2. Besarse con un muerto
-¿Por qué la dignidad de una mujer es inversamente proporcional a la cantidad de veces que se baja las bragas? -dice mi amiga Sella a menudo, o cosas por el estilo. Se ha puesto en pie de guerra.
En las últimas dos semanas Sella se ha acostado con cuatro hombres. Compartimos piso, y no tengo inconveniente en que los traiga, mientras se vayan antes del desayuno. A veces bromeo diciéndole que no acapare y que deje algo para mí, y soy tonta por hacerlo ya que entonces le doy pie a que me diga cosas como "si no ligas es porque no quieres", o "no seas reprimida, venga, este finde te follas a uno", o bien "¿no te gustaría tener un hombre-pañuelo?".
-¿Un hombre-pañuelo? -le respondo entonces, dándole coba.
-Sí, uno de usar y tirar.
-Los hombres no son de usar y tirar -tras unos segundos añado, algo mosqueada por su manera de ver las cosas-: No hay personas de usar y tirar, no hables así.
Entonces ella suele marcharse a su cuarto para no discutir, prefiere estar a bien conmigo. Se reserva todo su odio contra los hombres. Pero para odiarlos, bien que se los folla. Al rato suele salir y decirme algo así como:
-Tú y yo. Esta noche. Borrachas.
Y lo hacemos; es mi amiga y la acompaño aunque no siempre me apetezca. Ella me respeta cuando quiero quedarme en casa viendo una película con una taza de chocolate caliente en las manos y una manta gigante cubriéndonos a las dos.
Pero cada vez va a más. Esta noche salimos y se acaba liando con dos hombres en una discoteca. Me propone participar pero a mí ni me atraen esos hombres ni me apetece tener sexo ahora mismo. Y la verdad es que tampoco sé qué es lo que me propone exactamente, ni lo quiero saber. La situación es incómoda, ya que somos dos mujeres y dos hombres volviendo a mi casa, pero Sella tiene a los dos hombres y yo a ninguno. Uno de ellos hace tímidos intentos conmigo, pero le dejo claro que, entre una pared y él, me quedo con la pared. Al llegar a casa se encierran los tres en el cuarto de Sella. No quiero saber nada, me voy a dormir.
Al día siguiente los hombres no están, y Sella me dice, mientras desayunamos, que quiere salir esta noche también.
-¡¿Otra vez?!
-¡Sí! Estamos en fiestas, Diana, quiero disfrutar.
Se lo voy a cobrar en una semana entera viendo películas cuando pasen las fiestas. No le pregunto sobre lo de anoche, y ella tampoco me lo cuenta. Sabe que si no le pregunto es porque no me interesa. Es un amor de persona en realidad, tiene sus maneras de respetarme. Pero lo que hace hoy por la noche ya me parece demasiado, y es para pegarle un toque. Un toque serio.
El caso es que unos amigos le han invitado al chalet de un conocido, que por lo visto va a celebrar una fiesta por todo lo alto. "Estamos en fiestas, vamos", es mi intento de animarme a mí misma. Es la última vez que salgo.
La fiesta a la que nos invitan es el desmadre más grande que he vivido nunca. Veo droga por todas partes aunque no quiera, en cada mesa hay rayas de coca. Dios, Sella me las va a pagar. Como sé que no va a tardar en dejarme sola, me esfuerzo en socializar para buscar a alguien interesante y al menos tener una conversación mientras Sella se dedica a lo suyo. No conozco a mucha gente, y creo que me he vestido demasiado provocativa. Desde luego no tanto como mi amiga, pero lo suficiente para que se me peguen lapas. Estoy dispuesta que se me pegue alguna si al menos me da conversación, sólo tengo que rechazar todos sus intentos y listo.
En efecto, Sella desaparece. Esta vez ni siquiera me dice adónde va o con quién. Está muy borracha, espero que no se aprovechen de ella. Un momento, quizá sea eso lo que quiere y yo aquí preocupada. Un chico bastante majo me da conversación, pero no estoy interesada en él. Hablamos de astronomía. Perfecto, no se me ocurre un tema de conversación que me pueda llevar más lejos de donde estoy.
Sin embargo, se me hace eterno. Creo que he ido como siete veces al baño, sólo por hacer algo diferente y mover las piernas (y de paso dejar de escuchar teorías sobre vida alienígena). Por fin aparece Sella y le digo al acto que nos vamos, no se opone. Cuando llegamos a casa y le veo la cara a la luz, me asusto. Me asusto de verdad.
-Sella, ¿qué demonios tienes en la cara?
-¿Qué tengo en la cara?
Se mira en el espejo. Unas pequeñas marcas rojizas alrededor de los labios, en las mejillas, en el cuello, como poros abiertos. No tiene buena pinta. Nada buena.
-Sella, ¿qué has hecho?
Está asustada, su cara es de terror.
