·CAPÍTULO 1·
POV. LEAH
¿Saben qué es lo que más odio?, las mañanas, el sol, y el bendito despertador. Pero gracias a él, me paro en las mañanas para ir a trabajar, pero es que a veces me provoca tirarlo contra la pared, ¡Maldita sea la persona que inventó esa cosa del demonio!.
O qué tal... ¿tirarlo a la calle y que un carro lo aplaste?, me agrada esa idea, el próximo día lo haré. Dios, menos mal que éste es mi último día de trabajo, sino, moriría ahorita mismo. Siento que los pies me palpitan, he tenido que trabajar horas extras para poder pagar la dichosa universidad, porque desde que pasó ese accidente no he querido hablar con nadie, lo único que hago es ignorar a todos, porque no quiero que corran peligro estando junto a mi.
Me levanto de mi cómoda cama, agarro las cobijas que utilicé anoche, para arreglarlas porque sí que hizo frío. Más con el aire acondicionado encendido, estaba que me congelaba, lo sé, soy masoquista.
Voy al baño, hago mis necesidades, me cepillo, y escojo la ropa que utilizaré para el trabajo, que consiste en un blue jeans color negro, una musculosa blanca que en el medio dice "TEEN WOLF" y mis botas corte alto negras, me critican porque dicen que me visto como hombre, pero me vale madres lo que la gente diga, agarro las llaves de mi motocicleta deportiva Triumph Daytona 675R 2012, me monto y me voy directo al trabajo.
Lo que más me encanta de manejar las motocicletas es que sientes la adrenalina correr por tu cuerpo, el aire frío que choca directo a la cara, el cuerpo vibrar cuando le meto al acelerador y ajusto la palanca de cambios. Las vías están llenas de autos, ya me he acostumbrado a esto, siempre me levanto media hora antes de entrar a trabajar, por lo que me toca llegar en menos de ocho minutos.
Cuando llego está mi jefa esperandome para ver que excusa le doy hoy, ella es una señora regordeta, con ojos azules, y el cabello ya blanco de tantas canas que tiene, esa vieja siempre me ha caído mal, me mira como si quisiera picarme en pedacitos para después echarme a los puercos.
—¿Qué excusa me vas a dar ahora, Leah?—pregunta la señora Mary, mientras me escudriña con la mirada.
—Ninguna— e respondo mientras veo la hora en mi teléfono—Si ve bien la hora, se puede dar cuenta que son exactamente las siete y cincuenta y ocho de la mañana, he llegado a buena hora, maldita vieja canosa—esto último lo dije en un susurro que supongo no lo ha escuchado.
—¡TE ESCUCHÉ NIÑA MALCRIADA!—empezó a gritarme, sus ojos casi se salían de su órbita, eso hubiera querido yo, pero no pasó—Si vas a trabajar aquí no vuelvas a decirme una cosa como esa ¡o está despedida!, ¿me entendió?—me miró amenazante, pero no le paré pelotas.
He estado trabajando aquí por unos cuatro meses, desde que me vine de Canadá he estado en paz, no más tormento.
La tienda se llama "Waffle House", es grande, y viene demasiado gente al medio día, ya que la vieja canosa inventa mucha comida que tenga que ver con Waffles, ya sea desayuno, almuerzo o cena, siempre tiene que llevar Waffles, siempre. No digo que no sean ricos, porque si lo son.
—Leah, ve a la mesa 10, que están esperando el pedido—me dice Kyle, una chica que trabaja en el mismo turno que yo—Y después vas a la 15, y le preguntas el pedido—me entrega los tres platos de Waffles que les tengo que llevar, y la libreta para tomar el pedido— Pero ve rápido chica, que la vieja Mary está supervisando hoy—dice Kyle echándome a patadas de la cocina.
Llego a la mesa 10—Aquí están sus pedidos, ¿desean algo más?—me les quedo mirando a los dos chicos como si de un juego de ping pong se tratase—¡OIGAN!—Les digo alto, para ver si reaccionan, porque desde que llegué no han dejado de comerme con la mirada—Les estoy preguntando que si desean algo más-Pongo los ojos en blanco, ya éstos tíos me están sacando de mi casillas.
—Claro que sí nena, tú número, eso deseo—Dice el tío de ojos azules y cabello rubio, lo que hace es darme una sonrisa —coqueta— según él, después de guiñarme el ojo, el otro chico lo que hace es poner los ojos en blanco con semejante estupidez que ha dicho el rubio.
