11. Participar en el proceso de selección

El rascacielos de la multinacional y todopoderosa Nuctasa, formado de metal y cristal ahumado, se erguía ante sus ojos. Un gigante del siglo veintiuno.

En esa mole era donde debía entrar, trigésimo novena planta, sala número treinta y dos del ala este. Estas indicaciones le habían ocupado el dorso de la mano. Había recibido una llamada telefónica hacía poco más de una hora, y una voz femenina, carente de emoción mas con un tono urgente que no permitía licencias tan sofisticadas como buscar un trozo de papel para anotar los datos, le había conminado a que se apresurara a acudir a la cita. A Ran no le había dado tiempo más que a mojarse la cabeza y hacerse un nudo de corbata con el resultado, del que no era consciente, de dar la imagen de un ejecutivo venido de una fiesta de empresa terminada en afterhours. Pero los despistes formaban parte de su vida más genuina.

El citado edificio se encontraba a las afueras de la metrópolis, donde la zona nueva había conquistado hectáreas de terreno, formando un centro financiero de impactante aspecto. Su destartalado automóvil se había querellado contra su propietario en numerosas ocasiones durante el trayecto, haciéndole temer que lo abandonara justo cuando más lo necesitaba. Esa entrevista de trabajo podía por fin extender sus generosos brazos para sacarle de ese pozo oscuro de mileurismo donde se ahogaba, falto de oxígeno, falto de esperanza.

Una sala en la trigésimo novena planta con tantos reflejos que nada que ocurriera allí podía pasar desapercibido para la recepcionista, siempre y cuando no estuviera siendo abducida por su enorme pantalla de ordenador. Ésa fue la impresión de Ran cuando la vio. Sólo levantó los ojos cuando no podía ignorar por más tiempo al visitante, y con una rudeza más allá de todo límite imaginable dio las indicaciones oportunas al abrumado Ran. El ascensor continuó transportándolo, antes que a su destino, a un mundo futurista de acero y cristal.

Tras dar varias vueltas por diversos departamentos y secciones donde le comenzaron a mirar con ojos curiosos, encontró la sala de pruebas en cuestión, escogió un ordenador de entre los muchos que había y se sentó. Otras personas frente a otros ordenadores se dedicaban, suponía, a lo mismo que él. Muy bien, entendía que el proceso de selección comenzara con algunas pruebas. Quizá tests psicotécnicos, o de personalidad. Miró a los otros asistentes con indecisión, y una mujer de mediana edad le devolvió esa insegura, mas manchada de amenaza, mirada. No quiso hablar con ella, ni con nadie. Al fin y al cabo, eran sus competidores. Sabía que en el mundo de las finanzas había que comportarse como un tiburón. No tendría piedad alguna. Además, nadie le había ayudado desde que entró en el metálico edificio. Si quería el puesto de trabajo debía empezar a adoptar la perspectiva mental adecuada.

La pantalla mostraba un mensaje claro: PULSE CUALQUIER TECLA PARA COMENZAR. Pulsó cualquier tecla; de hecho, aporreó el teclado, tratando de infundirse de esa agresividad de los tiburones de las finanzas, y el cuestionario comenzó. Le resultó largo y tedioso. Esa energía otorgada por la agresividad inicial fue diluyéndose en un estanque de aburrimiento. Varias personas trajeadas pasaron por donde él se encontraba, y alguna incluso pareció quedarse observando su pantalla.

-¿Qué miras?

-Nada, continúa.

Ni siquiera sabía si ese hombre formaba parte de la empresa o era otro participante. Tras una hora y media, Ran finalmente terminó el maldito cuestionario. Había respondido de todo: preguntas de personalidad, de inteligencia, de tendencia política, de gustos y preferencias, de actitudes, de productos que soliera comprar, de destinos de vacaciones preferidos, de hábitos de consumo, de hábitos de ahorro, ¡incluso le hicieron escoger su prenda de ropa interior favorita de entre varias opciones! Sabía que cada vez se hacían pruebas más extrañas en selección de personal, pero no comprendía cómo un candidato se podía escoger en base a si prefería los calzoncillos a rayas o planos.

Cuando terminó no supo qué hacer, se sentía aturdido; nadie le había dado instrucciones al respecto y tampoco había nadie a quien preguntar. Los que pululaban a sus espaldas se habían marchado. Cotilleó la pantalla de la mujer, y ella se giró, agresiva, y le dijo:

-¿Qué miras?

-Nada, continúa.

Volvió a la recepción de la planta treinta y nueve, buscó a la muchacha tras la pantalla de su ordenador. Y otra vez tardó su tiempo en dignarse a atenderlo.

-Disculpa. Ya he terminado la batería de cuestionarios. ¿Ahora qué?

-Se puede marchar.

-¿Ya? ¿No continúo en el proceso de selección?

-¿Qué proceso de selección?

-El proceso de selección para trabajar en Nuctasa.

-Usted ha participado en una investigación de mercado. Por supuesto, como premio entra en un sorteo de un lote de accesorios para el hogar. Si resulta ganador, se le incluirá en una bolsa de trabajo. Es lo que le dije por teléfono. Le llamaremos.

-¿Cómo? No es lo que se me dijo por teléfono.

-Usted entendió lo que quiso entender. Mire, tengo mucho trabajo. No puedo permitirme estar explicándoselo todo a cada participante. Que tenga un buen día.

-Usted no, que usted no tenga un buen día. Amargada...

La chica escuchó el comentario y respondió con una mueca.

Así que eso era todo. Había tenido el privilegio de participar en una investigación de mercado y entrar en un sorteo de un lote de accesorios para el hogar. Al dar cuatro pasos, ya fuera del edificio, su enfado alcanzó su punto álgido. Dio media vuelta y, tras coger carrerilla, asestó una potente patada a las puertas automáticas, resquebrajando el cristal. Por supuesto, fue captado por las cámaras de seguridad y tras dos semanas le llegó la certificación de la multa.

Ochocientos euros.

El precio por participar en la investigación de mercado de Nuctasa y entrar en un sorteo de un lote de accesorios para el hogar.

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