50. Despacio.

Marzo 7

Narra (TN)

Desperté antes que Paul y sonreí al verlo dormido junto a mí. Parecía un angelito durmiendo pacíficamente, me recordaba bastante a Mary. Bien decían: "de tal palo, tal astilla". Me levanté con cuidado para no despertarlo y me puse su camisa. Eran casi las ocho de la mañana, estaba casi segura que papá y Dylan ya se habían despertado. Tomé el teléfono y le pedí a la mujer de la recepción que me comunicara. Papá no tardó en responder.

—Diga.

—Papá, buenos días. ¿Cómo está Mary?

—Hola, cariño—dijo con calma—. Mi niña se acaba de despertar, estaba a punto de prepararle el desayuno. Paul se encargó de todo: nos mandó una lata de fórmula en polvo para que su hija no tuviera hambre mientras tú estuvieras con él. No tienes nada de qué preocuparte, sólo disfruta tu estancia con Paul, ¿de acuerdo?

—Está bien, papá.

—Nena, me encantaría quedarme hablando contigo todo el día, pero Mary tiene hambre. Tengo que alimentarla antes de que comience a llorar.

—De acuerdo, nos veremos más tarde.

—Te quiero mucho.

—Y yo a ti más.

Colgué el teléfono y fui a la cocina. Mary y yo acostumbrábamos a tomar el desayuno al mismo tiempo, y mi estómago no dejaba de recordármelo. Revisé el refrigerador: estaba repleto. ¿Para qué habría tanta comida si sólo íbamos a pasar una noche? Paul debió pagar una fortuna por todo esto. Tomé un par de huevos y algo de tocino. Saqué una sartén y cogí el aceite para empezar a cocinar. La cocina nunca se me dio mal, Mimi siempre me dio buenos consejos, mismos que me han sido bastante útiles ahora que vivo bajo el mismo techo que dos hombres y un bebé.

Apagué la estufa. El desayuno estaba listo. Me disponía a servir mi desayuno en un plato cuando sentí que alguien estaba observándome. Giré bruscamente y me encontré con esos ojos dormilones que no se cansaban de verme. Paul dibujó una débil sonrisa en su rostro y se acercó a mí. Mi novio no se había molestado en vestirse, sólo llevaba puesto su bóxer.

—Buenos días, preciosa—dijo con la voz un poco somnolienta—. Me asusté mucho al no verte junto a mí en la cama. Creí que había vuelto a mi vida de mujeriego y que me encontraría con otra chica; me alegra haberme equivocado y estar viendo al amor de mi vida usar mi camisa. —Miró la sartén con el desayuno—. Así que de ahí provenía el delicioso olor que me despertó. No sabía que cocinaras.

—Antes no lo hacía con frecuencia—admití. Su estómago rugió y él se apenó un poco—. ¿Quieres desayunar? Tu estómago está pidiendo alimento a gritos.

—Claro—respondió el bajista—, creí que nunca lo preguntarías. Ya quiero probar esa comida celestial. Yo pondré a calentar agua para prepararnos un café, ¿está bien?

Asentí. Paul fue a llenar la tetera con agua y a ponerla en la estufa mientras yo servía nuestros desayunos. Afortunadamente, había preparado lo suficiente para dos personas. Cuando todo estuvo listo, nos sentamos a degustar nuestro almuerzo en el comedor de la suite. Apenas tuvo el primer bocado en su boca, Paul abrió los ojos como platos y sonrió como un niño pequeño.

—Está delicioso, mi amor—elogió, pasándose la lengua por los labios—. Eres una gran cocinera. Quien sea que te haya enseñado a cocinar, hizo un gran trabajo.

—Gracias.

Al terminar nuestro desayuno, Paul y yo regresamos a la habitación. Yo me recosté en la cama mientras él tomaba su guitarra y me cantaba canciones de amor. Luego de interpretar And I Love Her, me miró con una sonrisa y asintió lentamente. Dejó el instrumento musical a un lado y fue a buscar algo a su maleta.

—No lo encuentro, ¿me ayudas?

