XXXIII


Kianna revivia a menudo en sueños la primera vez que Erik le había invitado y abierto las puertas de su hogar.

El edificio resaltaba en contraste con el colorido y vívido ambiente del parque, en una alejada y tranquila esquina cercana al mar, se localizaba "Mansión Fantasma".

El nombre no podría ser más apropiado para aquella construcción de estilo gótico que le recordó a la joven tanto a las casas londinenses de la pasada era victoriana. Desde la base hasta el tejado estaba cubierto en negro por la excepción de pequeños detalles en blanco. El arco que acogía el acceso al porche y entrada principal disponía de un aire oriental por su redondez. En la puerta la aldaba tomaba la forma del conocido símbolo del teatro, el par inseparable de la tragedia y la comedia: las dos máscaras que describen la condición humana; fabricadas en oro. La primera vista del interior era suficiente para dejar al espectador sin respiración. El hall carecía de muebles, una lámpara de araña pendía del techo en el centro, y dispuestas en un orden aparentemente aleatorio, tres estatuas de arte griego, de las cuales, una de dos mujeres guardaba el comienzo de las escaleras con un candelabro sujeto por la que descansaba en el suelo con expresión derrotada.

La cocina tenía el tamaño ideal para que dos personas se moviesen con libertad, la encimera de mármol negro encajaba con las alacenas del mismo tono. El despacho estaba cubierto principalmente por estanterías, un escritorio, un gran sillón, una globo terráqueo, y diferentes artefactos repartidos por el alrededor. El salón recibía su fuente de luz natural a través de los grandes ventanales y sus correspondientes cortinas; encima de la chimenea descansaba un marco vacío. El mobiliario también estilo victoriano se mantenía monocromo, por lo que la decoración daba el color al ambiente, pues las piezas que se podían encontrar parecían sacadas cada una de una parte del mundo.

La subida por las escaleras estaba adornada por planos de edificios existentes y alguno por construir. En la planta superior se encontraba un cuarto de invitados preparado exquisitamente, una sala repleta de instrumentos musicales, y finalmente la habitación principal. El dormitorio de Erik, tenía una magnífica cama doble situada entre dos ventanas, en el pie de esta un diván de dos brazos. Dos puertas daban acceso al espacio donde descansaba un elegante piano. Otras dos al vestidor y al baño respectivamente.

En toda la casa no había más de cuatro espejos. Al contrario de la forma inglesa que adoptaba, carecía de suelos enmoquetados, solo unas pocas alfombras. El innegable toque gótico en la edificación entera produjo a Kiannah una impresión que él encontró divertida, <Si no te creyesen un fantasma, yo pensaria que eres un vampiro>. Si, la casa pegaba con su persona. De eso no cabía duda.

Desde entonces había visitado su hogar otro par de veces, y en cada ocasión encontraba algo nuevo, algo diferente, cosas que no había notado anteriormente. Aquel lugar era el templo de Erik, allí no entraba gente de fuera, solo su fiel amigo Nadir, y la joven de la que estaba enamorado. La señorita le había calado hasta los huesos, y no se rendía en su esfuerzo por acompañarle en la dirección de la aceptación propia. No tenía que preguntar para saber que ella sentía algo fuerte por él, y esto le provocaba un fuego cálido por dentro.

La admiración en sus ojos cuando le mostró su morada acarició con gracia su perfeccionismo. La casa era una obra de arte, pero no más que ella.

La cuarta vez vino con una invitación a pasar allí la noche, estrenado el cuarto de invitados. Surgió a causa de una larga jornada de trabajo, tras la que habían decidido salir a pasear al mar para despejar sus mentes. Convenientemente el armario contenía ropa de mujer, pues allí guardaba los vestidos que confeccionaba o encargaba por gusto propio. Por lo que a la mañana siguiente disponía de sitio donde elegir que ponerse.

Extrañamente a ella no le fue complicado dormir, mecida en una nana que provenía del piano en el dormitorio principal. Se despertó poco después del amanecer, descansada y feliz al recordar que ese era su día libre, el primero en una loca temporada de extrema actividad en el parque.

Sin molestarse en elegir un vestido salió de la habitación en la ropa de noche, una pieza simple de media manga y pronunciado cuello en pico, que le llegaba justo por debajo de las rodillas. Bajó a tomar un poco de agua, sin atisbo de Erik en todo el camino. La puerta de su dormitorio estaba abierta y la cama ya hecha.

Movida por la curiosidad llamó asomando un pelín la cabeza, una voz amiga le respondió desde el vestidor, donde sentado ante el espejo del tocador esperaba él. Le indicó que entrase y fuese a su encuentro. Así lo hizo la joven hasta que estuvo a su espalda. Sorprendida al ver la máscara en el mueble, y dos manos cubriendo su rostro. Puso las suyas en los tensos hombros de Erik, quien sin decir palabra destapó lentamente una mitad de su rostro, seguido del otro. Quedando por fin al descubierto, con Kiannah observando serena a través del reflejo. Él se sintió demasiado vulnerable, con su mente en un caos. Ella percibió el brillo en su mirada y tranquilamente descendió lo suficiente para estar cabeza con cabeza. Tras una sincera sonrisa le dio un beso en la mejilla cargado de cariño. Los ojos de Erik se volvieron fuego, su corazón a punto de explotar, con la respiración agitada. Ella se movía al frente, situándose entre él y el espejo, agachada de nuevo para estar al mismo nivel. Acaricio su rostro varias veces antes de decir lo que tanto había querido, <Gracias. Gracias por confiar en mi>. El caballero se hubiera derretido bajo su toque de ser posible. En su lugar, comenzó a llorar, como liberado de una carga, aceptado y querido. "¡Oh, este es el momento de mayor alegría en mi vida!", repetía una y otra vez mentalmente. Fue envuelto en el embrace de la señorita rápidamente, temblandole las piernas cual gelatina al ponerse en pie. Recibió múltiples besos más a lo largo del abrazo, en la cabeza, en la frente, donde fuera posible. Excusando el área cercana a los labios, pues aunque no fuera un problema si pasaba, no era lo oportuno.

Gracias al gran esfuerzo por parte de Erik, pasaron el resto de la mañana juntos y sin máscara, él tocando el violín y ella leyendo a ratos. Similar a aquellos días de enero, pero habiendo avanzado paso a paso en su extraña relación, cuya fuerza de unión crecía y crecía, fortalecida. Nueve intensos meses denominaban una notable diferencia.


(Inspiración para el capítulo)





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