Capítulo 30- Epílogo
Vio por última vez la librería en la que trabajaba, la que su padre había luchado tanto por conseguir. Vio el mural. Y la Luna y el Sol ya no se besaban.
Ahora estaba sentada en la silla de cuero de una tienda de tatuajes, muy segura de la decisión que había tomado.
-No puedo creer que finalmente tenga una razón para tatuarme –susurró Alba.
-Han sido dos años duros –le dijo el joven tatuador, amigo de Lauren-. Creo que será una muy buena forma de comenzar una nueva etapa.
-Una nueva etapa –suspiró.
Después de todo el dolor que había vivido, aquello no se escuchaba tan mal.
***
Alba Paúl salió de la tienda de tatuajes y subió al auto que ahora le pertenecía. Condujo lentamente hasta un lugar al que no habría esperado volver a entrar y llamó al elevador. En menos tiempo del que pensaba, se encontraba frente a la puerta del departamento. Miró las puertas idénticas a su lado y se preguntó si tras ellas se había vivido historias como la suya con Jude Foster. Se preguntó si en alguna de ellas había un final feliz, o si apenas comenzaba el infierno.
Suspiró antes de entrar, pues aquel no era un lugar en el que realmente amara estar. No luego de todo lo sucedido. Abrió la puerta y entró dando pasos lentos que resonaron en toda la habitación. Al encender la luz encontró polvo flotando en el aire, cajas, muebles viejos y el lugar vacío.
Realmente odiaba estar allí. Sintió un alivio al recordar que aquel departamento se vendería. Algunos malos momentos debían quedarse allí para siempre.
Encontró entonces una caja, la única que le interesaba llevar, y la abrió para encontrar así la colección de los libros de un bisexual del siglo XIX. No pudo evitar tomar uno y sentarse en la terraza.
Pensó en la noche en la que Jude se había sentado allí con el deseo de morir y el corazón se le encogió en el pecho. En sus ojos se formaron lágrimas que intentó retener. Jamás podría describir el dolor que sintió esa noche.
Comenzó a leer el libro de Oscar en voz alta. Tal vez el viento podría llevarle sus palabras a alguien, que si presta atención, podrá escuchar el cuento favorito de Jude Foster.
-"En lo más alto de la ciudad, sobre una pequeña columna, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz. Revestida de madreselva de oro fino, tenía, a guisa de ojos, dos centellantes zafiros, y un gran rubí rojo brillaba en el puño de su espada. Nadie a su paso podía sustraerse de mirarla".
No supo exactamente cuánto tiempo estuvo leyéndole al viento, pero cuando escuchó su celular sonar y vio el crepúsculo supo que había sido más de lo que debía.
-Hola... Sí, lo sé, lo siento –murmuró al contestar en un tono claramente arrepentido-. ¿Ya terminó tu turno en la secundaria? Sí, sé que es tarde. Lo lamento... ¡Es culpa de Wilde!... Sí, ya busqué lo que necesitaba. Realmente estoy agradecida de que Matt decidiera venderlo... Está bien, conduce con cuidado. Llevaré la cena. Te amo.
Sin pensarlo demasiado, arrancó las páginas del cuento y las dobló en cuatro. Con una cerilla que había quedado abandonada en la cocina junto a su caja, incendió el papel junto al olivo que ahora había dejado de ser el árbol débil y pequeño que era aquella noche tan triste, y sopló las cenizas dejando que se esparcieran por la tierra dentro de la maceta.
Y salió del viejo departamento de la rubia. Tras aquella puerta, Alba Paúl dejaba todo el dolor que había vivido dos años atrás.
Entró al restaurante que ya claramente conocía, y pidió a Noah, el trabajador de turno y con el que tenía bastante confianza debido a su recurrencia allí, una pizza para llevar. No se sentó en una mesa. No la necesitaba.
-Pensé que vendrías más temprano –murmuró Noah con una sonrisa divertida mientras le entregaba a Alba su comida.
-Yo también, pero fui al viejo departamento de Jude y... -su voz se volvió baja-, supongo que me distraje.
-¿Por fin has terminado de desocuparlo?
Ella asintió con una sonrisa.
-Sí... El señor Foster llevará a algunos posibles compradores mañana, lo cual significa que nos olvidaremos de ese lugar pronto.
Noah sonrió amablemente.
-¿Alba? –la llamó desde lejos, cuando ella estaba por cruzar la puerta de salida.
-¿Sí?
-Bienvenida a tu nueva vida –le dijo con una sonrisa-. Y bonito tatuaje.
***
Su nueva casa era pequeña, pero la encontraba acogedora. Además, la completa falta de terrazas de aquel lugar le permitía suspirar cada vez que entraba.
En su casa había orden, pero no en exceso. Las paredes eran blancas, pero los cuadros en ellas les daban vida. Los sillones eran negros y amplios.
-¡Amor! ¡Ya llegué! –gritó dejando la caja con libros y la cena en el sofá.
El sonido de unos pasos atravesando el pasillo la hizo darse vuelta rápidamente, y sonrió al ver el rostro de Jude Foster justo frente a ella. Salía de la habitación favorita de ambas: la de la gran biblioteca. Jude había cumplido la promesa de su padre de construirle una biblioteca y después de tanto esfuerzo lo logró.
