Capítulo 27

Por más que quisiera mi cuerpo no me permitía sentirme cómoda, se sentía frío, pero no porque el ambiente lo estuviera, sino porque... Ni yo misma lo sé, solo sé que quiero... algo, y no quiero pedirlo. Me siento tan tonta por pensar en eso, pero después de todo... supongo que es normal luego de lo que pasó esta noche.

—Aspen... —llamé su atención luego de mucho dudar.

—¿Hm?

—¿Sería demasiado raro si... b..bueno, s..si yo te... abrazara? —cuestioné apenada, pues preguntarlo o hacerlo sin preguntar me era vergonzoso de todas formas.

—Más raro es que preguntes... —ríe haciéndome apartar la mirada con mucha más vergüenza que antes—. Solo tienes que hacerlo si eso quieres. No es como que vaya a apartarte.

Lo miré de reojo un segundo antes de suspirar profundo y entonces me acerqué y lo abracé apoyando mi cabeza en su hombro. Aspen me rodea por la espalda con su brazo y apoya su cabeza sobre la mía. Pude sentir cómo mi cuerpo se tranquilizaba y sentía tanta paz y calidez... que las ganas de llorar volvieron a aparecer, era como si el hecho de que me abrazara hiciera que me soltara tanto como para llorar de nuevo. Cerré los ojos y respiré profundo en un intento por no hacerlo, aunque pude sentir que una lágrima rodó por mi mejilla.

—¿Estás bien?

Asentí como respuesta, pues si emitía un sonido ahora sería más evidente que quería llorar, preferí dejarme embriagar por su aroma que llegaba tan bien hasta mi nariz. Me sentía tan bien ahora... que no quería separarme de él.

—Oye, ¿y tus padres qué dicen sobre que veas anime? —preguntó de repente y yo limpié mi mejilla.

—Bueno... nos les gusta... En realidad es mi padre el que lo detesta, mamá solo intenta convencerme de ver otras cosas. Papá dice que es muy infantil y que no son cosas que una chica de mi edad, o siquiera una chica, debiera ver.

—Cualquiera que no supiera nada diría eso, pero hay cosas que esos "dibujos animados" enseñan más que las otras series. ¿No lo crees?

—Totalmente...

Me mantuve pensativa pues tuve la sensación de haber escuchado eso antes. ¿Un déjà vu?

De repente escuchamos pasos acercarse, ambos miramos hacia atrás hasta ver a Rose acercarse con un carrito lleno de mucha variedad de comida. Ella, al vernos juntos, sonríe ampliamente y mira a Aspen con una sonrisa de aprobación. Volteé a ver a Aspen y noté que apartó la mirada, tenía un ligero sonrojo en sus mejillas... yo no lo podía creer. ¿Aspen Donnovan sonrojado? ¡¿Eso siquiera es posible?!

—Buenas noches, jovencita. Aquí les traigo algo para que coman, de seguro tienen hambre...

—Se lo agradezco mucho, ha acertado —sonreí sentándome mientras ella deja el carrito frente a nosotros—. Todo se ve tan delicioso...

—Me alegra oír eso, no sabía lo que le gustaría comer así que hice mis especialidades.

—Es muy amable de su parte, señora —sonreí agradecida.

—Por favor, llámeme Rose.

Asentí suavemente y ella me sonríe con amabilidad antes de despedirse e irse quizás a su casa. Me acerqué al carrito y vi la cantidad de comida que olía tan bien... pero no quería parecer una muerta de hambre ansiosa. No toqué nada por el momento, pero Aspen se sentó junto a mí y extendió el brazo hasta alcanzar el carrito para acercarlo a mí más que a él.

—Rose se molesta si no se vacía este carrito... así que será mejor no hacerla enojar, te dará miedo —comentó.

—Am... pero no tengo mucha hambre —mencioné bajando la mirada hacia la comida.

—Sí, claro y yo soy el Papa Francisco —rodé los ojos por su sarcasmo pero entonces Aspen apoya su mano sobre mi hombro para darme ánimos—. No te niegues la comida cuando tienes hambre, no es saludable. Come lo que quieras, nadie va a juzgarte.

Lo miré enarcando una ceja y recordando aquellas veces. Aspen baja la mirada con una leve risa y luego levanta los brazos a modo de paz.

—Te juro que no volveré a hacer ningún comentario, pero eso da igual... Nunca los dije en serio y nunca será así. Eres perfecta tal y como estás, Madeline... inclusive me pareces hasta mejor que Jen.

