Capítulo 28

Jude y ella caminaron silenciosamente hasta el auto de la rubia. Esta no le abrió la puerta, pero aun así Alba se deslizó dentro sin reclamar nada. No podía pedirle nada, después de todo. Cuando las personas están destrozadas olvidan abrir las puertas.

Fue un viaje silencioso el que las llevó al restaurante de siempre.

No se sentaron en la mesa del centro en la que todo el mundo podía notar su presencia, sino que ocuparon una del fondo, de esas en donde eres completamente invisible casi hasta para los meseros.

-Lo lamento. No tolero que me miren –soltó débilmente.

Y a Alba se le destrozó el ya roto corazón, pues la Jude sin pudor que conocía jamás habría dicho algo como eso.

Pidieron la misma comida de siempre. Jude ya no comía lentamente ni tragaba como si la comida hubiese sido hecha por los dioses. Ahora masticaba muy rápido y tragaba de igual manera, y apenas se terminó la mitad de lo que pidió.

-Come un poco más –suplicó, pero la rubia se negó.

La librera simplemente hizo el resto de su propia comida a un lado, pidió la cuenta y se marcharon.

-Debiste comerte eso, estás muy flaca.

-Tú también.

-Yo ya no importo.

Alba quiso gritarle en ese mismo instante que a ella sí le importaba.

Pero no lo hizo.

Jude se había rendido. Ella también.

Se había cansado.

***

Como Alba había accedido a pasar el resto de la noche con ella, Jude la llevó a su departamento. Durante el viaje ambas se permitieron hablar.

-¿Hubo otras? –preguntó mientras el semáforo se ponía en rojo.

-No –Alba esperaba otra reacción, pero la única que obtuvo fue una extraña decepción en los ojos de su ex novia.

-Mereces ser feliz –le dijo tristemente-. Busca a otras. Olvídame.

-¿Por qué pides imposibles?

-Porque me dijeron que sería imposible encontrar al amor de mi vida, pero de repente apareciste tú –contestó-. Nada es imposible, excepto lo imposible.

Alba hizo silencio unos minutos y suspiró.

-¿Hubo otras? –y entendió por qué Jude hubiera deseado un sí.

Un "sí" era sinónimo de que podría continuar, progresar.

Un "sí" era sinónimo de que se estaba dando la oportunidad de volver a ser feliz.

-No –se negó con una sonrisa que no era real-. Intenté, debo admitirlo. Pero sólo podía pensar en ti.

-Supongo que fuimos hechas para recordarnos –reflexionó la librera.

Jude suspiró audiblemente.

-Cuánto desearía que estuvieses equivocada, Alba Paúl.

***

La puerta del departamento era idéntica a las demás, pero lo que escondía tras ella era un completo misterio para cualquiera que se posara frente a ella.

Al entrar Alba pensó que se habían equivocado de lugar, pero luego llegó a la conclusión de que el lugar había cambiado tanto como la vestimenta de Jude, su personalidad y otras cosas más.

Ya no había libros polvorientos por todas partes ni hojas escritas sueltas en el suelo. Todo estaba en un orden que parecía casi aterrador.

Se acercó a una pequeña estantería y revisó los libros que había allí, buscando las historias del autor que Jude más admiraba.

-¿Dónde está Wilde? –preguntó alarmada al no ser capaz de encontrarlo.

-Llevé todos esos libros a la casa de mis padres. No los quiero aquí, ahora leo estos.

-Pero estos son libros con romances clichés... A ti no te gusta eso, Jude.

Jude la miró fijamente, y sus ojos le daban ganas de llorar.

-¿No me gustan? –parecía no recordarlo.

Alba dejó escapar un sollozo y luego simplemente caminó hasta Jude, abrazándola tan fuerte como podía, como tratando de evitar algo.

Eso no podía estar sucediendo.

-¿Por qué me abrazas? –sollozó. Y sonó como si se lo hubiera estado guardando durante mucho tiempo-. No me lo merezco.

La librera la apretó aún más contra ella.

-No importa si lo mereces o no –contestó-. Lo necesitas.

Y se hizo silencio durante un largo rato porque el silencio es el mejor amigo del dolor.

***

Jude le había pedido a Alba hablar en la terraza, así como la primera vez que habían estado juntas allí. La rubia se colocó el abrigo de la librera porque aún dormía con él, pero al contrario de la primera vez, no estaba desnuda.

Y así, en medio de tristes cambios, miraron el cielo sin mirar.

-Supe que mi tío se iría el día que me acompañaste a su revisión médica –le contó con melancolía, y la morocha creyó que bajo la luz de la luna Jude se convertía en el más bello ángel triste del mundo-. Fue algo tan doloroso, tuve que esperar su muerte en lugar de sorprenderme como lo hace todo el mundo.

Alba suspiró y se permitió abrazar la cintura de la rubia, buscando consolarla.

No lo logró.

-No te conté nada porque sabía que no podrías hacer nada. Preferí ser un poco egoísta y marcharme antes de que todo se pusiera peor de lo que viste aquella noche en tu casa.

-Habría podido ayudarte.

-No habrías podido –sentenció-. Nadie podía.

-¿Cómo lo sabes?

Pero Jude no respondió.

***

Esa noche, mientras Jude estaba en el baño antes de dormir, Alba se permitió llorar por ella. No podía creer lo mucho que las cosas habían cambiado en tan poco tiempo. Lloró porque ya no era su Jude. Porque la amaba pero ya la había perdido. Porque no sabía qué hacer.

No notó que la rubia había regresado a la habitación con el pijama puesto y el abrigo de Alba sobre este.

-No llores –suplicó desde la puerta.

La librera se secó las lágrimas e intentó detenerse. Jude ya tenía suficiente con su propia destrucción como para tener que ser testigo de la suya.

Lo primero que notó a través de las lágrimas fue lo muy holgado que el pijama le quedaba, y también la forma en la que parecía aferrarse al abrigo como si se tratara de su vida.

Suspiró. Odiaba verla así.

-Abrázame –suplicó unos momentos después.

Y Jude lo hizo, pero no porque parecía querer hacerlo, sino porque ella se lo había pedido.

-Estaba lastimándome –confesó en medio del abrazo-. Y ya no me duele, Alba.

La chica se alejó del abrazo y la miró horrorizada.

-Necesito sentir algo, pero ya no me duele... Y no sé qué hacer.

-Siente amor –propuso mientras intentaba acariciar su mejilla.

Jude se alejó.

-No.

-¿Por qué?

-Porque eso me daría ganas de vivir.

***

Esa noche durmieron juntas, y avanzada la noche, cuando la rubia creyó que ella dormía, se echó a llorar sobre su pecho mientras sollozaba palabras de perdón. Alba, con los ojos llenos de lágrimas, escuchó hasta la última palabra.

No durmió en toda la noche, y cuando sintió a Jude roncar contra su cuello, se alejó un poco, permitiéndose limpiar sus lágrimas.

Acarició sus mejillas ahuecadas, su cadera huesuda y se permitió trazar sus muslos ahora blandos. Se abrazó a ella buscando lo que antes había estado, pero no encontró ni un mínimo trozo que rescatar.

Su tacto se le hacía diferente.

Todo en ella era diferente.

***

Despertó con un terrible dolor de espalda. Primero la alertó el frío chocando contra su cuerpo y luego la desagradable sensación de la brisa.

Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de la realidad.

Jude Foster la había sacado de su departamento y había colocado su cuerpo en el duro suelo del corredor.

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