Diesiocho
El desierto de ese planeta tenía unas arenas de color amarillo verdoso. Las dunas eran altas y estaban salpicadas de escarpadas formaciones rocosas entre las cuales podían encontrarse algunos manantiales de aguas tan transparentes que daban escalofríos. Junto a uno de eso Rouse se inclinó para tomar un poco de agua en un jarrón. Frost estaba lejos, entrenando, pero el viento delataba su posición gracias a las altas columnas de polvo que provocaban sus maniobras. Iban a cumplir dos semanas ahí y Rouse volvió por el sendero entre las rocas a la cueva que les hacía de refugio.
Frost encontró una gruta que lleno de todas las comodidades que pudo obtener. El lugar no tenía nada que envidiar a un buen departamento en la ciudad. Hasta tenían una cama y una estufa pequeña en que ella cocinaba. Rouse súbitamente se había convertido en una ama de casa que a diario esperaba el retorno de su marido. Cada vez que la chica pensaba en eso reía un poco. Pese a llevar una vida en la clandestinidad, Rouse nunca se había sentido tan tranquila. Todos los días disfrutaba de una paz para ella desconocida. Rouse no era una experta en lucha, sus habilidades consistían en la extracción de información, pero sus misiones siempre la mantenían al filo del peligro. Ella tenía que mezclarse con seres muy peligrosos y por ello no podía nunca tener la guardia baja. Con Frost era distinto. De todos sus objetivos él era el más poderoso. Estaba muy segura de que en su grupo solo existían dos miembros capaces de hacerle frente en una lucha directa, pero les costaría trabajo derrotarlos. Quizá ni siquiera serían capaces y aun así ella no se sentía en peligro con él.
Antes de entrar en la gruta, Rouse miró hacia donde estaba Frost. Él se estaba haciendo más fuerte, pero no le había comunicado sus intenciones. Sus verdaderas intenciones. Frost solo le dijo que quería estar listo por si aparecía uno de sus perseguidores, pero ella sabía que no le estaba diciendo toda la verdad.
-Señorita Rouse- la llamó Frost al llegar. Lo hizo un rato después de ella. La muchacha lo miró de pies a cabeza. Él estaba muy sucio y tenía varios raspones en el cuerpo.
-Tienes que dejar de llamarme señorita- le solicito la chica que estaba quitándole la cáscara a una fruta.
Frost la miró. Pensaba decirle algo, pero al ver su rostro decidió callarse y ofrecerle una disculpa por no poder llamarla solo por su nombre.
-Olvidalo- le sonrió Rouse- Limpiate antes de comer- le ordenó y él sonriendo un poco sarcástico, tomó una toalla y se despidió diciendo que volvería pronto.
Esa mujer era muy útil para él, pero no entendía porque siempre acaba haciendo cosas para complacerla. Todo lo que puso en esa gruta fue para su comodidad. No quería verla afligida o pasando necesidades. No quería que sintiera el peso de esa vida que la estaba obligando a llevar. Pocas cosas complacían realmente a Frost. Aumentar sus ganancias era una de ellas, obtener reconocimiento y prestigio era otra, pero ninguna de esas estuvo ligada a una persona en particular. Últimamente todo lo bueno estaba unido a esa mujer. Incluso mientras entrenaba la tenía presente.
Al volver la mesa estaba servida. La comida no era abundante, pero si buena y sabrosa. Rouse estaba poniendo los cubiertos y se giro a él al sentirlo llegar. Dejando los utensilios la chica fue con él sacando una bendita adhesiva de su bolsillo que le puso en la mejilla.
-Debes ser más cuidadoso- le dijo.
Que ella lo mirara con ternura lo apenaba un poco. Siempre terminaba apartando la mirada, pero conservaba la actitud arrogante que había estado mostrando esos días.
-Solo fue un rasguño- le dijo para tranquilizarla.
-Te has estado esforzando mucho. Deberías descansar un poco.
-Eso tendrá que esperar. No puedo detenerme ahora que estoy tan cerca de conseguirlo- le dijo Frost levantando su brazo delante de ella, en noventa grados, como para enseñarle una fuerza que ella no podía ver.
