24. La bola de carne.

Septiembre 13

Narra Ringo

— ¡Richard! —escuché a Maureen gritar—. ¡El bebé! ¡Se rompió la fuente, Ritch!

Corrí hasta donde ella se encontraba y vi que tenía las manos en su vientre. El doctor nos había dicho que nacería este mes, así que supuse que ya estaba listo para cuando eso pasara, que podría tomar las cosas con tranquilidad. Me equivoqué.

—Mi amor, debemos ir al hospital de inmediato —dije con nerviosismo—. ¿Te duele mucho? ¿¡Qué hago?!

Ayudé a mi esposa a subir al auto y conduje lo más rápido que pude hasta el hospital. Al llegar, Maureen fue llevada a la sala de preparto; pusieron a mi esposa en una camilla y el médico que había estado llevando el control de embarazo se acercó a nosotros. Le explicó el procedimiento que iba a seguir. Ella asintió. Sabía que ella estaba igual de nerviosa que yo, aunque las contracciones hacían que se centrara más en el dolor que en los nervios. Luego de que terminaron de preparar todo y estaban completamente seguros de que ya venía el bebé, tomé su mano y le di un ligero apretón.

—Todo saldrá bien, mi amor —le dije, intentando sonar tranquilo—, estaré aquí esperándolos.

—Descuide, su esposa y su hijo están en buenas manos —me dijo el médico.

Asentí y le di un beso en la frente antes de que se la llevaran a la sala de partos. Desde varias semanas antes habíamos acordado con el doctor que yo no entraría con mi esposa; Maureen es consiente que yo no podría con los nervios. Aun estando aquí afuera estoy nervioso. ¿Cómo no estarlo? ¡Me convertiría en padre! Por fin tendría en mis brazos a mi hijo.

No pasó mucho tiempo para que el doctor me dijera que ya podía pasar a ver a mi esposa y a mi primogénito. Maureen me dirigió una mirada feliz. Nuestro hijo estaba recostado junto a ella.

—Hola, mi amor —le dije y le di un dulce beso en los labios antes de contemplar a nuestro bebé—. Es hermoso.

— ¿Quieres cargarlo?

—Sí —ella me lo dio.

Era increíble como algo tan pequeño y ligero puede hacer que tu corazón lata con fuerza. Era perfecto, se parecía a Maureen y también a mí; nuestra mezcla de amor. Una sonrisa inmensa no se podía borrar de mi rostro. Mi bebé era todo lo que siempre me había imaginado.

—Hola, Zak —le dije con la voz más tierna que pude hacer—. Soy Ringo, tu papá. Te amo, bebé.

Narra Paul

Estaba tomando una taza de té cuando escuché que Jane vomitaba. Dejé mi bebida en la mesa y fui hasta donde ella se encontraba para ver si estaba bien. Había pasado toda la mañana quejándose del estómago, así que supongo que algo le había caído mal.

— ¿Estás bien, Jane?

—Sí, Paul —dijo—. Mi estómago se siente un poco mejor ahora.

Sonreí y ella me devolvió la sonrisa. Escuché que el teléfono de la casa comenzaba a sonar, así que fui a contestarlo. Era Ringo.

— ¡Ya nació Zak, Paul! —exclamaba con alegría—. ¡Soy padre!

— ¡Muchas felicidades, Ringo! —contesté—. ¿Cómo está Maureen?

—Cansada por el parto, pero feliz por el pequeñito. Me gustaría que vinieras a conocer a mi hijo, Macca. Ya hablé con John y con George, dijeron que estarían aquí pronto.

Le voz del baterista no denotaba otra cosa que no fuera una alegría inmensa. A decir verdad, me gustaría conocer al pequeño Starkey.

—Estaré ahí, amigo.

Colgué el teléfono y regresé con Jane.

—Era Ringo —le dije—, su hijo acaba de nacer y me invitó a conocer al pequeño Zak, ¿quieres venir conmigo, cariño?

—No, Paul —respondió—. Ve tú, yo no me siento muy bien como para ir. Me siento mejor, pero mi estómago sigue doliendo un poco. Será mejor que me quede a reposar.

—Está bien, Jane.

Al llegar al hospital, me encontré con los chicos. Cynthia, Pattie y Freda Kelly, nuestra secretaria, también se encontraban ahí. Abracé a Ringo y lo felicité por el bebé. Entramos juntos a la habitación en la que estaban Maureen y el recién nacido. Ringo lo tomó en brazos y me miró.

— ¿Quieres cargar a mi hijo, Paul?

Asentí y lo tomé con suma delicadeza. El bebé estaba durmiendo. Analicé sus facciones con detenimiento, se parecía un poco más a Ringo que a Maureen. Sonreí por la ternura que esto me estaba causando. ¡Cielos! Creo que incluso tiene la misma nariz que su padre.

— ¿Qué ocurre, Macca? —preguntó Lennon.

—Es que... es adorable.

—Lo mismo has dicho varias veces de Julian —musitó en tono burlón—. ¿No será que quieres tu propia bola de carne?

Todos miraron a John con sorpresa. Fruncí el ceño y negué con la cabeza antes de darle con mucho cuidado el bebé a Cynthia, que estaba al lado de mí con deseos de tener al pequeño en sus brazos. Me acerqué a Maureen y la felicité por el bebé. Salí de la habitación, Lennon hizo lo mismo tras de mí.

—Macca, perdón —dijo—. No creí que mi comentario te incomodara.

—No lo hizo —musité—. Es sólo que...no sé, quizá sí necesite una bola de carne, como tú dijiste. Me siento solo, John. Tu hermana lo era todo para mí, y ahora que ella ya no me quiere...no sé qué hacer, Jane me quiere mucho, pero...

—Entonces... ¿quieres tener un bebé con Jane? —John se había puesto pálido y su voz mostraba molestia, sentía que me ocultaba algo.

—Es complicado —contesté—. Jane no quiere tener bebés todavía y, en el fondo, yo tampoco. Aunque... una bola de carne no necesariamente debe ser un bebé.

Él suspiró aliviado.

— ¿Qué estás pensando?

Sonreí tímidamente.

—Lo sabrás pronto —dije—. O quizá el próximo año, todavía no lo sé.



¡Feliz Navidad! ¡Happy Crimbo! ¡Happy Crimble!

A. McCartney




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