XLIII (Fin)


El amanecer se les había pasado por alto, se notaba que se estaban acostumbrado a ignorar sus instintos para retrasar lo posible caer en la rutina que habían dejado atrás. Ya no era necesario trabajar de sol a sol, pues suficiente tiempo lo hicieron sin queja. Podían permitirse vivir en un nuevo mundo, uno sin horarios ni reglas, donde eran libres de tomar el desayuno por cena, pasar las tardes en ocio, dedicados a disfrutar, a estar el uno con el otro. Si, se lo habían ganado tras dos décadas de labor exhaustiva por crear una empresa que no solo había superado sus mayores sueños, sino que se mantendría a flote por largo tiempo. Además, sabían perfectamente que dejaban el producto de su sangre, sudor y lágrimas en capaces manos.
Así, como niños sin responsabilidades, o jóvenes que le ruegan al reloj cinco minutos más de sueño, permanecieron retozando en la cama sin necesariamente deseo de salir de esta. Entre la edad, y las diferencias horarias, todas las horas de sueño eran bienvenidas. La paz reinaba en la sala, si alguno de ellos fuera creyente, podrian describirlo como el mismísimo cielo, el paraíso, donde la luz es blanca pura y los ángeles entonan gloriosas melodías.
Esa mañana se encontraban en un país diferente al día de ayer, un lugar donde la gente era sonriente, ruidosa y alegre. El sol nunca parecía irse, el mar era tranquilo, y la historia seguía viva en todos sus monumentos y ruinas. Cuánto había deseado Kiannah visitar finalmente este destino. Su estancia era ilimitada, pues desconocían cuando iban a decidir emprender de nuevo la marcha. La vida de la pareja se consumía en uno de los mayores placeres, viajar. Cumpliendo los eternos deseos que esa joven recién llegada a Fantasma había guardado con cuidado en un bolsillo, esperando la oportunidad para salir a explorar. Al final, no solo lo había logrado, sino que también había añadido a la fórmula la compañía de una mente que comprendía totalmente a la suya.

Despertaron como de costumbre, Erik en los brazos de ella, con los dedos de esta enterrados en su pelo. Casi toda su cabellera se había tornado en un extraño rubio blanquecino, aun así, le sentaba de maravilla. Kiannah, por su parte, modelaba con gracia las canas en su típico corte, el tono claro realzaba ciertas facciones de su rostro que antes habían quedado más enmascaras.
Consciente de la hora por la posición de sol, Erik no continuó en su resistencia, incorporándose contra el cabecero. La reacción de su compañera fue claramente estirarse como un buen pulpo, ocupando todo el espacio posible.

-Para una mujer tan delgada, es extraordinaria tu capacidad para extenderse como una mancha de aceite.
-A estas alturas ya deberías de saber que mis habilidades en la cama consisten en rodar, robar la manta, y ocupar todo el espacio.
-Esa es la marca Kiannah, el precio a pagar por compartir lecho contigo.
-Habló el hombre con complejo de lapa, llevo siendo tu almohada los últimos veinte años, amor.
-Y nunca recibirás una queja, desempeñas la función de maravilla.
-No lo dudes, la practica hace al maestro.

Ambos reían ante la absurdez de conversación, era magnífico despertar y comenzar el día sin tensiones.

-¿Que desea la señorita hacer hoy?
-Coger el coche y salir a la aventura.
-Me parece correcto, ¿salimos en una hora?
-¿Qué prisa tienes? Con lo bien que se puede estar en la cama otro par de horas
-Vaga.
-No hace falta decir lo obvio, no es que precisamente me esfuerce en esconderlo.
-Vamos cielo, lucha contra la pereza, cuanto antes salgamos, mejor luz para sacar fotografías.
-Vale, vale, lo intentaré.

Mientras terminaba sus palabras, se hundía cada vez más en la almohada, el somier estaba absorviendola para evitar su escapada. Erik se levantó directamente con una sonrisa en la cara, su intervención era necesaria. Sin haber perdido esa fuerza característica suya, pero con delicadeza, extrajo el cuerpo que deseaba rendirse al sueño. Kiannah protestó un poco, seguidamente fue al encuentro de los brazos de su amado para unirse nuevamente. Debía de ser el paso del tiempo, pues juraría que se  había vuelto más blanda, cariñosa, que años atrás.

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Oh, el gran sueño del viajero, meterse en un medio de transporte y perderse en el mundo. Con el tiempo la pareja había obtenido la costumbre de conducir sin destino, los giros a la derecha o izquierda eran aleatorios, y si había dos carteles (uno grande y otro pequeño) siempre se iban a por el pequeño. Así habían descubierto mil maravillas y joyas secretas.
Desde su entrada a Europa su coche a disposición no era otro que un deslumbrante hispano-suiza, uno de los grandes diseños de la década en la que vivían. Y esa si que era la gran era. La favorita de todas las vividas y por vivir de Kiannah. Los años veinte. No solo consiguieron salir de una terrible crisis económica con éxito, sino que establecieron Fantasma como lugar de ayuda y entretenimiento para las masas que andaban cortas en moneda.
Gran parte del amor que Kiannah sentía por estos años, tenía que ver con la ropa, el mensaje de libertad perseguido por las mujeres tomando las riendas de su imagen. No corsés, no siluetas, no necesidad de pelo largo. El tiempo perfecto para una señorita que llevaba persiguiendo tales aspectos toda su vida.
Ella misma inició unas cuantas tendencias dentro y fuera de fantasma. Siempre fantásticamente vestida con las obras del joven Kit, quién no iba a escatimar en hacerlas mejores prendas para su madre y modelo.

