Capítulo 27: La Culpa

Allison

Alex no se veía nada bien e imaginaba perfectamente la razón: estaba lleno de culpa.

—No creo que pueda hacerlo —soltó por fin—. Es que... ¿Cómo?

Comenzó a pasearse de un lado para otro.

—Tendré que mentir frente a tantas personas y luego seguir mintiendo y cuando sea la boda... —agarró su cabeza con ambas manos—. Dios, mentiremos frente a más personas... y frente a la iglesia.

Yo bufé.

—Cómo si la iglesia no supiera de mentiras.

—Aun así, no porque ellos mientan debemos mentirles, ¿o sí?

Alex sonaba como una madre que reprendía a su hijo por excusarse con la típica frase: "pero todos lo hicieron".

—No, pero...

—Es moralmente incorrecto. No, es mega moralmente incorrecto.

—Alex...

—Seremos los reyes de la mentira.

—Alexander.

—No, los dioses de la mentira.

—¡Alexander! —lo tomé por los hombros y lo sacudí un poco—. Estas exagerando.

—Tú eres demasiado relajada...

—Porque no le haremos daño a nadie. Mi abuelo creerá que por fin yo experimente amor, tú ganarás dinero, yo ganaré dinero...

—¿Y tus primos y hermanos?

—Ellos no cuentan. De todas maneras heredarán algo, en cambio, yo no recibiría una migaja si no hiciera esta farsa.

—¿Por qué no mejor buscaste a una persona a la que pudieras amar de verdad?

—Oye, ¿olvidas con quién hablas? Yo moriré sola y millonaria y así estaré bien... —aseguré—. Además, hay peores mentiras en este mundo, ya sabes, como las estafas millonarias o decirle a un hijo que no es adoptado cuando si lo es.

Alex se sentó en la cama desanimado.

—Bueno... tal vez tienes razón. No es tan malo... Aunque si Dios existe, no creo que esté contento.

—Olvídate de Dios y la iglesia. Ellos no pueden arrestarnos.

En realidad, yo sabía que era un engaño bastante grande, pero ya estábamos a más de la mitad del camino y no valía la pena rendirse ahora.

Aunque yo no parecía tan alterada como Alexander, si me sentía algo culpable y lo que más me hacía sentir mal de todo el asunto, era haber arruinado la posible relación de Alex con Miranda. Sí, eso era lo que yo quería, pero no sabía que Alex se sentiría tan triste por eso.

En ese momento, viéndolo tan destruido y colapsado, me hubiera gustado que jamás le hubiera dicho a Miranda que se casaría.

—Oye, ¿Miranda es de confianza? —pregunté.

—¿Eso por qué?

—Porque... quizás podrías explicarle la situación. La verdadera situación.

—Pero... —negó—. No puedo hacer eso, no quiero arruinar nada.

—¿Pero si tu vida?

—Ally, está bien... solo es una chica. Hay muchas chicas en el mundo —dijo, forzando una sonrisa.

—Oye, yo he sido sincera contigo y ahora me estás mintiendo.

—No es cierto.

—Lo haces.

—No... Créeme, Miranda no es tan importante, la conozco hace solo unos meses.

Solté un suspiro.

—Está bien... te voy a creer.

No le creía del todo, pero tampoco podía obligarlo a hacer lo que creía que era mejor para él. Era su vida, yo le estaba dando la oportunidad de arreglarla, pero si él quería destruirla, era su decisión.

—Voy a ver a mi madre hoy, ¿puedes acompañarme?

Alex me miró con algo de sorpresa.

—¿Yo? —se apuntó a él mismo con su índice.

—Sí, genio. Tú.

—Claro... me encantaría conocerla.

—Te advierto que no es muy agradable.

Se encogió de hombros.

—No puede ser peor que su hija —dijo, mostrando por fin una sonrisa sincera.

Le di un empujón juguetón.

—Ya, vamos.

[...]

—¿Cómo puedes querer casarte con mi hija? Es muy pesada.

Alexander rio por el comentario de mi madre.

—A veces es muy linda —respondió.

Ella negó.

—Mi hija es... Agh —cuando se quedaba así era porque había olvidado una palabra—. ¿Qué estaba diciendo?

—Qué su hija es una dulzura.

Ella río y negó.

—No, podré olvidar cosas a veces, pero sé que no diría eso jamás. Yo no miento.

Alex estaba sentado junto a mí madre frente a la ventana por la que siempre estaba mirando en la sala común. Yo estaba atrás de ellos, oyendo lo que hablaban.

—¿Cómo te llamabas, cariño?

—Alexander.

—Qué lindo nombre.

Ya le había dicho eso, pero Alex comprendía que era por su enfermedad que repetía cosas.

—Te digo algo, Alex.

—Claro, Emily.

