Capítulo 5: ¿sí...quiero?

Soledad volvió a calzarse aquel vestido rojo de la boda de Romina, pero le pareció demasiado atrevido para una cena de presentación.

—¿Qué tal así? —le preguntó a Dago mientras acomodaba un sencillo vestido negro sobre sí misma.

—¿Y porqué no el rojo?

—Se supone que vas a presentarme a tu familia.

—Ah... ya entiendo... entonces vestirás de luto.

Soledad rió de buena gana.

—No hombre, pero tampoco voy a ir como para escandalizarlos.

—Tienes razón... a mamá le pone de mal humor el rojo. ¿qué tal un azul negruzco?

—Tengo lo que te mostré, nada más.

—¿Y para que se inventó el dinero de plástico?

—Dago no empieces, no vamos a meternos en gastos para...

Soledad siguió refunfuñando, pero él la llevó a la fuerza a la tienda. Suspiró profundo y deseó no haber dicho jamás que el vestido anterior era atrevido, ahora él acabada de comprar a un precio estrafalario y con la etiqueta de quien sabe qué diseñador, treinta centímetros de tela "decente" como le diría ella y casi dos metros de una exquisita gasa que sobredimensionaba aún más el término "trasparente".

Aunque se vio extremadamente provocativa en el espejo, quedó sorprendida del cambio... se sintió bella: corsé azul noche, con falda larga de cadera cubriendo "apenas" la cadera y un tajo profundo en el costado, mostrando todavía más de cerca la piel que ya se veía tras la gasa.

La mirada de aprobación de Dago le indicó que se veía bien, destacó los ojos y los labios en un ciruela rabioso y se despejó la cara recogiendo su cabello como al descuido, dejando los hombros sugerentemente desnudos.

—Indudablemente tienes muy buen gusto en ropa femenina Dago.

—E indudablemente tú sabes llevarla muy bien ¿nos vamos?

Ella recordó el momento en que ante esa misma muralla imponente, había sentido que un hoyo inmenso la tragaba, en una caída libre endemoniadamente rápida.

—¿Estás bien?— le preguntó él antes de entrar.

Y ella respondió un sí autómata, apenas audible, pero sincero.

—¿Qué tal abuela?

—Querido, ¿cómo estás? debería estar muy enojada contigo ¿Cómo se te ocurre irte sin avisarme nada? ¿No me presentas a tu novia?... Estás preciosa nena, y te adelanto que sacaste la lotería con mi nieto, medio país está pescando por él... pero basta de cháchara... los periodistas están esperando en el salón... vamos, espero que terminemos rápido con ellos porque odiaría que la cena se enfríe...

Soledad se sintió abrumada por el parloteo escandaloso de una señora que apenas si aparentaba unos cincuenta y tantos años. Captó de entrada las miradas de desprecio de los padres de Dago, y la sumisión de todos a la autoridad casi despótica de la abuela. Indudablemente Dago era su razón de ser... lo malcriaba hasta el hartazgo... y por sobre todo, hablaba y hablaba y hablaba, hasta que llegó el momento en que Soledad se limitó a sonreír disimulando apenas su sensación agigantada de cerebro embotado.

Una hora y media bastó para la sesión de fotos. Soledad rió para sus adentros, cuando la "gran familia Camblong" se acomodó en el jardín para la foto familiar.

"Pensar que ninguno de nosotros desea estar aquí..." — Tomó de la mano a Dago y sonrió sarcástica, riéndose un poco de todos los que estaban a su alrededor y otro poco de si misma.

—Te gustan los mariscos niña? —preguntó la abuela, con esa manera suya en la que era imposible decir que no.

—Mucho señora.

—Nada de señora... Sara... Sara a secas... en una semana estarás viviendo en esta casa, como la esposa de mi único nieto, hijo de mi único hijo... lo cual niña te convierte en mi única nieta política "legal" claro... no puedo afirmar que mi querido Dago no saldrá tan mujeriego como su padre.

—Abuela...

—Las cosas por su nombre Dago... esta niña parece bastante más merecedora de ti que esa prostituta barata que se encamaba con padre e hijo ¿Cómo era que se llamaba?

—Analía, abuela.

—Analía... horror, hasta su nombre me solía resultar empalagoso... a ti no querida? —preguntó a la mamá de Dago con una ironía que por momentos rozaba lo simpático.— Oh... perdona, olvidé que tú no tenías tiempo de fijarte en esas cosas... sabes Soledad, es que mi nuera es una "apasionada" de los deportes, un mes muere por el profesor de tenis, otro mes muere por su personal trainner.

Soledad no sabía si reirse o desaparecer, los padres de Dago apenas si probaban bocado mientras la abuela no paraba de avergonzarlos, una y otra vez, con el fin obvio de arruinar toda digestión.

—Mañana te espero a las tres treinta para elegir el ajuar niña... se puntual.

—Como usted diga Sara...

—Sé menos diplomática niña... y hazme el favor de tutearme.

En cuanto subieron al taxi, ella soltó la mano de Dago como si le quemara.

—Si te disgustaba tanto, me lo hubieras dicho... no era necesario que nos tomáramos la mano.

