Capítulo 21: La Chica

Alexander

Cuando vi el mensaje de Allison en el receso, me alegré mucho. Era bueno saber que esos delincuentes habían recibido lo que merecían luego de hacerle pasar ese pésimo momento.

Los lunes no eran mi día favorito, aunque suponía que el de nadie, pero yo no solo debía hacer clases como todos los días, sino que debía hacer clases todo el día sin descansar más que en los cortos recesos.

El lunes era el único día de la semana en que tenía clases en todos los horarios, pero la ventaja era que el resto de la semana podía relajarme un poco más y esperar con anhelo la llegada del fin de semana. Así era la vida de los profesores luego de su primera semana de trabajo, vivíamos esperando el fin de semana y las vacaciones.

Iba caminando por el pasillo de la escuela hacia la sala de maestros, cuando un grupo de niñas me detuvo.

—Profesor, su novia ganó el juicio —dijo una, muy emocionada.

—Sí, así supe.

Rápidamente las rodeé con una sonrisa algo incomoda y seguí mi camino.

El problema de ser un profesor de menos de treinta que trabajaba con adolescentes o preadolescentes, era que muchas niñas parecían tener algún tipo de enamoramiento.

No lo decía solo por mí, yo no era el único que debía lidiar con los ojitos, regalos y sonrisas de las niñas.

El maestro más joven en ese momento, uno de historia, no podía estar en la sala de maestros un segundo sin que llegara un grupo de chicas a preguntarle algo solo para verlo y hablarle.

Por su puesto, eso también pasaba con las maestras jóvenes, pero los hombres no eran tan... caballeros.

El estereotipo de que los hombres adolescentes se la pasaban pensando en sexo, no era ninguna mentira, incluso alguien tan decente como yo había tenido una época en su vida en la que debía tener un rollo de papel higiénico en su cuarto constantemente.

Los hombres adolescentes, en vez de querer llamar la atención con miradas dulces, regalos y sonrisas, simplemente acechaban desde la lejanía y comentaban cosas entre ellos. Lo que ellos sufrían, más que un enamoramiento, se llamaba calentura. Una vez había llevado a detención a un grupo de tres chicos cuando los oí hablar del trasero de una de mis colegas. Por suerte, yo jamás había hablado así de una mujer, ni siquiera las miraba con detenimiento, era demasiado tímido para eso.

Cuando por fin llegué a la sala de maestros, un silencio se instaló. Era obvio que estaban hablando de mí.

—¿Qué pasó? —pregunté, yendo a mi puesto para sentarme.

—Tú novia ganó el juicio, debes estar feliz —dijo una maestra.

—Lo estoy.

—Oye... —miré a quien me habló—. ¿Y te piensas casar con ella?

—Tal vez... no lo he pensado —mentí.

Noté que todos pusieron distintas expresiones, pero la que más abundaba era la de recelo.

Claro, todos creían que yo salía con Allison Roche porque era una joven adinerada y con una herencia impresionante... y sí, era verdad, pero yo no había sido el de la idea.

En la falsa relación que teníamos, yo era el que quedaba como un interesado porque... ¿Qué podría querer Ally de un maestro de secundaria que no tenía donde caer muerto? Para explicarlo, tendría que mostrarles una copia del testamento de Bernard Roche y entonces, tendría más sentido el que Ally saliera conmigo.

Luego del terminar el día más pesado de mi semana, decidí ir al subterráneo para ir al gimnasio. A veces me aburría de tener que llamar a una persona para que me recogiera y me llevara a todas partes como si no tuviera pies, por lo que tomaba el subterráneo de todas maneras.

Cuando llegué al gimnasio, me cambié de ropa, la cual llevaba en mi mochila junto con un montón de exámenes para corregir y comencé a hacer la rutina que solía hacer todos los días durante una hora y media.

En el preciso momento que terminé y bajé de la prensa de piernas, mi celular comenzó a sonar, anunciando una llamada de Ally.

Contesté y me puse el celular en la oreja al mismo tiempo que secaba el sudor de mi cara con una toalla pequeña.

