Capítulo 23: La Verdad
—Salí... a hacer algo.
Me reprendí mentalmente por mi poca imaginación.
—¿Qué cosa?
—¿Qué te importa? —decidí que ponerme a la defensiva era lo mejor que podía hacer. No podía dejar que Alexander volviera a verme en mi estado de vulnerabilidad. No tenía porqué.
—¿Por qué estás tan desagradable e irritable en este último tiempo?
—¿Yo? —abrí la boca ofendida—. Tú empezaste el día que fuimos a ver el departamento.
—Sí, pero tú seguiste.
—¿Ahora es mi culpa?
—No dije eso... —peinó su cabello con su mano—. Solo... olvidémoslo y por favor, dime la verdad ahora.
Me senté en el borde de la cama y me quedé pensando durante unos segundos.
—Fui a ver a mi madre —solté y luego suspiré agotada—. No fue un buen día.
Alex se sentó a mi lado, casi completamente pegado a mi cuerpo.
—¿Quieres estar sola o...?
Negué.
—Solo dime a que venias.
—Ayer me habías dicho que quería verme hoy en la tarde, pero como no llegaste al café, me preocupe y decidí ir a buscarte a la oficina..., pero resultó que ya te habías ido hacía un buen rato y, como no me contestabas el celular, vine para acá.
Maldije en mi interior. Ayer había estado llena de trabajo y había estado muy despistada, por lo que cuando le dije a Alex que nos viéramos no estaba del todo atenta.
—Lo siento, debí olvidar que iría al hospital.
—No te preocupes... ¿Cómo está?
Apreté los labios y me encogí de hombros.
—Aún no hay grandes cambios, está en la fase más leve, por lo que sólo olvida palabras o hechos recientes.
—¿Tus hermanos no la van a ver?
Hubo unos segundos de silencio.
—Aún no saben.
—¿No les has dicho? —negué—. Tienes que hacerlo. Sé que no son muy cercanos, pero aun así es su madre.
—Lo haré. Tienen que hablar con ella antes de que los olvide...
Sentí un vacío en el estómago. El solo pensar que algún día ya no tendría idea de quién era yo, me encogía el corazón.
—Oye...
—Estoy bien, solo quiero estar sola ahora... —pedí, pero Alex no se movió, en vez de irse, me abrazó.
Iba a decirle que me soltara y se fuera, pero las palabras se atascaron en mi garganta. Apoyé mi cabeza en el pecho Alex y comencé a llorar.
—L-lo siento —me disculpé entre los sollozos. Odiaba que me tuvieran que consolar.
—No tienes que pedir disculpas, Ally... estoy aquí para ti. No tienes que sufrir sola.
Era la primera vez en mi vida que alguien fuera de mi familia me apoyaba cuando sufría. Era cierto que yo ahuyentaba a todo el mundo, pero se sentía bien que Alex no me hiciera caso y se quedara a mi lado de todas maneras.
Estuvimos así durante varios minutos, hasta que me relajé y me separé de él.
—Ally... hay algo que tengo que decirte.
El tono en que lo dijo, me preocupo un poco.
—¿Qué cosa?
—Estoy... bueno, conocí a una chica... La conocí por accidente —se quedó en silencio un momento y luego soltó una risita nerviosa—. Parece que a todas las chicas las conozco por accidente.
¿Había conocido a una chica? No me lo estaba diciendo porque simplemente la hubiera conocido, me lo decía porque algo debía pasarle con ella.
—¿Hace cuánto?
—El día anterior al que me llevaste a conocer el nuevo departamento.
—¿Hace tres semanas?
—Sí, creo.
—Ah... ¿y me lo dices recién ahora?
Había intentado no sonar molesta, ¿pero cómo no iba a estarlo si eso podía poner en riesgo nuestro trato?
—No creí que fuera importante, pero te lo digo porque salgo a veces con ella... solo somos amigos —aclaró.
Él esperaba que me creyera que no le interesaba su nueva amiga.
—Recuerda que estamos saliendo. No importa si es mentira. No quiero que algún reportero te saque una foto besando a una tipa y arruine todo.
