Capítulo 18: San Valentín

Allison

Amaba las celebraciones materializadas por el consumismo creado por el sistema capitalista.

Donde alguien veía navidad, día de la madre o San Valentín yo veía un aumento de las ventas en productos de la empresa.

El maquillaje era cada vez más popular. Con el paso de los años se había convertido en una expresión artística no sólo para mujeres, sino que para hombres también. En ese caso, ¿qué mejor regalo que maquillaje? Mejor aún si era de la marca Athena.

Durante esa semana, las ventas habían subido en gran parte de los países que operábamos y eso tenía de buen humor a todo el mundo en la empresa.

Mientras veía con una sonrisa la pantalla de mi ordenador, donde tenía abierto el grafico con las ventas, alguien tocó mi puerta.

—Pase —indiqué.

La secretaria se asomó.

—El señor Alexander Meyer está afuera... ¿le digo que pase?

La miré confundida y luego miré la hora.

Eran casi las seis de la tarde, lo que significaba que Alex ya había salido de la escuela hacía una hora.

—Yo iré.

Al principio pensé que sería algo de poca importancia, pero cuando vi que estaba parado junto al mesón de la secretaria con un enorme ramo de rosas y un gran globo de helio que decía "te amo" a vista de todo el departamento, quise morirme.

Yo jamás había tenido una relación real y todos en la empresa lo sabían. Todos sabían que Allison Roche no soportaba las cursilerías y el romanticismo. ¿Con que cara miraría a todos ahora?

«Esto será motivo de burlas», me aseguré.

—Hola, amor —me saludó cuando me vio.

La palabra "amor", me hizo querer romperle la nariz, pero me contuve solo porque tenía algo de decencia.

—Hola... ¿Qué tal si vamos a mi oficina?

—Claro.

Lo llevé conmigo hasta mi oficina lo más rápido que pude, sin que se notara mi nerviosismo y molestia, y la cerré con seguro.

—Te cortaré las pelotas —dije, volteándome a verlo.

—¿Ahora sabes lo que se siente que alguien vaya a tu lugar de trabajo con un visible regalo cursi?

—No es lo mismo.

—¿Por qué? ¿Por qué yo soy un maestro de secundaria y tú una empresaria conocida? —preguntó, claramente molesto—. Para tu información, yo no conocía tu cara hasta el día que me dijiste quien eras. No eres tan importante como crees.

Sí que estaba molesto.

—Bien, tienes razón...

Alex pareció en un trance.

—¿Ah, sí? —asentí—. ¿Así de fácil?

Pobrecito, quizás como era Carol cuando discutían. Quizás yo jamás cedía fácil, pero si podía evitarme una discusión inútil, pues lo hacía.

—Me pasé con la segunda vez que fui... aunque no lo hice por ti, lo hice por la escuela.

—Hay mejores cosas que puedes hacer por una escuela que donar bombones.

—¿Cómo donar la construcción de una biblioteca con más de veinte mil libros?

—Sí.

—También lo hice, pero lo harán en vacaciones, no ahora —respondí, yendo hacia mi escritorio para sentarme.

Alex me estaba mirando atónito.

—¿Qué? Fomentar la lectura es importante para mí —expliqué—. Ahora los niños no imaginan porque tienes estupideces en la televisión como Peppa Pig.

—Creo que ya no estoy tan molesto —dijo, sentándose frente a mí, en una de las sillas que había—. ¿Sabes que sería genial también?

—Cuéntame.

—Paseos escolares.

—¿No tienen?

—No muchos... es una escuela pública y apenas hay para pagar los buses de transporte.

—Arreglaré eso.

Alex pareció intentar ocultar su emoción, pero era obvio que estaba lleno de felicidad.

—Ya que tú eres maestro de lenguaje y yo amante de la lectura... creo que tengo un buen lugar al que podemos salir hoy.

—¿Cuál?

—Ya verás —dije, guiñando un ojo.

[...]

Alexander parecía fascinado con la cantidad de libros que habían a su alrededor.

No era una biblioteca cualquiera, era la biblioteca más grande que había en la ciudad, la cual parecía más un palacio que nada. Tenía habitaciones igual que un castillo, pero todos estaban llenos de libreros, asientos cómodos y además, había una cafetería en el primer piso donde te vendían bebidas calientes o frías en vasos anti derrame.

