3. Comprar un libro en el ascensor
-¿Vas a entrar? -le digo, sosteniéndole la puerta.
-Sí, sí.
Llamo al ascensor y me entretengo mirándolo de reojo. Un vendedor de libros. En fin, cada uno se gana las lentejas como puede. Lleva varios mamotretos en la mano, deben de pesarle un quintal si los pasea de aquí para allá todo el día.
Le abro paso para que entre al ascensor y le digo:
-¿A qué piso vas? -mira un papel y dice:
-Al quinto.
Una vez dentro, él se pone a mirar el techo y yo el suelo.
Un ruido sordo. Una sacudida. El ascensor ha dejado de moverse.
-¿Qué pasa? -digo, nerviosa. No me gustan estas cosas.
-Parece que el ascensor se ha parado.
-Ya lo sé.
-Ah, como pregunta usted...
Pulso literalmente todos los botones del ascensor, al principio uno a uno y después varios a la vez con la palma abierta.
-Llame al timbre -me dice-. Ahí pone que, para hablar con el servicio técnico, tenemos que mantener el botón de timbre pulsado seis segundos.
No lo había visto, con la ansiedad que me ha dado. Estampo mi dedo contra el botón y lo mantengo. Al fin la sirena deja de sonar y se escucha la voz de un hombre.
-Diga.
-¡Nos hemos quedado encerrados en el ascensor!
-Qué pereza. Voy para allá.
-¿Cuánto tardarán?
Pero ya no contesta nadie. Vuelvo a pulsar el botón y suena de nuevo la sirena.
-Ya vienen, señora, no hace falta que pulse más.
-Pulso lo que me da la gana.
Intento tranquilizarme. Me incomodan mucho los ascensores que se paran, es algo que tengo que superar. El vendedor me mira con curiosidad.
-¿Qué pasa, nunca has visto a una persona con miedo a los ascensores parados? -le espeto.
-Sí, he visto unas cuantas. Disculpe si la incomodo.
Apoyo mi espalda contra la pared del ascensor. El hombre se rasca un brazo y cambia de pie su peso; se comporta igual que mi marido cuando le ronda algo por la cabeza. De repente, coge aire y empieza:
-Señora, ¿le gustan los cuentos? Llevo conmigo "El viaje sin retorno", un libro de un escritor novel pero prometedor. Verá, contiene un total de veintinueve historias condensadas tan sólo en cien páginas, de temáticas variadas y finales sorprendentes...
-Perdona -le digo-. No me interesa.
-Sí, mujer, si es fácil de leer. Puede terminar uno cada noche, en la cama antes de dormir.
-¿Me vas a decir tú lo que he de hacer en la cama antes de dormir?
-No, señora, era sólo una sugerencia. Como le decía, el libro trata tanto de amor, como de crimen, pasando por fantasías infantiles y problemáticas adolescentes. Hay dos personajes, Pablo y Paula, que protagonizan varios de los relatos, que en realidad son dos mitades de una sola persona, dos mitades que, en su soledad, se sienten ansiosas de hallar la parte perdida de ellos mismos que únicamente se encuentra en el otro.
-¿Tardará mucho el técnico en venir, piensas?
-Por lo que he visto otras veces, unos quince minutos si no cogen ningún atasco.
-¡¿Tanto?! -grito horrorizada.
-Por eso le estoy tratando de amenizar el mal trago. Le hago pensar en otra cosa para que no se agobie.
-No, me estás intentando vender un libro.
-Bueno, si acaba usted comprándomelo se lo agradecería, pero mi motivo principal no es ése.
-¿El motivo principal en un vendedor de libros no es vender un libro?
-La verdad es que sí lo es, tiene usted razón. Le hablaría de recetas de cocina, pero por desgracia no llevo conmigo ningún libro de recetas.
No está haciendo más que empeorar las cosas. Trato de mostrárselo exagerando mi cara de mal humor. Sin embargo, no se da por aludido y prosigue.
-Por ejemplo, en uno de los relatos, las psicofonías, los fantasmas y los celos se mezclan en completa anarquía. Todo comienza con una excursión de una parejita curiosa y mal avenida a un pueblo abandonado. Realizan grabaciones de audio que, al ser analizadas, les hacen descubrir una revelación que supondrá la ruptura definitiva de la relación amorosa. Para leer con la puerta atrancada, sin duda.
