102. Sueños / La última vez.
*Publicado originalmente el 9 de octubre de 2016*
4 de enero de 1970
Narra Paul
Llamé un par de veces a la puerta y aproveché para acomodar el pañuelo del bolsillo de mi saco. La tía Mimi abrió la puerta y esbozó una pequeña sonrisa al verme. Saludé cortésmente y dijo que llamaría a mi chica.
—Hola, Paulie—se veía bellísima con el vestido color limón que llevaba puesto.
— ¡Feliz cumpleaños, princesa!—dije con entusiasmo mientras descubría el regalo que había ocultado detrás de mí.
Le di la caja de chocolates y ella me abrazó con fuerza. Su aroma era maravilloso, no se comparaba al de ninguna otra chica. Quizá era muy pronto para decirlo, pero sentía que ella era la indicada para algo más formal. Besé sus dulces labios antes de que fuera a guardar el regalo a la casa. Mi mejor amigo aprovechó ese momento para salir a hacerme el interrogatorio de siempre.
— ¿A dónde irán?—preguntó John.
—Quiero llevar a (TN) a un restaurante, ya sabes, por su cumpleaños. Mi princesa merece eso y mucho más. No se cumplen dieciocho todos los días.
— ¿Con qué dinero?
—Mi paga del grupo—contesté—. Tú sabes que no hago otra cosa, ¿de qué otra manera podría conseguir dinero?
—Soy yo quien hace las preguntas aquí, McCartney—se llevó una mano a la barbilla, pensando en la siguiente pregunta—. ¿A qué hora la traerás de regreso?
—A las siete y treinta.
—La quiero en casa a las siete en punto.
—Bien—rodé los ojos.
—Y no se te ocurra llevar más lejos nada, ¿entendido?
Negué con la cabeza. Últimamente John estaba muy insistente con el asunto de que no tuviera relaciones con su hermana. Hacer el amor era algo muy placentero, pero yo había decidido esperar hasta que (TN) me indicara el momento. Aunque eso implicara tener que complacerme a mí mismo por las noches.
—Lista, Paulie—mi novia había regresado.
—Excelente, preciosa—contesté con una sonrisa, tomándola de la mano.
—Cuídate mucho, hermanita—se despidió John.
Comenzamos a caminar por las calles de Liverpool, dirigiéndonos al restaurante. Yo no apartaba mi vista de ella, me parecía el ser más hermoso y perfecto sobre el planeta. Al llegar al lugar, acerqué mis labios a los suyos. Quería probarlos otra vez.
—Papi...
Fruncí el ceño. ¿De dónde había venido esa voz?
—Papi...
Abrí los ojos y noté que mi esposa seguía dormida. Me giré y vi a Mary junto a mi lado de la cama, tenía sus manitas juntas.
— ¿Qué pasó, princesa?
—Tuve un sueño feo.
— ¿Una pesadilla?—ella asintió—. ¿Qué soñaste?
—Martha corría lejos y no volvía—mi pequeña rompió en llanto.
—Tranquila, princesa—me levanté de prisa y la abracé—. Martha no irá a ningún lado.
—Pero desperté y no estaba, papi—sollozó—. ¡Martha se fue!
—No llores, cariño—le pedí, abrazándola más fuerte—. No me gusta verte triste. Martha no ha ido a ninguna parte...quizá sólo quería dar un paseo por la casa. ¿Quieres que la busquemos?
Mi pequeña asintió, tomándome de la mano. Sequé un poco sus lágrimas con mi mano y salimos de mi habitación. Revisamos la recámara de mis princesas y también el ático, sin tener señales de la canina. Al bajar la escalera, escuché ruidos en la cocina.
— ¡Martha!—mi hija soltó mi mano con una enorme sonrisa al verla comiendo croquetas.
—Parece que alguien tenía hambre—musité bostezando—. Te lo dije, Mary, Martha no se iría. Pero, creo que nosotros debemos regresar a la cama.
Tomé a mi nena en brazos y la llevé hasta su cama. Revisé que Pauline se encontrara bien antes de darle un beso de buenas noches a Mary. Ella inclinó un poco su cabeza e hizo esa expresión de cachorro sufrido.
—No te vayas, papi—me pidió con su tierna vocecita—. Si te vas, voy a tener más pesadillas.