—No te enojes... no es por ti...

—Todavía estás a tiempo de echarte atrás.

—No lo haré, pero me gustaría que me dijeras que no estamos engañando a tu abuela... aunque sea una mentira, me haría sentir mejor.

—No la estoy engañando... y no es una mentira. Ella conoce todo de mí y con eso quiero decir todo.

—¿Los videos también?

—Todo.

—¿Y qué piensa... que yo puedo regenerarte?

—No, desde un primer momento le conté la verdad de nuestra relación.

—Dios... o sea que cree que soy una oportunista.

Dago rió.

—Es increíble como te preocupas por lo que piensan las demás... no cree eso, porque le he contado como eres y sé que antes de formarse una opinión sobre ti te analizará hasta la médula... la conozco como a la palma de mi mano, jamás juzga a alguien hasta no tener una opinión propia.

Hasta que llegaron al departamento, ella no volvió a hablar.

—¿Sucede algo?... te quedaste callada de golpe.

—Sólo estaba pensando ¿Qué piensa ella de tu sexualidad?

—Cuando se lo dije puso el grito en el cielo... ella misma me llevó a cuando médico conocía, desde sexólogos hasta clínicos... incluso organizó cada fiestita que... no sé...

—¿Y qué la hizo desistir?

—Mis locuras tal vez...

—¿Tus locuras?

—Drogas, sexo y rock and roll... pero sabes que no me gusta hablar de eso... por esa causa lastimé a la única persona que me adoró desde que nací y juro que hasta ahora me arrepiento... sólo confía en ella... es la única persona aparte de ti que piensa con algo distinto a su bolsillo.

Soledad llegó cinco minutos antes de lo pactado y encontró a Sara desayunando.

—¿Jugo, querida? —preguntó con un gesto que parecía de sincera cortesía.

—Gracias, pero ya desayuné.

—No te vendría mal, tu cabello está opaco... te hacen falta vitaminas.

Alisó el pantalón que llevaba puesto antes de indicar a Soledad que la siguiera.

—Mi nieto me dijo que se llevan bien.

Soledad miró las casas que dejaban atrás y sonrió mirando lejos.

—Es cierto.

—Dime... la verdad de todo esto es que tú no amas a Dago y él tampoco puede amarte porque eres mujer, entonces porqué alargamos la situación ¿cuánto quieres para desaparecer?

Soledad suspiró profundo y la miró de frente.

—Escúcheme señora... su dinero no me está comprando ni lo va a hacer... yo por Dago siento algo que no me permite verlo como hombre y tampoco le voy a mentir... lo necesito, pero no por su posición, ni por su riqueza, ni por su apellido... lo necesito como compañía, porque tiene mis mismos códigos, porque entiende mis histerias y porque me permite entender las suyas. Si usted no está de acuerdo con eso yo no puedo hacer nada y está en su derecho si pretende hacerme la vida imposible. Lo único que quiero que sepa es que no voy a entrar en su juego, usted decide, si quiere que desaparezca sólo pídamelo y lo haré... ahora o cuando usted lo crea oportuno.

—¿Ya elegiste tu vestido de novia?

—No.

—¿Alguna sugerencia, o prefieres que te lleve con mi diseñador?

—Como usted quiera.

—Te olvidas rápido del tuteo querida.

—Como quieras Sara. —corrigió ella, sin saber cómo reaccionar frente a sus abruptos cambios de carácter.

—¿Blanco? —preguntó delante de un montón de modelos que desfilaban delante de ellas.

—Si tu quieres.

—Es tu boda niña, date el gusto de elegir el vestido.

—No me hace sentir bien.

—Escucha, punto uno: el dinero no sirve para nada más que para gastarlo; punto dos: estoy "adulta" por no decir vieja y la cantidad de años que todavía pienso vivir no me van a alcanzar para gastar todo el que tengo; punto tres: estoy probando tus gustos, si vas a ser la esposa de mi nieto el estilo se te tiene que notar a flor de piel querida. Vamos, elige.

—Pues no me gusta ninguno.

—¡Víctor!

El diseñador llegó a su lado con una caminata amanerada que ella consideró innecesario.

—¿Ya escogiste Sarita?

—Me estás defraudando Víctor... se casa mi nieto, quiero algo más que especial. —él se disculpó ordenando que le trajeran nuevos modelos, dejando a las dos mujeres solas.— Coincidimos en que ninguno era lo suficientemente bueno como para gustarme, veamos si coincidimos también en qué exactamente buscamos... ¿color?

—Champagne.

—¿Cola?

—No.

—¿Mangas?

—No.

—Seamos más directas, te diré el modelo que quiero y me dirás si es de tu agrado.

—Me parece bien.

—Tienes buena cintura y eres alta, que tal un strapless con corte princesa... drapeado hasta la cadera, con falta larga... bastante vaporosa diría... gasa salpicada de un bordado simple, en un gama un poco más suave que el vestido... el borde me gustaría acentuado con unos canutillos.... y.... guantes largos.... por arriba de los codos, aunque tienen bonitas manos, podríamos obviarlo si no quieres.

