55. En casa.
Marzo 22
Narra (TN)
Abrí los ojos y miré alrededor. Todo parecía encantadoramente apacible que te brindaba confianza y tranquilidad. Paul, a mi lado, seguía profundamente dormido, mientras que nuestra pequeña estaba jugando con sus manitas. Observé por la ventana y me di cuenta que ya estábamos sobrevolando Inglaterra. Aproximadamente diez minutos después, nos indicaron que debíamos abrochar nuestros cinturones de seguridad porque estábamos próximos a aterrizar. Alargué mis brazos para abrochar el cinturón de la silla de Mary, pero Paul fue más rápido que yo.
—Te dije que yo me encargaría de nuestra princesa durante el vuelo—dijo, bostezando un poco—. ¿Qué tal dormiste? Anoche te estaba contando del álbum que los chicos y yo planeamos grabar...y te quedaste dormida.
—Los vuelos siempre hacen que me duerma, Paulie—dije con una sonrisa mientras abrochaba mi cinturón—. ¿Estuviste despierto hasta muy tarde?
—Un poco—respondió, luego de que abrochara su cinturón—. Le estuve contando a Mary lo mucho que nos íbamos a divertir en Londres; también le prometí que la llevaría a conocer al abuelo Jim y al tío Mike, le dije que ellos la van a querer muchísimo y también Angela y Ruth.
En cuanto teníamos todo el equipaje con nosotros, Paul se encargó de conseguir un taxi para irnos a la casa cuanto antes. Lo último que queríamos es que alguien lo reconociera. En el trayecto, mi novio no paraba de hacer reír a Mary; ella, por su parte, estaba fascinada por toda la atención que McCartney le brindaba. Sabía que mi hija terminaría convirtiéndose en la niña de papi.
—Es aquí—anunció el conductor.
Paul me entregó a Mary y sacó dinero para pagar el taxi. Después, bajó todo nuestro equipaje y lo llevó adentro. Yo no me había atrevido a entrar todavía, quería contemplar el lugar. Tenía un amplio espacio al frente de la casa, podría asegurar que cabían otros dos autos, además del Aston Martin de Paul. Mi novio, con una sonrisa tímida, salió de la casa para encontrarme.
—Aquí estamos, preciosa. El número siete de Cavendish Avenue, la residencia perfecta para criar a los muchos hijos que tendremos juntos. El lugar donde seremos una familia amorosa y feliz. Estamos en casa, nuestra casa.
Mi novio me dio un beso tierno y me quitó a Mary de los brazos, me tomó de la mano y nos dirigimos al interior de la casa. Al entrar, me di cuenta que el lugar había cambiado completamente. La última vez que estuve ahí, era el departamento de un hombre soltero; ahora era idóneo para una familia. Los muebles eran diferentes y había un librero repleto.
— ¿Te gusta?—preguntó Paul—. Si algo no te agrada, podemos cambiarlo, ésta es tu casa también, mi amor. La adapté especialmente para vivir como lo que somos ahora: una familia.
— ¡Me encanta, mi amor!—exclamé.
Corrí hacia él y comencé a besarlo una y otra vez. Podía sentir cómo sus labios se curveaban en una sonrisa cada que nos separábamos un poco. Me aparté de él y pude contemplar su hermosamente tonta cara de borrego a medio morir. Suspiró profundamente y pareció salir del trance.
—Una vez te di uno de mis espermatozoides y me hiciste una hermosa hija—decía Paul, enarcando sus delgadas cejas—. Ahora te estoy dando esta casa con la esperanza de que me hagas un precioso y cálido hogar, no sólo para mí sino para Mary también. ¿Podrías, mi amor?
Asentí, muy conmovida por lo que Paul acababa de decirme.
—Claro que sí, mi amor—contesté con una sonrisa—, pero no podré hacerlo sola. Entre los dos construiremos el mejor hogar de todos para que nuestra Mary crezca. Será un hogar lleno de amor, armonía, calidez.
——————————
Paul tardó un rato en hacer que nuestra hija se durmiera, cuando lo consiguió se unió a mí en el vestidor que estaba al lado de la habitación principal. No dijo nada al entrar, pues se limitó a regresar a desempacar todas las cosas que había en su maleta. Como yo había empezado antes que él, terminé y me puse a ayudarle con sus cosas. Al fondo de su maleta, encontré un preservativo. Lo tomé y lo guardé discretamente en mi bolsillo.
—Me parece que eso es todo, mi reina—dijo mientras me envolvía con sus brazos en un cómodo abrazo. Suspiró profundamente—. Estoy muy cansado, ¿qué tal si vamos a recostarnos un poco?
—Primero deberíamos tomar una ducha, el viaje fue largo y el agua nos ayudará a relajarnos; anda, ve tu primero y luego yo.
— ¿Y si tomamos la ducha juntos?
—No—musité riendo—. ¡Ya sé! Tú te bañas aquí, y yo lo hago en el baño de la otra habitación.
—Si no queda más remedio.
Ninguno de los dos se tardó mucho tiempo, pero yo fui más rápida que Paul. Cuando entré a nuestra habitación, McCartney apenas estaba saliendo del cuarto de baño, con una toalla alrededor de su cintura. Me mordí el labio inferior: McCartney se veía muy sexy.
