XXXVII
Los días libres se contemplaban con otros ojos cuando ocurrian en verano. El buen tiempo eliminaba todo tipo de prisas en la vida de la gente, y el calor, hasta cierto punto, les hacía más amables. Los ropajes aligeraban notablemente en densidad, especialmente hablando de las nuevas modas que llegaban según avanzaban en la década. Los cortes de pelo estaban en auge, la melena corta la sensación del momento, y la buena Esmeralda gastaba pares de tijeras como nunca antes.
Fantasma continuaba siendo la primera opción y más querida en entretenimiento, el número de shows aumentaba hasta cubrir uno por cada noche en la que el parque permanecia abierto. Los puestos de helados, colocados en inteligentes puntos estratégicos, disponían de largas pero veloces colas, siendo extremadamente productivos.
Si, el trabajo no cesaba ni en las atracciones ni mucho menos en la oficina, con tres cabezas haciendo labores a ritmos frenéticos. El incremento en clientela, staff, y puestos de comida significaba triple labor para la encargada de la administración de las finanzas, cuentas, y otros asuntos relacionados con el dinero. La suma de todo suponía un dueño muy ocupado, pero satisfecho realmente con su vida. Las veinticuatro horas se le quedaban cortas, su negocio iba remarcablemente bien, y por fin tenía a alguien con quien compartir sus días. Una relación sana y gratificante, que ayudaba a mantener equilibrio en su persona. Además de un protegido que resultaba ser habilidoso e inteligente en cuantía.
Las jornadas libres suponían la creación de un ambiente acogedor entre el personal, todos disfrutaban de una buena sesión de actividad social en el jardín detrás de los apartamentos, se celebraban grandes cenas comunes, y reuniones nocturnas en las que se narraban historias variopintas, se bailaba y se cantaba. Una gran comunidad rica en diversidad en la que el respeto prevalecia como valor número uno. El trío administrativo se una de vez en cuando, esencialmente la joven, que encontraba gran alegría en formar parte de un conjunto de gente que se cuidaba como familia.
Ella escogía pasar su tiempo fuera del papeleo de diferentes maneras. A solas, en grupo, jugando con Kit, o con Erik. Desde que se habían desecho de las barreras entre ellos las horas juntos se disfrutaban en su total calidad. Él se mostraba al fin tal cual, liberado de la máscara. Aun un poco escondido en su imagen recta y precisa de caballero con alta educación. Kianna sin embargo, era plenamente ella, sin tabúes, sin formales posturas, sin limites para expresarse. Básicamente una mujer en la flor de la vida que se quería y confiaba en sí misma.
Su seguridad y naturalidad no cesaban en sorprender a Erik, quien no acostumbraba a otros en tal comodidad a su alrededor. Así pues, cuando despertaba con el amanecer y chequeaba cada poco rato a la señorita en su cama, siempre acababa sonriendo ante la imagen, fuera por sus formas de dormir o el simple hecho de que salir de entre las sábanas le costaba. No es que no fuera capaz de madrugar, al contrario, era tan capaz que los días que no tenía necesidad de hacerlo, a modo de compensación, se los podía pasar sin problema sin moverse apenas.
Una mañana en específico, no se había sentido tan incapaz de concentrarse en la música en la vida. Trataba de ponerse manos a la obra y hacer unos avances en el nuevo show que preparaba. Ella salió de la habitación aun en ropa de noche y descalza. Toda una costumbre, pues como ella misma defendía, "vestirse está sobrevalorado" y "es completamente innecesario que me arregle si no voy a poner un pie fuera de casa". Como un ritual se acercaba a él dándole un beso en el hombro o la cabeza, según la altura fuera o no conveniente. Luego adopta su puesto en el viejo sillón que tanto le gustaba, tomando un libro o simplemente escuchandole trabajar. En esta ocasión se encontraba inmersa en una lectura, ajena al mundo exterior, reaccionado a cada frase que leía.
