37. El accidente.

*Publicado originalmente el 25 de febrero de 2016*


Diciembre 26

Narra Paul

Un buen amigo había venido a verme a la casa de mi padre en Heswall, se trataba de Tara Browne. Él era uno de los herederos de la fortuna Guinness, pero eso no lo hacía una mala persona. Era un par de años más chico que yo, nos llevábamos bastante bien.

Habíamos decidido ir a visitar a mi prima Bett. En la casa de mi padre, yo tenía un par de motocicletas, así que las utilizamos.

Todo era muy divertido. Ya había oscurecido, no había mucha gente que nos pudiera reconocer. Tara estaba disfrutando mucho del paisaje, y yo también. Él iba detrás de mí. Esa noche había luna llena, y tengo que admitir que era enorme.

—Jamás había visto tan grande a la luna —le dije—. Es colosal, ¿no crees?

—Sí —respondió.

De repente, fue como si el mundo se detuviera por unos momentos. Yo seguía mirando a la luna, luego miré al suelo. Parecía que el ángulo en que estaba no era favorable, pues cada vez me acercaba más al pavimento.

"Oh, esto está muy mal" —pensé, pero ya era muy tarde.

Caí de bruces en el suelo. Tara frenó y me miró con preocupación. Me dolía un poco la cara, pero no le di importancia; simplemente me levanté y volví a la motocicleta.

— ¿Estás bien?

No contesté, sólo asentí. Había pasado mi lengua por mis dientes frontales y podría asegurar que faltaba un pedazo de uno de ellos, pero no quería comprobarlo en este momento. No tardamos mucho en llegar a la casa de mi prima. Ella nos recibió con una sonrisa en el rostro.

—No quiero que te preocupes, Bett; pero tuve un pequeño accidente en el camino.

Seguramente ella creyó que era una broma porque empezó a reírse, pero luego me observó con atención y su expresión se tornó asustada, incluso horrorizada.

— ¡Por Dios, Paul! —exclamó y se acercó para ver de cerca los resultados del accidente—. Pareciera que estuviste peleando con alguien. Llamaré a un amigo mío, que es doctor, para que te atienda.

Llevé mi mano al labio y me llené de sangre. También comprobé que faltaba un pedazo de uno de mis dientes frontales. Bett me miró con molestia cuando terminó de hablar con su amigo.

— ¡No te toques la herida! —me reprendió—. Podría infectarse.

El doctor llegó en seguida para revisarme. Tenía que coser mi labio porque el corte era muy profundo. Tragué saliva y asentí cuando él se acercó a mí con la aguja. No me puso nada de anestesia. Comenzó su trabajo, yo quería gritar del dolor, nunca había experimentado algo así en mi vida.

—Oh, no —dijo, provocando que me asustara muchísimo. Nunca es bueno que un médico diga eso—. El hilo se acaba de salir, tendré que hacerlo de nuevo.

—Si no hay más remedio —musité entre dientes.

5 de enero de 1966

Tal y como el médico me había dicho, ahora se estaba formando una gran cicatriz en mi labio, el cual había perdido su simetría. Pasé gran parte de la mañana frente al espejo, contemplando el nuevo aspecto de mi fisonomía. Tenía claro que jamás podría deshacerme de esa cicatriz.

Muchas preguntas rondaban en mi mente. ¿Cómo me querrán las chicas ahora? ¿Qué puedo hacer para ocultar esto? ¿Qué dirían los chicos cuando vieran mi nuevo aspecto? Y la más importante de todas: ¿(TN) me seguiría considerando apuesto con la cicatriz?

Miré mi reloj. Debía reunirme con los chicos en quince minutos. El teléfono comenzó a sonar. ¿Quién podría ser ahora? Tenía muchas esperanzas que se tratara de (TN), pero al mismo tiempo algo me decía que no era ella.

—Hola —contesté.

— ¡Paul! —exclamó una voz que no pude reconocer—. Me alegra mucho poder hablar contigo, fue una tarea imposible conseguir tu número de teléfono. Soy Linda Eastman, ¿recuerdas que nos conocimos aquella vez que estabas buscando a una chica?

—Sí, ya recordé —respondí.

—Ya la encontré —me reveló—. Vive aquí en Nueva York, intenté comunicarme contigo en cuanto lo supe, pero fue bastante difícil, ¿tienes algo para poder anotar?

—Espera —dije y corrí para conseguir papel y pluma. Regresé al teléfono—. Listo.

Linda me dio la dirección de (TN) y también su número de teléfono. Le di las gracias antes de que colgara. Le dije que podía contar conmigo para cualquier cosa que llegara a necesitar, no sabía cómo agradecerle por darme tan valiosa información.

Luego de la llamada de Linda, salí de mi casa con dirección a los estudios. Intentaría hablar con (TN) en el primer receso que tuviéramos. Al llegar a los estudios, me puse a trabajar con mucho ánimo, sentía que estaba cada vez más cerca de escuchar nuevamente la voz de la mujer más hermosa del mundo.

— ¿Con quién te acostaste anoche, Macca? —preguntó John.

—Con nadie —respondí frunciendo el ceño—. ¿Por qué?

—Es que estás de un humor de maravilla —dijo George—. No has cometido ni un sólo error, tampoco criticado los nuestros; además, se ve que tu sonrisa es de alegría.

— ¿Hay algo que quieras contarnos, Paul? —cuestionó Ringo.

—No —reí un poco—. No es nada, chicos.

De verdad me hubiese gustado decirles lo que pasaba por mi cabeza en esos momentos acerca de la gran esperanza que tenía de encontrar a (TN) y arreglar todo con ella para poder ser felices, pero aún no tenía nada seguro; y no iba a permitir que alguien rompiera mis esperanzas.

Cuando el ansiado primer descanso llegó, salí corriendo de los estudios hasta el primer teléfono que había en mi camino. Saqué el pequeño papel donde tenía anotados los datos del amor de mi vida. Marqué el número con desesperación. Sonó una vez, dos veces, tres; a la quinta me di por vencido: no había nadie en casa.

—Preciosa, no me hagas esto, por favor —le supliqué al teléfono—. Necesito hablar contigo.

Tenía la opción de grabar un mensaje, pero no me atreví a hacerlo. Salí de la cabina telefónica y observé el papel por un momento, antes de que una corriente de aire me lo arrebatara de las manos.

— ¡No! —grité y comencé a correr tras él.

Desafortunadamente, el viento lo llevó hasta una alcantarilla. Me puse a jalar mi cabello con fuerza. De nuevo me había quedado sin nada para encontrarla.

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