1 - A good first day for a rooky
Los flashes de las cámaras y los gritos de periodistas intentando hacer llegar sus preguntas a alguna de las figuras importantes que desfilaban entre la multitud de personas en elegantes atuendos, trajes y abrigos que se movían en una multitud repleta de maletines, sobres amarillentos y papeles sumaban al ajetreado pabellón del Ministerio de Magia más conmoción de la normal. Unos Muggles habían sido asesinados la noche anterior por Gellert Grindelwald, quien no dejaba de hacerse más famoso como el mago tenebroso de la época y aumentar su cantidad de seguidores tras cada crimen cometido.
Entre el caos, un hombre se abría paso entre la multitud sin levantar muchas miradas. Lucía extremadamente desarreglado, su corbata estaba mal atada, colgando de manera inquietante de su cuello, su traje era viejo y tenía algunos agujeros que no se había preocupado por parchar. Su corta cabellera pelinegra estaba desordenada, algunos mechones cruzaban su frente y unas marcadas ojeras se habían instalado bajo sus ojos. Para su suerte, con lo poco fanático que era de los medios, o en general de las conversaciones, la única reacción que despertaba en las personas a su alrededor era la de alejarse.
Para el Ministerio de Magia, Elphinstone Urquar funcionaba como una herramienta quirúrgica. Afilado, preciso y eficaz. Un habilidoso mago de gran intelecto que siempre encontraba la forma de cumplir con su deber, jamás haciendo preguntas que estuvieran demás, ni teniendo gente lo suficientemente cercana a él como para considerar un riesgo conferirle información clasificada.
Cuando el hombre llegó a su despacho se sintió aliviado de tener un corto periodo de privacidad para reagruparse. La cantidad de papeleo con la que se imaginaba, tendría que lidiar una vez acabado todo el caso, ya había empezado a estresarlo. Mas no tuvo la oportunidad para relajarse que esperaba, ya que recargado sobre su escritorio, vestido en un elegante traje y con su característica mirada seria recorriéndolo de arriba a abajo, Leonard Spencer lo esperaba.
Elphinstone cerró sus ojos durante unos instantes para evitar realizar alguna mueca y, antes de abrirlos, esbozó la mejor sonrisa que pudo.
—¡Señor Ministro! —exclamó entonces, luego ladeando su cabeza y frunciendo ligeramente su ceño al notar el gato atigrado que se paseaba por su escritorio detrás del hombre—¿Trajo a su gato?
—Urquar tengo a toda la comunidad mágica exigiéndome respuestas. —soltó el hombre con su pie dando rítmicos golpes sobre el suelo y sus brazos cruzados—. Dime que tienes algo.
—Podríamos tener una buena conversación alguna vez ¿Sabe? —Elphistone llevó una mano a su pecho, exagerando melodramáticamente su reacción—Estuve toda la noche ayudando a los obliviadores, un gracias estaría bien, un café tal vez —propuso alzando ambas cejas, a lo que el otro hombre llevó ambas manos a su rostro.
—Está bien, gracias por sus esfuerzos Urquar —El Ministro decidió complacer al auror formulando una falsa sonrisa mucho más convincente que la que previamente éste le había dedicado—. Ahora —Su rostro regresó a su seria expresión—¿Puede por favor decirme que tiene algún avance?
—¿Puede regalarme un café?
—¡Elphinstone!
En otros, aquel grito habría inferido terror. Una completa seguridad para quien lo recibiera de que había perdido su trabajo. Mas el pelinegro simplemente soltó una pequeña risita y se acercó al Ministro para palmear su hombro.
—Claro que conseguí algo Leonard, ¿cuándo te he decepcionado?
Conociendo a Leonard Spencer desde joven, su relación siempre se había parecido a la de un hermano mayor y uno menor, aunque los roles solían variar según la situación. Claro, como el Ministro de Magia más joven de la historia, lidiando tanto con las repercusiones del conflicto bélico muggle, como con aquella especie de guerra civil que Grindelwald había instaurado en la comunidad mágica, la presión sobre los hombros del hombre era asfixiante. Mucho más considerando que el hombre que ocupó su puesto antes que él había sido expulsado por su incompetencia y ahora era públicamente odiado.