—Haré como si te creyera por esta vez, pero no vuelvas a compararme con Je, que ella es perfecta —lo acusé con el dedo y entrecerrando los ojos, él se ríe por lo bajo.

—No más que tú, princesa —murmuró apartando la mirada, haciéndome imposible escuchar lo que dijo.

—¿Huh?

—Nada, mejor empieza a comer.

Miré el carrito de nuevo y suspiré armándome de valor para luego agarrar del primer plato y comer de su contenido, fascinándome apenas la comida llega a mi boca.

—Joder... esto está muy bueno —expresé mirando con adoración la comida en mi plato.

—¿Verdad? Rose es la que mejor cocina en esta casa —sonríe Aspen y se acomoda recostándose por el respaldo del sofá.

—¿Tú no vas a comer? —cuestioné.

—Me gustaría que tú lo hicieras primero. Quiero que estés satisfecha, Madeline.

Negué con la cabeza y apunté al carrito mientras daba otro bocado.

—No es divertido comer por turnos. Tú también hazlo ahora, es incómodo cuando solo uno está comiendo.

Aspen ríe entre dientes pero por suerte decide hacerme caso, agarra algo de comida y también empieza a comer. Ambos cenamos mientras veíamos "Mi vecino Totoro" hasta que ya no hubo nada más en el carrito. Aspen vuelve a recostarse contra el respaldo del sofá y yo volví a apoyarme en él, su brazo me rodea de nuevo, como si lo hiciera de manera inconsciente. Observé su brazo y una pequeña sonrisa se asoma por mis labios, me acomodé en mi lugar y suspiré sintiéndome más tranquila.

Sin embargo, yo seguía con la duda y la viva imagen de las heridas en su espalda y recordando también las de sus manos, lo miré de reojo preguntándome qué es lo que le había pasado... ¿podría preguntarle? ¿Estaría bien hacerlo? ¿Me lo contaría?

—¿Qué pasa? —preguntó de la nada.

—¿Eh?

—Pareces querer decir algo, ¿qué ocurre? —preguntó volteando a verme.

—No, yo... bueno... Sí, quizás sí —aspiré profundo— ¿Puedo hacerte una pregunta quizás algo muy personal?

—¿Qué es?

Me aparté para mirarlo al rostro solamente y él me miró esperando la pregunta, aún creyendo que no iba a ser la gran cosa.

—¿Qué te ha pasado en la espalda?

—¡¿Hmg?! —él aparta la mirada sorprendido y se cubre el rostro con una mano maldiciendo por lo bajo como si se hubiera atragantado con su propia saliva por la sorpresa— ¿Lo viste?

—Solo un poco... Lo siento, justo había bajado y... —hice una mueca arrepentida, no fue una buena idea preguntarle por algo así—. No necesitas responder y puedo fingir que no vi nada.

—¿Fingir? ¿No puedes olvidarlo mejor? —preguntó casi en un ruego.

—No... puedo... —mencioné honesta.

Aspen me mira con atención, quizás tratando de descifrar mis expresiones tan legibles en mi rostro y en mis manos nerviosas que jugaban entre sí con mis dedos. Suspiró pensativo y acariciando sus mejillas con una mano hasta que parecía como si tuviera una idea y volvió a mirarme.

—Hagamos algo... Te lo contaré todo, pero solo si tú también lo haces, ¿por qué te afectan tanto esos comentarios que ya sabes y cuánto es que en verdad te afectan? —mencionó haciéndome dudar al instante.

Ahora fue mi turno de apartar la mirada, queriendo que olvidara todas esas veces que yo he reaccionado ante los comentarios sobre mi peso y la comida que trago, pero mi curiosidad no se iría hasta saber la verdad, así que suspiré finalmente y asentí. Supongo que era lo justo si quería saber...

—Pero hazlo tú primero —pedí. Aspen asiente estando de acuerdo, pone más bajo el volumen de la televisión y suspira sin saber cómo empezar.

—A mí... me criaron mis abuelos. Ellos creyeron que mis padres eran muy permisivos conmigo y que solo por eso eran malos padres que me malcrían todo el tiempo, lo que era una mentira por cierto; así que dijeron que se harían cargo de mí... y mis padres no hicieron nada por impedirlo.

Recordé cuando Vic fue a mi casa y me lo contó a pesar de no haberle abierto la puerta. Aspen resopla rascándose la nuca pero luego mira aquella mano y la coloca en medio de ambos, haciéndome ver mucho más a detalle las cicatrices en sus palmas.

