117. Max

—Ve, yo estaré bien.

—Estoy bien aquí. Contigo.

—No es necesario —suspiré, cansado—. Mamá está pendiente del discapacitado. 

Soné cruel pero era necesario. 

Suhail me miró con tristeza. —No te llames así. 

—Entre más lo digo, más me hago a la idea —reí, aunque sin ganas—. Anda, ve... Ve. 

Aitor, como el noble y atento caballero que es, consideró que el semblante de Suhail pedía a gritos un poco de aire fresco tras pasar tanto tiempo encerrada en el hospital conmigo. Por lo que sugirió que ella debía acompañarlo a una de esas actividades mamonas en las que él siempre participaba.

Suhail se negó para no dejarme solo. Lo que me hizo sentir peor. 

—¿Estás seguro? —preguntó, por cuarta o quinta vez. 

Desde que perdí mi pierna Suhail tiene la vaga idea de que algo malo me pasará de no estar ella conmigo para evitarlo. Sé que su intención es protegerme. Comprendo que se preocupa, pero no es necesario. 

Los primeros días sin pierna utilicé mucho esa frase:  No es necesario. 

1.

—¿Te ayudo a vestirte?

—No es necesario.

2.

—¿Te ayudo a comer?

—No es necesario.

¿Pretendían masticar la comida por mi? Estoy cojo, no idiota. 

3.

—Puedo quedarme más tiempo si quieres.

—No es necesario.

No me voy a suicidar, gente. 

4.

—¿Necesitas ayuda para ir al baño?

—Como si mi culo también estuviera tullido —gruñí. 

—¿Cómo dices? —me preguntó mi tío Efrén, que está un poco sordo. 

—Que no es necesario —insistí—. Bueno, necesito ayuda para movilizarme hasta el váter. Yo me encargo del resto.

5.

O ese día que la abuela me visitó. 

—Perdón por llorar tanto, es que te veo así y... —Ella limpiaba su nariz y sus ojos con un pañuelo.

Cerré mis ojos. —No es necesario, abuela. No es necesario. 

Odio que me miren con compasión. 

6.

O cuando me visitó Bob:

—¡Únicamente vine a decirte que eres malnacido —me gritó— y que pagarás caro haber jugado con Gi!

Entorné mis ojos. —Me quedé sin una mi pierna, Bob —la señalé, insistentemente—. Sin una pierna. ¿Qué más penitencia necesito?

—Bueno, sí —aceptó él, todavía molesto—. Igual vine a recordarte que eres un imbécil.

Me reí. —No es necesario que me lo recuerden, lo tengo claro, Bob... Lo tengo claro. 

7. 

—¿Necesites que acomode mejor tu almohada? —me pregunta todo el tiempo Bill.

—No es necesario.

Yo puedo hacerlo solo. Hay muchas cosas que todavía puedo hacer solo. ¡Solo!

8.

—¿Te traigo algo especial para comer? —Mamá no podía faltar—. ¿Qué se te antoja? ¿Te pongo una película?

—No es necesario, mamá.

Es parte de la vida que cuando atraviesas una calamidad muchos procuren hacerte sentir mejor. Lo comprendo. Pero no es necesario. En mi caso no es necesario. 

¡NO ES NECESARIO! 

Muchas veces quise gritarlo. Estaba harto de que me hicieran sentir un inútil. Todavía más inútil, aclaro. Además de que pedí que llamaran a las cosas por su nombre: inválido, discapacitado, cojo... Yo ya no era el Max de siempre. ¿O si lo era? ¡Apenas trataba de entender eso! 

¡También basta de hablarme con miedo a herirme! 

Me sentía aturdido por tanta atención. Muchas veces innecesaria. Estaba harto de escuchar que lo lamentaban o, peor aún, que insistieran en que pude evitar pasar por esto si hubiera hecho esto o lo otro. Si hubiera. No puedo regresar el tiempo. No-puedo-regresar-el-tiempo.

—Sí, estoy seguro, Suhail. Vete —insistí hastiado, hasta que ella finalmente aceptó marcharse.

Sin embargo era el turno de mamá para sentarse en la silla a un lado de mi cama. —Igual hoy nos dirán si ya puedes ir a casa —sonrió, buscando mi mano para acariciarla. Un gesto que, se supone, debía hacerme sentir mejor. 

Odio tanto esto. 

—Sí —dije, cansado de su buen humor. Del buen humor de todos. 

Porque claro está, a veces me hartaba de hacer más llevadera la situación para ella y para todos. Necesitaba gritar y ellos no se alejaban para permitirme enloquecer un poco. Aunque sea un poco. 

Lo perdiste todo, Max. Todo. Nunca volverás a correr, a saltar... Ni siquiera vas a caminar. Eres un inválido. Eres un peso en la vida de estas personas. 

