Capítulo 6: El Trato

Alexander

—¿Ella era su novia? —preguntó una niña en el momento que entré al aula para comenzar la clase—. Era muy bonita.

—No es su asunto —dije, con algo de dureza—. Ahora saquen sus libros de ejercicios y ábranlos en la página que quedamos ayer.

Debía admitirlo, la propuesta de la niña rica era tentadora. No sólo pagaría una de mis deudas, sino que podría pedirle más cosas, cosas que no podría tener siendo maestro de secundaria.

—Bien, ¿quién se ofrece a hacer el ejercicio de tarea? —un chico alzó la mano—. Patrick.

—¿Se va a casar? Porque su novia tenía un anillo.

Toda la clase comenzó a murmurar.

¿Qué demonios sucedía con esos niños? Habían logrado ver el anillo de compromiso de Allison cuando no la habían visto por más de unos segundos. Eran más chismosos que la anciana del primer piso de mi edificio.

—El próximo que pregunte acerca de mi novia, irá a dirección.

—¿Entonces si es su novia?

—Patrick, a dirección.

Patrick se levantó cabizbajo y salió de la sala.

Lamentablemente, cuando se trabajaba con adolescentes no se podía ser tan simpático y comprensivo. Uno les daba la mano y ellos te tomaban el codo, y para cuando te dabas cuenta, ya había unos saltando por la ventana y los otros tirándose bolas de papel, convirtiendo la sala de clases en un campo de guerra.

[...]

Incluso los otros maestros me estaban molestando acerca de mi "nueva novia". No sabía cómo lo hacían los niños para pasar un rumor tan rápido. Aun no terminaba el día y hasta el retrete descompuesto del baño de maestros sabía el chisme.

Era mi horario sin clases, por lo que estaba en la sala de maestros corrigiendo algunos exámenes.

Allison me había complicado las cosas apareciéndose por mi trabajo, ya que la vida de los maestros siempre sería comentada por los alumnos.

Yo vivía con el miedo constante a encontrarme a un alumno en el centro comercial, en un restaurante e incluso en algún bar o club porque luego lo sabría media escuela.

Ahora, no media, sino que toda la escuela pensaba que yo me iba a casar. Sí, tenía planes de comprometerme, pero con Carol, no con una extraña que conocí dos días atrás.

Tomé mi celular, dejando los exámenes de lado por un momento, y entré a la galería. Tenía una carpeta con dos mil trescientas fotos de Carol, había unas en las que estábamos los dos y otras en las que ella estaba sola.

Sonreí al ver una de un picnic que habíamos hecho para celebrar nuestro primer San Valentín juntos, como pareja.

Había dedicado tres años de mi vida a una relación que tuvo el peor final de todos, ni siquiera era un final digno de película. Hubiera preferido algo más dramático, digno de contar y ser escuchado... no la porquería que había sucedido en realidad.

Intenté borrar la carpeta completa con las fotos, pero no era tan fuerte. Solo había pasado dos días, aún había una pisca de esperanza que me decía que Carol querría volver y yo estaría esperándola con los brazos abiertos.

¿Qué pasaría con Allison entonces? Si le decía que sí cuando nos viéramos, perdería toda oportunidad con Carol.

«Le pediré un tiempo».

Sí, eso era lo mejor que podía hacer. Le pediría un mes y si no volvía con Carol para ese entonces, aceptaría su trato por más loco que fuera.

[...]

Al final, habíamos quedado de vernos en un café en el centro y así evitaba que Alison volviera a aparecer por ahí, por lo que tomé el subterráneo hasta la estación más cercana al lugar y luego caminé por las congeladas calles de la cuidad.

Había comenzado a nevar levemente. Los copos de nieve que caían sobre las personas no tardaban en derretirse al contacto con sus gruesos abrigos, pero había días que se llegaba a casa con una capa blanca sobre la cabeza y los hombros, la cual solo podías sacar sacudiéndote.

A veces sentía algo de pena por los turistas que iban a la cuidad en esa época, pues muchos no estaban acostumbrados a caminar en lo que parecía una pista de hielo natural.

Justo en ese momento, una niña que iba tomada de la mano de su madre resbaló y cayó hacia atrás, dándose un buen golpe en el trasero contra el duro cemento congelado.

«Eso debió doler».

Cuando llegué frente al restaurante, noté la limusina de Allison estacionada junto a la acera.

Cuando entré, la chica estaba sentada en una de las mesas del segundo piso leyendo un libro y tomando una taza de café. Se veía como la clásica adolecente soñadora adicta a los libros que amaba escapar de la aburrida realidad... siendo que, por lo que decía en Google, ella ya había pasado la adolescencia varios años atrás.

Subí, desenrollando la bufanda que traía puesta alrededor de mi cuello y luego me senté frente a ella.

—Diez minutos tarde —señaló—. Podrías llegar temprano a cada compromiso si decides ser mi novio... falso —aclaró.