—Al comienzo los castigos eran como en las escuelas antiguas: con una regla, mi abuelo me golpeaba en las manos hasta que sangraban o sino también lo hacía en mis piernas.

Espantada tomé su mano delicadamente y lo inspeccioné, acaricié con las yemas de mis dedos aquellos relieves que hacían que su mano fuera rugosa.

—Otro castigo después de golpearme era dejarme sin comer el tiempo que fuera necesario, dependiendo de la gravedad de mis acciones. A veces solo me perdía la cena, otras veces el almuerzo... pero también me dejó una semana sin comer nada.

Hice una mueca horrorizada, no podía creer lo que estaba escuchando. Yo pensaba que él nunca supo lo que era pasar hambre aunque te muriera por comer algo... creí que nunca podría entenderme.

—Pero al crecer mi abuelo pensó que ya eso no tenía efecto sobre mí, porque seguía cometiendo errores y los desafiaba. La primera vez fue cuando le grité a mi abuela por patear a mi perro de ese entonces, que no dejaba de ladrar. Mi abuelo lo sacó al patio y con su pistola, legalmente obtenida, le disparó frente a mí.

Levanté la mirada rápidamente, notaba su mirada perdida entre los recuerdos que cruzaban por su cabeza. Un sentimiento nuevo crecía dentro de mi pecho, me sentía triste, enojada y preocupada porque tuvo que vivir todo eso cuando solo era un niño.

—A mí me hizo quitarme la remera para que cuando me diera con el cinturón pudiera sentir mejor el dolor, y quizás así aprendería más rápido mi lección. Pero... al parecer golpearme accidentalmente con la hebilla le generó algún tipo de placer enfermizo porque las siguientes veces, hasta hace poco, siguió haciéndolo apropósito. No me sorprendería que algún día empezara a golpearme con algún fierro o algo, ese anciano está mal de la cabeza.

Estuvimos en silencio por un tiempo, él no me miraba, quizás no quería enfrentarme luego de admitir por todo lo que ha tenido que pasar.

—¿Puedo... ver? —pregunté al cabo de unos segundos, consiguiendo que finalmente me volteara a ver a los ojos.

—¿Realmente quieres hacerlo? No es algo que me gusta mostrarle a los demás.

—Lo sé, pero... quiero comprobar qué tan malo es.

Aspen lo piensa por un momento pero entonces termina asintiendo para sí mismo antes de darse la vuelta y quitarse la remera. Dejé escapar un jadeo por la sorpresa, cubrí mi boca con ambas manos horrorizada y aparté la mirada por no aguantar verlo más de cerca.

—Esto... Esto es muy cruel...

—Lo es... —respondió.

Antes de que se moviera volví la vista a su espalda y acerqué mi mano a él, apenas lo toqué con la yema de mis dedos pero pude sentir cuando se estremeció ligeramente.

—Te duele... —afirmé con lástima— ¿Cómo puedes seguir como si nada?

—Porque esto no va a impedirme hacer lo que quiero hacer.

—Pero al hacerlo estás yendo en contra de tus abuelos... esto fue de hace poco has dicho, ¿aún con tu edad te sigue haciendo esta mierda?

Sin darme cuenta me había enfadado mucho más. Aspen se coloca la remera y se voltea para verme.

—Hey... oye, ¿por qué se supone que estás llorando ahora? —aparté la mirada pero él me hizo regresarla y noté su sonrisa enternecida—. Eres una llorona, princesa.

—C..Cállate —intenté bajar la cabeza pero no me lo permitió y en su lugar quitó mis lágrimas delicadamente.

—Me hace sentir honrado que te enojes por mí... pero no llores por esto... no tienes que hacerlo.

—Pero no puedo evitarlo. Cuando me enojo tanto pasa esto, tampoco me gusta pero... Esto de verdad me hizo enfadar.

—Eres tan tierna, princesa —ríe Aspen haciendo que lo fulminara con la mirada.

—Deja de reírte, esto no es gracioso —lo regañé.

—Lo es porque no paras de arrugar la nariz.

—Agh.

Me acaricié la nariz para dejar de hacer esto. Aspen se estira hacia la mesa a un lado y saca una caja de pañuelos sin abrir, pero lo hace justo ahora. Me lo tiende y yo agradecí en un murmullo mientras sonaba mi nariz y calmaba mi enojo. Suspiré profundo cuando ya había vuelto a la normalidad.

—¿Mejor? —asentí—. Bien... porque ahora es tu turno, princesa.

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