33. Una gran sorpresa para Paul.

Diciembre 18

Narra Paul

Me encontraba en casa de John. Desde el incidente con Jane, he preferido estar lejos de ella el mayor tiempo posible, incluso Brian lo ha entendido. La casa de los Lennon era uno de mis lugares favoritos porque podía jugar con Julian. El pequeño me llamaba "tío Paul", cosa que me fascinaba.

—Muy bien, Jules —le dije, luego de que pateara la pelota hacia John. Mi mejor amigo seguía leyendo el periódico—. ¡John! Deja ese pedazo de papel y ven a jugar con nosotros.

—Sí, papi —Julian apoyó la idea—. Ven a jugar.

—No, esto es importante —dijo y continuó su lectura.

Julian y yo seguimos jugando hasta que se disculpó para ir al baño, yo sólo sonreí y le dije que fuera. El niño corrió dentro de la casa mientras yo me acerqué a John para averiguar qué era tan importante como para estar ocupando toda su atención. No obstante, mi amigo había mentido, no era nada de importancia.

—Deberías jugar más con Julian —musité.

—Él nunca quiere jugar conmigo —dijo—. Me impresiona cómo logras que mantenga su atención en el juego o en algo; yo nunca puedo hacerlo.

—Quizá no lo has intentado lo suficiente, sólo necesitas...

— ¡John!—escuchamos que Cynthia llamaba a mi mejor amigo.

Ambos acudimos al llamado. La mujer de mi mejor amigo irradiaba felicidad mientras sostenía el teléfono. Julian entró a la habitación y me pidió que lo cargara, cosa que hice.

—Llamada de (TN)...

Un escalofrío me recorrió la espalda. (TN), el amor de mi vida, estaba detrás del teléfono. Desearía que la llamada fuera para mí y no para John.

— ¿Hermanita? —preguntó John con entusiasmo y corrió para arrebatarle el teléfono a Cynthia.

Narra John

—Hola, hermanita —saludé.

— ¡John! —exclamó—. ¿Cómo está mi hermano mayor favorito? ¿Qué hay de Cyn y mi apuesto sobrino Jules?

—Todo bien, hermanita —respondí—. Julian está cada día más grande, deberías venir una temporada. Y dime, ¿qué tal... todo?

Estuve a punto de decir "el bebé", pero las avellanas de McCartney me recordaron que no le podía decir nada sin la autorización de hermanita; además, él tampoco se merecía saber algo del asunto.

—Por eso llamé, John —me dijo con alegría en su voz—. Mary Annelisse nació anoche, soy la mujer más feliz del mundo, hermano. —Hizo una pausa—. Iré a Londres para la boda de George, así que podrás conocerla muy pronto.

— ¡Esas son excelentes noticias! —exclamé con entusiasmo.

Paul no dejaba de mirarme ni de prestar atención a cada palabra que le decía a hermanita. Ni siquiera Julian lograba hacer que perdiera la concentración. A veces me daba la impresión de que Macca jamás olvidaría a hermanita, y no lo culpaba: ella es única.

—Bueno, hermanita, tengo que irme —le dije—. Paul me está mirando como tonto.

— ¿McCartney? —cuestionó con temor—. No le digas nada de mi hija, no sé cómo pueda tomárselo, por favor Johnny Boy.

—Claro —contesté—. Cuídate mucho, espero que pronto podamos vernos. ¡Te quiero mucho!

—Y yo a ti, Johnny.

Colgué el teléfono. Paul pareció volver de su trance, bajó a Julian y dijo que ya debía irse a casa. Conociéndolo, hay dos posibles alternativas: puede irse a casa con Jane o a emborracharse a algún bar y encontrar alguna chica. Se despidió de nosotros y subió a su auto para irse.

Narra Paul

Me sentía un completo idiota. Debí haber hablado con ella, hacerle saber cuánto la sigo amando y cómo su partida me había destrozado. Pude haberle pedido que volviera, era mi oportunidad... y la perdí. Aunque, ella sabía que yo estaba ahí y no quiso siquiera saludarme... ¿qué debía hacer para recuperarla?