¿Fue fácil asimilar eso? No. Porqué quien diga que no complicaba la vida de mi familia, miente. Muchas cosas tuvieron que cambiar. Porque al cambiar mis posibilidades, la vida no es lo mismo para nadie... conmigo cerca.

Podía ver en sus ojos el querer saber qué decirme para hacerme sentir mejor, o qué hacer para facilitármelo todo. Todo. 

... 

Me trasladaron de la habitación al estacionamiento del hospital en una silla de ruedas. En el camino vi tantas miradas sobre mi que me pregunté si la maldita silla arrojaba serpentinas. Atención. ¿Por qué tanta atención? Entonces recordé esa vez que un tipo que perdió un ojo entró a un lugar en el que yo estaba, lo miré preguntándome qué le sucedió. No pensé en que quizá lo hacía sentir incómodo. 

Lo mismo con la gente obesa.

Lo mismo con la gente con enanismo.

Lo mismo con todo tipo de gente que se mire diferente a cómo me veo yo. Tú. Nosotros. 

Ahora sé qué se siente. 

Pero hay algo peor. Las miradas de lástima. Llevaba menos de un mes como discapacitado y ya tenía claro que el mundo no está hecho para nosotros. Somos nosotros los que tenemos que adaptarnos al mundo. 

Dos enfermeros ayudaron a mamá a sentarme en el asiento del copiloto pese a que ella insistió en recostarme sobre el sillón de atrás para así sentirme más "cómodo". A eso me refiero. ¿Por qué es tan difícil hacerme sentir normal?

Normal. Empecemos por el hecho de que yo no me sentía normal, o tenía claro qué es la normalidad. Duro, lo sé. Al menos tienen el consuelo de que yo tenga que lidiar con eso y no ustedes. 

Además vamos a dejar claro otra cosa. Tener una discapacidad no significa dejar de ser un hijo de puta. A mí, por ejemplo, me seguía cayendo como patada en los testículos Aitor. Porque claro, todos esperan una transformación del tipo espiritual por parte de quienes la vida nos jode. Y no. 

—¿No es Suhail la que está allá? —señaló mamá al doblar una esquina. 

Agreguemos a eso que ella estaba conduciendo muy despacio, como si temiera que al acelerar un poco se me fuera a salir un hueso. No soy de cristal, mamá. 

Y sí, ahí estaba Suhail.. y también Aitor. Ambos acompañaban a un grupo personas de pie bajo un epígrafe en el que se leía "No compres, adopta" A todos les rodeaban cajas y jaulas con perros y gatos de diversos colores y tamaños dentro. Mamá estacionó su coche para saludar. 

Y aunque entorné mis ojos, pues yo no quería saludar, no dije nada para que no se sintiera mal por el inválido.

—¿Qué hacen? —le preguntó mamá a Aitor como si no fuera lo suficientemente obvio.

—Intentamos que personas de buen corazón adopten perros o gatos —dijo él, sonriente.

Juro que podía imaginar una aureola apareciendo sobre su fea cabeza. Eres un santo, ¿no, Aitor?  

—¿Y cómo sabes si todos los que adoptan son de buen corazón? —le pregunté, para joderlo—. Los pueden engañar, digo.

—Si te hace sentir mejor —me respondió él—, tienen que llenar un formulario y también se les da seguimiento. 

A continuación tuve que escuchar a mamá elogiarlo hasta el cansancio. 

Sí, hay que lamerle las bolas a Aitor. Hagamos una fila india frente a él para hacerlo mientras lo elogiamos. 

—Me da gusto que aprobaran tu salida —me dijo Suhail al acercarse. 

Le sonreí exageradamente. —Salté en un pie de la emoción cuando me lo dijeron —bromeé, aunque solo me reí yo.

—No es gracioso, Max —dijo mamá.

Bufé y me crucé de brazos. Sí es gracioso.  

Y claro que me crucé de brazos, ya no me podía cruzar de piernas, digo. 

Vamos, rían conmigo. 

Mamá bajó del coche y saludó a los demás activistas que acompañaban a Suhail y a San Aitor. Todos, excepto dos que estaban de rodillas frente a una caja de cartón, atendían a las personas que se acercaban a preguntar qué hacer para adoptar.

Suhail hizo una mueca al ver mi interés en la caja vigilada por dos de sus compañeros. 

—Dentro hay un gato —contó—. Un grupo de niños quemaron su cara con pirotecnia. 

—Dime que les hicieron lo mismo a los niños —dije. Aitor me miró horrorizado. Yo no me retracté. 

Demando la libertad de todavía poder ser cretino pese a estar cojo. 

Suhail se encogió de hombros. —Es complicado, Max. Hay que crear consciencia, no quemar niños. 

