Capítulo 10
"La dulce espera"
Alex.
Junio 6
Si hace unos años me hubieran preguntado quién era la persona que más quería en el mundo, probablemente habría respondido que a nadie. Ni siquiera me quería a mí mismo. Cada día me preguntaba qué había hecho para merecer tanto desprecio, qué deuda estaba pagando para ser tratado como una sombra, un error.
Nadie. Absolutamente nadie se preocupaba por mí. No hubo cumpleaños, ni navidades, ni momentos que pudiera llamar míos. Siempre fui el cero a la izquierda, el que estaba pero no existía. Mientras veía a mis padres volcar su amor y atención en alguien que no era su hijo, yo solo recibía silencio y miradas de desdén.
Me acostumbré a ser ignorado, a ser el borrón en su vida perfecta. Creí que mi destino sería siempre ese: vivir bajo la sombra de Jonathan. Soñaba con el día en que él se convirtiera en líder, no porque quisiera verlo triunfar, sino porque pensaba que, tal vez, con su ascenso, me dejarían en paz. Podría escapar, alejarme de todo el dolor.
Pero sabía, en el fondo, que eso era una fantasía. Conociendo a Jonathan, lo único que haría sería mantenerme encerrado, como lo hacía nuestro padre, obligándome a seguir operando su maldito sistema de seguridad.
Mientras a Jonathan lo llevaban de paseo, lo llenaban de juguetes, coches, propiedades, yo recibía solo reproches y regaños...Pero, al menos, me dejaban sentarme en la misma mesa para comer.
"Confórmate con eso" solían decirme, como si compartir migajas de su mundo fuera suficiente.
La educación fue mi único privilegio, aunque tampoco me lo concedieron como a los demás. Nunca fui a una escuela, nunca tuve compañeros, amigos ni maestros que me miraran como a un ser humano. ¿Para qué? Según ellos, no necesitaba convivir con nadie. Todo lo que tuve fue un aula virtual y un profesor al que no veía en persona.
Mi vida se resumía a eso: aislamiento. Mi refugio era una red que construí para mí, un espacio digital donde nadie, ni siquiera mi padre, podía arrebatarme. Era lo más cercano a la libertad que tenía.
Pero no siempre fue así. Quizá, alguna vez, fui querido. Quizá, cuando nací. Pero eso cambió rápidamente. Lo recuerdo con claridad: el día que mi padre me llevó a presenciar cómo masacraba y torturaba a alguien esperando que tuviera la misma reacción que Jonathan, esperando que yo disfrutara del sufrimiento de los demás.
Tan solo tenia cuatro años, lloré y supliqué para que me dejara ir, porque era incapaz de soportar la escena, vi el desprecio en sus ojos, me tomó del brazo tan fuerte que quedaron marcas, y me obligó a observar hasta el final.
O el día que a los seis años mi madre me dio un arma y me exigió que matara al gato al que había estado alimentando a escondidas. Me negué. Le supliqué. Y entonces ella lo mató frente a mí, con la misma frialdad con la que me miraba.
Cuando Jonathan y sus secuaces me tomaron por sorpresa, burlándose mientras me golpeaban y apagaban cigarrillos en mi piel, dejaron más que cicatrices físicas en un niño de diez años. Dejaron marcas que hasta el día de hoy arden, recordándome que nunca fui más que un blanco fácil para su crueldad.
No importaba cuánto me obligaran. Ni los entrenamientos, ni los días encerrado en celdas sin comida, ni los azotes ni los castigos lograron moldearme en lo que ellos querían: un "hombre" digno de su retorcida visión. Para ellos, mi resistencia no era valentía, era fracaso.
Fue en esos momentos cuando dejaron de verme como su hijo. Me miraban con rabia, con decepción, como si yo fuera un error que nunca debió existir. Y esa rabia se convirtió en mi castigo constante.
Todo eso me marcó, más profundo que cualquier cicatriz en mi piel. Todo eso me dejó claro que, para ellos, yo no valía nada. Para mi familia, siempre fui menos que una sombra.
Pero a pesar de ser incapaz de hacer todas las cosas que ellos hacen, a pesar de ser débil, tengo una sola cosa que ellos no, y es el motivo por el cual sigo vivo.