-Si ya me lo estás contando, ¿cómo esperas que te lo compre?
-Ah, entonces está usted considerando comprarlo.
-No. Lo que estoy diciendo es que no eres muy hábil como vendedor. Me estás contando todo el argumento. Es como cuando mi hijo me chafa lo que ocurre al final de cada episodio de la serie que estoy viendo.
-Sólo trato de estimular su curiosidad citando el argumento de un relato en concreto. El libro contiene muchos más. Y no le he revelado lo que dice la grabación de audio.
-A ver, te lo digo claramente entonces. No me interesa el viaje sin vuelta atrás, o como se llame.
-Bueno, para ser honestos, el libro deja bastante que desear, y se queda corto en muchos aspectos. Resulta ameno, pero cuando comienza uno a sumergirse dentro de una historia, es cuando se termina. Por lo que he oído, es algo que el autor se ha propuesto subsanar en su siguiente libro. Pero cambiemos de género. Quizá le agrade la ciencia ficción. Resulta que llevo conmigo "Los propios dioses", de Isaac Asimov. Es el primer libro del género mostrando sexo entre especies extraterrestres.
-No me interesa la ciencia ficción.
-Pero le interesará el sexo entre extraterrestres, ¿quién le dice que no a eso?
-Yo. Apenas digo que sí al sexo entre humanos.
-Es usted divertida, señora. Este libro marcó un hito, y Asimov lo consideraba su mejor obra. Le criticaron que, aunque escribía muchos libros de ciencia ficción, nunca aparecían extraterrestres. También le criticaban que no hubiera sexo en sus obras. Así que dijo, pues tomen ustedes una ración de sexo alienígena.
-No me interesa. Si es que en realidad no leo mucho... Voy a llamar otra vez.
Aplasto el botón de la sirena, manteniéndolo seis segundos.
-Señora, si ya están de camino... -me dice el vendedor. Lo ignoro. Prefiero hablar con el técnico, al menos no me dará el coñazo.
-Diga -es la misma voz que antes. No me lo puedo creer.
-Oye, ¿cuándo nos vais a sacar de aquí? ¡Soy claustrofóbica!
-Ya le hemos dicho que vamos para allá, señora, no moleste.
-Me has dicho hace un rato que veníais para acá.
-Sí, pero es que me estaba acabando el bocadillo. Ahora sí que salgo. Usted no se preocupe, no le va a pasar nada. No respire mucho, no sea que se le acabe el aire.
-¿¿Se me puede acabar el aire??
-No, señora, es broma. Usted no se mueva, que en un abrir y cerrar de ojos estoy ahí.
-¿Quieres dejar de hablar y mover el culo? ¡Por Dios!
El vendedor vuelve a mirarme, divertido. Parece que todos están disfrutando de la situación aquí menos yo. Vuelvo a aporrear todos los botones. Nada. ¿Por qué leches se ha parado el ascensor? No es tan viejo. Diablos.
-Entonces descartemos la ciencia ficción. Para ser honestos, a mí "Los propios dioses" no me parece ni de lejos la obra cumbre de Asimov. Si le quitamos la parte que se supone es la mejor, la de sexo alien, la trama principal del libro permanece igual... Una obra desconocida de él, "Las corrientes del espacio", por poner un ejemplo, me parece superior. Pero no se preocupe, tengo más libros.
-Hasta cuatro, ya lo veo.
-En efecto. Seguro que no me rechazará el clásico sobre los clásicos. Está usted de suerte, pues tengo aquí conmigo las andanzas de nuestro caballero más famoso: "El Quijote".
-Por favor, para de intentar venderme libros. No te voy a comprar ninguno.
-Estoy en horario de trabajo, señora. Tengo que cumplir con mis obligaciones.
-El técnico de los ascensores también, y no cumple con las suyas. No pasa nada si tú tampoco.
-Cada uno tiene una ética profesional. Yo trato de hacer bien mi trabajo. Como le comentaba, el Quijote es la obra maestra de las letras castellanas, y se ha traducido a todas las lenguas del mundo. No hay rincón del planeta donde no se lea.
