Capítulo 1: Atraso

Allison

Que aburrida era la vida cuando afuera estaba nevando y no podías salir a dar una vuelta en motocicleta solo por diversión. 

—¿Allison? ¿Qué haces aquí todavía? —me preguntó el ama de llaves cuando entró a mi cuarto.

—Disfruto mi sábado.

Nada mejor que pasar un sábado acostada en tu cama tamaño King para ti sola, mientras veías una serie o maratón de películas en Netflix.

—¿Sábado...? —preguntó extrañada—, pero si hoy es viernes.

Volteé mi cabeza para mirarla rápidamente.

—¿Qué?

—Sí... son las nueve de la mañana del viernes.

—¡Maldición!

Salté de la cama más rápido que nunca. Al menos había despertado temprano, aun podía llegar a la empresa y evitar que mi presencia hiciera falta.

Ni siquiera me molesté en darme un baño o lavarme la cara. No había tiempo para higiene personal en momentos como ese.

Me vestí rápidamente, mientras corría por la habitación buscando las cosas que necesitaba llevarme como mi bolso, celular y las llaves del auto.

Salí de mi cuarto y corrí hacia el patio frontal, descalza y con mis tacones en la mano, y entré a mi auto para ir en dirección a la empresa.

Cuando llegué frente al edificio, le entregué las llaves al hombre encargado de estacionarlos y subí al piso correspondiente. Cuando bajé del ascensor en el piso siete, corrí por el pasillo hacia mi oficina, mientras me ponía los tacones en el camino.

No me importó que todos me miraran extrañados u horrorizados, tenía mayores problemas que unos trabajadores inferiores a mí juzgándome.

Cuando pasé la puerta de mi oficina y la cerré detrás de mí, solté un gran suspiro de alivio.

—No tan rápido.

La voz de mi abuelo me hizo voltear de golpe, encontrándomelo sentado en la silla de mi escritorio.

El anciano era un hombre alto y delgado; y tenía el cabello blanco desde que yo recordaba, quizás el exceso de trabajo le había provocado la aparición temprana de canas. Aunque lo pareciera, no era el típico presidente de una empresa serio y de dura expresión, de hecho, era un hombre muy dulce y comprensivo y se notaba en su cara, pues solía llevar una sonrisa.

—Una hora y media tarde —dijo, mirando el reloj en su muñeca.

—Es la primera vez.

—No necesito que me mientas, Allison.

—Bien, no es la primera vez, pero si la última.

—¿Quieres que repita las cosas? ¿Acaso eres una niña de cinco años?

—Juro que no es una mentira.

El hombre miró hacia abajo y negó repetidas veces. Cada vez que me descubría haciendo algo inapropiado o irresponsable hacia eso.

Quizás era algo difícil acabar con la paciencia del abuelo, pero yo parecía ser experta en eso y aun así, seguía siendo su consentida.

—Mira, Allison —soltó un suspiro—. Esta es una empresa seria y si no puedes con ello... será mejor que...

—¡No!

No era que amara mi trabajo, pero tenía claro que solo habría una empresa tan estúpida para contratar a alguien como yo y esa era la empresa familiar.

—Sabes que yo te quiero... eres mi nieta mayor y la heredera de esto, la casa y la casa de verano. Que es casi todo lo que tengo —sí, mi abuelo tenía descaradas preferencias—, pero temo que si sigues así, destruirás todo lo que a mi abuelo le costó formar aquí.

El abuelo de mi abuelo había sido el fundador de cosméticos Athena, cuyo nombre había sido puesto en honor a su esposa. La empresa había ganado gran popularidad con el paso de los años y como tradición familiar esta debía pasar a manos de alguien de la familia y con apellido Roche siempre.

Estaba segura de que mi abuelo temía que yo no pudiera con la responsabilidad de dirigir la empresa y se la terminara entregando al primer tipo que me ofreciera mi helado favorito... y claramente él no sería un Roche.

Fácilmente podía pasársela a uno de mis primos o hermanos, pero entonces yo debería despedirme de mi puesto de trabajo porque todos me detestaban. Claro, yo también detestaría que la más perezosa e inútil de los nietos fuera la favorita del millonario abuelo.

—Abuelo, te prometo que cuidaré bien de la empresa cuando no estés.

—Allison, sé que la falta de tus padres fue y sigue siendo dolorosa, pero necesito que madures. Quiero saber que no te quedaras el resto de tu vida sola, haciendo todo lo que se te da la gana sin pensar un momento en lo que puede causar... —se paró del asiento—. Tienes el día libre. Hablaremos más cuando llegue a casa.

Dicho eso, el anciano caminó hasta la puerta y, con mucha delicadeza, la abrió y luego cerró detrás de él, apenas provocando una brisa.