Desde que tenía memoria, mi mente era mi único refugio. Las emociones siempre me traicionaban, pero los números, las fórmulas, y los patrones nunca fallaban. A los seis años, ya resolvía problemas matemáticos que a otros niños les tomaría años entender. Mi profesor virtual me observaba con una mezcla de admiración y desconcierto, incapaz de seguir mi ritmo.
Me adelanté años en los estudios y, para cuando cumplí catorce, ya había comenzado una carrera universitaria en ingeniería avanzada.
La universidad fue un desafío completamente nuevo. No estudié en una institución cualquiera; aunque mis padres me despreciaban, no podían ignorar mi talento. Me inscribieron en un programa de élite especializado en tecnología y seguridad cibernética. Por primera vez, me permitieron asistir a clases presenciales. Era una experiencia desconocida y, en muchos sentidos, aterradora.
Nunca fui bueno haciendo amigos. Toda mi vida fui el blanco de burlas y golpes por ser quien era. En la universidad no fue diferente. No socialicé ni formé lazos con nadie. Me refugié en mi mundo, aislándome por miedo a que alguien más me hiciera sentir insignificante, como lo hacía mi familia.
En ese entorno, me sumergí por completo en el estudio de sistemas complejos. Aprendí a desmantelar sus vulnerabilidades y a construir defensas que parecían impenetrables. Mi talento no pasó desapercibido. Antes de darme cuenta, estaba aplicando mis conocimientos en ámbitos que ningún adolescente debería explorar.
El tiempo pasó rápido y me gradué. Como era de esperarse, nadie de mi familia asistió a la ceremonia. Nunca esperé que lo hicieran, pero no puedo negar que fue doloroso ver a todos rodeados de sus seres queridos mientras yo estaba solo.
Al salir, me sorprendí al ver a Bastian bajando apresurado del coche que me esperaba afuera. Estaba agitado, disculpándose por no haber llegado a tiempo para verme recibir el diploma. Me explicó que se había escapado de sus tareas solo para estar ahí y recogerme. En sus manos llevaba un pastel que había comprado como felicitación improvisada.
Bastian era, y sigue siendo, mi único amigo, probablemente la única persona que tolero, además de mi hermana, aunque jamás lo admitiría frente a él. Me dio un fuerte abrazo y me aseguró que estaba feliz por mí, algo que nadie más había hecho. Aun así, se disculpó por no haber asistido a la ceremonia, explicándome que había tenido que acompañar a su padre y al mío en algún asunto turbio de la mafia.
A pesar de mis esfuerzos por mantenerme al margen del mundo de mi familia, no pasó mucho tiempo antes de que ellos encontraran la manera de aprovecharse de mis habilidades. Mi padre, siempre calculador, no tardó en ponerme a cargo de la seguridad de la mafia, dejándome claro que nunca había tenido opción.
"Eres un genio, al menos sirve para algo" me dijo una vez. Su desprecio estaba claro, pero mi trabajo se volvió indispensable. Nadie podía penetrar los sistemas que diseñaba; eran impenetrables porque estaban construidos desde la paranoia, desde el miedo de un niño que había aprendido a defenderse de todo.
Hoy, a mis casi veintiún años, sigo atrapado en el oscuro mundo de la mafia, sigo siendo menospreciado por mis padres y Jonathan, pero a diferencia de antes, ahora no me importa ni me interesa. Ya no estoy solo.
Si alguien me preguntara quién es la persona a la que más amo en el mundo, no dudaría ni un segundo en responder que es la que ahora duerme frente a mí, respirando pesadamente.
Adira es, y siempre será, la persona más buena que la vida me ha cruzado en el camino. Ella es la que me enseñó lo que significa tener una familia, lo que es preocuparse por alguien de verdad.
Ahora, no me considero débil, no porque haya aprendido a pelear ni a hacer lo que ellos hacen, sino porque tengo a mi lado a la mujer más fuerte del universo. Ella me ha enseñado lo que significa la resiliencia. No por nada la llaman la Dama de Acero.
A pesar de seguir recibiendo miradas de desdén, las palizas hacia mí se detuvieron el día en que Adira le tumbo seis dientes a un idiota que me vacío refresco en mi computadora solo para molestarme.
