Capítulo 30: Locura

—Te ves como toda una princesa, Ally.

—No me gusta —dije, mirándome al espejo—. No quiero que tenga mangas.

—Pero las mangas...

—Sin mangas dije.

Mi abuela suspiró resignada y dejó que eligiera un vestido sin mangas.

Al principio, ella quería mandarlo a hacer con un diseñador que conocía de toda la vida. Ese diseñador era el hijo de quién le había hecho el vestido de novia a ella, a mis tías y a mi madre, pero le expliqué que quería tener el vestido pronto, por lo que prefería ir a una tienda.

La verdad era que no quería un vestido de diseñador para una boda que no era real. No malgastaría el tiempo del diseñador ni el dinero de mis abuelos en una tontería como esa.

Me había probado al menos diez vestidos y ninguno me había gustado.

No quería uno muy brillante, ni algo que me cubriera casi todo el cuerpo o una falda que pesara más de diez kilos por el exceso de tela. Mi sueño nunca había sido casarme como una princesa, tampoco como si fuera una monja. Quería algo simple, pero sexy.

Me baje del pequeño pedestal con forma de circulo que había frente al espejo y fui a buscar otro vestido.

Luego de mirar varios que no me gustaban o me parecían horribles, encontré uno que quedaba con mi estilo.

Era un vestido de seda color blanco, con un escote asimétrico y un corte cola de sirena.

—¿Quieres ese? ¿Tan simple?

—Sí —afirmé, mirando el vestido.

No importaba que no tuviera nada de pedrería adornándolo, de todas maneras la joyería que usaría sería bastante ostentosa, lo que compensaría el simplismo del vestido.

Después de ponérmelo y subirme al pedestal nuevamente, mi abuela pareció más convencida.

—Luces hermosa.

—Gracias...

Luego de quitarme el vestido y comprarlo, mi abuela me llevó a ver los arreglos florares.

¿Había algo que me importara menos que las flores que pondrían en el recinto? Sí, los manteles y servilletas, pero las flores tenían el tercer puesto en el ranking de cosas que menos me importaban de mi falso matrimonio.

Luego de escoger los arreglos florales para la mesa, fuimos por los manteles y servilletas... ¿Qué quería mi abuela exactamente? ¿Matarme del aburrimiento?

Mientras la organizadora hablaba con mi abuela, yo pensaba en cómo la debía estar pasando Alex. No debía estar mejor que yo, quizás estaba peor, ya que, el acostumbraba a llevar una vida aburrida y monótona y nunca en su vida había tenido que prepararse para algo tan importante. La ultima cosa importante que debía haberle pasado en la vida debía ser su graduación de la universidad.

Justo en ese momento, como si lo hubiera llamado, Alexander me envió un mensaje.

"¿Nos vemos a las siete en Gravity? Necesito relajarme".

Gravity era un bar que había cerca del edificio de Alex.

"Bien. Nos vemos", respondí.

Dejé el celular a un lado y miré a mi abuela fascina con unas servilletas.

Lo único que pedía era que las siete llegarán pronto.

[...]

Cuando entré al Gravity, me sentí libre y con muchas ganas de beber.

El lugar era algo oscuro. Tenía algunas luces amarillas para hacer el ambiente un poco más cálido, pero en general, la iluminación no era muy buena. A nadie le importaba ver bien en un lugar donde se iba a beber como desquiciado.

Alex estaba esperándome sentando en una de las mesas, las cuales tenían un sofá en semicírculo.

—Hola —lo saludé, cuando llegué junto a él.

—Hola.

Me senté en el sofá y le pedí a una camarera que me trajera un trago.

—¿Cómo estuvo tu día? —me preguntó.

—Terrible. No sé cuánto más soporte.

—Solo falta un mes... aunque yo tampoco sé si lo sobreviva.

—¿Compraste el smoking?

—Sí, ¿tú el vestido? —asentí.

Cuando la camarera llegó con lo que había pedido, comencé a beber con desesperación.

Estaba tensa y agobiada, y lo único que me relajaría en un momento como ese sería el alcohol, gracias a su capacidad de alterar los neurotransmisores del cuerpo humano.

Alex también parecía desesperado por beber y quitarse las preocupaciones, por lo que después de unos minutos, nuestra mesa estaba llena de vasos y botellas vacías.

—¿Viniste en auto o en moto? —me preguntó Alex, con algo de lentitud.

—Me trajo el chófer y me vendrá a buscar, yo no conduzco ebria.

Yo había ido con la intención de embriagarme y por lo mismo, no había ido conduciendo ningún vehículo. Como siempre, yo podía ser una irresponsable en algunas cosas, pero jamás cuando se trataba de manejar.

En ese momento, ya me sentía algo mareada y podía jurar que ya hablaba como ebria que apenas sabia modular.

—Oye —llamé a Alex—. ¿Y si mejor compramos una botella de algo y vamos al departamento?

