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La vida de Kiannah era, para su desgracia, una rutina sin cambios. Ya conocemos su horario, lo que le gusta hacer en su tiempo libre, y un poco de su unidad familiar.
Ese si que era un problema, su familia. La joven cargaba con grandes cargas a los hombros, y por si no fuera poco, si algo iba mal, las culpas se las llevaba ella. Como aquel que culpa al perro de que el mercado tenga un descenso, o a la evaporación la reducción de la cantidad de licor en las botellas.
Si la tienda marchaba bien, era gracias al "incansable" trabajo de las otras mujeres de la casa. Si los clientes se hallaban tan contentos, era gracias a la "atencion" y "dedicacion" de cualquiera menos ella. Las gracias, los reconocimientos, y las bellas palabras no estaban reservadas para la joven. Y si decía la verdad, ya estaba acostumbrada.
Su única amistad trabajaba en la otra punta de la ciudad, como peluquera. Su amistad nació unos ocho años atrás, por pura casualidad, sin embargo se atenían a ella con fuerza, siendo el apoyo firme la una de la otra.
Así que, sin nadie a quien ver o hablar fuera de su unidad doméstica, pasaba la mayor parte de su tiempo a solas, en su habitación, cuidando y hablando consigo misma. Imaginando una vida mejor, donde podía ser ella misma sin caretas ni fachadas.
En las horas que pasaba por su cuenta en la tienda las empleaba en trabajar en todo lo posible, y si no quedaba más que hacer, estudiaba los viejos libros de la época universitaria de su padre, ampliando sus conocimientos.
En definitiva, no se consideraba un ser muy sociable, y hacía lo posible por evitar compromisos sociales. Por ello le extrañaba su conducta desde la primera vez que Nadir vino al establecimiento. Encontraba al hombre agradable, amistoso cuanto menos. Pero no igualaba la sensación que le emitía Mr.Destler. Nada ni nadie que hubiese conocido hasta el momento se le podía comparar. Bien pues, ¿cuantos hombres enmascarados conocía?
Pensando en Erik, como descubrió hace poco que se llamaba, se le pasó por la cabeza cuánto tiempo hacía que no se veían. ¿Dos semanas?
Realísticamente, no era de extrañar, casi nadie hacía compras o encargos semanales. Además, un hombre tan ocupado no dispondría del tiempo que requería venir a la boutique.
Y aun así, en los últimos días, no dejaba de sentir su mirada encima.
Al principio se sentía observada sin saber porque. Luego termino por medio acostumbrarse. Preguntándose, si ese lunes por la tarde el par de ojos vigilantes desaparecería.
Absorta en su pensar se golpeó con el mostrador en lo alto del muslo, por donde llegaba la esquina del mueble. No emitió ningún quejido, simplemente se llevó la mano al moratón naciente. <Eso me pasa por no mirar por donde voy> pensó para sí.
Su hermana hacia la gran entrada en el local, trayendo consigo un ambiente que hacia a Kiannah querer tirarle una silla a la cabeza.
-Buenas tardes.
-Buenas lo serán para ti.
-¿Algun problema Kat?
-Ay, demasiados, demasiados.
-¿Algo con lo que pueda ayudar antes de irme?
-¿Irte? Tu no te vas, no me corresponde quedarme sola.
-Papá necesita que le lleve unos papeles al banco, lo dijo ayer.
-¿Y yo hago todo el trabajo? ¡Ja!
-Madre vendrá en menos de media hora, Kat.
Su hermana seguía refunfuñando cuando chocó con unas cajas.
-¡Por dios bendito! ¿Qué hace esto aquí?
-Esperar a que Smith venga a llevarlas.
-¿Y no las puedes meter en otro lado?
-Debía, pero se me ha olvidado.
-¡Agh! ¡Inútil! ¡¿Se puede ser más inútil que tu?!
Kiannah no contesto, manteniéndose en frio mientras Katherine continuaba con el discurso de "no vales nada", "eres una decepción" y todas esas cosas que ya se sabía de memoria al llevar oyendolas desde años atrás. Al culminar en su enfado, Kat volvió la mirada a su hermana que le sonrió, haciéndole rabiar por completo.
-¿Cómo pues sonreir?
-Es lo que debe hacer uno ante los cumplidos, ¿no?
-¡Eres un monstruo! ¿Me oyes? ¡Monstruo!
-No hace falta remarcar lo obvio, querida.
Con esto le otorgó una sonrisa de mayor amplitud antes de entrar al almacén para tomar sus trastos e irse.
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