—Tranquila, te dije que solo somos amigos.
Eso no me dejó tranquila, pero no podía hacer nada más al respecto. Debía confiar en que Alex no saldría con una chica en público.
Alex se levantó y se paró frente a mí, a tan solo unos centímetros.
—Te prometo que no pasará nada que perjudique nuestro trato.
Inesperadamente, tomó mi cabeza y besó mi frente con mucha ternura.
—Quédate tranquila y descansa.
Sin decir nada más, salió de mi cuarto cerrando la puerta.
Yo había quedado congelada, en especial porque el acto no se había sentido nada mal.
[...]
Cuando Dave y Max entraron a la sala sentí mi corazón comenzar a acelerar sus latidos.
—¿Se puede saber que era lo tan importante que necesitabas decirnos? —preguntó Max.
—Siéntense —dije, más como una orden.
—¿Es muy largo?
—Que se sienten, dije.
Mis hermanos intercambiaron miradas y se sentaron en el sofá frente al que estaba yo, sin decir una palabra más.
Los dos me miraron algo preocupados, pero no completamente, parecían más curiosos que otra cosa. Debían pensar que no era nada grave y que yo estaba exagerando alguna situación.
—Lo que les voy a decir es un tema delicado y no es que tengan que hacer algo al respecto si no lo quieren, pero es correcto que lo sepan —me miraron expectantes—. Mamá... a mamá le diagnosticaron Alzheimer hace un mes más o menos.
Ambos parecieron no procesar al principio, hasta varios segundos después.
—¿Nuestra mamá? —preguntó Max, como si no hubiera sido suficiente clara.
—Sí, Max.
—¿Eso es mortal? —preguntó Dave—. Lo único que sé es que la gente olvida cosas.
—No es mortal como tal, pero la esperanza de vida varía dependiendo de la persona —expliqué—. Mamá podría morir en tres años o en veinte... aunque es más probable la primera. Además, aún si no muere, llegará un momento en que no nos reconozca a nosotros, no recuerde a papá, ni el accidente... y ni siquiera podrá ir al baño sola.
—Ahora... ¿cómo esta? —como suponía, Max estaba manteniendo la compostura y se mostraba tranquilo.
Dave por su lado, parecía destruido. Estaba fregando su frente con sus manos, mientras apoyaba los codos en sus muslos y miraba al suelo.
—Olvida palabras y cosas recientes, pero es porque está en la fase leve. La más duradera es la fase media y ahí es cuando olvidara cosas como donde se graduó o su boda, le costará reconocernos y por último, en la fase final, ya no podrá hacer muchas cosas.
—¿Podemos verla?
—Claro que sí... sigue siendo su madre.
—Pero la abandonamos —dijo Dave, levantando la vista. Sus ojos estaban brillantes por las lágrimas.
Él había sido el más lejano a mamá, pues era el más pequeño cuando la internamos, pero sabía que era también el más sensible de los tres. Podía ser un idiota a veces, pero no era malo.
Me levanté del sofá y fui hasta ellos para sentarme entremedio.
—Mamá no es una santa —dije—. Si ella hubiera pensado en nosotros cuando perdimos a papá hubiera hecho todo para no dejarnos solos, pero solo se concentró en lo que ella sentía.
Era cierto. Yo nunca le había dicho a mamá que había sido mala madre durante el año después del accidente, pero era verdad que había sido egoísta. Nosotros éramos niños que acababan de perder a su padre y ella se encargó de alejarnos de ella también.
Lamentablemente yo no era madre y como decían, nadie nacía sabiendo cómo serlo. Mamá había cometido un error, pero yo no era nadie para juzgarla, ni menos reclamarle.
—Al menos algún día no recordará el accidente y a papá... morirá más feliz de lo que lo ha sido durante años —comentó Max.
Tal vez Max tenía razón. Aunque en la última etapa el cuerpo de mamá sería casi completamente inútil y ya pudiera hacer nada sola, olvidar el hecho que arruinó su vida, sería el mejor regalo que podría tener antes de morir.
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