-¿Conseguir... qué?- le preguntó Rouse sin entender.
-Evolucionar- le contestó con una sonrisa astuta y una actitud un poco arrogante.
Rouse no entendió, pero se temía que lo que fuera que él estuviera haciendo podía volverse un problema. No quiso hacerle comentarios y se sentó junto a él a la mesa. Frost era bastante callado. Podía permanecer en silencio mucho tiempo, pero la muchacha se las arreglaba para hacerlo hablar. Le arrancaba anécdotas, ideas, recuerdos; lo hacía de forma tan natural que Frost no se daba cuenta de que estaba siendo interrogado y ella experimentaba por eso un profundo remordimiento. Estaba entrenada para seguir su misión sin importar qué y continuaría con ella pese a sus controversias, sin embargo, su corazón se apretaba cada vez que conseguía de él lo que deseaba. Disimulaba, pero le dolía engañarlo. Se había enamorado de él. No había una explicación razonable a ese sentimiento que nació en su pecho, pero así era y no estaba bien. Constantemente se repetía que lo primero era el deber.
Frost sentía que podía confiar en esa mujer. Tal vez porque por su aspecto y actitud le resultaba inofensiva o bien porque durante todo ese tiempo ella no hizo otra cosa que cuidar de él. Le gustaba escucharla incluso cuando lo cuestionaba, le señalaba que sus actitudes estaban equivocadas y eran absurdas. Le molestaba mucho, pero podía rescatar de esas palabras muchas cosas. Podía estar horas con ella sentada a su costado o permitiéndole dormir a su lado. No sabía que iba a hacer con ella después de lograr su objetivo. Hubiera preferido no tener por Rouse esa predilección y simplemente abandonarla a su suerte. A ratos todavía contemplaba esa posibilidad con mucha seriedad. Terminaba descartandola siempre.
Esa noche él salió a la ciudad en busca de provisiones. Sin remordimiento las robaba de almacenes o tiendas que encontraba descuidadas. En esa oportunidad se encontró con la bodega de un famoso restaurante. Había muy buenos productos ahí y entre todos tomó una botella de champaña. Nunca fue bueno para beber, pero cuando lo hacía se aseguraba de ingerir la bebida de mayor calidad y para él no existía otra que la champaña. Llegó a la gruta bastante contento. Rouse leía un libro a la luz de una lámpara que funcionaba con energía solar. Era tarde y ese tubo incandescente era la única luminosidad que quedaba en ese espacio tan oscuro como callado en mitad del desierto. Las noches ahí eran heladas, pero rara vez encendían fuego. Una fogata llamaba demasiado la atención decía Frost asi que Rouse terminaba pegada a él para sentir un poco de calor, aunque el cuerpo de su compañero era muy helado.
-Traje comida- le dijo haciendo que ella lo mirara y fuera a recibirlo.
Él sabía que ella no aprobaba que robara, pero también sabía que Rouse entendía que no tenían otra opción. Tomó las bolsas que él sostenía y las llevó al lugar donde guardaban los alimentos. Frost conservó la champaña. Miró la botella con un poco de nostalgia mientras la muchacha ordenaba todo. Al percatarse de lo que le estaba haciendo, Rouse le preguntó si le pasaba algo a lo que él respondió que hacía mucho no probaba una bebida como esa.
-¿Bebería conmigo, señorita Rouse?- le preguntó con un poco de timidez, pero no porque estuviera avergonzado, sino porque temió que ella se negara a hacerlo. En todo ese tiempo nunca la vio consumir alcohol o algún producto nocivo para su salud.
-Claro, me encantaría- le respondió la chica dejándose llevar por la añoranza que percibió en el rostro de su compañero.