Los activistas intentaban sacar al gato de la caja, pero este se negaba y, para defenderse, sacaba su pata y arañaba a todo el que se acercara. Esto obligaba a los activistas a alejarse de él. Me eché a reír.

—No es gracioso —me regañó Aitor.

Resoplé. —Se nota que nunca has estado en la posición del gato. 

—El problema es que si no acepta salir, nadie querrá adoptarlo —dijo Suhail, triste—. Ya lo curaron, pero de continuar con esa actitud... lo más seguro es que lo sacrifiquen. 

Ése es el problema con las personas, para aceptarte necesitan que te comportes como a ellos les haga sentir cómodos y no como tú realmente te sientes. Nadie quiere lidiar con tu dolor. Por eso te dicen "No te enojes", "Deja de llorar" o "Tienes que ser fuerte".

—¡Miranda! —llamé a mamá, que todavía saludaba a algunos activistas. Ella se giró para verme—, coge esa caja —le pedí, señalando la caja de cartón—. Nos vamos a llevar a ese gato. 

Mamá me miró boquiabierta, lo mismo Suhail y Aitor. 

—Ti-tienes que llenar un formulario —dijo Aitor, nervioso.

Lo miré molesto. 

—Yo vivo con él —le recordó Suhail, todavía mirándome como si me hubiera crecido otra pierna—. Estaré pendiente del gato. 

Pasé por alto la insinuación sobre mi incapacidad para cuidar a un gato y miré a los activistas entregarle la caja a mamá, mientras el gato intentaba arañarlos. Me reí otra vez. 

—No es gracioso, Max —me regañaron. 

Sin duda ese gato y yo nos necesitamos. 

No asomaba su cabeza. Prefería mantenerse enroscado en el fondo de la caja, únicamente reaccionaba de intentar sacarle. Le pedí a Miranda colocarlo con todo y la caja sobre el sillón trasero del coche.

—¿Tiene nombre? —le pregunté a Suhail. 

Ella negó con la cabeza.

—Parece que era callejero, o al menos nadie lo reclamó mientras lo asistían en el centro de rehabilitación veterinaria.

—Gilmour —dije. 

—¿Gilmour? —repitió ella. 

—Sí, así lo llamaré.

—¿En honor al vocalista de Pink Floyd? —quiso saber Aitor, con una sonrisita estúpida en su rostro. 

Le sonreí a manera de ocultar mi odio. ¿In hinir il vicilisti di Pink Fliyd?

Qué genio, Aitor. 

—Otro día podemos hablar de música —propuso.

—A lo mejor —dije, ásperamente y le pedí a Miranda irnos ya.

...

Bill salió a recibirnos cuando llegamos a casa, bajó la silla de ruedas del coche y me ayudó a acomodarme sobre esta. Entramos y subimos las escaleras. 

—Podemos acondicionarte una habitación en la planta baja —sugirió mamá.

—No es necesario. 

En lo que mamá acomodó a un lado la caja con Gilmour todavía dentro, Bill me sirvió a mi de soporte para yo mismo instalarme en mi cama. 

—¿Necesitas algo? —me preguntó mamá—. ¿Comida? ¿Otra cobija? ¿Que me quede yo un rato?

¿Por qué, Dios?

—No es necesario —respondí, conteniendo mi enojo, y mirando por primera vez mi habitación. 

Sí, por primera vez. Tus posibilidades se limitan y el panorama luce diferente cuando te falta algo. Valentía. Esperanza... 

—¿Y qué hago con el gato? —preguntó mamá, mirando con temor la caja.

Pero que insistencia de atosigar a Gilmour. 

—Déjalo solo —le pedí—. El gato únicamente necesita un poco de soledad... soledad y tiempo.

Mamá me miró pensativa y sus ojos se humedecieron. Trata de comprenderme. No lloró frente a mí (afortunadamente) y Bill y ella finalmente se marcharon, dejándonos a Gilmour y a mí solos. 

La caja de cartón fue colocada de tal forma que pude atisbar una parte de su contenido. 

—Así que eres de pelaje amarillo —le dije. Al escuchar mi voz el gato procuró enroscarse más y alejarse de otro humano sin corazón—. Tienes miedo —Lo miré, pensativo—. Tranquilo —lo calmé, apretujando mis labios para obligarme a no llorar—. No te obligaré a salir de ahí si no quieres —le prometí—. Sal cuando te sientas listo. Los dos lo haremos. 

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¿Qué tal? c':

¿Qué creen que pase ahora? Solo les diré que algo que muchos esperan. Algo inevitable en realidad. ¿Imaginan qué es?

No, no es que Gilmour salga de la caja.

Tampoco que Max salga de su propia caja.

Es algo que esperan hace mucho c:

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