Recuerdo claramente cómo ella se levantó con calma y caminó hacia la mesa donde él y su grupo estaban sentados. Sin decir una sola palabra, lo tomó por la camisa y, con una precisión aterradora, estampó su puño contra su boca varias veces, seguido de unos rodillazos. Finalmente, lo empujó con fuerza contra la mesa y estampó su rostro contra la superficie.
Nadie dijo nada, nadie entendía qué estaba pasando. Cuando otro tipo intentó intervenir, Adira esquivó su golpe con facilidad, le dio un cabezazo y, sin pensarlo, lo agarró de las pelotas, haciendo que se retorciera del dolor.
El recuerdo de esa escena siempre me arranca una sonrisa. Esa mujer no le teme a nada. Después de lo que hizo, caminó de regreso hacia su mesa, y cuando pasó por mi lado, me miró por primera vez en las dos semanas que llevaba en Francia. Le agradecí, pero su respuesta fue directa: "No dejes que esos idiotas se aprovechen de ti." Sin añadir una palabra más, se fue hacia su lugar.
Nadie se me volvió a acercar en días por temor a que ella apareciera.
Fue la primera vez que alguien me defendió, la primera vez que alguien se preocupó por mí. Y lo más increíble es que quien lo hacía era mi media hermana. No podía creer que alguien de mi propia sangre me mirara sin desprecio. Era la primera vez.
Desde ese día, la observé, la estudié, la admiré. Y empecé a buscar maneras de devolverle el favor, protegiéndola y cuidándola con los pocos recursos que tenía.
A pesar de todo, nuestras interacciones seguían siendo escasas, casi inexistentes. Adira pasó meses aislada, torturada, y sometida a pruebas inhumanas, y yo fui testigo de ello. Cada día, cuando alguien entraba a su celda para maltratarla, yo estaba detrás de las pantallas, luchando por no romper en llanto.
Cada vez que pude, intenté reducir el daño. Me aseguré de que tuviera más comida, de que, al menos, pudiera escucharme a través de los micrófonos en su celda.
Ella sabía que yo estaba detrás de las cámaras, y siempre que podía, miraba hacia ellas y me decía: "Me alegra que me acompañes hoy."
Cualquier otra persona habría sucumbido ante todo lo que ella pasó, pero Adira superó esa prueba y muchas más. Fue por eso que, cuando quisieron casarla con Jonathan, me encargué de ayudarla a sabotear la ceremonia.
Cuando la proclamaron héritière, no pude evitar disfrutar del momento. No solo por ver a Jonathan humillado, sino porque entendí que mi camino era estar a su lado, apoyarla en todo lo que fuera necesario.
Fue entonces cuando comprendí que, aunque Adira poseía las mismas, o incluso más, habilidades que los miembros de La Sombra Negra, no se parecía en nada a ellos.
Con ella descubrí que aún existen personas buenas en este mundo. Y mientras que yo no compartía las habilidades de Smith, ella perfeccionaba las suyas no para destruir, sino para proteger. Esa era la verdadera diferencia entre él y ella.
Adoro a mi hermana. Realmente lo hago. Ante mis ojos, es la persona más fuerte y buena del mundo. Es perfecta, alguien que desearía poder ser. Quisiera tener su fortaleza, caminar con la misma seguridad, enfrentar el mundo como ella lo hace.
Ella es mi admiración, y no solo la mía. Bastian, Gerard y todos los que nos siguen están dispuestos a cruzar mar, cielo y tierra por ella, igual que yo.
No merece el dolor que soporta cada día ni estar lejos de quienes ama. Merece ser feliz, escapar de la oscuridad que la persigue, estar con el hombre que adora, formar una familia con él. Merece tardes tranquilas con su mejor amiga, cenas familiares y momentos inolvidables. Merece la vida que Smith le arrebató.
Y yo voy a ayudarla a recuperarla.
Tomo la sábana y la cubro con cuidado, protegiéndola del frío de la noche. Está dormida, su rostro esta relajado, y creo que es la primera vez en mucho tiempo que la veo así. El día ha sido un desafío para ambos. Apenas aterrizamos en Francia, me aseguré de que descansara, de que no hiciera esfuerzos que pudieran abrir su herida.
