16. Hacerse pequeño
Tiago se separó de sus amigos cuando le insistieron, de un modo ya molesto, que se subiera con ellos al Deslizador Temerario, la atracción más alta de la feria. Sólo de contemplarla desde abajo le entraba vértigo.
Estaba enfadado con ellos; se arrepentía de haber salido. Atravesaba una etapa difícil en su casa y había albergado la esperanza de contar con sus amigos, que le escucharan y le brindaran algo de apoyo. Sin embargo, no le habían dejado ni hablar. En cuanto uno de ellos propuso pasar la tarde en el parque de atracciones, sus ánimos explosionaron y en adelante no hicieron más que hablar gritando y decir tonterías. La moral de Tiago se desplomó. Intentó introducir el tema de su situación personal con timidez, pero nadie le escuchó.
Deambuló a través del gentío, medio cabizbajo, medio aliviado por haber decidido alejarse de unos amigos a los que no parecía importarles, pues ni siquiera habían ido en su busca. El paseo solitario, hubo de reconocer, le hizo sentir bien. Era tiempo para sí, de observación, tanto interior como exterior, tiempo de reordenación emocional. Se lamía las heridas. Contemplaba los puestos, las atracciones, la gente riéndose en grupos, las niñas metiendo el pelo en las nubes de azúcar, los desafortunados fallando los tiros con las escopetas trucadas. Percibió el olor de las castañas, de las mazorcas de maíz, de las palomitas, de los perritos calientes, de las hamburguesas, el particular aroma que desprendían algunas atracciones, similar al que había notado en el humillo blanco de las discotecas. Observó a la gente, mareada pero sonriente, bajando de las atracciones; algunos de ellos, sobre todo niños, exclamando: "¡otra vez!". Se sintió intimidado ante los vozarrones de los gitanos gordos que sorteaban una variedad de productos en sus camiones-bingo. Desvió su atención hacia las máquinas, colocadas en largas hileras, coloridas y sonoras, en las que uno sabía que sólo podía perder dinero, pues era muy difícil conseguir un peluche, un reloj, o lo que fuera que contuviera dentro como premio. Todos sabían que la mano robótica era intencionadamente inestable y débil.
Se acercó a una de ellas, que le llamó la atención porque desentonaba con el resto. "Como yo con mis amigos", pensó, reanudando su vorágine de autocompasión. Cuando las demás máquinas mostraban todo tipo de colores, pegatinas de personas, animales y objetos variados, ésta era de un gris metálico liso, sin adornos. Tampoco parecía emitir musiquita, y se encontraba en un rincón, casi por completo oculta detrás de una viga de la atracción adyacente. Parecía puesta ahí para él. Los premios eran unos muñecos de goma de la Guerra de las Galaxias que parecían hechos con el gusto de hacía por lo menos veinte años, pues eran feos, sin gracia, con las extremidades pegadas al cuerpo, y demasiado simples. El único algo gracioso era Chewbacca, pues como el personaje era simple en sí no tenían mucho margen para equivocarse.
Tiago amaba la Guerra de las Galaxias y no supo si alegrarse u ofenderse ante la visión de esos muñecos tan cutres. Sin embargo, la vorágine autocompasiva de la que hablamos le conminó a sentirse refugiado en ellos y a quererlos un poco. Decidió que le había cogido cariño al muñeco del wookiee. De hecho, se dispuso a intentar conseguirlo, pese a que acababa de reflexionar acerca de lo trucadas que suelen estar esas máquinas. Al hurgar en su bolsillo para buscar alguna moneda que le quedara, se inclinó sobre la máquina y oyó una voz.
Era una voz más bien masculina, que apenas podía escucharse, y bastante robótica. Hubo de aproximarse para entender lo que decía, hasta pegar la oreja a la pantallita sobre la ranura de monedas: "... de las fuerzas de Alderaan. Para conseguir tu cometido, introduce una moneda de un euro para vencer al Imperio y ser el nuevo héroe del lado luminoso. Que la fuerza te acompañe, valeroso jedi. Sumérgete en un mundo de aventuras y derrota a Darth Vader y al Emperador. Conoce a las razas más exóticas de los lejanos mundos de Tatooine, Hoth, Dagobah y Ahch-To. Y que les den por culo a tus amigos. Son unos desconsiderados por no tener en cuenta tus necesidades y tus sentimientos. A ti te gusta estar solo, eso no lo puedes negar. Y estás mejor solo, si me dejas que te lo diga...". Tiago dio un respingo y unos pasos hacia atrás, sobresaltado. ¿Qué demonios? La máquina había comenzado a hablarle a él, refiriéndose a su situación personal. Se quedó petrificado durante unos segundos, sin saber qué hacer. Después, volvió a acercar su oído a la pantallita. "... no lo quieras reconocer. Tú vales mucho más que eso. Venga, sé que quieres conseguir el muñeco de Chewbacca, yo te lo regalo, pero tienes que hacer algo antes por mí. Por tu mano sobre la pantalla, y te harás pequeñito, pequeñito, hasta poder entrar dentro de la máquina y llevarte al wookie. Es la única manera, pues tú y yo sabemos que la mano robótica nunca acierta, ¿no es así?". La voz terminó su discurso y, por mucho que Tiago esperó, no volvió a pronunciarse. Por momentos le pareció que estaba soñando. Indeciso, puso la mano sobre la pantalla, aunque fuera para volver a la realidad al ver que no ocurría nada. Recibió algo parecido a una descarga eléctrica indolora, y sintió que todo se hacía grande de manera vertiginosa. Su mano se había adherido a la pantalla, por lo que no cayó al suelo, sino que permaneció sobre la pequeña plataforma bajo la ranura de monedas. Dejó de decrecer, y la pantalla ahora no era tal sino un portal luminoso de energía pura e incorpórea, que despedía jirones de energía verde y azul. Por supuesto, era la entrada a un mundo de fantasía.
