Capítulo 5: La Propuesta
Allison
—¿Matrimonio?
No me sorprendió cuando el chico quedó en shock después de que le dijera el favor que debía hacerme para que yo pagara esa costosa argolla de compromiso.
¿Por qué se me había ocurrido la idea de un matrimonio con él? Simple: el chico parecía un pobre tonto del que todos se burlaban y yo tenía una fortuna para comprarlo y manipularlo a mi favor. Además, no parecía mala persona, una falsa relación con él podría ser sobrellevada con bastante facilidad.
—Solo sería una farsa... bueno, si sería real la parte de casarnos, pero luego nos divorciaríamos e incluso podríamos anular el matrimonio.
—¿Eso se puede hacer?
—Claro, solo no hay que consumarlo.
El chico se sonrojó con eso.
El vidrio que nos separaba del chófer bajó.
—Ya llegamos señorita, ¿Dónde es exactamente?
Miré al chico.
—El edificio setecientos cuarenta.
—Entendido.
El vidrio volvió a subir.
—Mira... Alex, ¿no?
—Alexander, de hecho, pero todos me dicen Alex.
—Bien, yo soy parte de todos, así que serás Alex para mí —carraspeé y luego volví a hablar—: Solo será un año y un par de semanas para que no sea tan sospechoso y podrás pedirme lo que sea mientras pueda comprarlo... ¿Qué dices?
—¿Y nos casaríamos cuando...?
—Me pedirías matrimonio en unos meses y luego nos casaríamos dos meses antes de que se cumpla el año porque dicen que los dos primeros meses son esenciales para saber que una relación matrimonial va funcionar... entonces en ese tiempo descubriremos que no funcionó y ¡bum! —hice una explosión con las manos—. Nos divorciamos... que pena.
Alex pareció pensarlo y luego negó.
—No, no puedo hacer eso... ¿Dónde quedaría mi dignidad?
—¿Qué es más importante ahora? ¿Mantener tu dignidad después de que tu novia te mandara a volar o pagar el maldito anillo de compromiso que ya no vas a usar?
Alex endureció su expresión.
—Lo siento, yo no soy comprable... y gracias por traerme.
Abrió la puerta, molesto, y se bajó. Yo lo seguí hacia afuera y me quedé parada junto al vehículo.
—¡Me llamo Allison Roche! ¡Si te arrepientes, búscame en Google!
Lo vi entrar al edificio antiguo de ladrillo y luego desapareció de mi vista.
Al menos yo sabía donde vivía y tocar puerta por puerta no me llevaría demasiado tiempo.
Cuando volví a subir a la limusina, noté que el anillo estaba justo sobre el asiento.
Lo tomé para mirarlo de cerca y sonreí con maldad.
—Pobre idiota despistado.
[...]
Al día siguiente, el chófer volvió a llevarme al edificio donde vivía Alexander, el experto en extraviar anillos de compromiso.
Cuando bajé del auto, fui hacia la escalerita para entrar al edificio antiguo.
Era un lugar horrendo. Por fuera se veía algo viejo y desgastado, pero por dentro se sentía como un motel de mala muerte. Las paredes estaban a maltraer y olía a humedad. No me sorprendería si había cucarachas y arañas viviendo por entre las paredes, quizás hasta ratas.
Me acerqué a la primera puerta que encontré y toqué el timbre.
Una anciana abrió la puerta.
—Hola —la saludé—. Quería preguntarle si conoce a un joven llamado Alexander que vive en este departamento.
La anciana me analizó un momento, paseando su vista de mis pies hasta mi cabeza.
—¿Alexander Meyer? El vive en el tercer piso. Un muy lindo muchacho.
Yo sonreí amablemente y asentí.
—¿Estará ahora?
La señora negó.
—Debe estar en su trabajo. Es maestro en la secundaria Blackburn.
—Oh... muchas gracias por su ayuda —tomé sus manos arrugadas entre las mías y le di una última sonrisa—. Adiós. Que tenga lindo día.
—Adiós.
Salí del edificio y volví a subir al auto.
—¿Sabes donde queda la secundaria Blackburn? —le pregunté a mi chofer.
—Sí... ¿tiene el día libre hoy, señorita?
Asentí.
—Le dije al abuelo que tenía una cita y tú se lo vas a confirmar.
—Claro que sí, señorita.
La primera parte del plan era conseguir al chico, luego me ocuparía de la parte del trabajo. Sabía que lo que más le interesaba al abuelo era que encontrara el amor y luego el que no llevara su empresa a la quiebra.
Prioridades son prioridades.
El chófer condujo hacia la secundaria, pero antes, le pedí que hiciera una parada para comprar un bonito y grande ramo de flores.
Cuando llegamos frente a la entrada de la escuela, bajé del auto con el ramo de flores en la mano y caminé hacia la puerta principal.
Los alumnos parecían estar en un receso en ese momento, por lo que los pasillos estaban llenos.
Todos los adolescentes me miraban curiosos y yo caminé por los pasillos buscando a la persona que necesitaba, hasta que divisé una cabellera castaña clara que se me hacía conocida.
Alexander estaba parado en el pasillo, rodeado de un grupo de chicas haciéndole preguntas.
