Capítulo 13: La Cena

Era obvio que Carol era la nuera ideal para la madre de Alex, pues la ayudaba en todo lo que le pedía.

Al parecer Carol cocinaba a la perfección, mientras yo solo sabía usar un microondas... Sí, exactamente uno, el que había en la mansión.

La maldita rubia con cara de muñeca había llegado a arruinar mis planes de ganarme a la familia de mi futuro prometido falso. Ahora, un matrimonio con él sería mucho más complicado de sobrellevar.

Cuando nos sentamos a la mesa, la madre de Alex solo alababa lo buena que era Carol en la cocina y lo linda que se veía. No podía comprender como adoraba a la mujer que había mandado al demonio a su hijo, ¿de qué lado estaba esa señora?

—Y, Ally, ¿puedo decirte así? —preguntó el señor.

—Claro.

—Bien, ¿qué haces en la empresa?

—Bueno, estudié administración de empresas con mención en marketing y ventas, por lo que soy la gerente de ventas de cosméticos Athena.

—Imagino que el puesto te lo dio tu abuelo —comentó la señora.

Le di una sonrisa y asentí.

—Lo hizo para que ninguna otra empresa se nutriera de mi talento —bromeé.

Alex, su hermana y padre rieron, mientras las otras dos sólo se mantuvieron serias, en especial la señora.

—¿Es muy difícil? —preguntó la hermana, llamada Luna—. Suena difícil.

—Bueno, sí, tiene sus dificultades, pero es divertido. Me encanta intentar destruir a la competencia —admití.

—Ambición. Me gusta —dijo el padre.

—¿Y tu familia es decente? —preguntó la señora—. ¿O es como todas las familias ricas?

—¿Cómo todas? —pregunté sin entender con exactitud.

—Ya sabes, todas esconden secretos turbios y esas cosas. Además, imagino que tus padres no son muy afectivos, ya que prefirieron que pasaras la fiesta con una familia desconocida a que con ellos.

Eso me había molestado y temía que si mentía, dejaría peor a mi familia que si decía la verdad. Nadie se metía con mi familia, por más defectos que tuviera.

—Mi padre está muerto —contesté—. Y mi madre internada en un hospital psiquiátrico... solo tengo a mis dos hermanos menores que no parecen mis hermanos porque los crio mi tía y a mis abuelos, quienes son como mis padres, pero ellos no son como todas las personas ricas. Intentan ser lo mejor posible.

Eso pareció hacer sentir algo culpable a la señora y debía decir que lo disfruté un poco.

Alex me quedó mirando confundido.

—Me dijiste que tus papás estaban de viaje... —susurró.

—Era más fácil que la verdad.

—¿Puedo preguntar qué pasó? —preguntó el señor. Pude notar que su voz salió con algo de temor.

—Fue un accidente automovilístico cuando yo tenía nueve. Un hombre ebrio chocó el auto de mi padre y mi madre sobrevivió, por suerte, pero no pudo superarlo.

—Lo siento mucho por ti —me dijo el señor—. Debió ser muy duro.

—Ya pasaron diecisiete años, ya no es tan doloroso —mentí.

La verdad era que lo doloroso era el estado en que se encontraba mi madre, no la muerte de mi padre.

Durante unos minutos la cena fue algo incomoda, pero luego Luna ánimo un poco el ambiente comenzando a hablar de un partido de basquetbol que debería jugar a principios de año y todo volvió a la normalidad.

Debía admitir que se me hacía algo extraño pasar una navidad con una familia así. En la mansión, la cena era algo fría. Estar en un comedor tan grande, solo mis abuelos y yo... no era algo muy cálido y ameno.

En ese momento, me sentía como en los típicos comerciales de comida que había para navidad, donde salía toda una familia numerosa sentada en la mesa comiendo y riendo para promocionar una Coca-Cola.

Luego de la cena, pasamos a la sala y nos quedamos esperando a que fueran las doce para abrir los regalos.

Mientras los demás hablaban, me di cuenta que Carol miraba disimuladamente a donde estábamos Alex y yo. Parecía algo incomoda, quizás celosa, pero sabía disimular muy bien sus expresiones, por lo que era difícil leerla con claridad.

¿Qué pasaba con ella? Ella lo había dejado y luego había tenido una cita días después y a mi parecer, no era la primera cita con ese hombre. Podía apostar que Carol había estado mirando para el lado mientras estaba con Alex y quizás había hecho algo más que solo mirar.