Además de heladas y un poco oscuras las noches en el desierto también eran extremadamente calladas. Era un sitio mágico si no sentias la ausencia de comodidades y ellos no estaban en esa situación. Frost abrió la botella con facilidad teniendo que vertir el valioso contenido en dos simples vasos que Rouse llevó hasta ese sitio en el que solían sentarse a conversar cuando ella no podía dormir. Habían muchas noches en que Rouse no podía cerrar los ojos y descansar. Frost lo atribuía a que temía por su seguridad. La verdad esa ausencia de sueño tenía más que ver con él que con otra cosa. Dos vasos con un líquido tan costoso como codiciado, en medio de la noche y en compañía de una mujer fue un escenario que jamás hubiera pasado por la mente de Frost hasta ese instante en que ocurrió.
-Lamento que tenga que tomar esta bebida de esta forma tan miserable- se disculpó viendo el objeto con resignación.
-Asi está bien- le dijo Rouse sonríendo.
-De de haberla conocido en otras circunstancia, le hubiera colmado de las atenciones que merece una dama como usted...
-No lo creo- le hizo saber Rouse- Tú eras un héroe famoso y admirado por muchos. Te codiabas con gente importante. De haberme visto solo hubiera sido gentil conmigo porque era parte de tu papel, pero nunca te hubieras fijado en mí...para conversar o algo así.
Frost no pudo decir nada en contra de eso, ese era el mas posible de los escenarios.
-A veces son las circunstancias lo que determinan la funcionalidad de una relación- prosiguió Rouse- Y no tanto los individuos- termino de decir y lo miró. Él estaba sentado justo a su lado.
-Es habitual en usted tener la razón, señorita Rouse- le dijo Frost cerrando los ojos y sonriendo sin tener un solo argumento en contra de eso- Pero de poder hacerlo ahora... La colmaría de lo que merece.
-No sabes que merezco...
-Ha sido muy buena conmigo no me molestaría darle lo mejor de lo mejor.
-Tú también has sido bueno conmigo Frost. Hemos sido buenos el uno con el otro, pero tal vez no hemos sido bueno con otros...
-No piense tanto en el pasado ni en los demás o terminará acarreando sobre usted la miseria de los errores y el egoísmo con el que pudo haber actuado para cumplir sus objetivos- le dijo Frost con mucha seriedad. Se oyó tan seguro, tan fuerte que Rouse volteó a verle con una expresión de asombro.
A ratos Frost mostraba gran coraje y determinación. Había buenas cualidades en él que ella admiraba y que creía que podía usarse de un modo distinto, sin embargo, no iba a imponerle a Frost su forma de ver el mundo y de hacer las cosas. Confiaba en algo diferente. Bebió de su vaso y continuo charlando con él un rato hasta que empezó a sentir los efectos de una champaña de calidad. La cabeza le daba vueltas y hablaba un poco lento.
-No estoy acostumbrada a esto- admitió poniendo de pie.
-Señorita Rouse, siéntese- le pidió Frost levantando también para ayudarla a sostenerse.
La muchacha acabó sosteniéndose de él para permanecer de pie. Apoyó sus manos en los hombros de Frost y se la quedó mirando. Lo hizo por tanto rato que al final él acabó medio incómodo, pero no imaginó que se terminaría sintiendo todavía más extraño. Rouse inclinó la cabeza a un costado, entrecerró los ojos y avanzó un poco hacia él, cerrando las manos en torno a su cuello. Frost echo un poco la cabeza hacia atrás, pero no evitó que la boca de la muchacha se uniera a la suya dulce y tímidamente. Ese fue el primer beso para él. El primer beso de esa categoría en toda su vida.
-Señorita Rouse creo que debería...- murmuró cuando logró unos milímetros de distancia. No pudo decir más, ella lo silencio con un beso.
No fue algo que él recibiera con mucho agrado. Es que nunca había pasado por algo como eso y no sabía exactamente qué hacer, sin embargo, no la apartó. Los labios de esa chica, su lengua dentro de su boca, el sabor que quedó allí de la bebida que estaban tomando, la tibieza y humedad, el cuerpo de ella contra el suyo, lo llevaron casi inconsciente a cerrar sus manos en torno a la cintura de Rouse que prolongó tanto como pudo el beso. Tanto como fue capaz de ignorar que estaba cometiendo un grave error. Al terminar con ello lo miro a los ojos y le dijo:
-Lo siento...lo siento mucho- y abrazándose a él cerró los ojos.
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