-Sabía que habías llegado –dijo con una enorme sonrisa antes de caminar hasta ella y depositar un tierno beso en sus labios-. No eres muy sutil cerrando puertas.
-¿Qué escribías? –preguntó al notar el cuaderno que tenía entre manos.
-Sobre tu culo –soltó sin vergüenza alguna-. Me emocioné un poco, lo admito.
Alba se alejó golpeando su brazo con delicadeza mientras reía. Amaba a aquella escritora sin pudor.
-Traje la última caja y la cena.
-Preparé la mesa para nosotras. Soy una novia maravillosa, ¿no lo crees? –la librera suspiró. Claro que lo era, incluso cuando se comportaba como una ególatra-. Soy profesora de Letras, escritora, poeta e increíblemente atractiva.
-¿No te hace falta un poco de humildad?
-No lo creo –rio.
Se sentaron a comer en la mesa que la rubia había preparado, y que incluso tenía flores artificiales en un florero.
-Estuve trabajando en la secundaria todo el día, me muero de hambre.
Un día Jude se aburrió de la rutina de no hacer nada y decidió terminar su carrera universitaria. Ahora era profesora en varias secundarias, y Alba rezaba todos los días para no recibir una llamada que diga que su novia está presa por hablar de sexo con demasiados detalles con su alumnado.
-¿Te hiciste un tatuaje? –preguntó de repente. Al parecer no lo había notado antes.
Delicadamente sujetó el antebrazo de Alba y observó detenidamente el dibujo. Había admiración en sus ojos, los cuales se humedecieron al notar la forma de los trazos.
-Es un olivo, All.
-Me haré una rama por cada persona que marque mi vida –aclaró.
Jude sonrió y la miró con ternura, tal como si el cielo, las estrellas, la luna y cada cosa hermosa en el universo viviera dentro de sus ojos.
-En los costados del árbol hay...
-Un sol y una luna –sonrió-. Sé lo que me tatué, Foster.
El Sol y la Luna en el mural de su librería ya no se besaban. Ahora eran uno.
Jude simplemente la abrazó y la besó mientras intentaba transmitirle un montón de sentimientos que no podía expresar con palabras.
***
Momentos más tarde, luego de cenar, sobre su nueva cama Alba Paúl abrazó el cuerpo de la rubia t comenzó a recordar lo sucedido dos años atrás.
Recordó haber cerrado los ojos y pensar que todo había terminado, y después aquellos brazos temblorosos envueltos en su cintura suplicando ayuda. Recordó la larga charla que tuvieron esa noche, las miles de lágrimas e insultos contenidos que Jude había gritado al mundo mientras Alba la sostenía entre sus brazos.
Ese día Alba no llegó tarde al trabajo, porque ese día, no fue. Ese día buscaron ayuda. Ese día Jude decidió salvarse.
Recordó las miles de visitas al terapeuta. Los antidepresivos que su novia había tenido que tomar. Recordó haber visto las heridas de sus muñecas desaparecer y reaparecer con los días, hasta que simplemente se volvieron cicatrices. Recordó sus subidas y sus bajadas. Sus lágrimas y sus sonrisas. Y recordó haber estado allí para aplaudirla y consolarla. Ella estuvo allí para todo. Aún lo estaba.
-¿Por qué no saltaste, Jude? –se le escapó.
Quiso taparse la boca de inmediato, pero ya no había nada que hacer.
-¿Quieres que lo haga? –rio la profesora.
-Ni en broma vuelvas a decir eso.
Jude negó con la cabeza y besó su frente.
-No salté porque no quería ser otra rama más en aquella pintura del olivo –explicó. La morocha sabía que se refería al árbol que le había hecho pintar en honor a su tío, su abuela y a Irina-. No quería destruir a nadie.
Alba suspiró.
-Además, también lo hice por mí. Solo pensé que merecía morir feliz y no sobre la sucia calle. Y decidí recuperar quien había sido.
-Una vez leí: "si lo deseas con la suficiente fuerza, puedes renacer de tus propias cenizas".
Jude besó sus labios.
-Tú recogiste mis cenizas, All, y las juntaste para que pudiera renacer –susurró suavemente-. Gracias.
-Ha sido un placer, Blondie. Y siempre lo será.
Y, mientras Jude jugaba con sus dedos, supo con certeza que haría lo mismo por ella una y otra vez si era necesario.
-¿Necesitas hablar de algo? –preguntó después de unos minutos.
Siempre se lo preguntaba. Quería conocer sus sueños y tristezas. Quería reparar sus días malos y celebrar sus días buenos. Quería estar allí para ella.
-Pues...
Y así siguieron los días de la librera y la profesora. Días buenos, días malos, días por venir... pero días en fin.
Así es como, a comienzos del año siguiente, una rama más apareció en el brazo de Alba.
No sé si el Sol y la Luna vivieron felices por siempre o su historia terminó años después, pues el misterio del amor es mayor que el misterio de la muerte; pero les puedo asegurar que la Luna amó al Sol y el Sol a la Luna solo como ellos saben hacerlo.
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