7. Comer chino
Yo no soy un violador de jovencitas.
No.
Lo.
Soy.
Siempre se me acusa sin fundamento. La semana que viene tengo que ir a declarar a los juzgados. Sí que es verdad que de vez en cuando me acerco a algunas mujeres jóvenes (quien dice jóvenes, dice menores de edad), pero sólo para hablar con ellas. Lo que ocurre después siempre es la consecuencia de esa primera conversación que tengo con ellas. Todo sale siempre solo, sin forzar nada. Incluso las bofetadas o las llamadas a la policía.
En todo caso, esta vez se me acusa de algo un poco diferente, y aún estoy intentando asimilarlo. Lo cuento todo bien para que se me entienda.
Tenía hambre. Llamé a un restaurante chino. Cuando abrí la puerta, era una jovencita oriental la que me traía la comida. Muy joven, casi seguro que era menor de edad. Si digo casi es porque con las chinas es difícil estar seguro, siempre parecen más jóvenes de lo que son (los hombres también).
Agarré la comida y lo único que hice fue quedarme pensando mientras cenaba, en lo cabrones que son los chinos, que hacen trabajar a menores de edad. Más de una vez he visto niños trabajando en los restaurantes, sirviendo mesas o cobrando. Y luego me dicen a mí que si soy un violador o no sé qué, ellos son peores, es explotación infantil. A saber lo que les hacen después en la trastienda. También me quedé pensando en que la chica no estaba nada mal.
Después de un tiempo volví a pedir comida al mismo restaurante. Me había gustado la comida y la chica. A lo mejor venía la misma y la podía ver otra vez. Era una mujer, por la voz que oí a través del telefonillo. Me quedé mirando por la mirilla y esperando. Cuando salió del ascensor me extrañé, no parecía la misma de la anterior ocasión. Le abrí y me quedé sorprendido. Era joven también, pero española. Y muy guapa. ¿Cómo podían contratar a una chica tan joven? No tendría más de quince años, estoy seguro como que los chinos la tienen pequeña. Qué cabrones son. Le di el dinero, me entregó la comida y, para cuando le pregunté a qué instituto iba, ya estaba entrando en el ascensor.
También en esta ocasión me quedé pensando en la chica mientras cenaba. Me arrepentía de no haber sido más rápido. Estoy acostumbrado a que las chicas que abordo lo tengan más difícil para escapar, pues suele suceder en la calle, donde puedo correr detrás de ellas. Está claro que podría haber echado una carrera al ascensor por las escaleras, pero entonces se me enfriaría la comida. Así que me dio rabia esa oportunidad perdida.
Pues ya estaba bien, había tomado una decisión. La siguiente vez que llamara a ese restaurante, atacaría a la chica que viniera, ya fuera la española o la china. Tanto me ilusioné con esta idea que el día en que llamé por tercera vez me pudo la ansiedad y la impaciencia. A la tercera va la vencida, dicen.
Contesté al telefonillo. La voz me sonó diferente. Sí que era aguda, de mujer, pero no me había sonado como las otras veces. Bueno, si es una tercera chica, bienvenida era. Estaba preparado para lo que fuera. Tengo que reconocer que estaba excitado, así que no me importaba quién viniese. Cuando, a través de la mirilla, vi a la persona que salió del ascensor se me cayó el alma a los pies. Era un tío.
Le abrí la puerta, era un chino muy alto. Llevaba el casco de la moto todavía puesto. Qué falta de glamour. Con el calentón que tenía yo, y me vino un chino. Durante medio segundo me lo pensé. Después lo tuve claro, me dije: "qué coño, a por él". En tiempo de guerra cualquier hueco es una trinchera. Agarré al chino del brazo y lo metí en mi casa, estampándolo contra la pared. Mientras él recobraba el equilibrio, cerré la puerta con llave. A empujones lo llevé hasta el dormitorio y comencé a quitarle toda la ropa. Dios, qué flojos son los chinos. Lo último que le quité fue la comida de la mano, a la que se aferraba con fiereza. El caso es que le dejé el casco puesto, tenía su atractivo con él. Y sospechaba que no mejoraría mucho si se lo quitaba. Al fin y al cabo no se distingue un chino de otro. Me costó poco dominarlo, era un blandengue, y... bueno, pasamos un buen rato. Creo que hablo por los dos porque, aunque al principio se resistía, luego me pareció que se dejaba. Eso, o no le quedaban fuerzas al flojo.
Narrada está la historia y supongo que queda claro que no soy un violador de jovencitas, como he dicho al principio. En todo caso de chinos. El muy maricón me denunció, y por su culpa ahora estoy encausado. Pero lo importante es que he demostrado que no violo jovencitas y mucho menos menores de edad. El maromo desde luego tenía más de veinte.
Es curioso, pero no me preocupa entrar en la cárcel. Por contra, una pregunta tonta me ronda la mente cuando me imagino cómo puede ser mi vida allí: "¿Me dejarán pedir comida china?".
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