Parte de su naturalidad se expresaba en las cientos de formas diferentes en las que se sentaba en el sillón, nunca como una persona normal. Cada poco rato cambiaba de postura de manera inconsciente, por ejemplo dejando las piernas colgadas. Esto de por sí distraía de vez en cuando al músico, no podia evitar la necesidad de contemplar la obra de arte ante sus ojos. Pues para él cada centímetro del cuerpo de Kiannah era perfección, un trabajo realizado por el escultor más habilidoso que jamás haya existido en la faz de la tierra. Y las expresiones de su rostro tan sinceras servían de reflejo para saber exactamente que pasaba en la historia que devoraba. Oh, por no decir las veces que le hablaba al libro, entusiasta o indignada, siempre conseguía provocarle una carcajada silenciosa.
Así, tan ella, la capacidad de atención de Erik hacía literalmente las maletas y se iba con ellas al estanco. Sentado en la banqueta capturado en el hechizo de la joven notaba como su corazón se aceleraba cuando el corto vestido dejaba al aire más piel. Sin importar cuántas veces había visto, tocado y besado la totalidad de ella. Algo tan simple no fallaba en hacerle sentir un hombre feliz y afortunado.
De repente, saliendo de entre la páginas le preguntó si existía algún edificio en el mundo como el que describian, pues no encajaba con nada que conociese. Y si había alguien capaz de contestar al ochenta y siete por ciento de preguntas de Kiannah, era Erik provisto de su genio y vasta experiencia.
Al obtener su respuesta cerró el libro y los ojos tratando de recrear la imagen en su imaginación. Él movido por repentina inspiración volvió a la inacabada pieza. Al terminar la composición, recibió la aprobación de la señorita y un dulce beso. Que le fue insuficiente, levantándose a tiempo para tomarla en sus brazos y continuar el obsequio que tan breve le había sabido.
En la habitación de Kit reinaba el silencio, se había quedado dormido en el pequeño taller provisional de costura, desplomado en la mesa con un reguero de saliva deslizándose desde su boca a la superficie. Dormía profundo, sin darse cuenta de nada que pudiera pasar a su alrededor. Se iba a la cama tarde y amanecer con el sol nunca estaba entre sus planes.
Últimamente se mostraba bastante secretivo con la joven, cesandole la entrada a su cuarto y evitando sus preguntas sobre la prenda que confeccionaba. Erik parecía conocer de qué se trataba, y apoyaba la causa. Por lo que Kiannah, mantenía su curiosidad para sí misma.
El caballero fue a despertarle para que bajara a desayunar con ellos, aunque la hora del desayuno se les había pasado a todos. El chiquillo con la melena revuelta aprecio al poco de ser resucitado.
-Buenos días rapunzel.
-Buenos días -respondió con una sonrisa y un breve abrazo- ¿Hoy trabajas?
-No, ninguno trabajamos hoy.
-¿Papá incluido?
-Padre incluido.
-¿Con qué le has amenazado esta vez?
-No ha sido necesario, hasta él sabe cuando es hora de tomar un descanso.
-Eso significa que pasamos el día juntos, ¿no?
-Bueno, yo tengo que ir a ver a Esmeralda, necesito un corte de pelo urgente.
-¿Más corto?
-Mucho más, tengo un par de ideas locas y revolucionarias.
-Hagas lo que hagas vas a estar preciosa, no he visto persona a la que le quede mejor el pelo corto.
-Gracias cielo, se te está pegando la galantería de Erik.
-Soy inocente de tal acusación, Kit ya tenía buena mano para los cumplidos.
-Ya, ya. Os creo.
-Kiannah.
-Dime.
-¿Puedo ir contigo?
-¿Al salón de Esme?
-Si...
-Por supuesto, Esme lleva deseando conocerte semanas.
-Yo también quiero conocerla, siempre hablas muy bien de ella.
-Entonces no hay más que decir, salimos en una hora.
-¿Corta el pelo a los chicos?
