15. Escapar del poliamor
Poliamor por aquí, relación liberal por allá, flexinosequé, y otras palabras que sólo ella y otros cuatro frikis salidos saben lo que significan. Me cansé de oírle a Alba, mi novia, decir todas esas cosas todo el tiempo. Me cansé de verdad. Mira que soy una persona tranquila y es difícil alterarme, pero al final pudo conmigo. Así que hice lo posible para conseguir que volviera a valorar a su chico.
Lo preparé con cuidado durante toda una semana. Compré el vibrador, las bolas chinas, y algunos chismes más que la de la tienda me endosó y no sé ni lo que son. Reservé el tren, el autobús y la casa rural para una semana casi entera. Escribí la nota, y cuando llegó la noche anterior al comienzo de las vacaciones de Semana Santa, le eché unos somníferos potentes a Alba en la leche que se suele tomar antes de dormir, para que por la mañana no se levantara por lo menos hasta el mediodía. Con la tranquilidad que me daba esa idea, preparé mi maleta y esparcí los juguetes sexuales por mi lugar de la cama junto con la nota. Ésta decía:
"Alba, lo siento pero me he cansado de que estés siempre insinuando que quieres sexo con otras personas, y que quieres probar cosas nuevas, y que quieres hacer intercambio de parejas, y que quieres hacer tríos y orgías. Siempre es lo que tú quieres y no te importa lo que yo quiera. Además, ya hemos probado algunas cosas y no te quedas contenta. Es demasiado para mí. Así que me tomo mis propias vacaciones, y ahí te quedas con unos juguetes que te harán feliz. Espero que esto te haga darte cuenta de la persona que tienes a tu lado, y la valores como lo merece. Felices fiestas. Lucas."
Así, nuestros planes de vacaciones, que básicamente consistían en ir a conocer un club de swingers, probar una aplicación para contactar con parejas morbosas, e invitar a unos "amigos" a cenar a casa y lo que surja, se quebraron todos ellos y comencé yo mis propias vacaciones de retiro y reflexión. Allí, en ese pueblito de montaña aislado, podría echarme siestas eternas sin que Alba me despertara con un palabro de los suyos o manoseándome las pelotas.
La primera cosa que hice al llegar fue apagar el móvil. Sólo lo encendería si me surgía alguna urgencia. Pasé unos días de paz y sosiego como no había gozado desde hacía tiempo, y lo agradecí en el alma. Mi oído no se acostumbraba a tanto silencio, ni mis pulmones a un aire tan puro, ni mis ojos a esos atardeceres entre las montañas, ni mi paladar a esos sabores tan auténticos de embutidos y vinos. Nadie se metió en mi vida ni yo me metí en la de nadie. Fue increíble.
Sin embargo, el día anterior a mi viaje de vuelta, al volver a la casa tras un paseo por unos senderos rurales, vi que había una carta introducida por debajo de mi puerta. Cuando la abrí comencé a extrañarme, pues estaba escrita a mano. Decía así:
"Atontao, ¿qué te crees que estás haciendo? Es la estrategia del avestruz, de esconderse ante los problemas. Si crees que así voy a aprender a valorarte estás muy equivocado, pues es más bien al revés. Por la nota que me dejaste entiendo que te molestaba que tuviera una mente abierta, así que acabo de decidir que no quiero estar con alguien que la tiene cerrada. Tú desapareciste sin más, así que me siento legitimada para dejarte por carta. Hemos terminado.
Que sepas que no se me pasó por alto que me drogaste, y nunca lo olvidaré."
Me hundí. Las horas que siguieron fueron horas bajas para mí, como no podía ser de otra manera. Mi idea había dado el resultado contrario y ahora no tenía ganas de nada, ni siquiera de vivir. Tan aturdido me sentí por la reacción de Alba que no fue hasta la noche en la cama, con la mirada clavada en el techo, cuando empecé a pensar en lo extraño de la situación. ¿Cómo era posible que me hubiera enviado una carta allí, si no le había dicho adónde iba? Algo me hizo salir de la cama y comprobarla de nuevo. Le faltaba el sello. ¿Significaba eso...?