Muchos aún ponían en duda la figura del nuevo Ministro de Magia, asegurando que alguien tan joven no podría cumplir con las exigencias del deber. Por lo que Spencer siempre tenía ojos encima esperando a verlo fallar.
—Atrapamos a uno —informó el auror, la expresión de Leonard cambió a una de sorpresa, Elphinstone asintió reafirmando sus palabras—, deben estar ingresándolo en este momento —agregó junto a una sonrisa mucho más sincera—. Tardaron porque estuve con él un tiempo... O están mejorando con su oclumancia, lo que no creo, o...
—Él era importante —completó el Ministro—¿Qué conseguiste?
—Una dirección —respondió, el gato en el escritorio estaba quieto, moviendo su cola mientras mantenía su mirada clavada en ellos—. Puede que sea un punto de encuentro y planeen reagruparse allí o simplemente sea un lugar en el que se estuvieron quedando, pero por la forma en que el tipo protegió el recuerdo intuyo que debe ser importante.
—Muy bien. —Leonard desvió su mirada al suelo unos instantes, empezando a formular el discurso que daría a la prensa desde ese instante—. Imagino que...
—Tomaré mi café y me pondré en marcha —Elphinstone interrumpió a su amigo—, señor Ministro —agregó elevando un sombrero imaginario a forma de saludo.
Leonard formuló una sonrisa ante el gesto, por segundos recobrando el brillo de la juventud que el puesto por lo general le apagaba.
—Y Leonard saca a tu gato de aquí —pidió el pelinegro antes que el Ministro abandonara su despacho—, soy alérgico.
—¡Ah! —Leo llevó una mano a su frente—Casi lo olvidaba, mil perdones señorita McGonagall.
El auror frunció su ceño, considerando que aquel era un nombre particular para un gato, cuando el animal saltó de su escritorio y adquirió la figura de una esbelta mujer de corta y prolija cabellera castaña. Sus grandes ojos de un claro café se fijaron sobre los suyos y, con una postura recta y una sonrisa cordial extendió su mano.
—Señor Elphinstone Urquar, mi nombre es Minverva McGonagall, fui asignada como su compañera —Se presentó de manera apropiada—. Puede encontrar sobre su escritorio una carpeta con mi historial académico y recomendaciones, espero que podamos ser una dupla eficaz.
El pelinegro la observó atónito durante unos segundos, la castaña mantuvo su mano en su lugar, confiando en que tan sólo estaría sorprendido por que era una animaga, mas cuando el hombre reaccionó fue para salir rápidamente tras los pasos del Ministro, quien había aprovechado la presentación de la bruja para escabullirse a los pasillos.
—¡Dije mil veces que no quería una maldita asistente! —Se quejó Elphinstone al alcanzar al Ministro, quien aún no había sido rodeado de personas—¡Sabes que trabajo solo!
—Una compañera —El hombre hizo una pausa, frenando su marcha y remarcando la última palabra— fue la forma en que pude lograr que conservaras tu trabajo —informó, dedicando constante miradas a ambos lados para asegurarse de que no hubiera nadie escuchando su intercambio..
—¡Oh! Ahora lo entiendo —El auror dio dos rápidos toques a su frente con su dedo índice—, me conseguiste una niñera.
—¿Sabes la cantidad de quejas que se presentan a diario en tu contra? —Leonard tomó del hombro a su amigo y ejerció una leve presión por si su expresión no terminaba de comunicar la seriedad en sus palabras—Te salteas las reglas cuando lo ves conveniente y no respetas la jurisdicción de los otros...
—¿Traigo o no traigo resultados? —interrumpió el otro.
—Esa no es la discusión. —sentenció el Ministro—. No puedo defenderte para siempre, tú necesitas a alguien que mantenga tus pies sobre la tierra y yo que esa persona no te retrase —explicó, aún dedicando miradas sobre sus hombros para vigilar el pasillo—, o que por lo menos tus colegas no odien, y esa bruja es la más excepcional de su generación.
