista, algo poco convencional.

Comencé a ver los artículos de la exposición, claramente asombrado, había una manzana fresca sobre un soporte que costaba nada más y nada menos que 200 libras, y un bolsa de clavos a sólo ¡100 libras!

Pensé que era una estafa. ¿Qué diablos era esto? Nada estaba pasando en las bolsas, esperaba una orgía y todo estaba sumamente tranquilo.

Al lado del soporte de la manzana, había un tablero de ajedrez con piezas completamente blancas. Era como una especie de paz, no había diferencia racial. Era sumamente extraño, e intrigante, ver algo así.

Nos acercamos a la mujer y, John Dunbar, el co-propietario del lugar la saludó cortésmente.

Ella tenía una larga melena negra con cabellos ondulados, sus ojos estaban ligeramente rasgados, muestra de sus orígenes. Sus cejas eran pobladas y no usaba maquillaje. No sé por qué, pero sentí una especie de chispa. Aunque la mujer no era para nada atractiva.

—Yoko, él es John Lennon—me presentó—, del grupo The Beatles. —Dunbar me miró a mí—. John, ella es Yoko Ono.

La artista me dio una pequeña tarjeta en la que se podía leer una sola palabra: "Respira". Debo admitir que me desconcerté un poco al principio, pero luego respondí a la tarjeta con una rápida inhalación seguida de una exhalación. A ella pareció agradarle mi gesto.

A continuación, fijé mis ojos en una escalera que conducía a un lienzo colgado del techo, con una lupa colgando mediante una cadena. No me importó nada y subí a la parte superior de la escalera; tomé la lupa y miré el lienzo. Era totalmente blanco y, con la lupa, pude apreciar una palabra escrita en letras minúsculas: "Sí".

Estaba en la escalera, sintiéndome como un tonto que podría caer en cualquier momento, observando a través de la lupa ese "Sí" que me había dejado intrigado. Bueno, todo el llamado arte de vanguardia, y todo lo que supuestamente era interesante, era negativo. El martillo para pegarle a la pared, el rompa la escultura, aburrido, basura negativa. Todo era anti-, anti-, anti-, anti-arte, anti-sistema.

Pero ese "Sí" no era para nada algo negativo, y ese "Sí" fue lo que me hizo quedarme en la galería, en lugar de salir de ahí diciendo que no compraría nada de esa basura.

El humor que había en las piezas de la exposición, mientras que les parecería extraño a muchas personas, era como un llamado para mí, para mi sentido de lo absurdo. Podía admitir que estaba interesado en la exposición.

Cerca de donde me encontraba había una pieza llamada "Martillo y clavo", la cual consistía en un tablero con una cadena y un martillo colgado en el extremo, también había un montón de clavos debajo. Se veía muy tentador.

— ¿Puedo clavar un clavo?—pregunté.

—No—contestó la japonesa.

—Yoko, esa no es la forma de tratar a un Beatle—intervino Dunbar—. Con todo el dinero que tiene, podría comprar la pieza entera.

Dunbar siguió diciéndole cosas a las que yo no presté atención. Seguía observando mis alrededores, contemplando el arte.

—De acuerdo—dijo Yoko—, puedes clavar un clavo por cinco chelines.

Sonreí y la miré de forma desafiante. No estaba dispuesto a pagar nada por hacerlo, yo sólo quería hacerlo. Ella parecía ser una persona que comprendería mi humor, quizá más que eso. Se veía inteligente, independiente; algo que a muchas mujeres les falta hoy en día.

—Bueno, te daré cinco chelines imaginarios y clavaré un clavo imaginario.

Una sonrisa de satisfacción se dibujó lentamente en su rosto mientras me miraba a los ojos. Ahí fue cuando realmente nos encontramos. Cuando nos miramos a los ojos, ambos lo comprendimos, éramos el uno para el otro.

Ella era mayor que yo por casi ocho años, pero... ¿a quién le interesa la edad en el amor?

Al salir de la galería, conduje a la casa de Paul. Quería contarle todo lo que me había pasado, desde el extraño e innovador arte que había hasta lo que sentí por esa mujer japonesa. Él me recibió con mi pequeña sobrinita en sus brazos y una sonrisa en el rostro. La quité a la niña y comencé a jugar con ella en mis brazos. Me recordaba mucho a hermanita, aunque tenía los ojos de su papá.

— ¿Qué tal la exposición?—preguntó Paul.

— ¡Fascinante!—exclamé—. ¿Podrías servirme una taza de té para contarte todo?

—Por supuesto—Paul fue a poner la tetera y yo me senté en el sofá, con Mary en mi regazo.

— ¿Te trata bien tu papá, sobrinita?—le pregunté a la niña.

— ¡Pa-pá!—dijo ella, haciéndome sonreír todavía más.

El bajista regresó con dos tazas de té y las puso en la mesa, para luego hacerle mimos a su hija. La niña estiró sus bracitos hacia Paul y él la tomó con mucho gusto.

Comencé a contarle parte por parte a Paul de lo que había experimentado en la galería de arte. Él me escuchaba con atención y me miraba con el ceño fruncido, asintiendo de vez en cuando.

—Creo que me gusta, Paul—le confesé—. Es justo como yo, entiende lo que yo entiendo, tiene ese humor que a la gente le puede molestar a veces...ella es perfecta para mí, McCa. Tiene belleza interior.

— ¿Qué piensas hacer?

—Voy a buscarla, frecuentarla, hacerme su amigo. Estoy seguro que ella sintió lo mismo que yo cuando nuestros ojos se encontraron. Quiero estar con Yoko por siempre, estamos destinados a estar juntos. Es...como si fuera mi alma gemela.

— ¿Qué hay de Cynthia y Jules?—preguntó con preocupación—. Son tu familia, Jules es tu pequeño.

—Me quiero divorciar.

—Brian no va a estar de acuerdo con eso, lo sabes muy bien. Dirá que afectará a tu imagen, a nuestra fama, y ya sabes, todas esas cosas. Ya está muy tenso con lo de "Padre Soltero" como para que le añadas un "Beatle Se Divorcia".

—Después del asunto de "más populares que Jesús", nada afectaría más mi imagen o la del grupo—contesté—. Brian no decide en mi vida, McCa.

Paul agachó la vista sin decir nada, sabía que no tenía argumentos.

—Me divorciaré de Cynthia.

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