El tema de la ASPA la golpeó fuerte, pero lo que más la afectó fue el disparo de Luke. No lo culpo por haber disparado; yo habría hecho lo mismo si estuviera en su lugar. Adira no ha querido hablar del tema, pero la conozco lo suficiente para saber que está destrozada por dentro. Y estoy seguro de que el no quiso herirla.
Miro la habitación: paredes blancas, casi sin decoración. No tiene nada que ver con el estilo de mi hermana; la ausencia de dibujos y fotos lo deja claro. Estamos en la mansión de Smith, donde solemos pasar la mayor parte del tiempo. Sin embargo, mi hermana y yo vivimos a unas calles del lugar donde operamos en secreto con nuestra gente. Pero para mantener las apariencias, "vivimos aquí".
Salgo de su habitación, cuidando de no despertarla. Cierro la puerta con sigilo y me dirijo a mi lugar habitual: el cuarto de vigilancia.
Thiago nos traicionó, y eso ha desatado un conflicto entre Smith y Viktor. Smith lo culpa por el fracaso, ya que fue Viktor quien nos puso en contacto con el brasileño. Aunque el alemán niegue estar involucrado, Smith me ha ordenado que investigue su caso.
Sin embargo, ahora no estoy aquí para eso. Tecleo en mi ordenador, revisando los datos y preparando la información para el próximo golpe que planeamos dar Adira, Bastian y yo.
Mientras tanto, Gerard entra al cuarto con algo en las manos que sé que necesito.
- Me acaban de entregar esto.- dice, dejando un USB sobre la mesa.- Ah, y Smith espera novedades sobre Viktor.
- Las tendrá pronto.- respondo, tomando el USB.- Gracias.
Gerard es un contacto valioso aquí dentro. Tanto él como Bastian siempre nos consiguen la información que necesitamos.
Después de que se marcha, conecto el USB a la computadora. Es de noche, y la mansión está en silencio, como suele estar a estas horas. Paso más noches aquí de las que debería, pero es parte del trabajo.
Las imágenes comienzan a aparecer en la pantalla. Sonrío al verlas. Es justo lo que necesitábamos, lo que Adira necesitaba.
Reviso cada archivo con atención. Selecciono las imágenes, las revelo en físico y las coloco dentro de un sobre con su nombre antes de guardarlo en la caja fuerte.
No quiero seguir sufriendo, ni que Adira lo haga, pero ambos sabemos que aún queda un largo camino para alcanzar nuestro propósito. Debemos esperar el momento indicado, aunque la verdad es que casi todo está planeado. Con Smith sospechando de Viktor, podemos usar eso a nuestro favor.
Al menos, Thiago Souza nos resolvió un par de problemas.
Sé que finalmente, la dulce espera llegará a su fin.
****
Adira.
7 de junio
Al despertar, un dolor punzante recorrió mi brazo derecho. Sentía el cuerpo pesado. Me levanté con esfuerzo, me duché y cambié la venda de mi herida frente al espejo.
Pasé la mano por la zona, cerrando los ojos al recordar a Luke disparando. Abrí los ojos de golpe, intentando borrar esa imagen, pero era imposible.
El dolor no solo era físico; me atravesaba por completo. Tenía miedo, miedo de no vencer a Smith a tiempo y que todo esto fuera en vano. Miedo de que, cuando todo termine, Luke y mi familia ya no me quieran de regreso.
Sabía que cuanto más tiempo pasaba, más arriesgaba perderlos para siempre. Cada día me repetía que debía tener fe, que cuando llegue el momento ellos entenderán. Pero, ¿y si mi misión dura cinco, diez años o más? ¿Será demasiado tarde para recuperar el tiempo perdido? No quiero regresar y descubrir que todos han avanzado sin mí.
El cansancio se reflejaba en mis ojos, o al menos yo lo veía. Vacíos, llenos de tristeza. Hoy, era siete de Junio, pero no ese siete de Junio.
Cada siete de cada mes, me entristece, porque no es aquí donde debería pasarlos, si no junto al hombre que amo. Y cada siete de Junio, me destroza el alma saber que hace unos años, en este mismo dia, yo lo estaba besando por primera vez.