Yo no justificaba las infidelidades, en ninguna clase de caso, pero serle infiel a Alexander iba a otro nivel. ¿Quién podía querer lastimar a un tipo tan bueno y tonto como él? Si al menos no se iba a aguantar porque Alex no lo merecía, debió hacerlo por lástima. El pobre sujeto podría encontrar mensajes de su pareja con su amante y aun así se auto convencería de que solo era un amigo... o un primo que no conocía.

—Oye —la madre de Alex lo llamó—. ¿De dónde sacaste ese reloj?

Alex miró su muñeca y luego pareció ponerse nervioso.

—Un regalo.

—Parece un regalo caro... ¿es de marca?

—Algo así...

—¿No es un rolex? —preguntó Carol, extrañada.

Antes de que Alex hablara, lo hice yo:

—Yo se lo regalé, no es nada.

—¿Y tú lo aceptaste? —le preguntó la señora a Alex—. ¿Cómo se te ocurre?

Al menos todavía no notaban que estaba vistiendo una teñida Armani o la madre lo hubiera matado.

—Yo insistí —me entrometí—. Le queda muy bien.

Tome la muñeca de Alex y miré el reloj con una sonrisa para fingir que realmente me gustaba como le quedaba. No era que no lo hiciera, pero era un simple reloj, tampoco hacia un gran cambio en él.

La madre pareció no tener nada más que decir y su esposo se encargó de cambiar de tema.

Cuando dieron las doce, la primera en agarrar un regalo fue Luna. Todos comenzaron a abrir los regalos, incluso habían comprado algo para mí: un libro. Era un libro que le había dicho a Alex que compraría el próximo año para leer.

Le di las gracias a todos y luego abrí el regalo que me tenía Alex: unos aretes.

—No son mandados a hacer como los de tu abuela, pero creo que te quedarían lindos.

—Me encantan... muchas gracias.

A mí no me gustaban las joyas caras como las de mi abuela, pues no quería andar en la calle con dos guardaespaldas detrás, pensando que en cualquier momento alguien me las intentaría robar.

Mis regalos habían quedado para el final, por lo que yo estaba ansiosa por saber si los aceptarían felices o pensarían que me estaba burlando porque yo tenía mucho más dinero.

—Carol, si hubiera sabido que ibas a estar aquí, te hubiera traído algo también. Lo siento —me disculpé.

Ella negó con una sonrisa que, noté, no era muy sincera.

—No te preocupes.

Cuando Luna abrió el regalo, quedó en shock.

—Es un IPad —susurró.

Alex me miró espantado.

—Te dije que no tan caro —susurró.

—En mi familia hasta las mascotas tendrían uno si supieran ocuparlo.

Luego, la señora abrió el suyo. Le había comprado un reloj, aunque no tan caro y elegante.

Por último, al padre le había conseguido una pelota de basquetbol autografiada por todos los jugadores de su equipo favorito.

—Esto es broma... ¿Es real? —me preguntó.

—Claro que es real... conocen a mi abuelo. Solo tuve que pedírselos.

—Tengo miedo... —dijo Alex.

—Solo ábrelo.

Era un libro autografiado de su escritor favorito y con una dedicatoria.

—Creo que me voy a desmayar...

—No podemos aceptar estos regalos —dijo la señora—. Son muy valiosos.

—Son regalos que se hacen en mi familia, no me costó nada —expliqué.

—¡Muchas gracias!

Luna saltó a darme un abrazo y los demás parecieron resignados a aceptar los regalos.

Durante una hora estuve ayudando a Luna a adaptarse al IPad, mientras Alex y su padre lavaban los trastes y Carol con la señora conversaban.

Cuando fueron las dos, me despedí de la familia y fui de vuelta a mi casa.

La mansión estaba a oscuras, ya que, mis abuelos debían estar durmiendo y la mayoría de las personas de servicio estaban con sus familias.

Solo había unos guardaespaldas afuera, quienes tendrían el día libre al día siguiente.

Cuando entré a mi cuarto, había un paquete sobre mi cama. Lo tomé y lo abrí.

Sonreí cuando vi que era una entrada para el centro de esquí de la ciudad. Además, había una nota: "Lo arrendamos por completo para ti durante cuatro horas para pasado mañana. Te amamos, tus abuelos".

Claro, no podía solo ser una entrada, una Roche tenía que tener el centro de esquí para ella sola durante cuatro horas.

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