Fruncí el ceño. No sabía ni siquiera qué era lo que estaba buscando. Me levante de la cama y comencé a caminar hacia él. Justo antes de llegar, él me hizo una seña para indicarme que ya no era necesario. Me miró por un momento y luego se puso en una rodilla, abriendo una pequeña caja que contenía un brillante anillo.

— ¿Te casas conmigo?

Di un paso hacia atrás sin saber qué hacer. Quería mucho a Paul, pero no esperaba que llegara a hacer esto tan pronto. Apenas habíamos retomado nuestra relación. Tenía que admitirlo: estaba asustada por el momento. No obstante, McCartney no parecía notarlo; él estaba ahí, mirándome impaciente y con demasiada emoción en sus avellanas. ¿Qué hacer? ¿Qué contestarle?

—Paul, yo...no puedo hacerlo...lo siento.

— ¿Estás rechazando mi propuesta de matrimonio?—su expresión cambió de alegría a decepción en un segundo.

Maldición. Lo había puesto triste. Sentí que mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. ¿Debí haber respondido "sí" y saltar en sus brazos tal y como en las películas? No, yo no podía aceptar su propuesta dudando si había hecho lo correcto, necesitaba estar totalmente segura de mi decisión. Debíamos ir despacio, no me gusta cuando las cosas son apresuradas. Eso puede funcionar con April y Aaron, pero no conmigo.

—No es que la rechace—le dije—. Simplemente, me parece que todavía no es el momento para dar ese gran paso. No estoy lista, Paul. Debemos ir despacio.

Él asintió con tristeza y cerró la caja con el anillo. El bajista se puso de pie y guardó el objeto en su maleta. Corrí a abrazarlo y me puse a llorar. No soportaba verlo triste a él, pero en definitiva no podía darle el "sí" en ese momento. Él me abrazó con fuerza y me besó.

—No llores, mi amor—dijo—. Entiendo a la perfección lo que sientes, sé que debo volver a ganar toda tu confianza, hacerte sentir segura.

— ¿Me sigues queriendo después de esto?

—Te amo con locura—respondió McCartney.

Paul comenzó a besar mi rostro con lentitud, limpiando el rastro que las lágrimas habían dejado; yo trazaba amplios círculos en su espalda. Poco a poco, él logró hacer que me tranquilizara. Busqué sus labios y los fusioné con los míos en un beso lleno de amor. El bajista mordió un poco mi labio, haciéndome emitir un quejido y aprovechó para introducir su lengua en mi boca. McCartney se puso a jugar con mi lengua y luego comenzó a desabrochar los botones de la camisa que yo llevaba puesta. Nos separamos por la falta de aire y él retiró la camisa por completo. Ni siquiera sentí cuando desabrochó mi sostén, sólo sus cálidas manos brindándome un masaje maravilloso en el pecho.

—Quiero intentar algo—susurró seductoramente en mi oído.

Me fue inevitable mirar su entrepierna. A juzgar por el enorme bulto que se había formado entre sus piernas, podía afirmar que mi novio estaba muy excitado. No me resistí a la tentación y comencé a acariciarlo. Al sentir mi mano, McCartney soltó una risita y se separó de mí.

—Resultaste ser más traviesa de lo que creía—dijo con una sonrisa pícara, haciendo que me sonrojara un poco—. ¿Te gusta mi paquete, preciosa?

Cerré los ojos y me mordí un poco el labio inferior. Asentí con la cabeza y lo escuché reír por lo bajo.

—Abre los ojos—me pidió.

Obedecí a su petición. Su bóxer había desaparecido, pero la sonrisa pícara seguía en su rostro. Su pene estaba apuntando directamente a mí. Comencé a sentirme muy mojada.

—Apuesto a que así te gusta más—me sonrojé muchísimo, haciendo que él riera un poco—. Me encanta cuando te sonrojas, en especial cuando yo lo provoco. —Hizo una pausa—. Recuéstate en la cama mientras yo voy a ponerme un preservativo.