—Suelo ser puntual —aseguré—, pero el subterráneo se me pasó y debí esperar el otro.

—Yo tengo un chófer, cinco autos y una moto a mi disposición... aunque eso no evita que llegue tarde a unos compromisos, pero eso es mi culpa.

—¿No trabajas?

—Claro que sí. Soy gerente de ventas de cosméticos Athena.

—Ah... claro.

Era probablemente la razón por la que no parecía tener horarios. Tenía una enorme ventaja al trabajar para su familia, la cual parecía aceptar que se mandara sola.

—Y tú un simple maestro de secundaria... —susurró.

Fruncí mi ceño.

—No vine hasta acá para que me insultaras. Además, amo mi trabajo.

—¿Qué materia enseñas?

—Lengua y literatura.

Pareció reprimir una risa.

—Un fracasado... —la miré con aun más molestia que antes—. Al menos no dijiste historia, eso hubiera sido aún más triste.

—Esa era mi segunda opción... —luego de decir eso, me reprendí mentalmente. Solo le estaba dando material para que siguiera burlándose.

—No me sorprende que tu novia te dejara.

—Escúchame una cosa, niña rica. Alguna vez tú tuviste un maestro de lengua y literatura también y gracias a su trabajo, ahora tú puedes trabajar en una empresa, leer los papeles que te entregan y ganar los miles de dólares que ganas al año.

—Sí, tuve una buena maestra en la secundaria... y me acosté con su ardiente hijo también, así que estoy verdaderamente agradecida con ella.

¿Podría soportar un año completo a la bestia que tenía enfrente? No podía asegurarlo.

—Ahora, a lo que vinimos —yo la miré serio—. ¿Vas a aceptar o no?

¿Después de insultarme así, creía que iba a aceptar tan fácilmente? Si así era, pues le hacían falta un par de neuronas.

—Tengo unos requisitos... o exigencias, lo que prefieras —eso no pareció gustarle—. Primero, necesito un mes para estar seguro. Segundo, deberás pagar el anillo y luego es todo tuyo, no lo quiero. Tercero, no quiero sexo. Y por último, ya que sería una relación falsa, no te deberé fidelidad.

Allison se quedó pensando y analizando mis peticiones.

—Me parece... excepto lo del mes, ¿por qué necesitas un mes?

Me sentía un poco inseguro de decir la razón. Podía jurar que la chica frente a mí se burlaría.

—Es que... tal vez mi novia...

Allison soltó una risita burlesca, con la clara intención de hacerme sentir peor de lo que ya me sentía.

—No volverá contigo —aseguró—. Nadie que ame a alguien lo termina en plena calle así como si nada y sin si quiera un pisca de remordimiento.

¿Qué pretendía? ¿Matarme de dolor o de un infarto?

—Solo dame el maldito mes. Si estas tan segura de que no volverá, entonces no tendría que importarte esperar un poco.

Allison se estiró un poco hacia delante, por sobre la mesita.

—Mira, maestrucho de escuelita, necesito una relación de un año antes de que mi abuelo muera o quedaré tirada en la calle más pobre que tú y entonces los dos terminaremos viviendo una vida de mierda, llenos de deudas y pobreza.

Acerqué mi rostro al de ella.

—Mira, princesita consentida, te vas a tener que esperar un mes o no hay trato, no conmigo. Es tan simple como eso.

—Mi abuelo puede morir mañana.

—Si lo hace, entonces igual no heredarías nada y te hundirías en la miseria.

Ambos volvimos a enderezarnos en nuestros asientos y nos quedamos mirando amenazantes.

—Bien —accedió Allison—. Un mes y entonces estarás condenado.

Asentí complacido con el acuerdo.

Allison pidió la cuenta y le dejó a la mesera que le había llevado el café una propina que casi hace que se desmaye.

Salimos juntos a la calle y nos quedamos parados junto a la limusina.

—Dame tu número —pidió Allison.

Comenzamos a intercambiar números cuando me fijé en el restaurante de comida china que había enfrente.

Justo en una de las mesas que estaba pegada al gran ventanal, estaba Carol comiendo con un chico que no conocía.

—Te estoy hablando, maestrucho.

Allison, al no obtener una respuesta, miró en la dirección que tenía puesta mi vista.

—Uh... creo que definitivamente no va a volver.

—Quizás es un primo... uno que yo no conozco.

Justo en ese momento, el hombre extraño limpió la comisura de los labios de Carol con una delicadeza que solo había visto en las películas. Carol se le quedó mirando un tanto avergonzada y luego, se estiró sobre la mesa para dejar un pequeño beso en los labios del sujeto.

—No, no volverá —concordé—. ¿Qué tal si me llevas a casa..., mi amor?

Allison esbozó una sonrisa.

—Lo que mi futuro esposo quiera.

Quizás había perdido al que creía el amor de mi vida, pero desde ese entonces no tendría que volver a tomar el subterráneo.

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