-Ese libro no se lee ni en España. Y ten por seguro que no te lo voy a comprar. No consiguió mi maestro de pequeña que lo leyera, no lo vas a conseguir tú.
-Oh, pero esta edición está comentada e ilustrada. Le aseguro que disfrutará con las aventuras de esta divertida pareja que tiene una visión tan contrapuesta del mundo.
-¿Tú te lo has leído?
-Sí, claro, por supuesto. Pero no hace falta haberse leído el Quijote para saber lo bueno que es. Todo el mundo lo sabe, es acervo popular.
Por primera vez desde que nos conocemos, veo al vendedor sonreír.
-No te lo has leído, ¿verdad?
-Sí lo he leído. Una parte.
-¿Sólo una parte? ¿Y por qué no entero?
-Bueno, entre usted y yo porque estamos en la situación en la que estamos, le diré que su lectura es insufrible.
-¿Por qué criticas todos los libros que vendes?
-Sólo con usted y porque me sincero cuando me muestra que no quiere comprar el ejemplar. Y porque estamos encerrados en el ascensor.
-¿Estar encerrado en el ascensor te hace ser más sincero?
-Parece ser que sí, señora.
-Entonces, ¿qué opinas de ese último libro que tienes ahí? ¿Cuál es?
-Éste sí que es bueno de verdad. Es "Justine o los infortunios de la virtud", del Marqués de Sade. Pero supongo que ya no me creerá lo que le digo.
-A ver, ¿de qué trata? No te lo voy a comprar, pero ya que me has hablado de todos, no te dejes el último.
-Habla de las desventuras de una mujer que pasa por manos de diferentes personas tras haber decidido recorrer la senda de la virtud, y cada uno de ellos la tortura y la viola. Contiene un alto contenido sexual, pero está escrito en un registro sublime y llega casi a convencer al lector de las bondades del sadismo.
-¿Sadismo? Ya empezamos a hablar el mismo idioma. Ahora mismo sólo tengo ganas de causar dolor. De eso va el sadismo, ¿no?
-Correcto, se trata de buscar el placer en el dolor causado a otras personas.
-Pues el técnico y tú estáis haciendo sadismo conmigo. Disfrutáis torturándome.
-Pareciera que el técnico y yo estamos aliados, cuando ni siquiera tengo el placer de conocer al tal señor.
-No creo que sea un placer.
-Entonces, ¿está usted interesada en "Justine o los infortunios de la virtud"?
-No.
Ya me he cansado de pelear y dar explicaciones. El hombre desvía la mirada y de repente parece triste.
-Señora -me dice-, ya que nos hemos visto forzados a compartir un espacio durante unos minutos y nos hemos hecho amigos, ¿le puedo pedir en confianza que me compre algún libro si es tan amable? No llevo un buen mes de ventas. Es mi último intento, no le insistiré más y discúlpeme si la he molestado.
Parece que no lo hace para manipularme, que de verdad no vende nada. Me da lástima. Pero no me interesa ninguno de los libros que lleva. De repente se me ocurre algo.
-¿Tienes "Ambiciones y reflexiones" de Belén Esteban?
-Deje que lo compruebe... -consulta su móvil-. En efecto, lo tengo en stock.
-Venga, pues te lo compro.
-Perfecto. Será un ejemplar de "Ambiciones y reflexiones" para la señora. No se arrepentirá de su compra. Sólo hemos de rellenar este formulario para que la podamos añadir a la lista de clientes y que pueda usted recibir nuestras ofertas regularmente.
-Espera. ¿Recibir vuestras ofertas regularmente significa que vas a venir tú regularmente a darme la monserga?
-Bueno, traducido a palabras más coloquiales se podría decir que significa eso, sí.
-Pero cada dos o tres meses, ¿no?
-Para nada, vendré semanalmente. Y mañana mismo me tiene usted aquí de nuevo para hacerle entrega de su primera adquisición.
-No hace falta que te des tanta prisa.
-Sí hace falta. Me enorgullezco de mimar a mis clientes, es mi marca personal. Por otro lado, no soy tan cruel como para dejarle tanto tiempo a usted sin la interesantísima lectura de "Ambiciones y reflexiones", de la ilustre Belén Esteban.
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