Capítulo 25

La volvió a ver al décimo día, en la librería.

No tenía ningún cliente, y fue un milagro que, al voltear, Alba descubriera que Jude estaba dentro. Fue casi como recordar el primer encuentro entre ambas.

Jude volvía a vestir completamente de negro, pero la ropa que llevaba era demasiado holgada para ella. Se veía desarreglada. El beanie estaba allí, pero mal colocado, y la chaqueta que estaba usando era demasiado vieja. Sus zapatos se veían sucios.

Ya no caminaba erguida y con la mirada en alto, destacando su perfección. Ahora se encorvaba con las manos en los bolsillos, y sus ojos no dejaban de apuntar al suelo.

Verla en ese estado fue como sentir un ladrillo aplastando su corazón.

De inmediato Alba corrió hacia ella y la abrazó con fuerza. Pero Jude no la correspondió.

-¿Recuerdas el olivo que te pedí pintar, All? –su voz se escuchaba tan baja. Tan rota. Tan poco... de Jude.

-Por supuesto que sí.

-Necesito que lo pintes ahora.

***

No hablaron mientras Alba pintaba.

No hubo chistes ni comentarios. Tampoco miradas.

No quería perderla, y mucho menos sabiendo que todo este tiempo podría haberla ayudado. Con tristeza deseó que Jude, alguna vez, le hubiese contado cómo se sentía. Deseó que hubiese confiado en ella lo suficiente.

Al cabo de unas horas, la pintura estuvo lista. Cuando se la entregó a la rubia, esta habló:

-Me estoy perdiendo, All –murmuró mientras tomaba la pintura entre sus manos, sin siquiera mirarla.

-Jude...

-Lamento haberte metido en esto. En mi vida, en mi sufrimiento.

-No te preocupes, haremos algo. Yo...

Había un nudo en su garganta.

-No es tu responsabilidad ir a encontrarme. Solo yo sé dónde estoy.

-Por favor, Jude. Odio pensar en un mundo donde tú no estés –confesó con tristeza. Estaba cansada de todo esto-. ¿Qué es una vida sin ti?

Jude le regaló una sonrisa amarga.

-Una vida sin mí es sólo una vida.

Quería gritarle. Quería gritarle por haber pensado en marcharse. Quería gritarle porque la amaba, porque no quería verla sufrir, porque estaba cansada de hacer siempre la misma pregunta sin obtener respuesta alguna.

Y sin más comenzó a irse.

Sin un beso.

Sin un "te amo".

Y Alba no tenía la fuerza necesaria para seguirla. De repente, la había perdido.

-Jude... -la llamó débilmente antes de que atravesara la puerta del local-. ¿Por qué me hiciste pintar ese olivo?

La morocha no supo si los ojos de la muchacha se humedecieron, pues aún conservaba la vista fija en el suelo, pero pudo percibir el esfuerzo que hacía para no llorar.

-Mi tío, All –su voz estaba tan rota como su corazón-. Cuando mis padres supieron de mis preferencias sexuales me echaron de la casa, pero él me recibió. Lloré todas las noches de ese mes porque me quería a mí misma, pero los demás no lo hacían. Las personas que yo tanto quería ya no estaban para mí –hizo una pausa-. Él me ayudó a aceptarme, a vivir sin pensar en los demás y que se puede ser una persona talentosa más allá de mis gustos. Fue él quien me regaló mis primeros libros de Óscar Wilde y ahora... se ha ido.

***

Pensó que no la vería más, pero se equivocaba.

La lluvia golpeaba los vidrios de su ventana. Pensaba en Jude y en cuánto la extrañaba. Pensaba en lo mucho que quería que volviera a ser la misma de antes. Pensó en cuánto quería verla feliz.

Fue cuando escuchó la voz de Lauren.

-Alba, ella está aquí, pero no parece ella.

-¿De quién hablas?

-De tu novia...

Jude estaba sentada en el sillón sin ningún tipo de clase. Una manta la envolvía y una taza de té estaba completamente llena en sus manos. El cabello le goteaba, al igual que la holgada ropa negra, y tenía pequeñas gotas de agua en el rostro, las cuales se fundían con sus lágrimas.

El corazón le latía dolorosamente en su pecho, y sintió demasiadas ganas de llorar.

-Jude –jadeó al verla destrozada.

Y la rubia simplemente la miró, dejó su taza a un lado y se lanzó a sus brazos. Alba la correspondió sin importarle el agua que chorreaba de su cuerpo. La correspondió porque quería decirle que estaba allí. Porque siempre lo había estado.

***

Su madre intentó hablar con Jude.

Su hermana.

Alba.

Nada funcionó.

-¿Quieres quedarte esta noche? –preguntó su madre con cierta cautela.

La morocha se entristeció al pensar que la mujer había tenido el honor de conocerla cuando toda su magia parecía haberse marchado.

La joven simplemente asintió con la cabeza.

-Supongo que Alba o Lauren pueden prestarte alguno de sus pijamas. Puedes usar el baño para cambiarte. Siéntete como en casa... Y creo que deberías colocarte una venda en las muñecas.

Alba abrió ampliamente los ojos y bajó la mirada. Fue la primera vez que vio sus muñecas destrozadas. En ellas no había heridas, tal y como siempre había creído. Sino, más de diez cortes podían apreciarse en su piel enrojecida, lo suficientemente juntos como para que las vendas los cubran.

-Lamento haberte mentido.

Y la frase les dolió a ambas.

***

Lauren le prestó un pijama. Alba la ayudó a curar sus heridas y se permitió derramar unas lágrimas que Jude jamás limpió.

Fue cuando la estudiante se miró al espejo.

-Sigues aquí, Jude –se habló a sí misma-... No te vayas.

La librera la invitó a dormir con ella, lo que la rubia contestó con un simple encogimiento de hombros.

La morocha se dejó abrazar por Jude y permitió que sus dedos se entrelazaran. Se durmió solo cuando escuchó los leves ronquidos de la rubia.

Y al despertar ya no estaba.

Ella dejó un corazón roto, y también una carta:

"No voy a comenzar esta carta con un saludo emotivo. No tengo ánimos para eso.

Tal vez te preguntes por qué te he escrito esto, por qué no fui capaz de darte un discurso mientras te miraba a los ojos. Supongo que ya no tengo el valor.

Aun así, quiero decirte que fue increíble conocerte, All. Fue increíble amarte. Fue increíble cada cosa que pasamos juntas... Pero estoy destrozada, y no quiero destrozarte a ti también. Prefiero alejarme aunque duela, porque no quiero que te duela a ti también.

Jamás imaginé que me enamoraría. Pero pasó, y no me arrepiento de nada. No te culpes por nada, si no me destrocé antes fue gracias a ti.

No te preguntes qué habría sido de mí si hubieses visto las señales. Ni siquiera yo las vi.

No me recuerdes destrozada. No me recuerdes dolida. Recuérdame enamorada. Recuérdame amándote. Porque lo hago, All. Te amo y te amaré tanto, que espero que sea lo único que recuerdes de mí.

Las personas están condenadas al amor. A reír y a sufrir, a recordar y dejar atrás. A lo imposible y a lo invisible. Estamos condenadas a amar.

Somos el Sol y la Luna. No es nuestro propósito convertirnos en la otra, el propósito es reconocernos, aprender a ver a la otra y honrarla por lo que es: la opuesta y el complemento de cada una.

Que seas muy feliz. Adiós, All".

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