Caminé hacia él y cuando me vio, pude imaginar que se desmayaría.
Había palidecido repentinamente y la expresión de sorpresa en su cara no se borraba, ni la intentaba disimular.
—Hola —lo saludé cuando llegué frente a él—. Lindos lentes.
Estaba usando unos lentes grandes y cuadrados con un marco de color negro y café claro.
Las chicas que estaban a su alrededor se marcharon, pero se quedaron mirándonos desde lejos con curiosidad.
—Veo que tienes muchas admiradoras.
—Son alumnas, jamás me interesaría una alumna.
Suponía que no. Alexander se veía como un hombre correcto y con moral, acostarse con una de sus alumnas cuando eran menores de edad, no parecía moralmente correcto.
—Que bueno que yo no soy tu alumna.
—¿Qué haces aquí, Allison?
Acerqué mi cara a la suya para susurrar:
—Te avergüenzo públicamente para que sepas que no puedes huir tan fácilmente de mí. Cuando yo quiero algo, lo consigo... o lo compro —esbocé una sonrisa divertida y volví a alejarme un poco.
Antes de que Alex pudiera responder algo, un señor mucho mayor salió de una sala que estaba un poco más atrás de nosotros y nos quedó mirando con algo de molestia.
—Alexander, ¿Qué pasa acá?
Alex se volteó hacia el señor bastante nervioso.
—Señor director, es solo...
—A mi oficina. Tú y tu amiguita.
El hombre volvió a entrar a la sala y los niños comenzaron a silbar para molestarnos.
—Ups, no quería causarte problemas —dije con cinismo.
Alexander suspiró y caminó hacia la puerta, conmigo detrás.
Cuando entramos, el director de la escuela estaba sentado en una silla frente a su escritorio.
—Tomen asiento los dos —indicó.
Ambos nos sentamos en unas sillas que había frente a él.
—Esto es una escuela, no un motel. Los niños inventan cosas y se las dicen a sus padres, Alexander, y no creo que quieras ser perjudicado por ello.
Alexander hizo el ademán de responder, pero yo me adelante.
—Lo siento mucho, no es culpa de Alexander. Yo quería conocer donde trabajaba.
—Miré, señorita... —me miró esperando a que le dijera mi nombre.
Le di una sonrisa llena de superioridad.
—Allison Roche, nieta de Bernad Roche, el dueño de cosméticos Athena.
No sólo el director pareció sorprendido, sino que también Alexander.
Claro, cosméticos Athena era la marca de cosméticos más grande del país y la número cinco en el top mundial, por lo que tener a una Roche sentada ahí debía ser bastante sorprendente.
—S-señorita Roche, una disculpa... —el hombre carraspeó nervioso—. Usted es bienvenida a esta escuela cada vez que quiera venir.
—Muchas gracias, señor director.
—Ahora, pueden irse, n-no los molesto más.
Alexander y yo nos paramos de los asientos y salimos de vuelta al pasillo.
—¿Por qué no me dijiste que tu abuelo era el señor Roche?
—Te dije mi nombre ayer...
—No te preste atención —confesó.
—Bueno, ahora que sabes quien soy... ¿Qué dices?
—¿Sobre qué?
—Mi propuesta.
Alexander se quedó pensando, hasta que su mirada bajó a mi mano izquierda.
—¿Ese es mi anillo?
Levanté mi mano y miré mi dedo anular para apreciar el anillo de compromiso en mi dedo.
—Se quedó en la limusina ayer... ¿no se ve bonito en mí? Siempre quise un anillo así, elegante, pero nada ostentoso.
El anillo era caro, pero era por los quilates del oro y los del diamante que tenía, no porque tuviera demasiadas cosas adornándolo. Odiaba los anillos que tenían incrustaciones por todas partes o una piedra preciosa tan grande que cubría la mitad de la mano.
—Estoy segura de que tu madre tiene uno más grande que eso —dijo Alexander.
Sí, mi madre tenía un diseño que había mandado a hacer mi padre de casi diez mil dólares. Yo lo tenía guardado en mi caja fuerte, pero no me gustaba, era demasiado extravagante, algo que no iba conmigo y mi estilo.
Yo era de un estilo mucho más sencillo. Mi abuela y madre vestían trajes Chanel con joyas de diseñador aun los días que no iban a la empresa o a un evento, yo, en cambio, usaba unos jeans con alguna blusa simple y una chaqueta. Aun cuando toda mi ropa era de marca, eran las prendas menos llamativas y extravagantes.
—Sí, es un diseño único, pero es solo un anillo. Todos los anillos se ponen en los dedos, da igual lo demás.
Mi padre había muerto y mi madre estaba internada en un hospital psiquiátrico donde no podía tener el anillo, ¿de qué había servido que fuera tan caro y especial? Al final del día tenía el mismo valor que uno de esos anillos plásticos con un dulce para chupar.
—Salgo de aquí a las cinco... si quieres podemos hablarlo después —dijo Alex, de pronto.
Yo le di una sonrisa complacida.
—Vendré por ti a las cinco entonces —le entregué el ramo de flores y le guiñé el ojo—. Nos vemos.
Caminé por el pasillo hacia la salida y volví a subir a la limusina para ir a casa.
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