—No te muerdas el labio—me reprendió haciendo una cara de fingido disgusto, que luego cambió a una seductora—, haces que me den ganas de morderlo yo.
Busqué el paquetito en mi bata de baño y se lo mostré. El frunció el ceño, muy confundido.
— ¿De dónde sacaste eso, preciosa?
—Lo encontré en tu maleta—contesté—. Estaba preguntándome si te gustaría usarlo conmigo en este momento. Sé que dijiste que estabas muy cansado, pero será nuestra primera vez en nuestra nueva casa.
—Me fascina cómo pronuncias la palabra "nuestra"—respondió McCartney, comenzando a besarme—. Ya veré cómo lidiar con el cansancio, mi corazón. Lo único que deseo es complacerte, tus deseos son órdenes para mí.
No tardamos mucho en llenar la habitación de gemidos y quejidos de placer. No había ninguna duda de que éramos el uno para el otro. Cuando terminamos, Paul se quedó dormido, yo le había robado la última ración de energía que le quedaba. Y era totalmente correcta la expresión de mi crimen, porque el cansancio que yo sentía se había esfumado apenas culminó nuestra demostración de amor.
Me levanté de la cama y fui al vestidor para tomar una de las camisas de Paul y ponérmela. Me gustaba mucho usarlas porque toda la esencia de mi novio estaba impregnada en ellas. Luego, me puse uno de mis calzoncillos y un pantalón cómodo.
Bajé a la sala y me puse a revisar los lomos de los libros que se encontraban en el librero: Nicholas Nickleby, Romeo y Julieta, Oliver Twist, Doctor Zhivago, El Principito. También había algunos otros que hablaban de The Beatles, de cómo cuidar bebés, del diseño de interiores, de historia; otros eran simplemente libros con poesía, fotografías y arte. Los títulos parecían ser interminables. ¿Cuándo se había vuelto Paul tan culto?
Miré el reloj: las seis de la tarde. Con algo de suerte, papá y Dylan estarían en casa para poder avisarles que habíamos llegado a Londres con bien. Nuestra conversación no duró ni cinco minutos, porque alguien llamó a la puerta. Colgué y fui a abrir. Mi sorpresa fue enorme al encontrarme con mi hermano mayor y con George Harrison.
—McCa lo consiguió después de todo...—John me abrazó con efusividad.
—Te lo dije que lo haría—musitó George—, me debes diez libras.
No pude evitar reírme al ver cómo John sacaba su billetera y le pagaba a Harrison por la apuesta perdida. Los invité pasar y serví té para los tres. Los dos dijeron que habían venido a darme la bienvenida.
— ¿Dónde está Paul?—preguntó George—. ¿Y la pequeña Mary?
—Están dormidos. Mary siempre toma una siesta a esta hora del día, y Paul...estaba cansado, supongo que no tardará mucho en despertar.
—A juzgar por la camisa que llevas puesta, supongo que tú lo dejaste frito de cansancio...—rió George.
Me ruboricé un poco y cambiamos de tema. McCartney durmió por casi dos horas, durante las cuales John y George me estuvieron contando de todo lo que había sufrido Paul en el tiempo que estuve en Estados Unidos. Mi hermano también me entregó una serie de cartas que mi novio había escrito para dármelas en cuanto nos volviéramos a encontrar. Leí unas cuantas y me convencí de que había sido muy duro para el bajista que yo me hubiese ido.
—Por cierto, ¿dónde está Ringo?
—Ocupado en casa, tenía que cuidar a Zak—respondió George.
— ¿Y Pattie?
—Cynthia y ella salieron de compras desde temprano, llevaron a Julian con ellas. Hablando de bebés...quiero ver a mi sobrinita—dijo John y corrió escaleras arriba.
Narra Paul
Unos firmes pasos me despertaron, me giré y no encontré a (TN). Me desperecé un poco y fui al baño a hacer mis necesidades. Al salir, pude escuchar la voz de mi mejor amigo en la habitación contigua, diciéndole cosas tiernas a mi hija. Me puse nervioso y corrí a ponerme algo. Lo que menos me gustaría es que Lennon me viera desnudo.
—Buenas tardes, Bella Durmiente—escuché que dijo alguien en el umbral de la puerta.
—Hola, John—contesté, alzando una ceja.
—Lo lograste, después de todo.
—Sí—suspiré—. No sabes lo feliz que soy ahora que las tengo conmigo, al fin puedo dormir tranquilo.
—Y sin tener sueños húmedos...
—Cállate—le pedí, sintiéndome apenado—. Debes entenderme, John. Eso pasaba porque no podía dejar de pensar en ella, la necesitaba demasiado. Y ahora, no la volveré a dejar ir. No cometeré otro error. (TN) tiene que estar a mi lado, así deseo que sea; y haré hasta lo imposible por lograrlo.
—Eso espero, McCa—dijo John—, porque la próxima vez que le hagas algo...
—No habrá próxima vez, te lo juro por lo más sagrado—le quité a mi hija de los brazos y la acurruqué—. Hola, princesita, ¿dormiste bien o el fastidioso tío John interrumpió tus sueños?
—Yo diría que un poco de ambas, mi amor—dijo (TN), junto a George.
Sonreí. Ya estábamos juntos, nada podría alterar nuestra felicidad.
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