—No sé cómo no se me ocurrió venir antes.

—Bueno, no sé si te diste cuenta de que viajamos durante una hora hasta acá. Yo tampoco vengo seguido.

—Sí, yo tampoco había venido nunca porque estaba algo lejos..., pero si hubiera sabido que era así de genial...

—El subterráneo no llega hasta acá, Alex —bromeé.

Alex me empujó juguetonamente y luego recibimos nuestros cafés para ir a buscar una habitación donde hubiera lugar y escoger un libro.

Habíamos encontrado una habitación vacía y Alex había escogido un libro de ciencia ficción, mientras yo uno de fantasía.

Estuvimos ahí hasta que ambos terminamos nuestro libro, con algunos minutos de diferencia. Yo, quien había terminado primero, me había distraído un momento en mi celular y había aprovechado de sacarle unas fotos a Alex, quien estaba sentado en el sillón del frente.

Estaba tan concentrado en su libro que ni siquiera se había dado cuenta.

Cuando Alex por fin terminó, fuimos a mi auto. Ya eran las doce de la noche, por lo que estaba muy oscuro y las calles vacías.

Conducir una hora de vuelta a casa a las doce de la noche me ponía algo nerviosa, pero por un lado era mejor debido a la poca cantidad de autos que había transitado.

Durante el trayecto, Alex se quedó dormido. Imaginaba que ser maestro era agotador. Era como tener mil hijos repartidos en grupo de treintena o más.

Yo podía asegurar de que si hubiera sido maestra hubiera golpeado a un niño, en especial si tenía entre doce y dieciséis. ¿Había algo peor que los niños a esa edad?

Lo hombres preadolescentes solían estar ciegos por tocar se indebidamente y las mujeres estaban experimentado lo que sería la peor época de su vida. Cosas como el cambio hormonal, la menstruación, el vello y dolor de pechos, provocaban que las mujeres no disfrutáramos los años de pubertad. Era más bien una tortura.

Aún recordaba mi yo preadolescente. Yo era la clásica chica con problemas para sociabilizar que se aislaba y quería pasar lo más desapercibida posible, ¿pero cómo hacerlo teniendo el apellido Roche?

Al principio respondía todas las preguntas que me hacían mis compañeros de clase sobre mi familia y mi vida, pero con el paso del tiempo y los cambios hormonales comencé a ser menos dulce y comprensiva, en especial los días que mi útero se quejaba producto de mi menstruación. ¿Quién podía estar de buen humor cuando algo se estaba cayendo a pedazos dentro de ti?

Durante años, nunca le gusté a alguien porque creían que estaba loca y tampoco alguien quería ser mi amigo porque era grosera y desagradable... y así me gustaba.

Hasta los dieciséis había sido una niña grosera, altanera y asocial para poder tener mi tan ansiada soledad, pero después de esa edad cambie. Me volví un poco menos asocial, pues empecé a salir con chicos y a tener una vida sexual, pero nunca había cambiado mi actitud amargada y fría.

Miré de reojo a Alex.

Era obvio que con Alex me hubiera llevado pésimo en la adolescencia. Una persona tan cálida, paciente y correcta no iba conmigo. Podía apostar que en la adolescencia ninguna chica lo quería de novio, todas querían al chico que escapaba de clases, fumaba y decía groserías, pero en ese entonces, Alex era lo que toda mujer adulta e inteligente merecía tener.

¿Quién no quería un hombre inteligente, limpio, bien parecido, con cuerpo bastante bien trabajado y una carrera profesional? Quizás yo era la única que no lo querría de verdad.

Sí, el hombre cumplía con varios de los requisitos de mi lista, pero por alguna razón, me gustaba más como amigo que pareja.

De pronto, divisé algo que no me gustó para nada. Me detuve de golpe, despertando a Alex en el acto.

—¿Qué pasó?

—Un accidente...

Justo a unos metros había dos autos deformados y despedazados, uno de ellos con fuego saliendo de él y el otro con un poste encima.

Lo que hubiera pasado, había sido terrible y por alguna razón despertaba la parte de mí que menos me gustaba.

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