Capítulo 23
Al séptimo mes ella tuvieron sexo por primera vez.
Todo comenzó como un día normal, pues los grandes momentos no anuncian su llegada con trompetas. Alba llegó temprano a la librería, Jude estuvo allí a la hora indicada, un par de clientes llevaron libros.
Salieron a las cinco y se dirigieron al restaurante de siempre. Se sentaron en una mesa de los alrededores, esa que está lo suficientemente alejada como para que no seas el centro de atención pero que no permite que te ignoren por completo.
Jude llevaba una camiseta rosada y unos pantalones blancos algo holgados. No había beanie ni una chaqueta. Tampoco había ese aire de superioridad en su rostro como lo había el primer día que se vieron.
Aun así, la Luna estaba allí.
-¿Sabes qué mes es? –preguntó mientras alzaba las cejas y sonreía.
Alba ya no se fijaba en las vendas de sus muñecas como antes. Supongo que había terminado por aceptarlas. De todas maneras se preguntaba cuándo desaparecían, cuándo finalmente Jude aceptaría recibir ayuda.
-¿Enero? –había confusión en su voz.
-Sí –confirmó con alegría-. ¿Sabes lo que eso significa?
-¿Que es... enero?
Jude rio y negó con su cabeza lentamente.
-La primera vez que nos vimos fue en enero, All –le recordó-. Seguro lo recuerdas, yo me veía increíblemente hermosa ese día.
La morocha lo recordaba, pero no con nitidez.
-Te amo –le dijo mientras veía a su novia llevarse el tenedor a la boca.
Ella la miró con sus ojos avellana y sonrió dulcemente, así como un niño al que le acaban de regalar el juguete que tanto quería.
Y esa fue la primera vez en la que Jude no comió con tanta delicadeza, o como si fuera lo más increíble del mundo, tal vez, porque lo más increíble del mundo estaba frente a ella.
-¿A qué viene eso?
-A que realmente lo hago –contestó-. Jude, en los libros que leo, las personas se enamoran de otras y mágicamente su vida está resuelta. Ya sabes, se salvan en situaciones de extremo peligro, se esfuerzan por estar juntos a pesar de todo...
-Son un asco, si te soy sincera. No entiendo por qué los lees.
Alba la miró de mala forma. No le gustaba ser interrumpida y menos cuando intentaba ponerse romántica.
-A veces me pregunto si es realmente amor o solo una deuda.
-Una deuda, sin duda alguna.
-¡Jude!
-Está bien, te dejaré terminar.
-Me pregunté qué sucedía con esas personas que tenían buenas vidas. Me pregunté qué sucedía con las libreras de veintidós años sin padre y una vida que no habría cambiado a pesar de no tener tanto dinero.
Suspiró y unió sus manos.
-Era feliz antes de que llegaras, Jude. Y lo soy también ahora.
-¿Eso quiere decir que no te he dado nada? –en sus ojos casi parecía haber tristeza.
-Por supuesto que sí –le dijo dulcemente-. No me salvaste de nada, ni me alejaste del mal camino, y mucho menos me curaste una enfermedad milagrosamente, pero has hecho cosas mejores; cosas reales. Me regalaste charlas de media noche, secretos bajo las estrellas, caricias bajo la mesa, abrazos de consuelo, besos con amor –los ojos de ambas brillaban-. Puede que sea difícil de explicar, pero son esas pequeñas cosas como las cortas miradas que me dedicas las que realmente valoro. Son esas cosas pequeñas las que realmente importan en las historias.
Y fueron las pequeñas lágrimas de felicidad y la hermosa sonrisa en el rostro de Jude las que después de aquel discurso importaron.
***
Lo primero que vio al entrar fue el mismo departamento desorganizado de siempre. No le resultó extraño, pues no esperaba nada más.
Jude y ella vieron Star vs. The Forces of Evil sentadas en el sofá. La rubia estaba recostada en las piernas de Alba, entretenida con el programa infantil que ella consideraba uno de sus favoritos. Pero la librera no miraba, pues estaba demasiado concentrada en Jude y en el movimiento que sus propias manos hacían. Se reía cuando ella reía, y con algo tan simple como eso era muy feliz.
Fue al final de tres episodios de aquel programa que la estudiante de Letras, con un ligero temblor en las manos que Alba no fue capaz de percibir, la guio hacia su habitación.
Lo primero que pudo apreciar fue el pequeño ramo de claveles rojos en medio de la cama.
Lo segundo fue que escuchó una canción muy conocida para ella: Something, de los Beatles.
-Dijiste que querías un ramo de flores –murmuró la rubia a sus espaldas mientras envolvía la cintura de su novia.
-Jamás te he pedido un ramo de...
-Lo hiciste –afirmó-. Dijiste que era lo mínimo que esperabas para nuestra primera vez. Son claveles porque es mi flor favorita, y rojos porque es tu color preferido.
La librera sonrió, agradecida de lo detallista que podía llegar a ser su novia.
-Son bonitos –admitió mientras tragaba saliva pesadamente.
No era como si no quisiera, pues se sentía preparada, pero ¿y si a Jude no le gustaba?
-También te di algo más –agregó dejando un beso en su cuello-: mi corazón.
Alba dejó escapar un leve suspiro y dio media vuelta para encontrarse con los ojos de su novia. Una mirada avellana en contacto con una galaxia celeste.
-¿Qué pasa si... no soy buena? Has estado con otras personas con más experiencia.
-No serás la diosa del sexo la primera vez. Tampoco la segunda o la tercera –dijo mientras le recorría los labios con los dedos-. No quiero tener sexo como con cualquiera, ya no. Y eso implica más cosas que movimiento de cadera, gritos y un par de dedos. Involucra confianza, amor. Jamás tuve sexo de esa forma, All, con nadie.
Alba sonrió nerviosamente. Ya no se sentía tan mal.
-Eso quiere decir que soy algo así como tu primera vez, ¿cierto?
-Cierto –aceptó-. Incluso me tiemblan las manos.
Y fueron las palabras que lograron calmarla.
-Siéntate en la cama –le ordenó con dulzura.
Alba lo hizo sin saber exactamente cómo manejar la situación y con sus piernas temblando.
-Te amo, All –le dijo antes de depositar un corto beso en sus labios.
Y cuando la estudiante de Letras se alejó algunos pasos para quitarse la ropa lentamente, la librera se dio cuenta de lo afortunada que era.
La morocha miraba cada pequeña parte de su desnudez con devoción, como si fuese el ser más perfecto del mundo. Jude era la combinación perfecta del cielo y el infierno.
Esa noche, fue Jude quien pintó a Alba.
La pintó con besos en el cuello, esos que la hicieron retorcerse bajo sus brazos.
La pintó con manos delicadas, esas que le quitaron la blusa para dejar a la vista su torso, esas que sujetaron sus pechos.
La pintó con palabras, diciéndole repetidas veces lo hermosa que era.
La pintó con dedos temblorosos, esos que torpemente eliminaron su sujetador.
La pintó con una mirada avellana, esa que se fijó en sus ojos mientras le deslizaba la ropa interior por las piernas.
La pintó con amor. Con deseo. Con sentimientos encontrados.
La pintó para siempre.
El Sol y la Luna no creyeron que un acto de amor hubiera sido alguna vez tan dulce, tan lleno.
El eclipse.
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