Mi vida empeora cuando llegan los siete de Octubre, me recuerdan a mi traición, y me recuerdan como arruine ese número que antes era símbolo de amor.
Miro mi brazo, donde aún estaba el tatuaje que compartía con Cloe, junto con el de las mariposas. Una sonrisa se me forma al recordar el día que me las hice. En ese momento no entendía por qué quise agregar la última mariposa. Ahora lo sé.
Esa mariposa también representaba a mi hermano menor.
Mi mirada baja hasta el tatuaje de la serpiente, el símbolo de Smith y la mafia francesa, grabado cerca de mi cadera. Es una marca que no podía ignorar, un recordatorio constante de lo que ahora soy.
Me giré dando la espalda hacia el espejo de cuerpo entero. Con la mirada sobre el hombro, sin perder de vista mi reflejo, lleve mis manos hacia mi espalda, pasando los dedos por cada cicatriz que marcaba mi piel. Algunas eran más notorias que otras, predominaban en mi espalda, aunque algunas se extendían hacia mi abdomen. Eran un recordatorio de los momentos que me quebraron.
Sentí impotencia, una furia creciente al rememorar cómo me las habían hecho. Mis ojos ardían con ese fuego, el único que me mantenía de pie.
Pagarán, cada una de las cicatrices. Cada mísero dolor. Cada lágrima derramaba. Lo pagarán todo.
Me limpio las lágrimas que amenazan con caer. Me pongo una blusa y una chaqueta, seguido de unos vaqueros. Me amarro los zapatos con rapidez y salgo de la habitación. El silencio de la mañana es un alivio, y agradezco la paz momentánea mientras me dirijo a la cocina.
Saludo a la mujer de la limpieza antes de preparar mi café y unas tostadas. Es temprano, y la quietud del lugar me permite respirar con tranquilidad, aunque sé que no durará mucho.
Mis sospechas se confirman media hora después, cuando la inconfundible cabellera castaña y los ojos oscuros de Sara aparecen en mi campo de visión.
Sara es, sin duda, la viva imagen de lo que los niños imaginan cuando piensan en una "madrastra malvada": retorcida, manipuladora y egocéntrica, completamente incapaz de amar a alguien más que a sí misma. Es la sombra de Smith, una figura patética que se arrastra tras él, y alguien a quien destruiré cuando llegue el momento.
- Al fin apareces.- dice con su típico tono cargado de superioridad.- Te pasaste tirada toda la noche, por si no lo sabías, hay trabajo que hacer.
Toma asiento frente a mí y, como si fuera su perro, chasquea los dedos, llamando a la empleada para que le prepare el desayuno. Su mera presencia transforma mi café y mis tostadas en algo difícil de tragar.
- No me interesa nada de lo que digas, por si no lo sabías.- le respondo, repitiendo su frase y su tono con deliberada burla.
Bebo mi café con desgana, mi humor esta adeteriorándose rápidamente.
- Oh, así que sí comes.- comenta, apoyando la cara en su mano mientras me mira con fingido interés.- Creí que no lo hacías... ya sabes, con tanto trauma encima.
La sirvienta coloca su desayuno frente a ella, y Sara toma su taza, soplando con delicadeza antes de darle un sorbo.
La ignoro por completo y me concentro en mi tostada, aunque sus palabras no dejan de retumbar en mi cabeza.
- Yo que tú tendría cuidado con lo que como.- añade, con una sonrisa que parece sacada de una película de terror.- No vaya a ser que alguien te envenene.
Perra infeliz.
Levanto la vista con calma y dejo la tostada en el plato. Me inclino ligeramente hacia ella, sosteniéndole la mirada mientras una sonrisa fría cruza mis labios.
- Y yo que tú tendría cuidado, Sara. No vaya a ser que, por ser tan perra, alguien algún día te lo devuelva el triple.
El aire entre nosotras se vuelve tenso. Su sonrisa desaparece por un momento, y puedo ver en sus ojos que entendió la advertencia.
Desvié la mirada de ella hacia Alex, que entró en la cocina con una sonrisa que se desvaneció al notar la presencia de Sara.