"Bueno, ya que me he vuelto loco, voy a seguir con la locura hasta el final. Veré hasta dónde llega la madriguera de conejos", se dijo, recordando súbitamente la película Matrix con cariño. Atravesó el portal y, sin más transición, cayó suavemente sobre los muñecos de goma, que ahora eran de su talla. Se sintió muy bien, sin saber exactamente por qué. Se hallaba en su universo amado, protegido por un cristal y por la discreción de la propia máquina. Nadie se acercaría para molestar. Dio saltos, escaló entre los muñecos, escarbó y buscó a los personajes principales. Le palmeó el hombro a Luke, diciéndole "yo soy tu padre"; le ofreció la mano a Han Solo para estrechársela, si bien éste no le correspondió; le plantó un beso a la princesa Leia en la boca, que le supo a goma; y le propinó varios puñetazos en el vientre a Darth Vader, que los encajó con espartana indiferencia. Encontró también a R2-D2, pero no se le ocurrió una manera mejor para interactuar con él que emitiendo unos ruiditos ridículos. Después se sumergió lo más profundo que pudo. El olor a goma era intenso, si bien agradable porque le recordaba a los juguetes de su infancia. Dispuso con esfuerzo algunos muñecos en forma de montañita y trepó a la cima. Una vez allí, se dejó caer rodando sobre su eje. Llegado al fondo, se quedó mirando hacia arriba, exhausto. Contempló la mano robótica sobre él, quieta pero amenazante, a modo de espada de Damocles. "No me da miedo, nadie usa esta máquina". De hecho, le sorprendía que la mano no se encontrara llena de polvo y telarañas.
Entonces, con una sacudida y un ruido sordo, se puso en movimiento.
Tiago se sobresaltó y se puso de pie, en guardia. Sin dejar de mirar hacia arriba, trató de alejarse de la mano. Sin embargo, ésta le seguía a una velocidad creciente. Tiago estaba decidido a no dejarse atrapar por esa mano diabólica. Se sentía feliz donde estaba, se quedaría un tiempecito más, hasta que él mismo decidiera salir. La mano lo seguía y lo seguía, no importaba cuánto corriera él de un lado a otro y de una esquina a la contraria del habitáculo. Comenzó a cansarse. Se dijo: "¿Y si me dejo atrapar? Al fin y al cabo, estas manos nunca cogen nada. El niño que esté manejando la mano se marchará y me dejará en paz". Así que se tumbó cuan largo era sobre un muñeco de Jabba the Hut. La mano se colocó justo encima de él y comenzó a descender, por fin. Tiago contuvo la respiración. Cerró los ojos y pudo sentir el olor metálico de la enorme garra y el sonido chirriante que la acompañaba en su trayectoria. Ésta cerró sus dedos alrededor de su cuerpo, impidiendo que pudiera escapar, aunque forcejeara y tratara de resistirse. ¿Cómo podía ser? Debía de ser la única mano robótica que funcionaba bien en el mundo. Ascendió, levantándolo, y se dirigió hacia la ranura que comunicaba con el exterior para depositar el premio. Tiago miró hacia el cristal y descubrió, para su sorpresa, el rostro sonriente y divertido de sus amigos. Habían venido a por él, después de todo. ¿Acaso lo habían seguido?
La mano se abrió y lo soltó sin piedad, haciendo que Tiago se estampara contra el fondo. Trató de caer sobre su hombro para no hacerse tanto daño.
Una mano, humana y carnosa esta vez, lo atrapó y lo extrajo al exterior. Ésta se abrió y allí se encontró él, sobre la palma de su amigo Javi.
—¿Qué te creías, que te ibas a escapar sin contarnos lo que te pasa? —preguntó Carlos, al lado de aquél.
Cuando miró consecutivamente los rostros amables, llenos de amor y paciencia, de cada uno de sus amigos, no pudo evitar experimentar un revoltijo de emociones en su interior, que eclosionaron en forma de lágrimas en sus ojos.
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