—¿Quieres saber cómo asegurarte de qué mi hija te ama? —él asintió algo nervioso—. El día que ella deje sus intereses de lado por ti, entonces podrás estar seguro.

—Es una información interesante —admitió, mirándome de reojo con una sonrisa.

—No me he tomado mis pastillas —dijo preocupada, de pronto.

—Mamá, las tomaste hace un rato —le recordé.

Ella pareció confundida.

—¿Cómo puedo ser tan tonta? —preguntó, agarrando su cabeza.

—Tranquila, Emily. A cualquiera le puede pasar —le dijo Alex, acariciando su mano con delicadeza.

—¿Y tú y mi hija que son?

Alex sonrió.

—Nos vamos a casar.

—¿Con mi hija? —asintió—. Te deseo suerte. Es una niña muy... —estuvo unos segundos pensando—. Complicada, sí, eso.

Alex volvió a reir.

—Siempre supe, desde que comenzó a hablar, que no sería alguien agradable —comentó—. Incluso me daba órdenes a mí y a su padre, ni siquiera sabía limpiarse el trasero y se creía dueña de casa.

Yo rodé mis ojos, aunque ella no podía verme y aunque tuviera razón. Yo siempre había sido mandona, enojona y altanera, excepto con mis abuelos. Para mí, no había dos personas que inspiraran más respeto que mis abuelos.

Cuando fue hora de irnos, mamá parecía más feliz que otros días.

—Tráelo otro día —me pidió—. Es muy simpático.

—Lo haré, mamá.

Alex le dio una sonrisa.

—Nos vemos, Emily.

Cuando salimos, llevé a Alex conmigo a la mansión de nuevo, ya que, su auto había quedado ahí después de que fuera a hablar con mi abuelo.

—Cuando tu mamá estaba bien debió ser una increíble persona —comentó cuando bajamos del auto, en el patio delantero de la mansión.

—Lo era. Los recuerdos que tengo con ella son muy buenos —aseguré.

—Bien, nos veremos después...

—El viernes, de hecho. Compraremos ropa para la cena.

—¿Más?

—Sí, más —me acerqué a él para susurrar—. Podrá ser una cena falsa, pero igual quiero verme bien.

Alex rodó los ojos.

—Como quieras... iremos de compras entonces.

—Nos vemos... —cuando estaba a punto de irse, lo tiré del abrigo hacia mí—. Hay gente mirando, despídete bien.

Alex se puso algo nervioso, pero se acercó a mí y me dio un pequeño beso.

—Adiós —dijo, intentando evitar mi mirada.

Alex fue hasta su auto y yo me quedé parada en la escalerita de entrada, hasta que salió de la mansión.

Cuando llegué a mi cuarto, una sonrisa se formó en mi rostro, cosa que jamás solía pasar después de que veía a mi madre.

Fue lindo ver que a mi madre le agradara Alexander. Él sería, probablemente, el único chico que le presentaría en su vida y me agradaba la idea de que lo aceptara. Lamentablemente, en unos cuantos años ya no tendría idea de quien era Alex. Quizás en ese mismo momento ya había olvidado la conversación que había tenido con él.

Luego de eso, pensé en el beso de despedida. Sí, no había sido la gran cosa, solo un toque de labios, pero aun así sentí un calor subir a mis mejillas. Llevé mis dedos a mis labios y me quedé parada en medio de la habitación pensando.

Cuando reaccioné y dejé de pensar en tonterías, caminé hacia el baño, pero cuando estaba abriendo la puerta, alguien tocó la puerta de mi cuarto.

—Pase —indiqué.

Mi abuelo abrió la puerta con delicadeza y entró.

—Oye, habrá una cena aquí el sábado.

—¿Ah, sí? ¿Por qué?

Debía fingir que no tenía idea de lo que pasaba, pues supuestamente la propuesta era sorpresa.

—Para conocer a la familia de tu novio. Es lo correcto.

—Ah, claro. ¿Alex dio la idea?

—No, no... yo le dije y él aceptó gustoso.

—Que bien.

—¿Cómo estaba tu mamá? ¿Fuiste con Alexander a verla?

—Sí y le agrado bastante, incluso fue amorosa.

Mi abuelo rio. El carácter desapegado y duro que me caracterizaba, no solo lo había heredado de mi padre, por lo que aun cuando mi madre estaba sana, no era una persona muy dulce.

Esa había sido una de las razones por la que también había sufrido tanto la pérdida de mi padre, ella pensaba que no le había demostrado que lo amaba lo suficiente.

—Bien, voy a terminar con la revisión de una idea para el nuevo producto de la empresa —me informó—. Nos vemos en la cena.

—Te amo.

—Yo a ti.

Mi abuelo era muy dulce y tierno, su mentira de la cena había sido poco creíble, pues no había podido ocultar su sonrisa de felicidad.

Cómo amaba a ese viejito. 

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