-Si, ¿quieres un corte?
-Creo que me vendría bien, ya no quiero usar mi cabellera para ocultarme.
-Es una buena decisión pequeño Kit. ¿Vendrías con nosotros amor? Luego podríamos ir a comer a alguna parte.
-Suena bien, pero tengo que atender unos asuntos mientras vosotros estáis en la peluquería. Después deberíamos ir a comprarte ropa nueva, hijo.
-Decidido. Desayunamos, nos preparamos, y nos vamos.
Kiannah sonreía cada vez que escuchaba a esos dos llamándose padre e hijo. Era consciente de que el principio había sido un tanto complicado, pero en un tiempo relativamente corto, ambos habían derribado los muros entre ellos, y su relación realmente era familiar. Algo dentro de Erik se iluminaba cuando Kit le llamaba papá, y este no podía pensar en persona que se mereciese más ser llamado padre. Le cuidaba, protegía, enseñaba, quería... le daba todo lo que pensó incapaz de recibir en esa vida.
El momento decisivo fue cuando el hombre se quitó la máscara ante él, creando una especie de fuerte lazo de unión sentimental. Cuando fuese mayor, deseaba ser el cuarto miembro de la administración Fantasma. Trabajando codo con codo con su padre y su madre.
Ese era otro de los deseos del joven Kit, llamar a Kiannah madre.
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Esmeralda y el chiquillo hicieron buenas migas velozmente.
Se encargó de él primero, dándole un peinado moderno pero favorecedor. Siguiendole la señorita. Unas breves explicaciones fueron suficientes para que la peluquera cogiera la idea, ejecutandolo perfectamente como de costumbre.
El enmascarado no se espera un corte tan drástico, en ninguno de los dos.
-¿Que te parece papá?
-Es justo el cambio que necesitabas, no esperaba menos de las manos prodigiosas de una profesional.
-¿Y Kiannah, te gusta?
-Me encanta, ahora tenemos el pelo igual de largo, querida.
Salieron del establecimiento no sin agradecer e invitar a Esme a comer con ellos. Esta declinó por exceso de clientes, prometiendo hacerles una visita al parque pronto.
Fueron de compras, resultando en varios conjunto para el niño, un sombrero para el caballero, y unos zapatos nuevecitos para la señorita.
Encontraron un sitio tranquilo para comer, siendo vistos y tratados por todo el mundo como una familia.
-Has elegido un calzado precioso, Kit.
-Gracias, al verlo he pensado en lo bien que irían con el re... digo, con la ropa que tienes.
-Cuidado, casi se te escapa el secreto.
-Un pequeño accidente, olvídalo, por favor.
-Nada que olvidar, cielo.
-Antes de volver a casa, pasemos a por una heladería. -interumpio Erik.
-Me has leído la mente.
-Y a mi.
-Hay una muy buena no lejos de aquí.
-Tu mandas. Eres nuestra lider.
-Capitana en la misión helado -bromeó alegre Kit.
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Los últimos rayos de luz se despedían juguetones del mar en calma y su reflejo. Tipicas de agosto, las brisas que congelan al que no toma una chaquetita para la noche. De todas formas, Kiannah permanecía con los brazos al aire y los pies descalzos sentada en las escaleras que daban acceso a la playa detrás de la casa. Sentia su piel erizarse con las frugales rafagas de aire frio, pero no le daba mucha importancia. Desde unos días atrás, no uno, sino dos fantasmas del pasado habían regresado para cazarla. La salud y las viejas amistades.
Debatía consigo misma sobre sí abordar el primer tema con su amado. Sabía de sobra que si se lo decía se preocuparia en exceso. Aun así, contárselo era necesario. Guardarle secretos de ese calibre no estaba entre sus deseos.
Una chaqueta apareció en sus hombros gracias a la silenciosa entrada de Erik, quien se sentaba a su lado dándole un amirada interesante. Se traia algo entre manos. O más bien lo traía el pequeño del hogar al medio minuto.
