43. Hogar, dulce hogar.

Enero 23

Narra (TN)

Sólo nos quedaba una día para regresar a Nueva York, y yo aún no encontraba la manera de decírselo a Paul. Se había comportado tan tierno y dulce con Mary y conmigo que sabía que le lastimaría saber de nuestra partida.

Estaba terminando de alistar a mi hija cuando escuché el timbre de la puerta. Aaron se encargó de ir a ver de quién se trataba, poco después escuché la voz de Paul. Tomé a Mary en brazos y fui a la sala para recibirlo. McCartney estaba sentado en el sofá, con un enorme ramo de rosas. Nos miró con una sonrisa y se levantó para ir hasta nosotras.

—Buenos días, papi —dije, fingiendo la voz de nuestra hija.

—Hola, pequeña —contestó antes de darle un beso a Mary en la frente y luego uno a mí en los labios—. ¿Cómo estás, mi amor? ¿Qué tal mi princesita? Esto es para ti —señaló el ramo—, ¿dónde puedo ponerlo?

—Todo en orden, Paulie —contesté—. Si quieres ponlo sobre la mesa, en seguida iré por un jarrón, gracias.

—Aaron me dijo que regresarán mañana a Nueva York —lo había dicho con mucha tristeza mientras dejaba el ramo de rosas—, ¿por qué no me lo habías dicho?

—No sabía cómo hacerlo.

— ¿Eso significa que tú y mi nena también se irán?

—Me temo que sí, Paul —musité—. Mi papá y mi hermano están esperándonos en casa, nuestra vida está allá.

—No quiero que te vayas —dijo con tristeza—. Por fin tengo la satisfacción de haber solucionado todo, no regreses allá, por favor. Tu lugar está junto a mí, debemos cuidar juntos de nuestra hija.

Él me quitó a Mary de los brazos y comenzó a acunarla en los suyos al mismo tiempo que una sincera sonrisa se hacía presente en su rostro. Paul le dio muchos besos a nuestra hija y luego me miró.

—No te la lleves, por favor —me suplicó—. Mary es la nena más hermosa y tierna de todas. Es mi bebé, la quiero junto a mí; si no quieres quedarte, bueno, pero deja a mi princesa conmigo. Tú ya la tuviste diez meses contigo, ahora es mi turno, preciosa.

—Paul... no es tan fácil —le dije—. Aún estoy alimentando a Mary, ella no se puede separar de mí.

—Lo tengo muy en cuenta, mi amor —dijo con una media sonrisa—. Si ella se queda, tú también tendrías que hacerlo y podríamos vivir como la familia que ya somos. Por favor, (TN). Mi casa es muy amplia, no habrá ningún problema.

—No lo sé, Paul.

—Por favor, precisamente a eso venía hoy, mi amor —dijo—. Quería preguntarte si te gustaría vivir conmigo. Es lo que más deseo.

— ¿De verdad?

Asintió, poniendo una expresión de súplica. ¿Qué decirle ahora? Por un lado, moría de ganas por decirle que sí y besarlo; pero por otro lado, mi padre y Dylan estaban en Nueva York, esperándonos. No sé qué opine mi padre sobre quedarme a vivir con Paul. Mimi lo desaprobaría rotundamente.

—Tengo que pensarlo, Paul.

—Está bien, puedo esperar —contestó, haciendo una sonrisa forzada.

Paul me invitó a dar un paseo al parque, y yo accedí a ir, debíamos aprovechar el tiempo que teníamos juntos. Al acercarnos al Aston Martin de Paul, le pedí que me diera a Mary para que él pudiera manejar mejor.

—Descuida, preciosa —contestó—. Ella irá en su propio asiento, eso ya lo tengo cubierto.

Fruncí un poco el ceño al ver que Paul abría la puerta del auto y, luego de mover su asiento, introducía con cuidado a mi pequeña.

—Eso es, bonita­ —le decía a Mary—, aquí estarás a salvo. Papá se preocupa mucho por ti, ¿lo sabías?

Paul se alejó un poco y pude ver que había comprado una silla de bebé para carro. Nuestra hija se veía muy cómoda en su nuevo asiento. Sonreí y él fue a darme un beso en los labios.

— ¿Qué opinas? —me preguntó.

—Creo que eres un excelente papi.

—Es que debo estar a la altura de la hermosa mami que tiene mi hija —susurró en mi oído, haciéndome sonrojar.

Paul y yo subimos al auto. No obstante, McCartney no condujo a ningún parque sino a la casa que él y yo habíamos ido a ver antes de que ocurriera nuestro problema. Había varias chicas afuera de la casa, como si esperaran la llegada de alguien. El bajista bajó para abrir las puertas de la residencia.

— ¿Quiénes son ellas, Paul? —le preguntó una de la muchachas.

—Dos personas muy especiales para mí.

