13. Cumplir los trece años
Y Johnino cumplió los trece años.
El chico, que no era nada tonto, sabía que su padre le preparaba algo grande para la ocasión. De hecho, éste le había dado pistas. Le decía cosas como "¿estás listo para cumplir trece años?", "prepárate para triunfar", o "te vas a iniciar en los ritos adultos, hijo". Por supuesto, pese a ser listo como decíamos, Johnino no intuía ni de lejos la sorpresa que le aguardaba, la cual superaría sus expectativas. En el fondo, no quería tirarle mucho de la lengua a su padre; le encantaba que aquello continuara siendo un misterio.
La madre no sabía nada. El padre, de nombre Steveno, le había ocultado todo sobre sus planes, y Johnino también lo había hecho por indicación vehemente de éste. La pobre mujer permaneció en la ignorancia, y teniendo en cuenta la naturaleza del regalo, la ignorancia le otorgó mucha felicidad en este caso.
En fin, el día señalado llegó, y Johnino, con los nervios a flor de piel, le preguntó a su padre dónde estaba su regalo.
—Te lo tengo que dar por la noche, hijo.
—¡Ala! ¿Por la noche?
—Valdrá la pena la espera, te lo aseguro. Aprovecha el día para celebrar un cumpleaños corriente con tus amiguitos, tu madre y tu hermana, y por la noche hablaremos. Yo ahora me tengo que ir a trabajar. Y acuérdate de no decir nada, es nuestro secreto.
—Pero falta mucho para la noche.
Sin embargo, Johnino resistió estoicamente. El día transcurrió en lo que fue una jornada típica de cumpleaños de niño, con sus globos, su tarta y sus regalos normales de niño, que no merece la pena ni enumerar dado que quedaban ensombrecidos en su mente por el que le aguardaba, pese a ignorar de qué se trataba.
—Y el sieso de tu padre no te ha regalado nada, qué poca vergüenza —dijo la madre.
El niño sonrió, pues sabía que no era así.
—Querida, me llevo al chaval a dar una vuelta por el cañaveral.
—¿Ahora, de noche?
—Sí, querida, no te preocupes que está conmigo. Sólo quiero pasar un tiempecito con él en el día de su cumpleaños. Padre e hijo, ya sabes. No he podido estar en su fiesta. Se lo debo.
—Sí, me lo debe —contribuyó Johnino.
Los faros del coche iluminaron la puerta de entrada al establecimiento cuando Steveno frenó ante él.
—Aquí aparcamos, por todo lo alto. Como los señores del lugar.
—¿Qué sitio es éste, papá?
—Ahora lo verás.
Nada más bajarse del coche un guardia de seguridad les recibió.
—Sígame, compadre. Por la puerta de atrás.
—Vaya, aparco como un señor y ahora tengo que entrar como un lacayo.
—Sí, como le dijo Oswaldo hemos de ser cuidadosos. Se dirigirán ustedes a una sala privada, separada del resto de estancias. No se dejen ver.
—Sí, lo sé.
—Les encantará, el jefe Oswaldo lo preparó todo con primor. —Y, dirigiéndose al menor, le dijo—: Felicidades, grandullón.
La sala era pequeña y de tenue iluminación. Johnino no distinguió nada al entrar hasta que sus ojos se habituaron unos instantes después. La música sí le llegó a los oídos. Por supuesto, él no entendía demasiado sobre géneros musicales, pero le revelaremos al lector que se trataba de unos ritmos lentos y sensuales de rhythm and blues, muy apropiados para la actividad que se desarrollaba entre esas cuatro paredes. El tal Oswaldo no tardó en aparecer en cuanto el seguridad fue en su busca.
—Bueno, poco tenemos que hablar en persona, amigo, ya lo apalabramos todo por teléfono. Las chicas vendrán enseguida. Pónganse cómodos, y a disfrutar. Disponen de dos horas.
—Eres un fenómeno, Oswaldo.
—Y su hijo un campeón. Hoy se convertirá en un hombrecito.
—Estoy seguro de ello, yo me encargo.
—Usted... y mis chicas.
Ambos hombres rieron y se dieron palmadas, pero Oswaldo se apresuró a marcharse para hacer venir a las mujeres.
—Siéntate aquí, hijo —le dijo Steveno a Johnino, señalándole una silla roja que había en el centro de la sala.
—¿Por qué vienen unas chicas, papá? ¿Quiénes son?
—Son prostitutas, campeón. ¡Putas!
Johnino tenía una idea bastante clara de lo que era una puta. La palabra había salido con frecuencia de la boca de su padre, y ya la primera vez la buscó en su smartphone. Así que le sorprendió mucho que le regalara una puta, no se lo esperaba para nada.
—¿Cuántas putas son?
—Dos, hijo, y vas que chutas.
—Gracias por las putas, papá.
—De nada, hijo, feliz cumpleaños.