Alex parecía más lento de lo normal y sus ojos se veían como si estuviera cansado e incluso estaban algo irritados.

—Vamos —accedió.

Pagué por los tragos que habíamos bebido y salimos a la calle, tambaleándonos un poco.

Cuando estuvimos afuera, respiré profundo, apreciando el aire fresco.

Antes de ir al departamento, pasamos a un minimarket que había cerca del lugar y compré unas botellas de ron y vodka.

Luego de pagarlas, fuimos contentos hacia el edificio de Alex, el cual no estaba a más de unos metros, caminando por la calle como dos idiotas. Comenzamos a jugar a no pisar las líneas, cada uno con una botella en la mano, intentando no caer al suelo y que se rompieran.

Estando ebrios, el jugar a pisar las líneas era toda una aventura, se sentía como si estuviéramos escalando el Everest o alguna actividad extrema, por lo que no era raro que la gente que pasaba cerca nuestro, se corriera o cruzara a la acera de enfrente mientras nos miraban asustados.

Cuando entramos al edificio, el conserje pareció algo preocupado, pero no dijo nada. Cuando subimos al ascensor y este comenzó a moverse, ambos comenzamos a reírnos. Yo sentía una sensación extraña en el estómago, la cual jamás había sentido sobria. La magia del alcohol... Ni el hada madrina de Cenicienta había logrado sensaciones como esas en ella.

Cuando entramos al departamento de Alex, lo primero que hice fue sacarme los zapatos y luego, abrí la botella de ron para empinármela.

Me ardió la garganta más de lo que nunca me había ardido, era como si hubieran prendido fuego dentro de mí.

—No tomes eso así si no has comido nada —me reprendió Alex, yendo a la cocina.

Él estaba quizás más ebrio que yo. Había llegado al bar antes y todo lo hacía con torpeza y lentitud, no me hubiera sorprendido que en algún momento hubiera olvidado como respirar.

Yo me senté en el sofá para esperarlo y cuando volvió, traía un recipiente con frutillas.

Cuando iba a sentarse, se tropezó, cayendo sobre el sofá y casi botando todas la frutas, pero yo alcance a agarrar el recipiente.

Ambos reímos y Alex se acomodó bien en su lugar.

Tomé una frutilla y me quedé mirándola.

—Que fácil debe ser vivir como frutilla... haciendo nada, sin responsabilidades y sin tener que casarte.

Alex tomó una frutilla y se la metió a la boca.

—Y mueres rápido —dijo, con la boca llena.

—La vida perfecta...

Me metí la frutilla completa a la boca.

Me ardía un poco el estómago debido al gran trago de alcohol que había tomado antes, pero no era muy molesto, además, sabía que luego se me quitaría.

De pronto, oí que Alex estaba sorbiendo su nariz.

Giré mi cabeza para mirarlo y noté que estaba llorando.

—¿Qué pasó? —pregunté, preocupada, pero intentando mantener los ojos bien abiertos.

—Nunca pensé que así sería mi primer matrimonio... Yo imaginaba que me casaría con la mujer que amaba y que ella me amara de la misma forma...

Limpió sus lágrimas con la manga de su jersey y volvió a comer una frutilla.

—Lo siento —dije.

—¿Por qué?

—Por arruinar tu vida...

Él se quedó mirando al frente, en silencio por unos segundos.

—¿Sabes? Si tú y yo nos hubiéramos conocido de otra forma...

Me quedé esperando a que siguiera, pero no lo hizo.

—¿Qué hubiera pasado? —insistí.

Se encogió de hombros.

—No puedo saberlo.

—¿Pero que ibas a decir?

—Nada.

Me sentía terrible. Ver a Alex realmente deprimido porque nos íbamos a casar, me estaba causando remordimiento. Quizás, mucho se lo debía al alcohol.

Quizás yo era la insensible a la que un matrimonio no le parecía la gran cosa, pero jamás le había preguntado a Alex lo que significaba para él un matrimonio.

Me apegué a él, tomé su cara delicadamente con mi mano y la apoyé en mi hombro.

—Puedes llorar todo lo que quieras, yo te voy a consolar.

—No tienes que hacerlo.

—Tú lo has hecho por mí.

—Sí, pero no por eso estas obligada a hacerlo.

Alex se separó de mí y hubo un silencio.

—Yo quiero hacerlo.

Después de unos segundos, Alex volvió a acostar su cabeza sobre mi hombro.

—Ally —susurró.

—¿Qué?

—Creo que si tú y yo nos hubiéramos conocido de otra forma... quizás hubiéramos funcionado, de verdad.

No, no lo hubiéramos hecho. De hecho, si no nos hubiéramos conocido como lo habíamos hecho, yo jamás lo hubiera querido volver a ver en mi vida, tal vez, ni siquiera lo habría notado de verdad.

—Puede ser...

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