-Yo nada, o sea nada fuera de lo normal, vamos.
-Empiezo a preguntarme qué es para ti lo normal.
-Lo normal, Diana, lo normal, no soy tan puta como te crees. Besos, caricias, penetración, felación.
Para mí lo normal no es eso, pero no se lo digo, no es el momento.
-Vámonos a urgencias ahora mismo.
El médico muestra gran sorpresa tras realizar los análisis. Y eso me da miedo. Que un médico se sorprenda de algo es mala señal, muy mala. Noto que duda sobre cómo encarar el asunto, tarda varios segundos en formular la pregunta:
-¿Has tenido contacto íntimo con un cadáver?
Silencio absoluto. No acabo de creerme lo que acabo de escuchar.
-¿Puede repetir la pregunta? -digo yo finalmente, pues Sella es una estatua de piedra ahora mismo.
-Mirad, estas marcas son típicas de alguien que ha estado en contacto físico estrecho con un cuerpo en descomposición.
-Sella, ¿qué demonios has hecho? -le pregunto.
-He tenido relaciones, pero con seres vivos. Lo prometo. O sea, con hombres -tras un segundo, añade-: Hombres vivos.
-Pues tienes las mismas marcas por todo el cuerpo.
-Me he acostado con tres hombres esta noche. ¿No puede ser una enfermedad de transmisión sexual?
-No. Como os digo, estas erupciones sólo brotan por el motivo que os he dicho. Yo digo lo que veo, tú eres la única que sabe lo que ha hecho.
-Sella -le digo-, ¿te has asegurado de que los tres hombres con los que te has acostado estaban vivos?
-¡Sí, joder! ¡Vivitos y coleando, se movían, hablaban, me follaban sin problema! -está alterada y la situación es crítica, se le perdona el lenguaje.
El médico le asegura que no es peligroso lo que tiene y le receta unas pomadas. A los pocos días las marcas desaparecerán. Nos despacha diciéndonos que tengamos más cuidado en adelante.
-Sella, tenemos que hablar.
-No me he acostado con un muerto, Diana. De verdad. ¿No me crees?
-Sí, te creo. Pero tenemos que averiguar lo que ha pasado. Estabas muy borracha, y quizá más cosas. ¿Tomaste drogas?
-Sí. Cocaína. Pero sé lo que hice, no perdí el conocimiento, era muy consciente de lo que hacía. Créeme, por favor.
-Que te digo que te creo, pero el médico dice lo que dice.
-Tiene que haber una explicación.
-¿Supiste algo de esos hombres? Me refiero, algo de sus vidas, a qué se dedicaban y demás.
-No. ¿Para qué me iba a poner a hablar de eso?
-Es lo que hace la gente normal. Conversar.
Pone la cara que tanto conozco de que se va a enfadar; o bien marcharse a su dormitorio.
-Lo siento -me adelanto-. Tú tienes tu manera de actuar y yo la mía, no te juzgo. Pero deberías ir con más cuidado. Vamos a ver, ¿tienes alguna manera de contactar con esos tres tíos?
Ha costado, pero el esfuerzo ha valido la pena. Tras varias horas hablando con unos y con otros, tanto Sella como yo, hemos resuelto el misterio. Reconozco que en el fondo me ha divertido. No debería, pues estamos hablando de la salud de mi amiga. Pero a quien le cuente esto no se lo cree.
La clave estaba en la profesión de uno de ellos. Lo descubrió Sella hablando con él por teléfono.
-¿Pero a qué te dedicas, cabrón? -oigo que le dice. Su cara se pone blanca al escuchar la respuesta y a los pocos segundos cuelga, sin añadir nada más. Me mira y me dice-: Ya sé por qué ha ocurrido.
-Dímelo, por Dios.
-Me ha dicho que es sepulturero. Joder, ese mamón está en contacto con fiambres todos los días.
Fui yo la que se empeñó en llevar a Hilario H. P. a los tribunales, pese a las reticencias iniciales de Sella. Y ha valido la pena. El juez ha fallado a nuestro favor. Como yo sospechaba, la investigación policial halló pruebas de prácticas necrofílicas en el cementerio en el que trabaja, corroboradas en su propia persona por un análisis médico exhaustivo. En otras palabras, era él el que tenía contacto sexual con cadáveres. Le han condenado a nueve meses de cárcel y tiene que indemnizar a mi amiga con trece mil euros por daños y perjuicios. Me parece una sentencia justa.
Aliviadas tras salir de los juzgados, le digo a Sella:
-¿Y bien, te vas a replantear tus conductas sexuales?
-No tengo nada que replantearme, Diana. ¿No acabas de ver que la justicia me ha dado la razón? Es él y cabrones como él los que tienen que replantearse las suyas.
Por una vez, me alegro de darle la razón a Sella. Tiene más razón que una santa.
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