El ceño de Elphinstone se frunció, era consciente de la complicada relación que mantenía con los otros, pero era algo que simplemente no le importaba, a su punto de vista, las personas podían reaccionar como mejor les pareciera a sus acciones mientras eso no resultara en un obstáculo para cumplir con su deber. Sí, no se había molestado en hacer amigos, ya que no veía un verdadero punto en ello, como bien la experiencia previa le había demostrado: trabaja mejor solo. Que de repente el panorama fuera de aquella seriedad, mucho más con su nombre siendo uno de los encargados en el caso de Grindelwald le resultaba una desagradable sorpresa.
—McGonagall es la única esperanza que tienes —declaró Leonard—. No la desaproveches, y por favor, no cometas el error de subestimarla —aconsejó, palmando el hombro del auror para retomar su camino—. Espero sus actualizaciones.
Elphinstone observó al de melena pelinegra avanzar por el corredor hasta que finalmente la gente comenzó a rodearlo, llenándolo de preguntas y papeles en una especie de torbellino del cual él era el epicentro. El sonido de los flashes de las cámaras y los gritos de los periodistas sólo sumaron más al bullicio que marcaba el final de su encuentro con Leonard, no volvería a verlo hasta no tener algo que informarle, y no podía estar seguro de que eso fuera pronto.
Al regresar a su oficina, Minerva permanecía de pie, con sus brazos cruzados y una mirada helada. Ya había optado por la amabilidad y ese camino no le había dado frutos, por lo que la bruja no pensaba volver a intentarlo y, como siempre, a Elphinstone poco le importaba el efecto de sus acciones en los otros.
—Te tocó un buen día para una novata. —soltó desde la puerta, haciendo un gesto con su cabeza para que lo siguiera—. ¿Escuchaste todo?
—Iremos a la dirección que encontraste y veremos que podemos averiguar. —respondió la castaña asintiendo, manteniendo su frente en alto y su vista al frente.
—Puede ser peligroso.
—No tendría emoción de no serlo, señor Urquar. —dijo Minerva, su compañero elevó ligeramente una ceja analizando su inesperada respuesta.
—No puedo prometer tu seguridad —advirtió él.
—Con todo respeto, señor Urquar —Minerva paró su paso para observar al pelinegro a los ojos—, no necesito de la protección de nadie.
El auror la inspeccionó de pies a cabeza nuevamente, esta vez con una intención mucho más curiosa en su mirada. Recordando el consejo de Leonard, el auror sacó su varita, acto que Minerva imitó, y así ambos se transportaron al almacén de escobas del Ministerio.
—Imagino que podrás seguirme el ritmo —desafió el hombre mientras ambos tomaban sus escobas, Minerva contuvo una risita.
—Si alguna vez se molestara en leer mi archivo —La castaña no perdió la oportunidad de atacarlo con sus palabras—, descubriría que jugué por años en el equipo de Quidditch de mi casa en Hogwarts.
—¿Puedo preguntar cuál casa?
—Gryffindor.
—Lo que me faltaba —murmuró el hombre, Minerva lo escuchó de igual manera, dedicándole una afilada mirada en respuesta.
Ese fue el último intercambio de palabras que el dúo de aurores intercambió en su trayecto hacia al ascensor y las afueras del Ministerio. Era temprano, el frío matutino los envolvió mientras caminaban hasta el callejón más cercano, el mismo era el lugar designado para poder usar el hechizo de aparición y así transportarse hasta un punto seguro, ya alejado de la ciudad, donde poder despegar en sus escobas.
Ambos avanzaron por el cielo en el que los dorados rayos del sol comenzaban a ganarle más y más terrenos a las estrellas. Sus mentes intentando prever como sería trabajar con el otro, ambos brillantes y acostumbrados al éxito en sus tareas individuales. Ambos expuestos al desafío de trabajar con una persona que bien podría ser su reflejo opuesto, pero que compartía el mismo hambre por alcanzar aquella satisfacción de un trabajo bien hecho.
Lo único que tenían como seguridad era que el haber sido seleccionados como compañeros no era un hecho azaroso. Tanto Dumbledore como el Ministro debían tener sus razones para quererlos juntos como un equipo, y rara vez esos hombres cometían una jugada equivocada en el gigantesco juego de ajedrez que se desataba contra el mago tenebroso de la época.
Así que sólo les quedaba cumplir con su rol como alfiles y avanzar.
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