—Si no te callas, te partiré la puta boca, imbécil—Le digo fríamente, para salir disparada de esa mesa, luego voy a la 15, que está una señora de unos 45 años con una niña como de diez años.
—Buenos días, bienvenidas a Waffles House, ¿qué desean pedir?—Les digo amablemente, para ver si ojalá este día podría mejorar, porque lo que hace es empeorar.
—Me das dos waffles con fruta, helado, sirope de chocolate y dos bebidas chocolatadas—tomo su pedido, le doy una leve sonrisa que juro por mi perro, que pareció más una mueca.
El resto del día pasó más rápido de lo que imaginaba, ya cuando era las siete y treinta de la tarde, iba camino a casa y estaban cayendo algunas gotas de lluvia, aceleré más por si venía una tormenta, pero ya llegando a casa me di cuenta de que no llovería nada.
Ya cayendo la noche, me fui a duchar antes que se me hiciera tarde, ya eran las nueve y treinta de la noche, tenía nada más media hora para vestirme, así que escogí la ropa lo más rápido que pude, terminé por elegir un pantalón rasgado por las rodillas, botas negras militar, y mi chaqueta de cuero negra.
Ya estaba lista para ir a las famosas carreras ilegales.
(...)
Tantas veces que he venido a este lugar que ya me lo sé de memoria, hay diez edificios abandonados, sin contar una construcción que la dejaron a medias hace años, porque el dueño murió.
En estos momentos es cuando me doy cuenta del por qué hacen las carreras aquí, es muchísimo más alejado de la ciudad de New York, por las carreteras del diablo, les dicen así porque son puras curvas, la carretera es pura tierra, y es muy resbaloso y se tiene que tener mucha astucia al pasarlas, porque de una descuido se podría ir por el vacío que hay allí.
Ya llegando, se escucha la música electrónica sonar por todo el lugar, la gente gritando, y los autos quemando caucho en el centro de la pista-niños pijos-susurré para mi misma.
Cuando me adentré a la multitud que había, tuve que hacer ruido con la moto para que hicieran paso, porque si no me los llevaba por delante, y no me importaría si lo hiciera.
Mientras pasaba todos se quedaban mirando mi moto, y tratando de ver quién la manejaba, pero yo tenía es casco puesto, y no podrían ver mi rostro, sonreí internamente al darme cuenta que cuando estacioné, todos se dieron cuenta de que era una chica.
Todo el lugar estaba lleno de personas, no se podía caminar sin que no pisaran o empujaran, y algunos aprovechaban la oportunidad de toquetear a las chicas que pasaban por allí. Todos eran unos cochinos.
A lo lejos vi una motocicleta, especialmente una BMW R 1200 GS, es preciosa, apostaría hasta la mismísima motocicleta mía a que tengo un brillo en los ojos. Hay un chico recostado a ella, pero no le pude distinguir bien, por la puta que tenía encima.
—Hey tío, ¿donde se anotan para correr?—Le dije a un chico de ojos verdes y cabello castaño que tenía al lado mío, él me miró como si fuera broma lo que le estaba preguntando, tuve que levantar el lente del casco y mirarle amenazante para que supiera que no estaba bromeando.
—Eh sí, ve directo a la tarima y subes las escaleras, ahí estará un tío llamado Nick, él te anotará—Antes de que terminara la palabra, ya me encontraba caminando hacia ese lugar, precisamente pasé por donde estaba la motocicleta que me encantó, y aún estaba el chico con la puta.
Subí las escaleras que me dijo el castaño, y ahí estaba un chico que supuse que era Nick.
—¿Tú eres Nick?—Le pregunté al que tenía en frente, era de cabello castaño, ojos marrones claros, y un cuerpazo que Dios se lo cuide, él asintió en respuesta—Anotame en la carrera que viene
—Dame tu nombre o apodo—Me miró aún sin creer que yo era la que iba a correr.
—La Diabla de Canadá—Hace tiempo que no decía ese nombre, siempre que venía era para apostar, o ver a los corredores, pero nunca corrí yo.
Al darle mi apodo, abrió los ojos como plato.
La Diabla de Canadá volvió, pero ésta vez a New York.
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Besopos, L.
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