Me dirigí hacia el salón. Escuché unos ruidos fuera de la casa, muy cerca, de pasos. Se me hizo raro porque el silencio más absoluto es lo que solía reinar a partir de cierta hora en aquel lugar. Pero sí, había alguien merodeando la casa. Tocaron a la puerta con contundencia. Tres golpes secos sobre la madera.
No podía ser... Y, aun así, le abrí la puerta a Alba.
Bajo la tenue luz de la bombilla del recibidor, podía ver que no me miraba como me miraría si de verdad hubiéramos roto. De hecho, sonreía.
—Eres muy tonto. Estoy segura de que te has creído que hemos cortado. ¡Y por carta! —No le respondí a eso, me sentía confuso y rencoroso. Ella lo notó y prosiguió—: No lo hemos dejado, cariño. Era una broma. Para responder a la tuya. A tu broma, porque supongo que era una especie de broma. Un poco extraña, por cierto, impropia de ti.
—Pues no sé. A lo mejor ahora el que quiere cortar soy yo.
—Con lo que yo te quiero.
—¿Me quieres o me amas?
—Te amo.
—¿Me amas o me poliamas?
—¿Sabes? De repente, tengo una sensación de deja vu. Por Dios, deja de hacerme preguntas tontas.
—¿Cómo me has encontrado? No te dije adónde iba.
—Cariño, te conozco como a la palma de mi mano. Es más fácil seguir tu rastro que engañar a un niño, y como sé que eres un poco tonto sabía dónde mirar. Tienes el portátil sin contraseña, así que entré y cotilleé tu historial de navegación. En una rápida ojeada lo encontré todo: la casa rural que alquilaste e incluso los billetes de tren y autobús; al momento saqué los mismos y me vine para acá. Tienes que recordar borrar tu historial y cerrar todas tus cuentas la próxima vez que no quieras dejar rastro, y tampoco estaría mal que pusieras contraseña a tu portátil. Primera ley del delincuente. Aunque prefiero que no hagas nada de esto, claro. Así te puedo seguir el rastro siempre.
—Vaya, ¿ahora eres una delincuente además de una ninfómana?
—Por lo visto, delincuente del amor para ti. Siento que te moleste lo que ha pasado últimamente, quizá me he puesto muy pesada con esos temas y tú no estabas del todo preparado. Y aun sin estarlo has tenido muy buena disposición, demasiada.
Comenzó a abrazarme, pero yo la aparté.
—Sigo molesto, me has hecho creer durante toda la tarde que habíamos roto.
—Bueno, tú me dejaste toda una semana sola, cuando teníamos vacaciones para estar juntos.
—¿Juntos? ¿Rodearnos de mujeres empitonadas y hombres empalmados te parece que es pasar las vacaciones juntos? Cuantas más personas hay cerca, más lejos te siento yo.
—Ya te he pedido perdón por eso, si quieres podemos volver al principio una y otra vez, como en el día de la marmota.
—A lo mejor quiero oírte disculparte otra vez.
—¡Pues perdóname de nuevo!
—Vale.
—Y que sepas que esta doble humillación me la voy a cobrar en carne.
—¿Ves? Ya estás pensando en cosas guarras otra vez. Que sepas que estaba teniendo unas vacaciones agradables y tranquilas hasta que has aparecido.
—Pues eso ha terminado. Nos quedamos unos días más. Vamos a alargar la reserva y a jugar con los bonitos regalos que me hiciste.
—¡¿Qué?! No me digas que los has traído.
Dio unas palmaditas a una bolsa de tela que llevaba, y un sonido de tintineo me convenció de que decía la verdad.
—De hecho, tú eres el que más los va a disfrutar —sentenció.
Allí, con la cabeza hundida en la almohada, una de las últimas noches de nuestra estancia extendida en el pueblo, tuve una visión global de lo que había sucedido. Empecé enfadándome con Alba, dispuesto a poner en riesgo nuestra relación por ello. Al fin y al cabo, la dejé sola en vacaciones. Y, sin embargo, acabé así, con el ano untado de vaselina y mi novia metiéndome por él un consolador vibrador, que yo mismo le había comprado. ¿Balance de la situación? Habíamos arreglado las cosas.
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