—Suena realmente hermoso.

—Pues ya está niña... Víctor!!!

Describió el vestido tal cual ella lo había soñado siempre y no supo si sentirse feliz por ello. Nada le inspiraba, más allá de Dago, la más mínima confianza... pero no quería terminar sola... no quería morir sola... y Dago no era solo una compañía, él era un amigo.

Una semana. Una semana de preparativos ceremoniosos y hasta excéntricos, una semana de idas, de venidas, de llegadas a cien mil puntos y de nuevas partidas. Soledad estaba agotada, pero tenía que reconocer que Sara no había dejado un solo cabo sin atar. La había acompañado todos los días, puntualmente, desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde; jamás había vuelto a mencionar la propuesta de aquella primera mañana, y al contrario, demostraba un celo por su "nueva nieta" como ella la llamaba, casi comparable al que sentía por Dago.

Soledad no controlaba sus nervios esa tarde; iba y venía de una punta a otra de la sala desarreglando el vestido, el peinado, el maquillaje...

—¡Niña, por Dios, quédate quieta! ¡Estás poniéndome tan nerviosa como en mi propia boda!

—No puedo, bastante con que no me arranco los guantes para comerme las uñas!

—Tranquilízate... nada va a salir mal... tú estás, Dago está, los anillos están...

—¿Sara?

—¿Sí?

—¿Porqué nunca insististe con... con aquello que... no, nada, no me hagas caso.

Sara la miró fijo, pero con un dejo de comprensión.

—¿Quieres echarte atrás?

—Es simplemente una pregunta.

—Dago confía en ti, y yo confío en Dago... ¿es respuesta suficiente?

—No. ¿usted confía en mí?

—Para serte sincera he de decirte que es muy poco tiempo para responder algo así ¿o tú opinarías de alguien concienzudamente a una semana de conocerlo?

—Tengo miedo Sara... y se lo confieso aunque dude de mí... por favor, dígame si estoy haciendo lo correcto.

—No puedo contestarte eso Soledad, yo he cometido los errores más grandes que puedas imaginar, pero del único que me arrepiento realmente es del que cometí por influencia de otros y no porque era lo que yo quería.

—Yo necesito a Dago, Sara, pero no sé si soporte el precio. No quiero ser parte del mundo en que todos ustedes están atrapados... Dago dijo muchas veces que esto era una cárcel y no es sino hasta ahora que lo entiendo.

—Pregúntate antes de salir por esa puerta si "necesitas" a Dago o si lo "quieres", del modo que sea... yo estoy algo vieja para comprender ciertos tipos de amor.

Soledad se alisó el vestido y acomodó los guantes, justo en el preciso momento en que el coro de la iglesia comenzó a cantar un Ave María profundo.

—Lo quiero. —susurró al oído de Sara antes de agarrarse del brazo del "gran candidato Camblong" y caminar con paso decidido, dejando a su costado gente que murmuraba por lo bajo y la miraba con el aire desdeñoso de la envidia.

Mientras el padre hablaba ella recordó a una velocidad estrepitosamente escandalosa más de veinte años de su vida, se detuvo en el instante en que aquel diagnóstico médico había cambiado tantas cosas... y miró a Dago... en ese instante supo que él la entendería, que sería el amigo, el hermano, el compañero... nunca el hombre... y no dudó:

—Soledad Eliana Rivas, acepta usted por esposo a Dago Ezequiel Camblong Bengoechea, para amarlo, respetarlo y -......

—Sí, acepto.

El beso tímido de ambos frente a más de cien personas en la iglesia tampoco le importó, ni los miles de flashes que le cegaron el camino de salida y que ella sabía saldrían publicadas en todas las revistas... ni siquiera la mirada rabiosa de Romina que ni siquiera se acercó a felicitarla. Nada, sólo un rubor extraño que le tiñó de un rojo subido las mejillas cuando se paró frente a la gran cama matrimonial donde por primera vez tendría que dormir a su lado.

Dago lo notó.

—Si prefieres puedo dormir en otro lado.

—Está bien... igual tengo que acostumbrarme... además ya sé que roncas.

—¿Cómo que ronco? No mientas... lo dices para avergonzarme.

—Tienes razón, los ronquidos son un poco más suaves "mi amor". —se burló ella con una risita disimulada, mientras él se sonrojaba tratando de contener también la carcajada.

Se acomodaron uno al lado del otro, mirando ambos el techo.

—Es raro ¿no?

—¿Qué cosa?

—Siento como que es algo nuevo el vivir contigo... y no es así.

—Tal vez porque ahora tenemos que disimular... tal vez porque tenemos que comportarnos como marido y mujer... no es fácil fingir el amor.

—Yo no finjo amarte... te quiero, de una manera distinta tal vez, no como un amante quizás, pero te quiero.

—Si yo me quejara de mi suerte sería un egoísta.

—No exagero, y te prometo que voy a hacer todo lo que este a mi alcance para que seas feliz.

Ella rió con ganas.

—¿Y eso?

—Parecemos sacados de un guión de telenovela mexicana. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top