Suspiré resignada. ¿Había corrido hasta ahí para que me diera el día libre? ¿No me pudo llamar por teléfono y ahorrarme el viaje?

Después de un rato de quejarme en mi cabeza, salí de la oficina y caminé por el pasillo de vuelta a los ascensores para ir al estacionamiento subterráneo, tomar mi auto y volver a casa.

Cada vez que mi abuelo hablaba de mis padres me dejaba un vacío en el estómago que sólo se podía curar con dos cosas: llanto o alcohol... o ambas a la vez.

Sabia que "la falta de tus padres" sonaba a que estaban muertos, pero no, solo había uno que ya no estaba en ese mundo.

Mi padre había muerto en un accidente automovilístico cuando iba a recogerme a la casa de mis abuelos junto con mi madre. Mi madre fue la última que lo vio con vida y la última imagen que tuvo no fue la mejor de todas. La cara de mi padre estaba desfigurada y cubierta de sangre cuando lo sacaron del vehículo y cuando debieron reconocer el cuerpo no se veía mejor, o eso me había dicho mi abuela.

Después de que mi madre saliera del hospital, comenzamos a notar que estaba desarrollando distintos problemas derivados de su trastorno de estrés postraumático. Había días que no dormía nada por las recurrentes pesadillas que tenía con el accidente, cada día comía menos, se veía más decaída y deprimida y comenzó a abusar de los analgésicos. Todo el problema colapso cuando, casi un año después, la encontré desangrándose en la tina, con los brazos cortados... entonces mi abuelo decidió enviarla a una institución mental.

Los padres de mi madre no vivían en el país y nunca se habían preocupado demasiado de su única hija. Eran obsesivos con su trabajo y amaban viajar por el mundo. Mamá era más un estorbo que una bendición, por lo que aceptaron la decisión de mi abuelo sin pensarlo mucho, entregándoles también su tutela legal, la cual pasó a ser mía cuando cumplí la mayoría de edad.

Normalmente mantenían a mi madre sedada, en especial los días que tenía algún brote psicótico y yo evitaba visitarla más de lo necesario.

Podía sonar cruel que su hija no quisiera ir a verla cuando estaba en una situación de porquería como esa, pero cada vez que la veía, me causaba un desgasto metal y físico.

Mi mamá parecía odiarme, en parte me culpaba del accidente y por otra, mi parecido con mi padre le recordaba cosas que no quería. El accidente había ocurrido cuando yo tenía nueve y los rechazos constantes de mi madre después de este, me habían causado problemas también a mí. ¿Para que decir como quedé después de ver a mi mamá dentro de una tina con el agua teñida de rojo por su sangre?

Por suerte, el psicólogo me había ayudado bastante en mi niñez y preadolescencia y me había evitado la visita al psiquiatra.

A diferencia de mí, mis dos hermanos menores no eran muy conscientes de lo que sucedía y mi tía (esposa del hermano de mi padre) se había hecho cargo de ellos a la perfección. Debido a que ella los había criado, ellos dos la veían a ella como otra madre.

¿Por qué yo no me había ido con mi tía? Porque mis abuelos creyeron que necesitaría más atención que los demás y ella no podría dármela criando cuatro niños.

Desde los diez años había vivido en la mansión Roche con mis dos abuelos y un montón de sirvientes que me querían también como su hija. Quizás el exceso de atención me había vuelto el ser irresponsable y despreocupado que era en ese momento.

Cuando entré a la mansión, el ama de llaves, Rosie, me recibió.

—¿Qué pasó?

—Me dieron el día libre..., pero estoy en problemas.

—Claro que sí, llegas tarde al trabajo al menos un día por semana.

La miré con ojitos de cachorrito, lo que provocó que soltara un bufido.

—Ve a la cama, le diré a Miriam que te lleve el desayuno.

Le di una sonrisa y fue dando saltitos hacia el segundo piso.

Cuando volví a meterme en la cama, encendí la televisión, encontrándome con una película romántica.

Hice una mueca de asco y cambié el canal. No había algo que me molestara más que el romance y las cursilerías.

En parte, mi abuelo temía que yo jamás conociera al amor de mi vida y me quedara sola en la mansión viviendo como una ermitaña, pero yo creía que era mil veces mejor no conocerlo jamás. Había visto lo que había sufrido mi madre después de perder el suyo y yo no quería terminar igual.

Allison Roche quería vivir la vida loca hasta que el destino decidiera que había sido suficiente y la matara de la forma más rápido posible. ¿Era demasiado difícil?

¡Holis nuevamente!

Aquí esta el primer capitulo, en el que ya conocimos a nuestra protagonista, Allison Roche.

Espero que les haya gustado. ¡Besitos!

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