Le presentaron una caja del tipo que ella reconoció al instante, tanto tiempo trabajando en una boutique le hacía reconocer los diferentes embalajes para ropa rápidamente.
En el interior una gloriosa pieza que ahora era de su propiedad. Un vestido de categoría, su base dorado claro, y la pieza de encaje superior negra. Detalles a mansalva, hasta la parte trasera tenía una elegante cola que caía con gracia desde la cintura. Ideal combinación con los nuevos zapatos.
-Madre mia chicos. ¿A qué viene este detallazo? ¿Me he perdido algo?
-Kit quería hacerte un regalo. Mientras le enseñaba una de las piezas en las que estaba trabajando, la primera versión de este vestido le parecio la idónea, y él mismo lo ha terminado de hacer.
-Es el producto de dos genios, sin duda alguna. Yo un desastre hasta para coser botones y vosotros creáis esto de tranquis. No se ni como daros las gracias. Si es que sois puros talento.
Acto seguido tomó la cara del chiquillo y le plantó un beso en la frente. Antes de poder hacer lo mismo con su pareja, unos bracitos se metieron en el camino abrazándola con entusiasmo.
-Me alegro de que te guste, mamá. Te mereces lo mejor de este mundo.
Erik observó la expresión en el rostro de la joven, no esperaba ser llamada madre, y se notaba que no estaba segura de si le gustaba o no. Pero conociéndola, no le iba a romper el corazón al niño. Aguantaria cada "madre" posible si eso hacia feliz a Kit.
Su mirada llevaba oscura unos días, y solo parecía oscurecer incluso con la sorpresa. Algo sucedia.
-Papá tiene que llevarte a bailar para que puedas estrenar nuestro regalo.
-Cielo, lo de bailar no es lo mio.
-Pues al teatro. O a cenar. Yo me quedo con el tío Nadir.
-Ya veremos. ¿Quieres que me ponga el vestido y vemos que bien me queda?
-¡Si, porfa! Y los zapatos.
La alegría del chavalín arrancó unas risas a los adultos que luchaban por no caer en la solemnidad a la vez que daban vueltas a ciertas cosas en sus cabezas.
Entrarón sin demora. En el vestidor se cambiaba, mientras tanto el caballero observaba sus movimientos apoyado en el marco de la puerta.
-Me han invitado a la apertura de una galería este sábado por la noche. ¿Me harías el honor de ser mi acompañante?
-Cena y arte suenan bien. Siempre es un placer salir contigo, amor.
-El artista es parisino, pero dicen que su obra es de atractivo internacional. Debe de tener un gran mecenas, porque lleva sus cuadros por todo centro de arte y cultura.
-Lo descubriremos en poco.
-¿Necesitas ayuda?
-¿Para desvestirme o para vestirme?
-Ambas.
-Toda ayuda es bienvenida, la pereza hoy es más fuerte que yo.
-¿Es solo la vagancia lo que te tiene tan distraída?
-No, muchas cosas en mi cabeza.
-¿Algo que pueda hacer por ti?
-Un té estaria bien.
-¿Que clase de té?
-Uno equivalente a una noche de dormir a pierna suelta. Llevo dos noches durmiendo a cachos.
-Esta no será así. Me encargaré de ello.
-Gracias, eres un cielo.
Definitivamente Kiannah no estaba bien. Peleaba con lo que fuera en su interior, y sus ojos tan expresivos lo delataban. No podía forzarle a hablar, y sabía que tarde o temprano se lo contaría. Honesta y directa, así era. El sábado saldrian, se lo pasarían bien, y la noche se desarrollaría sin accidentes.
Pobre, Erik, sus deseos iban lejos de lo plausible. No contaba con que uno de los fantasma que acosaba a su amada estaría más que vivo esperando esa noche. Kiannah había recibido la invitación a la galeria mucho antes que nadie. A puño y letra de un hombre de carne y hueso que no anhelaba ver.
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