Las chicas comenzaron a dirigirnos miradas de enojo a Mary y a mí, las fans podían ser muy desagradables cuando se lo proponían. Mi novio regresó al auto para ingresar a la propiedad. Paul aparcó y me guiñó el ojo. ¿Qué se disponía hacer este hombre?

—Disculpa a las fans, no puedo hacer que se vayan, algunas se quedan a dormir afuera también —musitó mientras bajaba del auto para después ir a cerrar las puertas, opacando a su vez los murmullos de las fanáticas que estaban afuera—. Perdón por no llevarlas al parque, quería traerlas aquí.

— ¿Entonces sí compraste esta casa?

—Era el lugar perfecto para nosotros —sonrió mientras retiraba a nuestra hija de la silla y la tomaba en sus brazos con cariño—, no podía dejar que la oportunidad se fuera de mis manos, preciosa. Tenía la esperanza de que algún día te recuperaría y seríamos felices juntos.

Al entrar a la casa, un extraño sentimiento me invadió, como si deseara llenar el vacío que había, pero al mismo tiempo quisiera salir corriendo. Estaba claro que un hombre soltero había estado viviendo ahí, faltaba la calidez femenina. Paul pareció notarlo, pues se acercó a mí y me tomó de la mano.

—Sé que no luce excelente, pero podemos convertirlo en nuestro "hogar, dulce hogar" —musitó con una sonrisa tímida—. Quiero mostrarte algo.

Aún tomados de la mano, y él cargando a Mary, subimos y entramos a una de las recámaras. McCartney encendió la luz y mis ojos se llenaron de emoción y ternura. ¡Era una habitación decorada para Mary! Todo estaba perfectamente decorado. Paul había escogido cada pequeño detalle.

— ¿Tú hiciste todo esto, mi amor?

—Con un poco de ayuda, pero sí —musitó—, la idea fue mía. ¿Te gusta cómo quedó? A mí me parece un lugar muy agradable para mi princesita. Pasé las últimas dos noches trabajando para que todo quedara excelente.

—Es...perfecta para nuestra pequeña —besé a Paul.

—Parece que alguien se ha quedado dormida —musitó él, observando a Mary con ojos paternales—. Vamos a ponerte en tu cuna, princesa.

McCartney la depositó con suma delicadeza en la cuna y la cobijó. Yo me acerqué a la cuna y vi a mi hija dormir pacíficamente, también a ella le había gustado la habitación que su padre le acondicionó. Di un respingo cuando sentí que Paul me abrazó por detrás.

—Luce como un angelito —musité.

—Lo es, es idéntica a ti —contestó él antes de darme un beso corto—. Gracias por darme una princesa hermosa, (TN). Mary...igual que mi mamá.

—Me pareció un buen nombre —admití—. Como tu mamá y como Mimi también.

—Quédate a vivir conmigo, preciosa —me suplicó—. Te prometo que seré el mejor padre para Mary y que te amaré profundamente; ya terminé mi relación con Jane, así que podríamos formalizar más la nuestra, quiero que el mundo entero me vea tomando de la mano al amor de mi vida.

— ¿Terminaste con Jane? —cuestioné.

—Sí, la encontré engañándome con otro.

­—Esa historia me resulta muy familiar, ¿a ti no? —pregunté riendo—. Fue el karma, McCartney.

— ¿Ah, sí? —preguntó Paul con un tono de voz que me decía que se vengaría de alguna manera por mi comentario.

Comencé a correr hacia otra recámara, seguida por Paul. Afortunadamente llegué antes que él y pude esconderme en lo que parecía ser un armario. Había algunas cajas en el suelo, así que fue un poco difícil evitarlas. Escuché los pasos de McCartney muy cerca de mí.

— ¿Bonita? ¿Dónde estás?

Escuché un "clic" y el cuarto se iluminó completamente. Paul me miró con una sonrisa de oreja a oreja y comenzó a acercase al armario. Yo salí corriendo y accidentalmente tropecé con una de las cajas. Paul fue más rápido y me atrapó antes de estar en el suelo.

—Te tengo, preciosa —dijo con esa sonrisa encantadora que sólo él sabía dibujar en su rostro—. ¿Por qué estabas en el armario? ¿Querías ir a Narnia?

Suspiré profundamente, llena de alivio, y él depositó un cálido beso en mis labios. Mi cuerpo entero se estremeció y un enorme deseo de sentir a Paul nuevamente se apoderó de mí. Profundicé el beso y dirigí a mis manos a su camisa para comenzar a desabrocharla. Lo necesitaba, quería recordar las maravillosas sensaciones que me brindaba al hacerme el amor y escuchar su respiración agitada al mismo tiempo que gemía mi nombre. Apenas desabroché los primeros dos botones, él se separó de mí inmediatamente.

—No, preciosa —musitó, abrochando nuevamente sus botones.

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