- Ah, aquí estás. Otro que aparece después de haber estado holgazaneando.- comentó, apenas mirándolo.- Deberías haberte adelantado y evitar lo que pasó con Thiago.
Alex suspiró con resignación, restándole importancia a sus palabras. Luego, me dirigió una cálida sonrisa.
- ¿Quiere algo, joven Alex?- preguntó la empleada.
- Sí, lo de siempre, por favor. Lo tomaré en mi oficina.
- Claro, ahora mismo lo preparo.
- ¿Cómo amaneciste? -me preguntó Alex, ignorando a Sara-. ¿Cómo va la herida?
Estaba a punto de responder cuando Sara nos interrumpió.
- En lugar de perder el tiempo hablando, podrías estar en tu oficina atendiendo los asuntos pendientes de Viktor.- espetó, dejando la taza sobre la mesa con fuerza.- ¿Qué esperas? Lárgate a trabajar.
- ¿Quién te crees que eres para hablarle así? -intervine, clavando mis ojos en ella.- Ubica tu lugar.
- Es mi hijo, y yo le hablo como quiero.- contestó Sara, levantándose con una actitud desafiante. Luego, se dirigió a Alex.- Ve a trabajar, ahora.
Me levanté también, rodeé la mesa y me coloqué entre ambos.
- Es mi hermano, y no voy a permitir que andes con tus aires de grandeza.- dije, mirándola fijamente.- Primero desayunará, y luego hará su trabajo.
Sara me lanzó una mirada de superioridad.
- No eres nadie para meterte en cómo trato a mi sangre.- replicó con frialdad.- Soy la esposa de Smith, la madre de Alex y también...
Levanté una mano, interrumpiéndola.
- ¿Tú me vas a decir si puedo o no meterme en asuntos que involucran a mi hermano?- pregunté, arqueando una ceja.- Revisa mi rango y luego el tuyo. Verás que aquí soy yo quien tiene más poder.
Sin darle tiempo a replicar, tomé a Alex del brazo y lo llevé fuera de la cocina. Pude sentir la mirada furiosa de Sara clavada en mi espalda mientras nos marchábamos, pero no me importó.
- No soporto a tu madre.
- Ni yo.- respondió, encogiéndose de hombros.- Pero no le des importancia, tengo algo más importante que mostrarte.
Nos dirigimos hacia el cuarto de vigilancia. Al cabo de unos minutos la sirvienta apareció con el desayuno de mi hermano, y él muy amablemente le dio las gracias antes de cerrar la puerta, y finalmente me pidió que me sentara.
Caminó hasta la caja fuerte, introdujo la clave y sacó un sobre. Arqueé las cejas al verlo acercarse. Por un instante, pensé que se trataba de información crucial o algo delicado.
Vi mi nombre escrito en el sobre con la caligrafía de mi hermano. Lo tomé en cuanto me lo entregó, con mi curiosidad creciendo a cada segundo.
Estaba a punto de abrirlo, impaciente, cuando Alex me detuvo.
- Antes de que lo abras, quiero decirte algo.- dijo con voz seria.- Lamento mucho que hayas recibido aquella bala por mí... y lamento aún más que hoy estés lejos de quien amas.
Sus ojos reflejaban una tristeza que me desconcertó. No entendía qué tenía que ver todo eso con el contenido del sobre.
Lo abrí, y mis ojos se llenaron de lágrimas al instante.
No llores, no llores.
Fotos. Una tras otra, las observé con detenimiento, grabándolas en mi memoria. Eran fotografías antiguas de mi familia y amigos, recuerdos de tiempos mejores. Pero también había imágenes recientes... y entre ellas, una invitación a la boda de mi hermano y mi mejor amiga.
- Sé que cada siete de cada mes te encierras en tu dolor.- dijo Alex mientras se agachaba, quedando a mi altura.- Sé que cada día pierdes la esperanza de regresar a tu lugar. Pero ya no quiero que sea así. Quiero que veas que, a pesar del tiempo y de tu plan para que ellos te odien... ellos aún te esperan.
Las lágrimas querían caer, pero me negué a permitirlo y las seque antes de que lo hicieran.