Conduje a casa, decidido a cambiar mi vida. Estaba dispuesto a hablar con Jane de todo: lo que sentía respecto al aborto, mi aparente falta de amor hacia ella, mis infidelidades, mi adicción a las drogas. Sé que Jane no es mala en el fondo, sólo es una chica a la que su familia le ha exigido mucho por la posición social que tienen. Estacioné el auto afuera y entré a la propiedad. Mi estado de ánimo cambió de tristeza a enojo en un segundo. La puerta de la casa estaba entreabierta, dejándome escuchar a la perfección todos los sonidos que provenían del interior. Subí los escalones de la entrada con lentitud, no quería que nadie se percatara de mi presencia.

— ¡Oh! ¡Sí! —gemía Jane—. ¡Eso es, justo ahí! ¡Ah!

— ¡Joder, Jane! —exclamó un hombre—. ¿Soy más hombre que McCartney?

— ¡Sí, Tommy! ¡Lo eres!

Suficiente para mis oídos. Abrí la puerta de par en par. Reconocí al hombre que estaba encima de Jane al instante: Thomas Dawson. Con una desnudez impúdica, seguía embistiendo a mi prometida de forma energética. Aclaré mi garganta y Jane se estremeció al mismo tiempo que me dirigía una mirada de nervios.

—Paul... yo... —Jane se puso muy nerviosa mientras se levantaba y comenzaba a vestirse.

—"Puedo explicarte" —completé su oración con molestia—. Te escucho, Jane.

—Él me obligó —dijo ella.

Dawson, que se había levantado del piso, donde estaban teniendo sexo, y cubría su entrepierna con sus manos, se echó a reír. Yo le dirigí una mirada de odio. No sabía qué creer, él había intentado aprovecharse de mi preciosa una vez, Jane podría tener razón.

—No mientas, Jane —se defendió Dawson—. ¿No has dicho que soy más hombre que McCartney? —Asher no contestó. El hombre me miró a los ojos, se notaba su confianza: tenía todo bajo control—. Ella y yo hemos tenido varios encuentros, básicamente está contigo por la fama que tienes y conmigo para conseguir lo que no tiene contigo.

—Cállate, Thomas —le gritó Jane—. Eso no es verdad.

John había tenido razón sobre Jane. ¿Y si el bebé no era mío? Como si adivinara mis pensamientos, Dawson me dio la respuesta.

—Cuando se enteró que estaba embarazada y corrió a mí para pedirme que me hiciera responsable de ese bebé, le dije que yo siempre había usado protección. Así que ella llegó a la conclusión de que tú eras el padre. Yo le sugerí que te lo dijera y que mejor se olvidara de mí. Jane prefirió abortar y volver a mis brazos, ¿no es así, lindura?

Empezaba a creer la versión de Thomas, todo encajaba a la perfección. Jane y yo no teníamos comunicación, yo me divertía con otras chicas y a ella parecía no importarle en absoluto, el bebé la puso muy triste: ¡porque ya no podría tener a su amante!

— ¿Jane? —musité—. ¿Dawson tiene razón?

—Sí, Paul —contestó al borde de las lágrimas.

Estaba a punto de explotar de la rabia. Jane era la peor mujer para mí, ni toda la fama del mundo lo vale. La odio como no podría odiar a alguien más, destrozó cada pedazo de mi vida y ni siquiera le importó un poco.

—Esto se terminó, Jane —le dije—. Puedes conservar el anillo si así lo deseas, pero no quiero volver a saber algo de ti.

—Y en cuanto a ti... —miré a Dawson.

—También me largo —dijo alzando los brazos.

—Pero antes vístete —le pedí—, no quiero seguir viendo tus miserias.

Él asintió y se vistió en seguida. Jane salió detrás de él, mandaría más tarde a alguien para recoger sus cosas. Me quedé solo nuevamente, pero era reconfortante estar así. Volvía a estar libre para mi preciosa, la mujer que no me decepcionaría nunca, la única dueña de mi corazón y de todo mi amor.

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