—Yo debo dormir con mami, princesa.
—No...duerme hoy conmigo, por favor, ¿sí?
Suspiré y asentí, causando que mi hija sonriera de oreja a oreja. Supuse que a mi mujer no le importaría que durmiera con mi princesa una noche. Mary me hizo un espacio junto a ella, el cual no tardé en ocupar.
—Sólo por esta noche—besé su cabecita y la abracé para dormir.
——————————
Desperté con el "clic" de una cámara y me di cuenta de que no estaba en mi habitación, antes de recordar lo acontecido en la madrugada. Alcé la vista y me encontré con mi esposa, quien me había tomado una fotografía dormido junto a mi princesa. Solté un gruñido y abracé de nuevo a Mary.
— ¿Por qué viniste a dormir con Mary?
—Tuvo una pesadilla anoche y me pidió que me quedara—mi mujer sonrió—. No estarás celosa, ¿o sí?
—Por supuesto que no, Paulie, me enamoro todavía más de ti al ver lo paternal que eres, pero llegaremos tarde al estudio si continúas dormido.
— ¿Cuál estudio?
—De grabación.
—Cierto—contesté y comencé a desperezarme—. ¿Ya llegó Maggie?
—No, pero no debe tardar mucho.
— ¿Puedo ir contigo, papi?—Mary había despertado—. Yo podría cantar igual que el tío John.
—Lo siento, princesa, hoy sólo mami y papi.
Narra (TN)
Paul y yo caminamos hasta los estudios en Abbey Road. El día anterior habían terminado una canción de George y mi esposo me había pedido ayuda con una de sus canciones: Let It Be. Al principio dudé un poco en hacerlo porque yo no formaba parte de The Beatles, pero terminó convenciéndome.
—Tuve un sueño interesante anoche.
— ¿De qué trató?
—Bueno, fue más un recuerdo que un sueño. Fue de tu cumpleaños número dieciocho. John era tan diferente en el sueño...
—Sé que en el fondo sigue siendo el mismo hermano sobreprotector de siempre—contesté con una sonrisa—, pero ahora tiene otros asuntos más importantes que atender.
Entramos al estudio y todo el personal aprovechaba la oportunidad para saludar a mi marido, y también a mí. Ingresamos al estudio número dos para encontrarnos con George y Ringo. John seguía en Dinamarca con Yoko y la pequeña hija de ésta última.
—Voy a grabar el bajo sobre la toma 27.
Los Beatles restantes asintieron sin entusiasmo antes de ponerse a trabajar en algo más. Yo observé a Paul, quien no dejaba de hacerme guiños, grabar el bajo de la canción. Cuando terminó, decidió que era momento para hacer las armonías.
—No estoy segura de poder hacer esto, Paulie...
—Podrás hacerlo—me dijo con una sonrisa—, tienes una voz angelical, y necesito armonías altas para la canción. George y yo no las alcanzamos, pero tú sí, preciosa.
Hicimos varias tomas hasta que Paul las consideró buenas. Me dolía un poco ver que los chicos estaban tan distantes entre sí. Milagrosamente podían trabajar sin discutir.
—Me encanta tenerte en el estudio—me confesó Paul en el primer receso—. Deberíamos formar un grupo juntos y grabar canciones.
—Esa no es una buena idea—respondí—. No sé tocar ningún instrumento...John nunca quiso enseñarme. La tía Julia me dio un par de clases, pero no recuerdo mucho.
—Yo te enseñaré a tocar todo lo que quieras, linda—dijo, haciendo una mueca provocadora—. Aunque, pensándolo bien...ya me tocas muy bien a mí, lo demás será sencillo para ti.
Me llevé las manos a la cara al mismo tiempo que me ponía tan roja como un tomate. Lo único que Paul pudo hacer fue reír.
Un poco más tarde tuve que regresar a la casa sola para que Mary y Pauline no se quedaran solas. Paul llegó a casa hasta las cinco de la mañana del siguiente día, fatigado de todo el trabajo en el estudio, quejándose de George y Ringo. Quizá si hubiese sabido que sería la última vez, que compartiría un estudio junto a ellos en casi treinta y cinco años, no hubiera tomado las cosas así.
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