Si, la vida les estaba otorgando un perfecto momento en el que ser y vivir. Donde podían tomar decisiones sin pensar en números, negocios, shows o empleados. Así terminaban en sitios como el precioso desfiladero al mar en el que un secreto de hace mucho tiempo salía a la luz.

Tras batallar con una Kiannah que odiaba tomar el desayuno al poco de despertar, embarcaron en su elegante vehículo sin destino pensado. Quizás la playa, quizás la montaña. Entre giros aquí y allá, terminaron encontrando la mezcla ideal entre ambos.
Un vibrante verde desfiladero con gloriosas vistas al mar y la pequeña playa bajo sus pies. Repentinas brisillas cargadas de olores marinos ayudaban a apaciguar las temperaturas que subian y subian a pesar de ser aun primavera. El vestido de la bella dama danzaba juguetón con los vientos. Erik sonreía apoyado en el coche mientras capturaba el escenario en su mente, y con un poco de habilidad, su cámara. El sonido de esta, hacia a Kiannah girarse momentáneamente otorgándole graciosas muecas o falsas caras de enfado. Adoraba la colección de fotos que solo crecía.

-¿Vas a seguir mirando y sonriendo como un pobre enamorado, o te vas a venir a mi lado y contemplar esta maravilla?

-Ya estoy contemplando el arte más maravilloso del mundo. Lo hago a diario, tengo la suerte de que está siempre a mi lado.

Kiannah nunca se acostumbraba a la devoción y pasión de su amado. Erik de alguna manera siempre tenía la forma de hacerla sentir amada y celebrada. Siempre cómoda, segura. Cuánto le quería no tenía medida. Pero en su bolso guardaba algo que igual le provocaría fuegos artificiales en el corazón.

-Sabes, llevo unas dos décadas retrasando este momento.

Anunciaba con una sonrisa extrayendo dos sobres de su bolso de mano.

-No iba a dartelas hasta que no hubiera terminado de añadir cosas, pero he llegado a la conclusión de que aprendo y veo algo de ti nuevo cada día. Así que ahora es mejor momento que nunca.

Ambos sobres estaban sellados con cera y marcados con las iniciales de su amado.

-Mi única petición es que los abras cuando yo no esté presente.

Erik aceptó el “regalo” con la misma cara de confusión que al principio. No se imaginaba el contenido.

-Lo prometo, aunque me gustaría saber ya mismo que hay aquí dentro. Si tu me lo pides, esperaré.

-Lo entiendo, gracias amor.

Reanudaron la marcha al poco tiempo, la hora de comer se acercaba y sus estómagos demandaban firmes la necesidad de alimentos.

No fue hasta prácticamente las siete y media que la pareja se separó por unos momentos.
Kiannah partió en busca de una pequeña tienda que había llamado su atención en uno de sus paseos, dándole la oportunidad a nuestro retirado fantasma de satisfacer su curiosidad.
Con extremo cuidado abrió y examinó el contenido. Eran dos listas en descuidada caligrafía y diferente direcciones. Él enseguida supo que lo que tenía en sus manos era el fruto de lo que pensó una broma hace unos veinte años. Sonreía sin poder evitarlo. Literalmente ella había llevado listas sobre las cosas que le gustaban de él, y las habilidades que iba descubriendo. Literalmente una estamento del proceso en el que se habían conocido y dejado ver, derribando las paredes y obstáculos.
Las lágrimas rodaban por sus mejillas, con el corazón latiendo como un buen motor. Cada adjetivo, cada garabato, cada tachon. Todo en ese papel irradiaba amor.

Cuando Kiannah regreso con una botella de whisky en la mano que había comprado en su camino de vuelta, encontró a Erik en la ventana observando el sol caer. Deshaciéndose de los trastos y los zapatos, se reunió a su lado dándole un simple beso en la mejilla aún un tanto húmeda.

-Todos estos años pensé que lo de las listas era una especie de broma amable. Después de leerlas una docena de veces, no puedo exactamente articular en palabras lo que siento. No se como en esta vida he podido tener de oportunidad de dejar el sufrimiento y el odio atrás para encontrar de la manera menos pensada a una persona que me ha entendido, apoyado y amado sin pensarlo dos veces. Que ha visto más allá de lo que yo mismo podía ver.

-Nunca he tenido que pensar dos veces respecto a ti, porque nunca he tenido una sola razón para no seguir mi instinto y dedicarte mi tiempo, amistad y amor. Tu has hecho exactamente lo mismo por mi. Me quieres incondicionalmente y eso no es algo que nadie más me hubiera podido dar. Sin ti no tendría la vida que me he construido. Sin ti no tendría la felicidad que estoy disfrutando.

-Sin ti no sería más que un hombre perdido en su propio odio y defectos.

-Yo solo te he ayudado y apoyado, tú mismo has emprendido el camino del amor propio a la vez que amando a otro. Estoy tan orgullosa de ti y todo lo que has conseguido desde el día que cruzamos camino por un vestido maltrecho.

-Y tres camisas que yo mismo podría haber arreglado pero necesitaba para volverte a ver, solo un día más. Otra semana más. Al final, la vida entera.

El grifo de las palabras de apreciación y cariño estaba abierto fluyendo al máximo. El ambiente se había tornado en una serena calma en la que el único ritmo, era el que llevaban sus corazones. Al fin y al cabo, eran dos personas que se habían encontrado aleatoriamente, pero que había luchado por darle una oportunidad al mañana donde ambos estarían presentes.

Vaya un momento, perfecto para una de esas películas románticas que tanto gustaban en los teatros aquellos días. Se hubiera mantenido así, de no ser que el lazo final vino con graciosa ironía. Un abrazo de esos en los que te depende la vida, fue suficiente para provocar un fuerte tirón de la mal colgada cortina que cayó sobre ellos.

Se puede decir, que se bajó el telón y acabó la obra. Literalmente.

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