- Él te sigue esperando.- añadió señalando una imagen de Luke entrando en mi antigua casa.- Cada vez que puede, visita ese lugar. No es la primera vez, lo lleva haciendo desde que te fuiste. ¿Por qué crees que lo hace?
Cerré los ojos, reprimiendo el sentimiento que se acumulaba ahí, en mi pecho. No quería llorar, al menos no frente a Alex, frente a nadie.
- ¿Ves esto?- bajé la mirada encontrándome con fotografíaa en las que Luke aparecía visitando museos y exposiciones de arte.- ¿Por qué crees que visita talleres, museos, muestras y cualquier cosa de arte?- me quedé en silencio detallando cada imagen.
Una débil sonrisa se dibujo en mi rostro al notar en una de las fotografías lo que resplandecía en el cuello de Luke.
El collar.
- Siempre he sentido curiosidad por el collar que llevas contigo.- murmuró.- Ahora entiendo su significado.- instintivamente lleve mis manos hacia mi collar.- ¿Por qué crees que aún se aferra a todas esas cosas?
Alex tomó un largo suspiro antes de tomarme ambos manos y obligarme a mirarlo a los ojos.
- Te diré porqué. Él te sigue esperando. Luke no te ha olvidado, y sé que tú familia tampoco. Todos te esperan.
- Pero no sé cuanto tiempo sean capaz de esperarme.- respondí.
- Créeme, lucen como personas que serian capaces de esperarte toda la vida.- me dedico una dulce sonrisa.- Tus padres, siempre que pueden, visitan este restaurante. Me dio curiosidad hasta que descubrí que era uno al que solían ir seguido contigo.
- Es mi restaurante favorito.- dije, con una sonrisa tímida escapando entre lágrimas.- Desde pequeña siempre me ha encantado su comida. ¿De dónde... de dónde sacaste todo esto?
- De nuestros contactos. Siempre pedimos que los vigilen y se aseguren de que estén bien. Gerard recibe las fotografías e informes, pero tú nunca quieres verlos. Esta vez me encargué de revisarlos y entregártelos. Quiero que veas cuánto te esperan.
Guardé silencio mientras observaba cada imagen.
- Tu mejor amiga y tu hermano han estado ocupados organizando su boda. Estoy seguro de que desean que estés allí. Sé que los extrañas a todos. Gerard me ayudó a conseguir la invitación. Aquí la tienes.- la tarjeta estaba entre mis manos, y yo pasaba mis dedos sobre las letras.- Será en tres semanas. Si decides ir, lo prepararemos todo para que viajes. Tendrás que ir de incógnito, pero podemos lograrlo.
Sujeté las imágenes con fuerza, incapaz de creer que estaban en mis manos. Siempre había evitado verlas, temiendo encontrar algo que no pudiera soportar. Pero Alex tenía razón: tal vez esto era el impulso que necesitaba.
Guardé las fotografías en el sobre y, mirándolo directamente, le dije:
- Sin importar que hubiera pasado, habría aceptado esa bala de igual manera.- le aseguré.- Ellos son mi familia, pero tú también lo eres, y ese día cuando vi el arma contra tu cabeza, no dude en que debía protegerte.
Acaricie su mano, y el la apretó mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
- Nunca voy a dejar que nadie te dañe, no de nuevo. Ahora estoy aquí, y te protegeré con mi vida.- le prometí.
El asintió, antes de darme un fuerte abrazo en el que ambos nos envolvimos. Y al separarnos le di las gracias por estar a mi lado.
Tener a alguien como Alex, era una jodida bendición.
───── »◦✿◦« ─────
Holaa, feliz navidad para todos.
Acá un nuevo capitulo, sentía que no había alguien mejor que Alex para narrar esta parte, la cual admito que me hizo llorar.
Alex fue un personaje que surgió solo, y que poco a poco se convirtió en uno importante, la relación de hermandad con Adira es de los vínculos que más amo.
Solo vean como ella le da esa protección, y como él le da ese apoyo.
(No piensen que Alex es un reemplazo de Jay, eso jamas. Adira y yo amamos a ambos. Tanto ellos como Sam, siempre serán importantes para Adira)
En fin, nos vemos pronto.
Besitos. Lou.
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