Las dos chicas entraron inadvertidamente en la sala.
—¿Cómo os llamáis, preciosas? —dijo Steveno.
—Yo soy Ágata.
—Yo Alicia, y voy a llevarte al país de las maravillas —dijo Alicia dirigiéndose al niño.
—Ágata es nombre de vieja —dijo Johnino, ignorando el comentario de Alicia y haciendo reír a su padre.
—Hijo, estás nervioso y dices tonterías. ¿Has oído lo que te ha dicho Alicia? —Pero el niño se hallaba bloqueado. No sabía cómo actuar ni qué decir. Su padre lo notó y añadió—: Tú no digas nada, sólo relájate y disfruta. Y toca, toca todo lo que quieras. ¿A que sí, preciosas?
—Claro, le traemos el cielo y tiene que probarlo —dijo Ágata.
—Feliz cumpleaños, cariñito —añadió Alicia.
Ágata, de tez y ojos claros, contrastaba con los rasgos mulatos de Alicia. Las dos tendrían alrededor de veinticinco años.
—Pregunté si tenían chicas más de tu edad —le dijo Steveno a su hijo al oído—, pero me dijeron que ya estaban arriesgando demasiado. No te importa que sean tan mayores, ¿verdad, hijo?
—No. —El rostro de Johnino se refugiaba en el hieratismo. Sus ojos, abiertos como platos, observaban las curvas de Ágata y Alicia. Éstas comenzaron a bailar sensualmente frente al niño, y el padre se echó a un lado. Llevaban tan poca ropa que era más lo que mostraban que lo que ocultaban. Al principio mantuvieron las distancias con el niño, pero no tardaron en comenzar a tocarlo. Alicia le acarició el imberbe mentón y Ágata rascó su cabeza con sus uñas pintadas de rojo. Johnino se ruborizó.
—¡Relájate, hijo, y disfruta!
Alicia paseó sus voluminosas formas por delante de la inocente mirada de Johnino. Hizo un amago de desabrocharse el sostén, pero no lo hizo.
—Dejaré que Johnino lo haga él mismo más adelante, para que aprenda —murmuró.
Sin dejar de bailar, se sentó sobre las temblorosas piernas del niño y le agarró las manos.
—Toca un poco, guapo, que la vida son dos días.
—Bueno, a él le queda mucho más que dos días —intervino Steveno, sonriente.
—Ya, pero como se dice por ahí: lo que vayan a comerse los gusanos que lo disfruten los humanos.
—A ti también te falta mucho para que se te coman los gusanos, guapa —contestó Steveno—. Aunque yo te comía sin pensarlo.
Ágata se colocó detrás de Johnino y restregó sus pechos contra su espalda, mientras le levantaba los brazos para animarle a que tocara a su compañera. Tuvo que hacer fuerza, pues la rigidez atenazaba al muchacho. Finalmente, sus manos se posaron sobre la cintura desnuda de Alicia, la cual se movía arriba, abajo y hacia los lados al son de la música, y las manos del menor hacían lo propio en su acompañamiento.
—Pero hijo, no estás haciendo un saque de banda, toquetéala, que se deja —dijo Steveno. Johnino comenzó a mover sus manos por el cuerpo de Alicia—. Quítale el sujetador y tócale las tetas, que también se deja.
—¿Sí? —preguntó el niño, sorprendido.
—Claro que sí, son putas.
Bueno, para qué narrar al lector los detalles de la sesión si se los puede imaginar si lo desea. Sólo resta decir que las dos chicas terminaron desnudas y se dejaron tocar, pero no hubo nada más allá. Tampoco es que lo pudiera haber con un niño de trece años, que como aquél que dice se acababa de enterar de lo que le colgaba entre las piernas. Al principio se encontraba aturdido, pero poco a poco se fue relajando y disfrutando del espectáculo. Su padre, con sus constantes comentarios, contribuyó en gran medida a ello. Por cierto que éste tampoco perdió la oportunidad para manosear un poco a las mujeres.
Al aparcar el coche en el garaje de su casa, ya de vuelta, Steveno le dijo a su hijo:
—Bueno, ya eres todo un hombre. A ver si recuerdas toda tu vida mi regalo, y cuando yo sea viejo me regalas tú unas putas a mí. Y a tu madre ni una palabra de esto, no lo entendería. Ni a ella, ni a tu hermana, ni a nadie. Es un ritual de hombres.
—Claro, papá, no les diré nada.
—Pero al final no me has dicho, ¿te ha gustado o no te ha gustado mi regalo? Pocos padres hacen esto por sus hijos, que lo sepas. Me ha costado trabajo convencer a Oswaldo para que dejara pasar a un menor. Menos mal que lo conozco de hace tiempo y somos amigos.
—Sí, me ha encantado, muchas gracias. Cuando trabaje y gane dinero me iré de putas todos los días.
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