—¿Aló?

—¿Dónde estás y por qué no has llamado al chófer? Saliste del trabajo hace casi dos horas.

Pasé al gimnasio —dije, intentando regular mi respiración.

Ah... ya pensaba que estabas siéndome infiel —bromeó.

—Oye, ya lo hablamos. La fidelidad no era parte del trato —le recordé, con una risa.

Lo sé, pero también sé que tú no tienes con quien serme infiel —se burló—. Ah y si vas a ir a casa ahora, llama al chófer.

—¿Sabes? Es algo aburrido tener que depender de alguien para ir a lugares.

Ally se quedó en silencio un momento.

Está bien. Luego hablaremos de eso.

—Bien, nos vemos.

Adiós.

Ally colgó la llamada y guardé mi celular en mi bolsillo para caminar hacia el baño.

Cuando estaba caminado por entre las máquinas, una chica, que estaba en una máquina para correr, salió disparada y cayó al suelo, justo en frente de mí.

—Auch... —se quejó.

—¿Estás bien? —pregunté, agachándome junto a ella.

—Eso creo... —dijo, sobándose la nuca—. Es la primera vez que ocupo esa cosa.

—Me doy cuenta —dije, con una sonrisa.

Ayudé a la chica a ponerse de pie y por suerte, el lugar no estaba muy lleno, por lo que no muchos habían visto su vergonzoso accidente.

—Muchas gracias... ah...

—Alexander, pero todos me dicen Alex.

—Un gusto, Alex. Yo soy Miranda —la chica me extendió la mano con una sonrisa.

—Un gusto, Miranda.

Miranda tenía el cabello de color negro, amarrado en una cola alta, su piel era pálida y tenía unos ojos azules muy bonitos.

Imaginaba que la razón por la que iba al gimnasio no era adelgazar, pues era muy delgada, más bien debía querer desarrollar musculatura porque no parecía tener mucha.

—Oye... ¿y tú vienes seguido? —me preguntó.

—Sí, hace casi diez años —respondí—. Es una buena forma de quitarme el estrés.

—Es que la verdad, no tengo idea de lo que vengo a hacer aquí. ¿Podrías recomendarme alguna rutina? —preguntó, algo avergonzada, mientras jugaba con sus dedos—. Ya sabes, para poder abrir una botella de bebida sola y no tener que pedírselo a un extraño en la calle.

Eso me hizo reír.

—Creo que puedo ayudarte con eso... ¿Qué tal si nos vemos mañana como a las cinco de la tarde? Hay un café aquí al lado.

—Claro.

—Bien, dame tu número —le pedí.

La chica asintió y me dicto su número de celular. Cuando guardé el contacto, volvi a meter mi celular en el bolsillo de mis pantalones.

—Nos vemos entonces —dijo Miranda, con una sonrisa.

—Nos vemos.

Pase por su lado y seguí mi camino hacia el baño del recinto.

Luego de tomar una ducha en el baño del gimnasio y volver a cambiarme de ropa, llamé al chófer y me llevó hasta mi departamento.

Cuando llegué, me hice de cenar y revisé mi celular. Tenía un mensaje de Ally:

"Te tengo una sorpresa. Nos vemos mañana en mi oficina, después del trabajo".

Me quedé pensando. Si salía con Miranda a las cinco, terminaría como a las seis y Ally salía a las siete... Tenía el tiempo más que perfecto.

"Okey", respondí.

A pesar de que hacer ejercicio me relajaba mentalmente, físicamente me dejaba más agotado de lo que me dejaba el trabajo de por sí.

Luego de comer, debí corregir unos exámenes, por lo que me senté en el suelo, frente a la mesa de centro, y no me sorprendió cuando desperté a las tres de la mañana, apoyado en el sofá, con los exámenes a medio corregir en la mesa.

Fregué mi rostro con las palmas de mis manos, me levanté del suelo adolorido y fui al baño para lavarme los dientes y dormir las horas que me quedaban antes del trabajo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top