Hice lo que me pidió, él no tardó en volver con el paquetito en la mano. Subió a la cama, separó mis piernas y se puso de rodillas en medio de ellas. Inclinándose un poco, comenzó a rozar la punta de su amigo con mis calzoncillos. Fruncí el ceño, se sentía bien, pero podía sentirse mejor si retiraba la ropa. Bajé las manos para desvestirme por completo, pero él no me lo permitió.

—No seas ansiosa, mi reina.

Él continuó rozando su amigo contra mí por unos minutos más antes de quitarme los calzoncillos. Creí que no tardaría en introducirse en mí, pero me equivoqué. Comenzó a trazar círculos alrededor de mi clítoris; luego se colocaba en mi entrada, presionaba un poco, y se retiraba.

—Sólo la puntita...—susurró y se introdujo un poco.

Paul sonreía, seguramente se estaba divirtiendo. Empezaba a cansarme cuando me penetró completamente con lentitud. Ambos gemimos por la sensación, la espera había valido la pena. Las embestidas de McCartney eran lentas y delicadas.

— ¡Más rápido, Paul!—le pedí.

Él negó con la cabeza.

—Hoy me propuse hacerte el amor despacio—dijo al mismo tiempo que cerraba los ojos—. Cierra tus ojos, preciosa, y déjame ser tu guía para alcanzar la cima. —Obedecí. Él emitió un sonoro quejido de placer y comenzó a hablar con la misma rapidez que sus embestidas: sin prisa alguna—. Date cuenta cómo somos uno en este momento gracias al amor que nos tenemos, la cercanía entre tu cuerpo y el mío. —Se puso a besar mis senos—. Escucha cómo nuestros corazones laten a un mismo ritmo y cómo nuestros cerebros no pueden pensar en algo más que en el otro. —Besó varias veces mi cuello—. Siente lo que mi sangre ha provocado al invadir los cuerpos cavernosos de mi pene, cómo tu estrecha vagina se adapta para recibir mi pene y cómo mis testículos se bañan con tus fluidos por lo mojada que estás. ¿Puedes notarlo?

Gemí y asentí con lentitud.

—Nos provocamos muchas sensaciones, y todas son igual de placenteras. Ya te hablé de mi pasado y créeme: lo que estoy sintiendo sólo me pasa contigo. Me siento pleno y muy feliz, preciosa. Estoy seguro que esto sólo se siente con la persona que más amas. —Besó con delicadeza mis labios—. Yo te amo a ti, y soy el hombre más afortunado del mundo por tenerte.

Medité todas y cada una de las cosas que McCartney mencionó. Estaba concentrándome plenamente en lo que pasaba con nuestros cuerpos, las sensaciones que él me estaba brindando, en mis sentimientos por él. Varios minutos después, mis músculos se contrajeron y alcancé la cima gloriosamente. Paul me besó en los labios y se retiró de mí. No comprendía por qué no había buscado su orgasmo en mi interior hasta que advertí que no llevaba puesto el condón.

— ¿No te habías puesto el preservativo?—cuestioné, un poco alarmada.

—Sé controlar muy bien todo, yo decido cuándo terminar, preciosa—me dijo con una sonrisa—. Quería sentir mi piel rozar con la tuya, el condón no me deja hacerlo muy bien.

Comenzó a mover su mano izquierda de arriba abajo en su amigo al mismo ritmo con que me había estado embistiendo: despacio; su mano derecha la utilizó para acariciar mi abdomen y mis senos. Soltaba quejidos de vez en cuando, yo lo ayudaba a llegar diciéndole cosas que lo excitaran. De pronto, cerró sus ojos con fuerza y presionó en la base de su pene. Subió su mano una vez más y derramó su semen en mi abdomen al mismo tiempo que suspiraba mi nombre. Se recostó junto a mí en lo que recuperaba el aliento y luego me besó.

—Tienes razón—musitó—. Cuando las cosas se hacen despacio, es mayor la satisfacción de haberlo conseguido. —Hizo una pausa—. Vamos a darnos una ducha antes de irnos, preciosa. No puedes salir de aquí con mis fluidos en tu abdomen.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top